LA HISTORIA NO SE REPITE A SÍ MISMA, supuestamente dijo Mark Twain una vez, pero es claro que a veces rima. En 1997, los otrora vibrantes mercados emergentes de Asia empezaron a caer uno a uno. Las monedas quebraron. Los mercados internaciones de crédito estuvieron bajo una presión intensa. Los precios del petróleo se desplomaron conforme la crisis financiera asiática se extendió a Rusia —que dejó de pagar su deuda— y otras partes de la ex Unión Soviética. Durante todo ello, la economía más grande del mundo, Estados Unidos, la capoteó casi impasiblemente. Su producto interno bruto continuó aumentando a una tasa que muchos economistas ahora creen que es inalcanzable —más de 4 por ciento por año—, incluso cuando el crecimiento se frenó en las economías desarrolladas de Europa Occidental.
Casi dos décadas después, con China enviando ondas sísmicas a través de los mercados bursátiles mundiales, la tonada suena familiar. Pero es importante prestarle atención no a las similitudes entre entonces y ahora, sino a las diferencias. La primera y más obvia, como lo señaló Ruchir Sharma, director de mercados emergentes y estrategia global macro en Morgan Stanley, en un ensayo del 13 de enero en The Wall Street Journal, es la proporción del PIB mundial que China ahora reclama y el papel del país en impulsar los mercados a escala mundial. Pekín se ha convertido en la segunda mayor economía del planeta y ha sido por varios años el contribuyente más grande al crecimiento económico mundial.
El periodo de Pekín de avance supercargado ahora ha terminado, como cualquiera en el negocio de vender petróleo, cobre o alguna otra materia prima le pudo haber dicho al menos el año pasado. La caída asombrosa en los precios mundiales de las materias primas ha sido impulsada no sólo por la desaceleración marcada en el crecimiento general de China, sino también en la composición de ese crecimiento. La construcción masiva durante la década pasada tanto de infraestructura como de bienes raíces residenciales ya no es el catalizador de la economía china.
La fase de hipercrecimiento de China —y en particular el periodo después de la crisis financiera de 2008, de la cual surgió sin un rasguño aparente— les dio a sus planeadores económicos una reputación de competencia extrema. Ellos parecían saber todas las palancas políticas precisas que jalar. Thomas Friedman, columnista de The New York Times, argumentó con-
trovertidamente que podría ser bueno para “China por un día”. Como ciudadano de la democracia ineficiente y desordenada que es Estados Unidos, él anhelaba la sabiduría autoritaria que emanaba de Pekín.
En gran medida, la reputación exaltada fue inmerecida. Antes de la crisis, el camino económico que China pisaba estaba muy deteriorado: una estrategia de exportaciones e inversiones que Japón, Corea del Sur y Taiwán (entre otros) habían implementado en el pasado. Luego, después de la crisis, China simplemente le lanzó dinero a la economía, y acumuló deudas enormes que ahora se han vencido.
Estos pensamientos —que China está ralentizándose más rápido de lo que pensábamos y no es tan inteligente como creíamos— ahora han sujetado los mercados financieros mundiales. La respuesta torpe de Pekín a dos desvanecimientos sucesivos del mercado accionario —uno el verano pasado y el más reciente justo cuando comenzaba el nuevo año— ha sido perturbadora. En el episodio más reciente, Pekín insistió en permitir los llamados interruptores para parar el comercio en dos días distintos de operaciones, sólo para llegar al entendimiento de que los paros aumentaron el pánico de los inversionistas. Los interruptores ya no están.
En teoría, los mercados en el mundo exterior no deberían reaccionar tan violentamente como lo hacen ahora a lo que suceda en el mercado accionario chino. Los mercados bursátiles chinos no son ampliamente comerciables en el extranjero, y no les dicen mucho a los inversionistas sobre la salud de la economía china en la manera que los mercados lo hacen en el mundo desarrollado.
Las dos bolsas principales de China todavía tienden a ser mercados de comerciantes impulsados por rumores y suposiciones sobre lo que el gobierno quiere que haga el mercado o la economía, en oposición a los mercados de inversionistas impulsados por la economía fundamental. Pero la temblorosa mano política de Pekín ha puesto nerviosos a los inversionistas, y seguirá haciéndolo. “La combinación de inexperiencia, dirección inapropiada y un instinto de intervenir basado en la poca disposición o incapacidad de aceptar la volatilidad es potencialmente muy dañina”, dice Michael Pettis, profesor de finanzas en la Universidad Peking de Pekín. “Sólo puede aumentar la volatilidad en todos los mercados financieros, [y] no hay razón para asumir que algo cambiará para bien durante 2016”.
Otro factor que trae a la memoria la crisis asiática de 1997 es el manejo de la moneda china, el renminbi. China ha permitido que se debilite un poco frente al dólar estadounidense en meses recientes, después de un periodo prolongado de estabilidad relativa. Como escribió Pettis recientemente, esto ha aumentado los miedos mundialmente de que otros países devalúen sus monedas para seguirse el ritmo unos a otros en las exportaciones, una medida que sería tremendamente desestabilizadora. Con el peso mexicano, la moneda más ampliamente comerciada de un mercado emergente, ya bajo presión, el secretario de Hacienda de México, Luis Videgaray, dijo: “Hay una preocupación real de que la respuesta de política pública [a la debilidad económica de China] sea empezar una ronda de devaluaciones competitivas” en un intento de impulsar las exportaciones.
Esto podría ser injusto. China ha tomado acciones, con la aprobación del Fondo Monetario Internacional, para alinear su moneda no sólo con el dólar estadounidense, sino más bien con una canasta de divisas. Esto, más que otra cosa, es responsable de la reciente debilidad del renminbi frente al dólar. Y en los últimos dos meses, lejos de bajar más el renminbi, el gobierno ha intervenido para evitar lo que podría ser una liquidación más aguda y propiciada por el mercado frente al dólar, incluso cuando más capital fluye fuera de China conforme la economía se debilita (en el último trimestre de 2015, los inversionistas sacaron del país 367 000 millones de dólares, una cantidad, como reportó Bloomberg, mayor al PIB de Grecia). Espere que esa política continúe.
SI LO CONSTRUYES: La economía de China ha crecido en años recientes mientras hubo un auge en construcciones y bienes raíces. Ahora, una ralentización en esos sectores ha provocado un desplome mundial en los precios de las materias primas. FOTO: LIU DAWEI/XINHUA/EYEVINE/REDUX
Muchas divisas de mercados emergentes están bajo presión —como lo estaban hace casi 20 años—, pero la razón es diferente esta vez. Las monedas de México, Rusia, Nigeria, Kazajstán y Azerbaiyán, por nombrar unas cuantas, se han desplomado —algunas a mínimos históricos— frente al dólar en semanas recientes. ¿Qué tienen ellos en común? Todos son países cuyas economías dependen tremendamente de las exportaciones de petróleo. Todos son víctimas de lo que ha sido por más de un año una guerra económica entre Arabia Saudí —el mayor exportador de petróleo en el mundo— y su archienemigo geopolítico, Irán, un importante productor de petróleo que ahora espera el levantamiento de las sanciones, lo cual le permitirá exportar más petróleo legalmente. El resultado de esta guerra ha sido una disminución en el precio del petróleo que ha sorprendido a la mayoría de los analistas, pero no ha llegado a su mínimo.
Arabia Saudí —con una población principalmente de musulmanes suníes— está en medio de una guerra subsidiaria intensificándose contra el Irán chiita al disputarse los dos la hegemonía regional. Esa guerra se está dando en Siria, en Yemen, en Irak, y en el mercado mundial del petróleo crudo. La cosa económicamente racional que podría hacer Arabia Saudí, el productor de petróleo con menores costos del mundo, ha sido disminuir la producción para apoyar los precios ante el declive en la demanda de China y otros países. De hecho, esto es lo que Riad ha hecho en el pasado en periodos de una debilidad pronunciada en el precio. Más bien, los saudíes han hecho lo opuesto. Como lo señala Mark Dubowitz, director ejecutivo de la Fundación para la Defensa de la Democracia, la producción saudí aumentó de 9.6 millones de barriles por día en noviembre de 2014 a 10.2 millones de barriles por día un año después. A principios de enero, el reino anunció recortes presupuestales a su población normalmente mimada para lidiar con los precios bajos.
Hace más de un año, fuentes de inteligencia y diplomáticas en Oriente Medio dijeron a Newsweek que esto sería parte del conflicto de Arabia Saudí con Irán. Según Dubowitz, con el petróleo a 37 dólares por barril —siete dólares más que el precio del crudo Brent a mediados de enero—, Irán habría tenido que vender 7.5 millones de crudo al día para regresar a su nivel previo a las sanciones económicas. ¿Cuánto petróleo cree la Agencia Internacional de Energía que Irán producirá seis meses después de que las sanciones se levanten? Poco más de 3.5 millones de barriles por día. El presupuesto nacional iraní del año pasado se basó en que el petróleo alcanzara más de 70 dólares por barril. En otras palabras, Irán posiblemente enfrenta recortes presupuestales, gracias a sus enemigos en Arabia Saudí.
La disminución abrupta en los precios del petróleo ha perturbado los mercados financieros en Estados Unidos, Europa y demás lugares. La revolución del petróleo de esquisto bituminoso en Estados Unidos impulsó el crecimiento y la creación de empleo por años, y ahora eso está relajándose. Los productores de petróleo estadounidenses, al contrario de los saudíes, están cerrando pozos en respuesta al crack.
También hay el espectro de turbulencia en el mercado de bonos basura, que tiene una exposición tremenda al negocio del petróleo de esquisto en la Unión Americana. Los analistas esperan que una cantidad cada vez mayor de compañías en el negocio petrolero sean incapaces de cubrir sus deudas. Pero mientras los saudíes persistan en usar el precio del petróleo como arma, esos recortes a la producción no afectarán el precio mundial de un barril.
El pensamiento económico convencional siempre ha dicho que los precios menores del petróleo benefician a países que consumen mucho crudo, porque ello lleva dinero a los bolsillos de los consumidores, dinero que luego gastan. Y eso en su mayoría ha sido cierto. Sin embargo, esta vez hay evidencia de que el consumidor estadounidense está guardando en lugar de gastarse lo ahorrado, una señal de fragilidad persistente en una economía que no parece crecer más allá de 2 por ciento por año, el mismo índice que gran parte de Europa Occidental ha mantenido por mucho tiempo.
Si eso es cierto, es un problema. El consumidor estadounidense siempre ha sido el pilar clave bajo la economía local y mundial. Pero, como lo dice Pettis de la Universidad Peking, “si toda esta incertidumbre [económica] provoca que aumente la tasa de ahorros —no sólo en China, sino también en todos lados—, nuestros problemas se agravan. Lo último que necesitamos es una demanda más débil, pero parece que vamos a tenerla”. Si él está en lo correcto, entonces la diferencia más grande entre la crisis asiática de la década de 1990 y la que ahora está desarrollándose es bastante clara: esta sí nos afectará al resto.