“¡Assad es un asesino desalmado!”, grita con furia Ruslan, un devoto de mediana edad en la mezquita más grande de Moscú, pocos días después de la entrada notable de Rusia a la guerra civil de Siria en apoyo del presidente sirio Bashar al-Assad. “Es una desgracia que el Kremlin esté apoyando su régimen sanguinario”, añade él, mientras una tormenta de nieve fuera de temporada oscurece los domos dorados de la mezquita. Otro hombre que llega para las oraciones vespertinas, un veinteañero barbado de nombre Arslan, piensa lo opuesto. “Rusia está haciendo lo correcto al apoyar a las autoridades sirias en contra del Estado Islámico y otros terroristas”, dice él, añadiendo que él ha oído “nada en absoluto” sobre abusos a los derechos humanos cometidos por fuerzas del gobierno sirio.
Es difícil decir lo que piensa la mayoría de los aproximadamente 20 millones de musulmanes de Rusia –alrededor de 14 por ciento de la población del país– sobre la decisión del presidente Vladimir Putin de tomar una acción militar en contra de milicianos del Estado Islámico (EI) y otros grupos de oposición en Siria, pero la medida está plagada de peligros. La historia del islam en Rusia es una de confrontación frecuente, desde la revuelta en el siglo XIX de rebeldes musulmanes en la región del Cáucaso Norte del país hasta las guerras separatistas y luego islamistas que devastaron Chechenia a mediados de la década de 1990 y principios de la de 2000.
Al contrario de Assad, que proviene de la secta minoritaria alauita, los musulmanes rusos pertenecen abrumadoramente a la rama suní dominante en el islam. Esto es algo que tienen en común con la miríada de fuerzas opositoras que batallan por el control de las ciudades sirias destrozadas por la guerra. Algunos quizá le hayan aplaudido a Putin porapoderarse de la iniciativa en Siria, pero al apoyar al ejército en su mayoría alauita de Assad, así como a sus aliados chiitas, que incluyen a Hezbolá y tropas iraníes de elite, él se arriesga a encender las pasiones suníes en casa.
El Kremlin es tremendamente suspicaz con las organizaciones independiente musulmanes, y los servicios de seguridad llevaron a cabo una represión rápida antes de los Juegos Olímpicos de Invierno del año pasado en el sur de Rusia. “Ellos consideran a todo y a todos los que no controlan como extremistas”, dice Harun Sidorov, presidente de la Organización Nacional de Musulmanes Rusos, un movimiento islámico independiente cuyos miembros han enfrentado presión policiaca, incluidos redadas y arrestos.
Alrededor de 500 000 musulmanes en Rusia podrían simpatizar de hecho con el EI, según un cálculo cauteloso de Alexei Malashenko, un experto en islam del grupo de investigadores Centro Carnegie de Moscú. “Estas son personas que quieren construir un Estado basado en los principios del islam”, dice él. “Muchos de ellos dicen que el EI está luchando por la justicia social y por el gobierno justo. A otros les gusta el hecho de que esté combatiendo a Occidente”.
El Estado Islámico ha montado una hábil campaña de reclutamiento en ruso que incluye una revista, Istok, y un dedicado canal de propaganda, Furat Media. Según Putin, de 5000 a 7000 personas de Rusia y otros estados otrora soviéticos, muchas de ellas chechenas, están luchando por el EI en Siria. Previamente este año, milicianos islamistas en el Cáucaso Norte, principalmente musulmán, juraron lealtad al líder del EI, Abu Bakr al-Baghdadi. En respuesta, el líder checheno a favor del Kremlin, Ramzan Kadyrov, le pidió a Putin que enviara soldados chechenos a Siria para “destruir” lo que él llamó los “diablos” del EI.
Las críticas de los musulmanes en Rusia a la aventura en Siria de Putin se han restringido en gran medida a furiosas publicaciones en medios sociales y artículos en línea. Hasta ahora, ha habido pocas señales de que los musulmanes rusos estén a punto de tomar las calles en contra de la campaña militar. Tanto los expertos como los críticos del gobierno dicen que esta renuencia a hablar se debe en parte al miedo a las posibles consecuencias de disentir, en vez de un indicio de una aprobación tácita. “Los musulmanes en Rusia han sido asustados a callarse por las políticas represivas que se han llevado a cabo metódicamente durante el gobierno de Putin”, dice Airat Vakhitov, un ex imán de la región rusa de Tartaristán, quien fue arrestado en 2005 por lo que él dice que fueron cargos falsos de terrorismo en Rusia. Luego fue liberado por falta de evidencia y ahora vive en el extranjero.
Los líderes musulmanes leales al Kremlin han ofrecido su apoyo incondicional a los ataques aéreos rusos en Siria. El 2 de octubre, el desde hace mucho presidente del Consejo de Muftíes, Ravil Gainutdin, emitió un llamado urgente a la calma, pidiendo a sus semejantes musulmanes que no “politicen” la participación del Kremlin en el conflicto. Aderezando su declaración con versículos del libro sagrado islámico, el Corán, Gainutdin también expresó la esperanza de que la acción militar rusa no lleve a un conflicto interreligioso entre la comunidad islámica global, o ummah. Los comentarios de Gainutdin fueron repetidos por muftíes subordinados a lo largo y ancho de Rusia.
La única voz disconforme fue la de Nafigulla Ashirov, un copresidente del Consejo de Muftíes, quien a principios de octubre dijo al servicio en ruso de la BBC que no debería haber “interferencia” extranjera en la guerra civil siria. Pero Ashirov, una figura radical que en 2001 anunció su apoyo entusiasta a los talibanes, rápidamente se desdijo. En entrevistas posteriores, él se negó a comentar sobre los ataques aéreos rusos, y dice a Newsweek que él no tiene “opinión alguna” en la cuestión.
Mientras que Estados Unidos dice que la gran mayoría de los ataques aéreos rusos en Siria han atacado principalmente a la oposición moderada a Assad, el 6 de octubre el independiente Observador Sirio de Derechos Humanos dijo que jets rusos atacaron a combatientes del EI cerca de la antigua ciudad de Palmira, donde el movimiento yihadista destruyó un arco del triunfo romano de 2000 años de antigüedad previamente este mes. Tanto el Estado Islámico como el Frente Nusra, una filial de Al-Qaeda en Siria que también ha sido el blanco de los misiles rusos, desde entonces han instado a los musulmanes que hagan la yihad contra Rusia.
“Es posible que haya una respuesta de los milicianos ubicados en el Cáucaso del Norte vinculados con el EI”, dice Gregory Shvedov, editor de Caucasian Knot, un servicio independiente de noticias en línea. “Ellos ciertamente tienen la capacidad para organizar ataques en Moscú y otras ciudades grandes”.
El 11 de octubre, poco después de que Newsweek habló con Shvedov, agentes contraterroristas en Moscú detuvieron a 12 personas que dijeron estar planeando un ataque con bombas en el sistema de transporte público de la ciudad. Funcionarios de seguridad dijeron que por lo menos uno de los sospechosos, un checheno, había sido entrenado en un campamento del EI en Siria. Pero los detalles del supuesto complot con bombas eran confusos y a menudo contradictorios. El momento en que se dieron los arrestos –se dieron poco después de que Putin habló en TV nacional sobre la necesidad de eliminar a los combatientes rusos del EI en Siria antes de que regresaran a casa– también suscitó una especulación de que podrían haber sido parte de una operación propagandística para aumentar el apoyo público a la campaña militar del Kremlin.
Sea cual sea la verdad, la noticia de los arrestos crispó nervios. Aun cuando Moscú no ha tenido un ataque desde 2011, cuando más de 30 personas murieron en un bombardeo suicida islamista, más de 3000 rusos han perdido sus vidas en ataques que Rusia considera terroristas desde que Putin subió al poder en 2000. Pero si una nueva ola de violencia está llegando a Rusia, hay poco que los funcionarios de contraterrorismo puedan hacer para prevenirla, dice Andrei Soldatov, periodista y autor que es un experto en los servicios de seguridad rusos. “El sistema de contraterrorismo de Rusia fue diseñado a mediados de la década de 2000, y su meta principal es prevenir que grupos de milicianos se hagan con el control de regiones o instalaciones importantes, no prevenir ataques terroristas”, dice él a Newsweek. Él también describió las medidas de seguridad implementadas en Moscú y otras ciudades rusas como “disfuncionales en gran medida”.
De vuelta en la mezquita de Moscú, una mujer de mediana edad con un velo frunce el ceño cuando le pido su opinión sobre los misiles rusos que llevan destrucción a los oponentes suníes de Assad. “Tengo opiniones muy fuertes al respecto”, dice ella, “pero no me gustaría decirlas en voz alta”. Luego hace una pausa. “Pero esto es muy peligroso”, susurra ella. “Muy peligroso, de hecho”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek