El Greñas: ahora detecto cuando soy violento.
“¿Qué? ¿Ya se acabaron las vacaciones?”
Así recibió su madre a Javier después de más de dieciséis años, cuando el hombre que había dejado la juventud entre las rejas de la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla regresó a la casa paterna el mismo día que obtuvo su libertad.
Javier ahora incluso se ríe cuando recuerda las palabras de su madre, muerta hace más de un año: “Es que antes de que me detuvieran me fui a Oaxaca, y ahí me apresaron. Les había dicho a mis papás: ‘Me voy a ir de vacaciones a Oaxaca’”.
En esos meses que Javier volvió a vivir con sus padres la relación con su madre cambió radicalmente: “Cuando salí ya estaba muy enferma; entonces el tiempo que estuve con ella la disfruté al máximo. Platiqué con ella como nunca platicaba antes de que me agarraran, la ayudé como nunca…. O sea, la cárcel te hace más consciente”.
Parte del “milagro” de esa nueva conciencia lo obró el teatro. Si siendo niño lo llevaban a ver a Cachirulo y lo disfrutaba como loco —un poco más grande, incluso, actuó en un programa de Canal 11—, cuando se convirtió en adulto y un día se halló preso en Santa Martha con una sentencia de más de dieciséis años y el mote del Greñas, el teatro lo atrapó como un tornado que fue capaz de apagar el rencor que llevaba dentro.
“Para empezar ya no me drogo. Y siempre lo digo: abusé mucho de las drogas. Y me he hecho más consciente: estoy más alerta de mi entorno a donde quiera que voy”, cuenta.
A pesar de que sonríe casi todo el tiempo, en ocasiones una sombra triste le obnubila la mirada. Hace una pausa breve para recordar y continúa con el recuento de aquello que el teatro cambió en él: “Ejercía violencia conmigo mismo y con la gente que me rodeaba, como mi expareja. Hoy en día, con Elizabeth, mi actual esposa, trato de no… más bien no lo hago, y si lo hago lo detecto y le digo: ‘¿Sabes qué? Discúlpame’. Pero ya lo detecto”.
Adentro de las paredes blancas con líneas azules de la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla, a donde van los hombres que ya recibieron una sentencia, Javier conoció a Itari Marta Mena, y a través de ella, el proyecto de impacto social del Foro Shakespeare. Primero comenzó a tomar los talleres que ofrecían Itari y otros maestros; luego, cuando el grupo de internos que asistían puntualmente a las clases decidió bautizarse como la Compañía de Teatro Penitenciario, participó en la primera puesta en escena: Cabaret pánico, de Alejandro Jodorowski, en una adaptación de la propia Mena.
Pero el Greñas no se quería hacer ilusiones tan pronto. Cuando Itari Marta y los otros maestros del Foro Shakespeare les dijeron que la idea era que al salir de la cárcel pudieran vivir del teatro, Javier no lo creía: “Yo decía: ‘No, me voy a morir de hambre’. Eso lo pensaba estando yo en reclusión. Pensaba: ‘No me van a dar trabajo, no sé actuar’”.
El tiempo le demostró que no tenía razón; después de Cabaret llegó Ricardo III, y ya en libertad, El mago Dioz.
Ya no era el Greñas. Simplemente volvió a ser Javier. Un Javier que se transformaba en el personaje que le tocara, él, que siempre había sido muy tímido.
“En mi vida personal soy muy penoso. Hasta mi padre, cuando me iba a ver actuar, me lo decía: ‘Yo no sé cómo eres actor si eres bien penoso’. Yo sólo le digo: ‘Pues no sé. En el escenario se me quita’”.
Hoy Javier no sólo actúa, sino que comparte lo que ha aprendido con los jóvenes internos en el Centro de Tratamiento Especializado para Menores en Conflicto con la Ley de San Fernando, Tlalpan. No ha sido fácil, pues a los chicos les cuesta trabajo confiar en los que llegan de afuera para intentar enseñarles algo, lo que sea.
“Es más difícil que en una penitenciaría por la edad y la situación”, detalla. “Ahí un joven está, así haya matado a treinta, máximo cinco años”. Muchos se van sin haber terminado los montajes; otros, aunque siguen ahí, los abandonan a la mitad. Pero Javier siente que así puede compartir lo que él ha aprendido, y con un poco de suerte, cambiar la vida de alguien más.
El Isra: allá adentro es el propio reflejo de la sociedad.
Israel tiene la mirada dulce. De entrada choca con su apariencia de gigante corpulento, moreno, de pelo negro cortado a lo cepillo. Él fue uno de los primeros miembros de la Compañía de Teatro Penitenciario que, cuando salió de la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla, comenzó a trabajar en el Foro Shakespeare. Así explica su transformación: “El teatro me ha ayudado; ha habido una sanción, ha habido una purgación, y sé que el teatro también es un ritual, entonces sí es como entender que también el teatro me dio una herramienta y ahora puedo utilizarla como una fórmula de vida”.
Cuando era joven, Israel acompañó a unos amigos a una fiesta. No quiere contar qué pasó después, pero eso, lo que haya sido, le cambió la vida para siempre.
“Yo decidí irme con unos chavos a una fiesta y es mi responsabilidad”, recuerda. Lo que sucedió en aquella fiesta lo llevó al Centro de Tratamiento de San Fernando, porque entonces era menor de edad, y luego a la Penitenciaría de Santa Martha.
Así recuerda esos momentos: “Fíjate que cuando llegué sí tenía como resentimiento social, resentimiento hacia las autoridades: ‘Oye, ¿por qué estoy aquí si yo no cometí esto?’. Hubo una lucha, pero fue un aprendizaje porque empecé a crecer como ser humano. Creo que fue una parte de lo que agradezco a la vida: poder estar en ese lugar para después compartir. No me arrepiento porque aprendí muchas cosas y las sigo aprendiendo. Me di cuenta de que es un contexto muy pequeño, pero es el propio reflejo de la sociedad”.
Después de pasar diecisiete años preso, hoy Israel, además de actuar en las obras de la Compañía de Teatro Penitenciario, participa en otros montajes del Foro Shakespeare, como Las 80 mejores amigas y, además, al igual que Javier, imparte talleres a los chicos de San Fernando. Ahí, donde alguna vez tuvo que vivir, comparte con los adolescentes lo que el teatro le dio.
“Yo no voy a darles talleres para que se conviertan en actores, sino para otorgarles las herramientas que a mí me han ayudado, para que ellos puedan reconocer su propia violencia”.
El Mares: “Cuando salí de la penitenciaría dije: ‘Yo quiero ser alguien’”
Alejandro Mares tiene 63 años de edad; los últimos veinte los pasó en la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla. Aunque desde niño le gustaba el teatro y actuaba en obras en torno a la Revolución Mexicana mientras cursaba la escuela primaria, nunca pensó que eso pasaría de ser sólo un juego a convertirse en su verdadera vocación, quizá la única que ha tenido en toda su vida.
“Mis padres eran comerciantes y me inculcaron que debía ser una persona solvente y una persona responsable”, recuerda. “Les agradezco que me hayan enseñado el trabajo del comercio. Porque sí lo trabajé y me fue muy bien”.
Pero la vida no ocurrió como la tenía planeada, y Alejandro cayó en la cárcel a los 43 años de edad.
“En el Reclusorio Oriente duré nada más dos años, 2002 y 2003. A partir de ahí empecé a actuar. Pero lo hacía con payasitos o, por ejemplo, con los que hacían mímica, malabares. Hacíamos shows para la misma gente que llegaba de visita”, cuenta.
Una vez sentenciado, don Alejandro fue trasladado a Santa Martha.
“Entonces dije: ‘Bueno, voy a adaptarme también aquí a esta cárcel; voy a ver qué es lo que hay, voy a preguntar cómo puedo seguir en el teatro porque es lo que a mí me gusta’”.
Ahí se encontró con un grupo que se llamaba El Mago y que se dedicaba a montar pastorelas. Alejandro se sintió feliz cuando lo dejaron integrarse. Como podían, sin saber demasiado de actuación, los miembros de El Mago sólo pensaban en espectáculos que pudieran hacer más agradable la visita en el penal.
“La cárcel es un lugar muy frío, y nosotros queríamos que la gente que fuera ahí viera otro tipo de cárcel”, rememora.
Pero la experiencia no pasaba de ahí. Hasta que, en el año 2009, llegó al Foro Shakespeare.
“Apareció Itari Marta, que es una persona muy inteligente y muy buena porque nos ha ayudado muchísimo. Ella nos empezó a dar talleres y nos envió gente profesional, gente que ya tiene muchos años trabajando en el teatro, y con eso fuimos aprendiendo para presentar mejores obras al público”.
Alejandro también actuó en Cabaret pánico y Ricardo III, pero cuando comenzaron los ensayos de El mago Dioz salió en libertad. Sin embargo, se integró al elenco y, al igual que Israel y Javier, acude todos los sábados a dar función a la que fue su casa durante muchos años.
Además, también trabaja en el Foro Shakespeare y en El 77, un foro cultural en la calle de Abraham González en donde los miembros de la Compañía de Teatro Penitenciario que ya están en libertad dan talleres gratuitos de stand up comedy, doblaje y dirección a los vecinos de la colonia Juárez del Distrito Federal.
“Yo creo que hay que aprovechar todos ese tipo de oportunidades que tenemos, porque al salir de la cárcel y contar con antecedentes penales no es fácil que nos den trabajo, y mucho menos a mi edad.”
En sus tiempos libres, Alejandro se encarga también de las labores de mantenimiento de El 77: “Pintando, lavando puertas, haciendo limpieza, carpintería, plomería, lo que es en general el mantenimiento”.
Después de veinte años de no cruzar una avenida ni utilizar el metro, al principio le costó trabajo acostumbrarse a su libertad: “Veinte años son muchos, pero la verdad se me fueron rapidísimo. No puedo decir que disfruté la cárcel porque no la disfruté, pero simplemente llevé una cárcel sana, una cárcel de reflexiones, una cárcel de trabajo, una cárcel que me ayudó muchísimo como persona para reintegrarme a la sociedad”.
Alejandro Mares tenía una meta muy clara cuando abandonó la prisión, una meta en la que hoy continúa trabajando todos los días: “Cuando salí de la penitenciaría dije: yo quiero ser alguien. Y quiero seguir actuando, haciendo lo que me gusta”.