El debate sobre el legado de Estados Unidos en la guerra de Irak ya ha surgido en la ruta de campaña hacia 2016, quemando a candidatos como el exgobernador Jeb Bush. Pero eso es sólo una probada de la batalla que podría surgir si el representante en Irak del presidente Barack Obama inicia una carrera hacia la Casa Blanca.
El presidente ni siquiera había sido investido cuando su compañero de candidatura, Joe Biden, aterrizó en Bagdad en enero de 2009. En una reunión con el general Ray Odierno, comandante de la Fuerza Multinacional en Irak, y el embajador estadounidense Ryan Crocker, Biden dejó clara la jerarquía del nuevo gobierno demócrata. En relación con Irak, “Recuerdo [a Biden] diciendo, literalmente, ‘siempre seré el último en aconsejar al presidente’”, rememora Ali Khedery, un consejero político de Crocker en esa época.
En ese momento, Estados Unidos fue sacudido por una debilitante crisis financiera, la cual absorbía la mayor parte de la atención del nuevo presidente. Sin embargo, Obama pensaba que “Irak necesitaba un enfoque sostenido de alto nivel por parte de la Casa Blanca”, dijo a funcionarios de alto rango de la Casa Blanca en una reunión efectuada en febrero de 2009, de acuerdo con el vicesecretario de Estado Tony Blinken, que en ese entonces era el asesor de seguridad nacional de Biden. Al dirigirse al vicepresidente, que había presidido durante mucho tiempo la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado y que había participado activamente en la guerra, declaró: “Joe, creo que eres la mejor persona para hacer eso”.
En la práctica, eso ha significado que Biden supervise las reuniones periódicas del gabinete sobre Irak, que hayan viajado a ese país ocho veces (todas ellas antes de 2012) y realizado innumerables llamadas telefónicas a todos los principales líderes iraquíes. El embajador James Jeffrey, que se desempeñó como representante de Estados Unidos en Irak entre agosto de 2010 y junio de 2012, declaró a Newsweek que la secretaria de Estado Hillary Clinton, el secretario de Defensa y los asesores de seguridad nacional del presidente “trataban conmigo frecuentemente, y yo trataba con ellos. Pero al final del día, la persona que tomaba la mayoría de las decisiones operativas era Biden”.
Actualmente Irak es un caos. El Estado Islámico opera en grandes zonas de esa nación, y la falta de servicios básicos como la electricidad ha provocado las protestas de los iraquíes comunes. El dramático deterioro de Irak desde 2010 ha desencadenado la repartición de culpas entre los distintos partidos. Los republicanos han tratado de echar la culpa a Clinton, la candidata favorita de los Demócratas para 2016, y que dirigió el Departamento de Estado entre 2009 y 2013. Los Demócratas, mientras tanto, critican al expresidente George W. Bush (y, por extensión, a su hermano Jeb), así como a los republicanos que alentaron la invasión de 2003 que generó el vacío de poder en Irak.
El escrutinio aún no ha llegado a Biden, quien considera la posibilidad de postularse como candidato demócrata, pero si lo hace, sería el único candidato que realmente domine la política de Irak. Como dice Robert Ford, embajador asistente en la embajada iraquí entre 2008 y 2010, “el vicepresidente tiene una responsabilidad más que moderada en todo esto”.
Pero en esa parte tan desordenada del mundo, ¿es posible culpar a Biden por los fracasos que permitieron el surgimiento del Estado Islámico? En este punto, hay una feroz división entre las manos más veteranas de Irak. El debate se concentra en las acciones estadounidenses en 2010, cuando una reñida elección parlamentaria en Irak produjo un enfrentamiento de nueve meses.
En última instancia, los iraquíes formaron un gobierno que hizo que el primer ministro Nouri al-Maliki, director de un partido chiita, recuperará el liderazgo, a pesar de los profundos recelos sobre sus tendencias sectarias y la consolidación del poderío militar. Como recuerda Ford, “me enviaban con regularidad para hablar con el jefe del Estado Mayor de Maliki acerca de las personas que nos habían ayudado contra Al-Qaeda y a las cuales las fuerzas policiacas de Maliki… mantenían sin cargos y en algunos casos cometían abusos”.
Esas preocupaciones han sido confirmadas. Desde que Estados Unidos retiró a sus soldados a fines de 2011, Maliki ha perseguido a políticos suníes de alto rango acusándolos de cargos falsos, ha reprimido las protestas suníes, abandonó los esfuerzos para integrar a los suníes en el Ejército y se ha ganado la antipatía de este importante grupo étnico minoritario, el mismo cuya sublevación ocurrida la década pasada produjo algunos de los años más sangrientos de la guerra de Irak. Como testificó ante el Senado el mes pasado el excomandante general de Estados Unidos en Irak David Petraeus: “La causa por la que Irak se desmorona” es “la conducta corrupta, sectaria y autoritaria” del gobierno de Maliki. Eso “creó las condiciones para que el Estado Islámico pudiera reconstituirse en Irak, después de lo cual adquirió una fuerza adicional durante la guerra civil siria”.
Sin embargo, hubo un momento en 2010 en el que no resultaba claro si Maliki permanecería en el poder. En un importante resultado inesperado, su partido Estado de la Ley ganó dos escaños menos que el partido secular Iraqiya, dirigido por otro chiita, Ayad Allawi, en las elecciones de marzo. Para los críticos, fue cuando Estados Unidos debió haber intervenido y ayudado a los iraquíes a constituir un nuevo gobierno sin Maliki. Khedery lo denomina “el periodo más crucial en la política de Irak de este gobierno, porque fue un momento histórico en el que pudimos haber escogido entre dos caminos, y algunos de nosotros tratamos desesperadamente de seguir el camino correcto, la ruta que habría respetado la Constitución iraquí y los resultados de la elección”. Todo lo que ha ocurrido desde entonces es un resultado directo de la falta de acción de los líderes estadounidenses, señalan Khedery y otros críticos.
Pero los defensores del vicepresidente dicen que Estados Unidos no tenía esa clase de fuerza. “La diplomacia de ese periodo era tan intensa como nunca antes la había visto”, dice Blinken. “Presionamos… para lograr un resultado en Irak que condujera a un gobierno incluyente y no sectario… En última instancia, las personas que surgieron no hicieron justicia” a esa visión.
Maliki formó rápidamente una coalición con otro partido chiita, y afirmó que ahora tenía el derecho de constituir un gobierno, a pesar de las dudas legítimas de si eso se apegaba a la Constitución iraquí. Un juez, considerado ampliamente como al servicio de Maliki, dictaminó que sí. Pero Maliki todavía no tenía el suficiente apoyo para reclamar una mayoría en el Parlamento. Así que, en efecto, sólo se quedó allí. Un ex funcionario de alto rango declaró a Newsweek que Chris Hill, entonces embajador estadounidense, “decidió desde antes que debía ser Maliki”, y con un puñado de consejeros de alto rango en la embajada convencieron a Blinken y a Biden.
Blinken afirma que Estados Unidos “puso el pulgar en la balanza”. La realidad era que Maliki “tenía más apoyo”. Allawi también “trataba de ver si podía obtener el apoyo para formar un gobierno [pero] la conclusión es que no pudo hacerlo”.
Detrás de los recuentos contradictorios yace un desacuerdo sobre lo inflexibles que son realmente las divisiones étnicas de Irak. Emma Sky, que en ese entonces era consejera política de Odierno, dice que “la percepción [de Biden] era que todo se trataba de odios antiguos” entre suníes, chiitas y kurdos, pasando por alto la historia multiétnica de Irak. Al señalar una encuesta encargada por el Instituto Demócrata Nacional, una organización estadounidense sin fines de lucro, Sky observa que los iraquíes expresaban un fuerte deseo de ir más allá de la política sectaria en 2010. “‘No a los partidos religiosos’, era el estado de ánimo en esa época”.
La interpretación de Sky de esa elección, compartida por Khedery, Ford y algunos embajadores y oficiales militares, contrastó fuertemente con la de otros diplomáticos estadounidenses, como los embajadores Hill y Jeffrey. Hill, actualmente en la Universidad de Denver, no respondió a las solicitudes de Newsweek de hacer comentarios, pero en sus memorias de 2014 escribió: “Llegué a la conclusión de que teníamos que concentrarnos en un Maliki que fuera mejor de lo que había sido durante su primer periodo de cuatro años, en lugar de participar en un esfuerzo quijotesco para tratar de derrocarlo”. Hill tenía una mala opinión de Allawi, pues pensaba que no podría obtener el apoyo de sus pares chiitas (aproximadamente 60 por ciento de la población de Irak), debido a que el partido de Allawi era de mayoría suní.
Jeffrey, que sucedió a Hill en 2010, señala que, “nos guste o no, teníamos un sistema parecido al de Líbano surgiendo desde Irak en el otoño de 2004… en el que todos los grupos étnicos religiosos formaban bloques. La forma más evidente de dividir el botín era un presidente kurdo, un primer ministro chiita de los partidos religiosos chiitas y un vocero del Parlamento suní”, continúa, “y es así como ha sido desde entonces”. Jeffrey explica que Estados Unidos contempló la idea de negociar un acuerdo para poner a otro chiita religioso al timón del país, pero no pudo encontrar a alguien a quien las distintas facciones (chiitas, suníes y kurdos) dieran su apoyo.
Sin embargo, si Estados Unidos hubiera probado eso antes, podría haber tenido éxito, sugiere un diplomático extranjero que se encontraba en Bagdad en esa época. Mientras Maliki se esforzaba por obtener apoyo, “recuerdo haber conversado con funcionarios estadounidenses de alto rango [diciendo] que ese era el momento en el que debíamos escoger a otra persona”. La situación todavía era muy inestable, y se pensaba que otros chiitas estarían de acuerdo con ese convenio, con base en el repudio general hacia Maliki. “Al final no lo sabremos porque nunca lo probamos”, dice. Los críticos también señalan que Maliki surgió prácticamente de la oscuridad para alzarse como primer ministro en 2006, así que los rangos del liderazgo no necesitaban limitarse a un puñado de hombres conocidos.
Sin embargo, a finales del verano, recuerda Hill en sus memorias, el mensaje que venía desde Washington era de profunda preocupación con respecto al plazo inminente para la retirada de los soldados estadounidenses de Irak en 2011, según un acuerdo que había sido negociado por el presidente Bush. El ejército estadounidense y el gobierno de Obama estaban interesados en mantener una fuerza más pequeña en el país más allá de 2011, pero “necesitábamos a alguien con quién negociar, necesitábamos un parlamento, y no teníamos ninguna de las dos cosas”, recuerda Jeffrey. “Así que Biden, yo, el presidente y todas las personas involucradas determinamos que si los iraquíes… no podían encontrar otro primer ministro, entonces era Maliki o nadie”.
Es prácticamente imposible demostrar este tipo de argumento hipotético (si Estados Unidos hubiera echado a Maliki del gobierno en 2010, entonces no habría Estado Islámico hoy). No sabemos, como señalan los defensores de Biden, si otro líder chiita habría gobernado de forma semejante a Maliki, alimentando la angustia suní. Podemos afirmar sin ninguna duda que en Irak los estadistas no abundan en estos días. Sin embargo, las campañas políticas nunca han permitido que una falta de pruebas sólidas dificulte sus ataques.
Mientras se desarrollaba el segundo periodo de gobierno de Maliki y las tensiones comenzaban a crecer, “el vicepresidente dedicó interminables horas y tiempo a tratar de convencer a los líderes, comenzando con el primer ministro, de gobernar… en una forma realmente incluyente”, afirma Blinken. En última instancia, esto no ocurrió; y, sin duda, no ayuda al caso de Biden que, incluso antes de 2010, hubiera una gran variedad de voces (expertos en política exterior, no partidistas) que advertían a Washington sobre Maliki, pronosticando muchas de las cosas que han ocurrido en Irak. En una campaña política para 2016 en la que las preocupaciones sobre el Estado Islámico se ciernen en forma amenazante, esto se convierte en un problema.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek