La cifra de “dizque” expertos que se presentan en televisión para parlotear sobre China sin tener una idea elemental de lo que sucede en ese país, ha alcanzado un récord histórico. Y según esos pseudo-sinólogos, el veredicto es claro: China, la gran historia mundial de crecimiento, está haciendo implosión. Su mercado accionario se desplomó (cayó cinco días consecutivos, entre agosto 19 y 24) y su economía real está ralentizándose. Y dado que es la segunda economía mundial y uno de los mayores socios comerciales de Estados Unidos, algunos analistas aseguran que Pekín los arrastrará consigo.
Las cosas no son así de simples. Y para quienes trabajamos como reporteros y corresponsales en China –sobre todo quienes, como yo, llevamos años en el país–, semejante reacción es absolutamente deprimente porque, al parecer, nadie lee lo que escribimos.
La causa inmediata de la volatilidad del mercado fue una “devaluación” inesperada de la moneda china –el renminbi–, ocurrida en agosto 10 y 11. A lo largo de más de una década, el renminbi se mantuvo estable frente al dólar o se apreció constantemente. Así que, cuando Pekín permitió que se hundiera 3 por ciento durante dos días de operaciones consecutivos, se desató un escándalo; sobre todo, por los acontecimientos mundiales. Dos monedas importantes (el euro y el yen japonés) e infinidad de divisas menores (rublo ruso, real brasileño, etcétera) sufrieron fuertes devaluaciones en años recientes y esas devaluaciones intensificaron las presiones deflacionarias en la economía global, porque abarataron los bienes y servicios (en dólares). Si China hubiera decidido sumarse al desfile de “empobrecer al vecino” y debilitar aun más su moneda para apuntar su debilitado sector de exportaciones, ciertamente me preocuparía.
Así fue como los mercados recibieron la noticia. Pero la interpretación, probablemente, es errónea. A la larga, Pekín pretende hacer que el renminbi sea más como el dólar: una moneda que fije precios en el comercio internacional y que figure en las reservas de los bancos centrales extranjeros. China también quiere que el renminbi forme parte de la estrategia especial de derechos de giro del Fondo Monetario Internacional, un fondo complementario de reservas internacionales que solo se utiliza en circunstancias especiales. El FMI se negó a aceptar el renminbi este verano con el argumento de que la divisa debe sujetarse a las fuerzas del mercado. Con una paridad de 6.2 por dólar, la mayoría de los economistas opina que la moneda china está discretamente sobrevaluada, de modo que la devaluación de 3 por ciento anunció que el Banco Popular de China (la Fed de Pekín) estaba dispuesto a permitir un poco de flotación del renminbi. Todo lo demás era una consideración secundaria.
De manera que, pese al barullo, China no está pasando por una devaluación al estilo japonés o europeo. El país, simplemente, está pasando por una transición económica. Desde 2012, cuando el gobierno del presidente Xi Jinping y el primer ministro Li Keqiang tomó el poder, Pekín ha dejado claro que los motores de la economía china –inversión y exportaciones– tienen que dar cabida al crecimiento impulsado por el consumo. Por otra parte, la plataforma del Partido Comunista estableció que las “fuerzas del mercado” serían “determinantes” para el progreso, señal de que había terminado la época de los grandes préstamos para que compañías estatales construyan infraestructura, y presagio de que caerían las tasas de crecimiento anual, como ha reconocido el propio gobierno. De hecho, para este año, Pekín se ha puesto como objetivo un crecimiento de 7 por ciento: reducción importante respecto de la época de 10 por ciento que se prolongó más de una década; aunque, posiblemente, ni siquiera eso sea asequible.
Si bien la transición a una economía dirigida por el mercado requiere tiempo, ya ha empezado. Durante el primer semestre de este año, el consumo representó 60 por ciento del producto interno bruto (PIB) de China. En 2015, y por tercer año consecutivo, los sectores de servicios y consumo serán más importantes que la fabricación y la construcción. Entre tanto, el ingreso personal sigue creciendo con un ritmo anual de casi 10 por ciento.
¿La transición es una mala noticia? Para las compañías que apuestan a que el crecimiento de China permanecerá eternamente en el nivel de dos cifras, por supuesto. Pero también es normal. La historia económica demuestra que el sufrimiento es inevitable cuando una economía de gran tamaño –como China– cambia su modelo de crecimiento. Esto ocurrió en Brasil en la década de 1960, y también en Corea y Japón en los años noventa. Como dice el economista Michael Pettis, en su libro The Great Rebalancing, “El impacto… se manifestará, probablemente, como la ‘pérdida’ de una década o más para China”.
¿Por eso colapsaron los valores chinos? No tanto. El mercado accionario de China es un semillero de especulaciones y para nada indica la dirección de la economía. Solo 7 por ciento de la población urbana invierte en acciones y 69 por ciento de los chinos tiene el equivalente a menos de 15 mil dólares en una cuenta bancaria, informa Andy Rothman, importante estratega de inversiones en Matthews Asia. De modo que, aunque el mercado accionario se resquebraje, eso no significa que la economía china –y si a esas vamos, tampoco la estadounidense– esté por caer en una recesión.
De cierta manera, tiene sentido que el mercado accionario de Estados Unidos flaqueara con la noticia de la ralentización china. Los líderes corporativos, igual que muchos analistas de valores, se enamoran de los análisis de líneas rectas y durante la primera década del presente siglo, la línea subió directo a las nubes en cuanto concernía a la economía de China. Se suponía que ese país se convertiría rápidamente en el mayor mercado mundial para todo, así que las Fortune 500 estadounidenses y todas las demás, invirtieron fortunas con base en esa premisa. Un amigo forma parte de las juntas directivas de dos grandes fabricantes estadounidenses y asegura que el crecimiento de sus ventas en China fue de 4 y 6 por ciento durante este año. El problema es que anticiparon un crecimiento de 8 y 10 por ciento; y en consecuencia, por primera vez en más de una década, las dos empresas están perdiendo dinero en China.
No obstante, es evidente que el mercado estadounidense exageró. En agosto 24, Tim Cook, director ejecutivo de Apple, tomó una medida excepcional enviando un correo a Jim Cramer, de CNBC para informar que las ventas de iPhone en China habían aumentado más rápidamente de lo esperado. ¿Cuál podría ser la razón? La razón es que los consumidores urbanos tienen dinero y siguen gastando. Y eso no va a cambiar a corto plazo. Al parecer, los inversionistas terminaron por asimilar esta información cuando el mercado repuntó, en agosto 26 y 27.
A pesar de la retórica fatalista televisiva, la transición económica de China beneficiará la economía global a largo plazo. Si bien Pekín tenía reputación de impulsar el crecimiento, su manipulación monetaria ha producido grandes excedentes comerciales que, de hecho, han mermado el crecimiento de sus socios comerciales. Mas eso va a cambiar. Al cierre de operaciones de agosto 25, el Banco Popular de China anunció cortes ulteriores en sus tasas de interés y sus reservas, decisiones políticas que presuntamente incrementarán el efectivo circulante en la economía y, por ende, el consumo. En palabras de Patrick Chovanec, director administrativo y jefe de estrategias en Silvercrest Asset Management, Nueva York: “Al impulsar el consumo frente a un ajuste económico por demás difícil, China puede convertirse en una fuente de demanda muy necesaria y un auténtico motor de crecimiento para la economía mundial”.
Claro está, China tiene un problema de deuda; el monto total se ha disparado de alrededor de 85 del PIB, en 2008 a casi 208 en la actualidad. Casi toda la deuda está en manos de compañías estatales, agencias financieras de gobiernos locales y desarrolladores de bienes raíces. Eso significa que el gobierno tiene, virtualmente, ninguna posibilidad de recurrir a un crédito masivo para reactivar la economía. Y aquí, la interrogante es si podrá evitar una crisis de deuda inesperada, como un gran pánico bancario o un grave incumplimiento de deuda en el sector de la banca en la sombra. Ambas son posibilidades reales. Pero si el crecimiento de China se ralentiza gradualmente y la emisión de deuda crece con mucha más lentitud, su preocupante proporción deuda/PIB podrá empezar a reducirse.
En otras palabras, terminó el boom, pero Pekín no está en llamas. El crecimiento lento puede ser justo lo que China y el mundo necesitan.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek.