Fue un gesto mezquino, un error motivado por la testarudez, del cual aún se arrepiente. En 1997, tras años de disputas y violencia en Irlanda del Norte, el primer ministro británico, Tony Blair, y su jefe de personal, Jonathan Powell, se reunieron con líderes del Ejército Republicano Irlandés para hablar de un posible acuerdo de paz. Pero al sentarse a la mesa con sus homólogos del ERI —grupo que había herido a su padre y amenazado de muerte a su hermano—, Powell se negó a estrechar sus manos.
Un año después, británicos y ERI firmaron el Acuerdo de Viernes Santo, poniendo fin al sangriento conflicto y Powell, uno de los principales arquitectos del tratado, lo recuerda hoy como uno de sus logros más difíciles y satisfactorios. Entrevistado por Newsweek en su despacho londinense, el político de 58 años revela que alguna vez prefirió las armas a las negociaciones, mas la experiencia con ERI le convenció de que el diálogo con grupos terroristas es crítico para derrotarlos o al menos, para resolver conflictos.
En su nuevo libro, Terrorists at the Table: Why Negotiating is the Only Way to Peace (Terroristas a la mesa: por qué la negociación es el único camino hacia la paz), Powell argumenta que no es posible utilizar solo la fuerza para derrotar a las organizaciones terroristas que gozan de un apoyo popular significativo, pese a que Occidente recurre a medidas brutales e inescrupulosas. Y ni qué decir de grupos nacionalistas como ERI y extremistas religiosos como ISIS y al-Qaeda. “Cada vez que encontramos un nuevo grupo terrorista, nos convencemos de que son distintos y que nunca negociaremos con ellos”, explica Powell. “[Pero] cualquiera que piense que una campaña de bombardeo, por sí sola, puede degradar y destruir al Estado Islámico, se equivoca. Lo más sensato es abrir un canal… para entendernos mejor”.
Washington se encuentra enredado en una guerra aparentemente interminable contra el Estado Islámico y al-Qaeda y aunque Estados Unidos retiró sus fuerzas de Afganistán en 2014, sigue tratando de ayudar al gobierno de Kabul a poner fin a la guerra contra el Talibán. En otras palabras, las introspecciones de Powell tal vez nunca han sido más relevantes. “El problema no es negociar con los terroristas”, escribe, “sino ceder. No es lo mismo”.
Desde hace décadas, la política oficial estadounidense ha consistido en destruir organizaciones terroristas en vez de sentarse con sus líderes en una cumbre cervecera o a tomar una taza de té. El presidente Ronald Reagan forjó esa política a principios de los años ochenta, poco después que estudiantes iraníes irrumpieran en su embajada de Teherán y tomaran 52 rehenes estadounidenses. “Creo que ha llegado el momento de que los países civilizados dejen claro que el mundo no da cabida al terrorismo”, declaró Reagan durante el debate presidencial con Jimmy Carter. “No habrá negociaciones con terroristas de ninguna clase”.
No obstante, entre bambalinas o a través de apoderados, el gobierno de Washington ha negociado con grupos terroristas. A mediados de la década de 1980, la administración Reagan violó un embargo al vender armas a Irán en secreto, con la intención de liberar rehenes de un grupo que operaba en Líbano y tenía nexos con Teherán (más tarde, Washington utilizó el dinero para financiar rebeldes anticomunistas de Nicaragua). A principios de la década de 1990, la Casa Blanca del presidente George H.W. Bush negoció con Hizbulá para liberar prisioneros estadounidenses en Líbano y años más tarde, Bill Clinton envió diplomáticos a negociar con el Talibán y se reunió, personalmente, con el líder de Sinn Féin, brazo político de ERI. En 2002, no mucho después de iniciada la “guerra contra el terror”, la administración de George W. Bush organizó el pago indirecto de 300 000 dólares para la liberación de dos misioneros estadounidenses retenidos por Abu Sayyaf, grupo islamista de Filipinas.
Los críticos han denunciado esta política desde hace mucho, argumentando que crea confusión. En 2014, luego que el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) secuestrara a varios estadounidenses en Siria, la Casa Blanca se negó a pagar rescate y dijo a las familias de los rehenes que la ley de Estados Unidos les prohibía negociar con terroristas. Sin embargo, al mismo tiempo (2014), la administración utilizó intermediarios qataríes para negociar con el Talibán por la liberación del sargento del Ejército Bowe Bergdahl.
Algunos insisten en una postura más firme, temerosos de que diálogos y negociaciones legitimen a los fanáticos violentos. “Es ingenuo y peligroso creer que puede abrirse el diálogo con grupos terroristas medio orientales como Hamas, el Estado Islámico o Hizbulá”, dice Nitsana Darshan-Leitner, directora del Centro Jurídico de Israel Shurat HaDin, organización de derechos civiles que combate grupos terroristas. “En esta región del mundo, cualquier acto de convenio político es percibido como debilidad y solo sirve para fomentar más violencia extremista”.
Con todo, Powell asegura que es absurdo apoyarse solo en la fuerza para derrotar al terrorismo y recuerda los años ochenta, cuando Hafez Assad, padre del dictador sirio Bashar Assad, aplastó una rebelión de la Hermandad Sunita Musulmana en la ciudad de Hama, al norte del país. Assad padre acordonó la población con tanques y artillerías, y la arrasó por completo matando a decenas de miles de habitantes. Pero, aun con semejante brutalidad, solo consiguió sepultar el conflicto temporalmente. Durante años, el resentimiento fermentó bajo la superficie y finalmente estalló en las protestas de la Primavera Árabe de 2011. Ahora, al iniciar su quinto año, la guerra civil ha cobrado más de 230,00 vidas y desplazado a millones de personas.
“Negociar con terroristas no es cuestión de perdonar u olvidar el pasado”, escribe Powell. “Mantener una postura práctica frente al futuro…[confiere] la máxima prioridad a la cesación del derramamiento de sangre”.
Pero solo hablar con terroristas es tan ineficaz como volarlos en pedacitos, dice Powell. Terminada su labor en el gobierno, dirige ahora Inter Mediate, organización no gubernamental que trabaja moderando conflictos. No revela, exactamente, cuáles trata de resolver, pero sigue considerando que la fuerza es un aspecto crítico para combatir terroristas y llevarlos a la mesa de negociaciones, incluidos fanáticos como el Estado Islámico. “No hablaría con [el Estado Islámico] de un califato, de las cosas que exigen”, comenta. “Sin embargo,… necesitamos empezar a entenderlos. Alguien debe ir allá y sentarse a conversar con ellos: ¿Qué piensan del tratamiento que reciben los sunitas en Irak y Siria?”
“Desde el punto de vista técnico, es posible negociar con cualquiera en determinado momento”, reconoce Vali Nasr, decano de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados Paul H. Nitze en la Universidad Johns Hopkins. “El problema es que esos grupos insurgentes u organizaciones terroristas no siempre están abiertos al diálogo. El Estado Islámico va en ascenso. Triunfante. Primero hay que humillar [al grupo] para que se conforme con menos de lo que cree que puede ganar con la guerra”.
Pero Powell y otros afirman que, a largo plazo, no hay grupo que permanezca completamente intransigente. “Abstenernos de hablar con individuos a quienes denominamos terroristas, nos priva de información sobre ellos y confirma nuestros prejuicios preexistentes”, dice Barnett Rubin, ex funcionario del Departamento de Estado y miembro del Centro de Cooperación Internacional de la Universidad de Nueva York.
“Muchos equiparan la negociación con apaciguamiento”, agrega Peter Galbraith, ex embajador estadounidense en Croacia. “Negociar no es regalar. Es difícil encontrar la manera de negociar con al-Qaeda o [el Estado Islámico], dado que solo parecen interesados en la violencia. Mas puede haber circunstancias en las que incluso eso tenga sentido”.
Lo crucial, señala Powell, son la confianza y el momento oportuno. Explica que, históricamente, la separación de las políticas oficiales y no oficiales de Washington ha sido un inconveniente para ambas. En 2004, al-Qaeda en Irak —precursor del Estado Islámico— llamó a los sunitas descontentos a unirse contra la ocupación de Estados Unidos. El grupo utilizó bombarderos suicidas y dispositivos explosivos improvisados para atacar efectivos chiitas y estadounidenses. Al parecer, Washington no negoció con el líder del grupo, Abu Musab Zarqawi, mas hizo tratos con tribus sunitas que apoyaron inicialmente la insurgencia y después de hartaron de la brutalidad de al-Qaeda. Aquel esfuerzo, conocido como Despertar Sunita, contribuyó a expulsar del país al grupo de Zarqawi.
Powell insiste en que ese esfuerzo debió iniciar antes. “Siempre postergamos, en demasía, la negociación con grupos armados; y en consecuencia, mucha gente muere innecesariamente”, escribe en The Guardian. “El general David Petraeus reconoció, en Irak, que Estados Unidos tardó mucho en negociar con aquellos ‘que tenían sangre estadounidense en sus manos’. Postergamos con el argumento de que negociar es riesgoso, mas la experiencia apunta a que el verdadero riesgo es no negociar”.
Hoy, cuando un proceso parecido se desarrolla en Siria, la Casa Blanca parece mostrase abierta a la idea de negociar. El mes pasado, el presidente Barack Obama dijo que Estados Unidos no hará concesiones a los grupos terroristas, aunque está dispuesto a conversar con ellos. Agregó que su gobierno no perseguirá judicialmente a las familias de cautivos que intenten hacer lo mismo. Para Powell, eso significa que si Estados Unidos y otros países aún no están listos para negociar con ISIS y al-Qaeda, es posible que tarde o temprano lo estén. Como dijera Hugh Gaitskell, ex líder del Partido Laborista británico: “Todos los terroristas terminan con un trago en el Dorchester, invitados por el gobierno”.