La meta era crear un marco para un acuerdo de paz que
pusiera fin a la guerra. Desde que el conflicto comenzó, alrededor de 300 000
personas han muerto y 9 millones han sido desplazadas, así que acordar una
disposición de asientos en una reunión preliminar podría no parecer un gran
avance. Pero dada la rivalidad acérrima entre Riad y Teherán y su apoyo a
bandos opuestos en el conflicto de cuatro años, hacer que se presentaran fue un
importante logro diplomático.
Hoy, con las conversaciones
programadas para comenzar el 25 de enero, ese logro parece estar en peligro. El
2 de enero, Arabia Saudí decapitó al jeque Nimr al-Nimr, un eminente líder
religioso chiita. En respuesta, turbas enfurecidas en Teherán prendieron fuego
a la embajada saudí. Riad entonces rompió sus lazos diplomáticos con Irán, y en
solidaridad, varios países árabes suníes tomaron medidas similares. Ahora, las
posibilidades de un acuerdo de paz sirio parecen cada vez más remotas, y aun cuando
pocos esperan que la guerra fría entre saudíes e iraníes escale y llegue a una
guerra entre las dos potencias, sus batallas subsidiarias, que entran en la
antigua división suní-chiita de la región, posiblemente se intensifiquen. “Esta
rivalidad no va a desaparecer”, dice Aaron David Miller, un ex alto asesor de
Oriente Medio para administraciones demócratas y republicanas.
La naturaleza intrincada del
conflicto es una mala noticia para el Presidente Barack Obama, quien por años
ha tratado de alejar la atención de EE.UU fuera de Oriente Medio. Pero los
analistas dicen que el arrebato entre Riad y Teherán podría entorpecer las
acciones más importantes de EE UU en la región, desde la guerra contra el grupo
Estado Islámico, conocido como EI, en Irak y Siria hasta resolver la guerra
civil en Yemen, donde una filial local de Al-Qaeda está cobrando fuerza. Como
lo dice Vali Nasr, un ex alto asesor del Departamento de Estado durante la
administración de Obama: “Los saudíes básicamente han triturado la política estadounidense
en la región”.
La ejecución de Nimr es la
señal más reciente de la relación cada vez más tensa entre Washington y Riad
después de décadas de cooperación estrecha. Desde la revolución iraní en 1979,
cuando los líderes teocráticos del país empezaron a exportar su estilo de
islamismo radical a las minorías chiitas de toda Oriente Medio, Estados Unidos
ha apoyado a Arabia Saudí en su rivalidad con Teherán. Conforme Irán se afianzó
en Líbano a través del movimiento chiita de Hezbolá y formó una alianza con los
gobernantes alauitas chiitas de Siria, EE.UU guardó silencio mientras Riad
presionaba. La familia real, que debe su legitimidad a los clérigos suníes del
reino, usó su vasta riqueza petrolera para construir mezquitas puritanas y
madrazas alrededor del mundo para contener lo que sus líderes religiosos habían
considerado desde hace mucho como una forma herética del islam. Así, cuando
estalló la guerra entre Irak e Irán en 1980, Arabia Saudí —con una aprobación
silenciosa de Washington— ayudó a financiar al ejército de Saddam Hussein en
Bagdad, inyectando alrededor de $1,000 millones de dólares al mes. Luego, en
1988, Riad rompió sus lazos diplomáticos con Teherán después de que
manifestantes iraníes atacaron la embajada saudí en protesta por una estampida
fatal durante la peregrinación anual a La Meca.
Los dos países restauraron sus
lazos oficiales en 1991, y durante la siguiente década su relación mejoró bajo
la dirigencia moderada de los presidentes iraníes Akbar Hashemi Rafsanjani y
Mohammad Khatami, quienes buscaban mejores relaciones con el mundo suní. Pero
después de que EE.UU derrocó a Hussein en 2003 y los líderes chiitas apoyados
por Irán tomaron el poder en Bagdad, a Riad le preocupaba cada vez más que Irán
de nuevo se apresuraba a ser la fuerza religiosa y política dominante en
Oriente Medio. En los años siguientes, Irán y Arabia Saudí compitieron para
influir en los bandos opuestos de guerras subsidiarias en Irak, Líbano,
Afganistán y los territorios palestinos. El comienzo de la Primavera Árabe en
2011 exacerbó todavía más las tensiones entre las dos naciones. Arabia Saudí
culpó a Irán de fomentar las protestas chiitas contra la familia real suní de
Bahréin y envió tropas para sofocar la revuelta. La guerra fría islámica luego
se extendió a Siria y Yemen, donde sigue propagándose. Y muchos expertos dicen
que la decapitación de Nimr fue un mensaje crudo a Teherán de mantenerse fuera
de los asuntos internos del reino.
Pero la rivalidad entre iraníes
y saudíes también se trata de política local, y los analistas dicen que la
presión en casa tuvo que ver en la ejecución de Nimr. Como un crítico franco de
la discriminación suní contra los 5 millones de chiitas del reino, Nimr
enfureció a la familia real en 2012 por celebrar la muerte del Príncipe Nayef
bin Abdulaziz, un funcionario de mano dura que otrora encabezó una represión
sangrienta contra manifestantes chiitas. “Que los gusanos se lo coman”, dijo
Nimr en un video circulado en medios sociales. Esos comentarios llevaron a su
arresto ese año por traición. Dos años después, una corte saudí lo condenó a
muerte. Desde entonces, diplomáticos occidentales dicen que los clérigos suníes
habían exigido que Riad llevase a cabo la sentencia. Dada la popularidad de
Nimr, Washington calladamente instó a los saudíes a perdonarle la vida,
temiendo un revés sectario. Sin embargo, los saudíes vieron en Nimr a otro
Osama bin Laden: un traidor y terrorista que no cometió asesinatos él mismo
pero inspiró a otros a matar.
Entre las secuelas de la muerte
de Nimr, funcionarios actuales y anteriores de EE.UU temen que EI pueda
beneficiarse de la tensión entre Riad y Teherán. Con su muerte removiendo las
pasiones sectarias, dicen estas personas, los apoderados de Arabia Saudí
estarán mucho más enfocados en combatir a los aliados de Irán, dejando a EI con
más libertad para operar. “Conforme se intensifiquen y escalen estas luchas”,
dice Robert Jordan, ex embajador de EE UU ante Siria, “crean más un vacío en
Irak y Yemen para que EI entre y extienda su influencia”.
El presidente todavía no ha
tomado un bando en el conflicto entre iraníes y saudíes, dejando a EE.UU sin la
confianza de uno y otro país e incapaz de influir en la creciente división
sectaria en Oriente Medio. La indecisión de Washington ha avivado todavía más
el miedo de Riad en que EE.UU ya no esté comprometido con la alianza entre
estadounidenses y saudíes. Las preocupaciones de Arabia Saudí comenzaron
durante la Primavera Árabe en Egipto, cuando Obama pidió la renuncia del
Presidente Hosni Mubarak, otro antiguo aliado de EE.UU. Pero lo que en realidad
cambió la relación fue el reciente acuerdo nuclear de Obama con Irán, un
acuerdo que restringe severamente el programa nuclear de Teherán a cambio de
retirar las sanciones internacionales en su contra. Los funcionarios saudíes
siempre han visto el acuerdo en términos de suma cero y temen que señale el
inicio de una alianza entre Washington y Teherán. “Hace que la familia real se
pregunte si Obama realmente les cuida las espaldas”, dice una persona que está familiarizada
con la línea oficial saudí pero no está autorizada a hablar por el gobierno.
EE.UU ha tratado de apaciguar
las preocupaciones saudíes con continuas ventas de armas al reino del golfo,
entre otras cosas. Pero las dudas de Riad ahora radican en el centro de una
enérgica política nueva saudí. Durante el último año, el Rey Salman ha
aumentado su apoyo para que los rebeldes sirios derroquen al régimen de Bashar
al-Assad apoyado por Irán. El rey y su hijo, el Vice Príncipe Heredero
Mohammad, también han redoblado su campaña militar en Yemen, donde los rebeldes
hutíes chiitas, supuestamente apoyados por Irán, combaten a una coalición
encabezada por los saudíes. Como lo dice Miller: “Los saudíes juegan a su
manera”.
Con tanto en riesgo en la
región, Kerry ha estado pegado a los teléfonos, presionando a sus pares iraníes
y saudíes para que enfríen su enemistad y se enfoquen en derrotar a EI y
resuelvan las guerras civiles en Siria y Yemen. “Hay mucho en la agenda en
Oriente Medio”, dice John Kirby, portavoz del Departamento de Estado. “El
secretario quiere asegurarse de que todos —todos nosotros— seguimos remando al
parejo”.
Sin embargo, hasta ahora los
esfuerzos de Kerry han servido de poco. Adel Jubeir, ministro del exterior
saudí, dice que asistirá a las conversaciones de paz sirias en Ginebra. Pero a
la luz de la tensión creciente, los analistas dicen que las posibilidades de un
compromiso significativo parecen cada vez menores. Las perspectivas de un
acuerdo similar en Yemen no se ven mucho mejores. Las conversaciones de paz de
Naciones Unidas se pospusieron en diciembre sin un progreso real. Ello deja a
los formuladores de políticas de EE.UU con una posibilidad deprimente: hacer
que Teherán y Riad se sienten en la misma mesa podría ser lo más que se logre
en mucho tiempo.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek