El geógrafo, astrónomo y científico alemán Alexander Von Humboldt visitó México en uno de los momentos históricos más importantes del país y del que apenas se tienen registros: pocos años antes del Grito de Dolores y del fin del Virreinato. De esa visita, de casi doce meses, entre los años 1803 y 1804, se desprendió una de sus obras más significativas y que prácticamente todo aquel que quisiera saber de México en ese entonces tenía que leer: Ensayo político sobre el reino de la Nueva España.
La aventura mexicana de quien es reconocido como el padre de la geografía moderna universal es registrada por el historiador y novelista José N. Iturriaga, quien sigue las huellas que el célebre barón alemán fue dejando en una tierra plena de riquezas y atractivos naturales.
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El libro Saberes y delirios, publicado recientemente por la editorial Grijalbo, es el resultado de esta ingeniosa y consistente manera de hacer divulgación histórica y científica. Siguiendo los escritos y las cartas del propio Humboldt, Iturriaga reconstruye las maravillas que el alemán descubre en México y transcribe sus valiosas observaciones sobre la absurda explotación minera, la crisis hidráulica en el Valle de México, la tremenda desigualdad y las contradicciones que conducirían a la sangrienta lucha de Independencia, así como el lado humano del padre de la geografía en pos del verdadero Humboldt que exploró México al nacer el siglo XIX.
“Las novelas históricas son un compromiso ético por parte del autor”, manifiesta José N. Iturriaga en entrevista con Newsweek en Español. “Porque quien escribe una novela a secas, cualquier tipo de novela, no tiene ningún límite más que su imaginación y su inspiración. Quien escribe historia, por otro lado, historia a secas, tiene que investigar y luego escribe sobre lo que investigó. En cambio, en la novela histórica el compromiso ético al que me refiero es porque el lector que lee novela histórica quiere aprender”.
El historiador y novelista explica que, en ese sentido, como la lectura de la novela histórica es una forma de aprendizaje, el compromiso ético del autor recae en que el lector debe distinguir claramente qué es historia, cuál es la verdad que relata, qué es ficción y cuál es la parte novelada.
ESPECIAL
“En Saberes y delirios el lector puede estar seguro de que absolutamente todos los personajes fundamentales, los protagonistas, los lugares, las fechas, los recorridos, las anécdotas principales, son históricos, todo está documentado. La ficción empieza, y el lector claramente se da cuenta, en los diálogos, pues es obvio que estos no están registrados en ningún lado, y en las reflexiones, monólogos o pensamientos de los personajes, pues también es obvio que de eso no tenemos ninguna fuente”.
—¿Pero entonces qué es lo importante de la ficción?
—Que en una novela histórica sea una ficción no sólo verosímil, sino, además, probable, que tenga sentido, que realmente sea probable que se haya dado. Verosímil quiere decir que sea algo posible, que se pueda haber dado, pero probable quiere decir que cuando el lector está leyendo los diálogos de Humboldt y viéndolo no sólo sabio, sino muy simpático y agradable en su trato, es porque así era realmente. La ficción lo que hace es reforzar la parte histórica en cuanto que está mostrando a un personaje. ¿Por qué Humboldt en este caso? Porque tratamos de mostrarlo como ser humano. A un Humboldt que siempre se le ha visto como el gran científico, que por supuesto sí lo fue, ahora lo vemos también con su perfil de humano.
—¿Y de esta novela histórica realmente se aprende?
—Esa es la intención. La principal enseñanza que ofrece, la parte más importante para los lectores, es aprender de ese México de 1803 y 1804, es una etapa muy poco conocida para los lectores comunes y corrientes, no de los historiadores. ¿Por qué muy poco conocida? Porque la historia que nos enseñan en la escuela, desde primaria, se centra en la Conquista, luego en la Independencia, el siglo XIX, los liberales, Benito Juárez y, finalmente, la Revolución, y eso si le da tiempo al maestro a finales del año. Pero en realidad, el Virreinato son trescientos años que se los brincan prácticamente, y el Virreinato de finales de esos tres siglos de la Colonia, que corresponde al inicio del siglo XIX, es muy poco conocido.
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—¿Qué podría destacarse de ese momento histórico?
—Como es una novela histórica, no solamente las partes trascendentes de mayor importancia política, histórica, sino también lo más cotidiano, lo trivial, pero que forma parte del México de esa época. Si me preguntas de lo más destacable, pues estamos hablando de cómo Humboldt denuncia la esclavitud, no la abierta jurídicamente, que en México era bastante limitada y no se comparaba con la de Cuba, Venezuela, Colombia o Estados Unidos, sino la esclavitud disfrazada. Los peones estaban endeudados de por vida y heredaban las deudas de padres a hijos, deudas que los propios hacendados propiciaban con préstamos que a veces ni eran solicitados. Cuando leemos de eso pensamos en la Revolución Mexicana, pero no, con Humboldt vemos que más de cien años antes las tiendas de raya y la esclavitud disfrazada ya existían. Y también estaban los obrajes, eran como fábricas, Humboldt nos pone la muestra de los obrajes textiles en Querétaro, donde los obreros estaban prácticamente presos porque nunca lograban pagar sus deudas y simplemente no se les dejaba salir, estaban detenidos con la colusión de las autoridades; siempre este tipo de perversiones van de la mano con la corrupción, por supuesto.
—¿Cuál es el riesgo o la contribución de la historia novelada a la literatura mexicana?
—Si hay una investigación histórica sólida yo diría que no hay riesgo, sino contribución. La contribución es mostrar, en este caso, un México muy poco conocido de una manera muy amena, y eso implica asuntos trascendentes, importantes, pero también trivialidades. Por ejemplo, Humboldt habla de las neverías de la Ciudad de México y en otras ciudades importantes del país, y uno se pregunta: ¿de dónde sacaban nieve si no había electricidad controlada por el hombre para producir hielo? Bueno, pues había arrieros que a lomo de mula bajaban bloques de hielo de los volcanes, del Popocatépetl, del Iztaccíhuatl, del Pico de Orizaba; estos arrieros subían, y con las herramientas necesarias cortaban bloques de hielo, los despegaban, los envolvían en mucho zacate y luego en costales, y ponían dos bloques en cada mula, y a lo mejor de cincuenta kilos que cargaba cada mula solamente llegaba, porque se iba derritiendo, la mitad, veinticinco kilos, pero nunca faltaba nieve en las neverías.
“Entonces —finaliza Iturriaga—, esa información que podemos conciliar y que no es de mucha trascendencia, es muy interesante y divertida. Pero tiene un fundamento histórico. Yo creo que la ficción debe también estar aportando información, amenidad, y bueno, ese es el secreto de la novela histórica, el que se lea de una forma mucho más amena que la historia a secas”.
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