CULIACÁN, Sin.— Son apenas unos treinta y el mayor tendrá cerca de veinticinco años. Caminan por un carril de la avenida Álvaro Obregón, la principal arteria de Culiacán, con cartulina en mano y dando de gritos.
Son consignas en un remedo de marcha para celebrar la segunda fuga de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo.
Es la tarde del martes 14 de julio y estos jóvenes atendieron, explican, una convocatoria lanzada por redes sociales. Sólo están ellos, y aun siendo pocos, se animan a hacer el trayecto de dos kilómetros que ya por tradición se sigue en cualquier marcha o desfile, de las escaleras al pie del templo de la Lomita a la Catedral.
Los muchachos y muchachas repiten como ideologizados: el Chapo Guzmán da empleo. El gobierno no. Que mejor invierta en escuelas los 60 millones de pesos que ofrece como recompensa.
Así repite uno de los “marchantes”, que dice tener dieciséis años. Es alto, gordo y con cara de niño.
–¿Por qué apoyas al Chapo?
—Por qué da empleos, ayuda a la gente.
—¿Tú trabajas?
—Sí.
—¿En qué?
—Soy paquetero.
Y así como él, todos presumen las bondades del líder del Cártel de Sinaloa, pero ninguno puede dar testimonio de haber sido beneficiado de manera directa por el “capo generoso”.
Esta vez, los seguidores de Guzmán Loera son objeto de burla, o son ignorados por quienes los topan en el trayecto. No fue así el 26 de febrero de 2014, cuatro días después de la recaptura en Mazatlán, Sinaloa.
En un hecho inédito, entre ochocientas y mil personas, entre niños, jóvenes y adultos, recorrieron los mismos dos kilómetros para exigir la liberación del Chapo, para demandar la no extradición, o para reclamar por la reaprehensión.
“El Chapo defensor y protector del pueblo, exigimos su liberación”, reclamaban en pancartas.
“Al Chapo se le quiere y se le respeta, más que a cualquier mandatario”, rezaba otra lona rotulada.
La marcha no fue espontánea, hubo coordinación logística de por medio que incluyó un par de bandas de tambora, así como reparto de botellas de agua y tamales. Se vio gente del “ambiente” entre los manifestantes.
Con todo, lo que sorprendió fue el discurso de ese sector de la población de Culiacán que pertenece a la clandestinidad.
Uno con reivindicaciones sociales de un bandido que ayuda, que da de comer, que es querido.
¿Cómo llegamos a esto?
EL VENGADOR SOCIAL
Durante décadas, la gente relacionada con el tráfico ha coexistido en Sinaloa, con Culiacán como epicentro, con los ciudadanos comunes y corrientes. Legalidad e ilegalidad en un mismo espacio. Con el tiempo, las distancias se han acortado y hoy por hoy ambos mundos viven una relación de reivindicación y miedo que se ejemplifica con la figura que representa Joaquín Guzmán Loera, el Chapo.
Tomás Guevara Martínez es el coordinador del Laboratorio de Estudios Psicosociales de la Violencia de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Tiene al menos diecisiete años estudiando el fenómeno de la violencia, lo que no le ha quitado el buen humor que manifiesta siempre que se conversa con él.
El psicólogo social sostiene que el desgaste del sistema político por el uso clientelar de los ciudadanos, la corrupción y el enriquecimiento inexplicable han propiciado que sectores de la población se sientan reivindicados por las acciones que una persona como el líder del Cártel de Sinaloa emprende contra el gobierno.
“Hacer un partido político y dedicarse a eso como que es un buen negocio, la gente puede vivir del presupuesto, se lleva a sus cuates, etcétera; entonces, ante la presencia de un poder político que burla, que utiliza al pueblo y de repente encontrarse ante la presencia de un sujeto que se burla de la autoridad es como reconstruir un Robin Hood contemporáneo, globalizado, un Robin Hood que se convierte en algo así como el vengador de la sociedad”, explica.
“La gente comienza a perder esta parte que fue fundamental para justificar el enfrentamiento contra los grupos del crimen organizado, que era la cuestión moral, lo malo del narcotráfico es la cuestión inmoral que contiene, envenena a los jóvenes, y eso con una fuerte carga de moralidad había sido el sostén de toda una manera de asumir a estos grupos.”
Y es que Guevara describe en tres fases el desarrollo de la relación narcotráfico-sociedad.
Ubica una primera etapa en las décadas de 1950 y 1960, cuando el tráfico aún no se organizaba y las circunstancias sociales estaban más orientadas al reparto de tierras y luchas estudiantiles.
Entonces, dice, la gente rechazaba al narcotraficante porque su actividad era inmoral.
Pasa el tiempo, el crimen se organiza, llega la crisis económica de la década de 1980 y las circunstancias son distintas. Ahora los jóvenes tienen que preocuparse por conseguir un empleo para desarrollar un proyecto personal.
Comienza el declive político, la gente comienza a reconocer el narcotráfico y justifica que sólo matan al que está involucrado.
“Pero de repente”, advierte Guevara, “las situaciones cambian”.
“Hay este desgaste del sistema político, hay todo este incremento de la falta de credibilidad, y entonces, la aparición, el papel, el rol de estos sujetos, deja de ser ahora el del delincuente que comete actos inmorales; se convierte ahora en el sujeto que tiene la oportunidad de vengar a la sociedad, que se burla de la autoridad, que se les escapa… algo sucedió en la mente de la sociedad que se fue por ese rumbo y entonces el Chapo empezó a convertirse en el representante de una manera de pensar de mucha gente”.
El nivel de descrédito político se refleja en el estudio Confianza en las instituciones, del Gabinete de Comunicación Estratégica de inicios de este año.
A la pregunta de si prestaría las llaves de su casa al presidente de la república, el 78.83 por ciento de encuestados respondió que no.
El 79.9 también contestó que no prestaría al gobernador las llaves de su hogar, y el 81.5 dijo que tampoco al presidente municipal.
Los partidos políticos, mientras tanto, aparecen en el fondo de la tabla con un 1 por ciento de confianza en las instituciones.
En el caso concreto de Sinaloa, la abstención ha llegado recientemente a niveles preocupantes.
De acuerdo con los archivos del Consejo Estatal Electoral, la abstención rompió su marca en elecciones locales de 2013. A escala estatal alcanzó el 54 por ciento, y en Culiacán fue del 67 por ciento.
NARCOMIMETISMO
En contraste con el descrédito político, sectores de la población fueron desarrollando cierta tolerancia a figuras como Guzmán Loera.
El estudio Perfil Joaquín el Chapo Guzmán, también elaborado por el Gabinete de Comunicación Estratégica y liberado el 13 de julio, dos días después de su segunda fuga de un penal de máxima seguridad, arroja que en Sinaloa un 40 por ciento de encuestados asocia al capo con Pancho Villa o Chucho el Roto, cuando a escala nacional el 36 por ciento lo identifica más con el temido secuestrador Mochaorejas.
Y si bien un 55 por ciento de sinaloenses piensa que el líder del cártel hace mucho o algo de daño a la sociedad, el 31 por ciento asegura que en poco o nada afecta.
Entre los atributos que le encuentran, en primer lugar aparece que es inteligente con un 88 por ciento, le sigue el de astuto, con el 86 por ciento y, en tercer lugar, el de generoso, con un 55 por ciento.
Tomás Guevara observa que para sectores de la población sinaloense hay una identificación personal con los capos de la mafia por el hecho de que son de su tierra.
“Son de su tierra, porque son familiares, porque son sinaloenses, hay una identificación personal muy fuerte con el narcotráfico construida durante décadas, no es un fenómeno nuevo”, subraya.
“Porque además habría que plantear que el narcotráfico en Sinaloa es un problema que la autoridad dejó crecer, dejó pasar, y construyó un monstruo que se está devorando ahora al poder legítimo. Un poder paralelo que ha crecido y que ahora muestra que puede hacer lo que quiera.”
EL ROSTRO DE LA VIOLENCIA
El Chapo podrá ser para algunos una figura que represente el vengador social ante los políticos que abusan del pueblo, pero el romanticismo se acaba cuando se tiene a los criminales frente a frente en la vida cotidiana.
En marzo de este año, aunque hay quienes aseguran que desde enero, al surponiente de Culiacán, a plena luz del día aparecieron “punteros” en las esquinas de esa vialidad, una importante vía de considerable tránsito y tipo corredor comercial, donde nunca antes se había visto la presencia de estas personas.
También conocidos como “halcones”, son vigías que forman parte de una red de recolecciónprimaria de información que utiliza la delincuencia organizada para saber quién entra y quién sale de determinada zona. Son los ojos y oídos del crimen.
“Empezamos a notar la presencia de unos individuos que no hacían nada, y al no hacer nada y estar tanto tiempo, los empieza uno a observar a ellos”, comparte Eleazar, a quien por motivos de seguridad se le llamará así en este reportaje.
“Entonces, causaban desconfianza y llegó un momento en que de tantos días, y como la vigilancia la mantenían día y noche, se veía hasta que cambiaban de turno y entraban otros tipos.”
Algunos comerciantes dieron aviso a la Secretaría de Seguridad Pública de Culiacán.
Las patrullas llegaban, intercambiaban palabras con los “punteros” y se iban.
Al principio, describen, eran hombres entre los veinticinco y treinta y cinco años, vestidos de manera común, con mezclilla y playeras; portaban radios y celulares.
De vez en vez, ya sea en moto o camioneta, se acercaban otros a platicar con ellos, daban la impresión de que eran supervisores.
“El problema es (desconocer) para quién estén trabajando, ya sea para el lado de los buenos o para el lado de los malos, cuando ya no trabajen pueden hacer muchas cosas con la información que tienen (de nosotros), extorsiones, secuestros, es la preocupación que tenemos los vecinos”, expresa Eleazar.
Pasaron las semanas, los vecinos comenzaron a tener inevitables interacciones en el día a día, hasta que fueron adaptando sus rutinas a la presencia de estos misteriosos “halcones”.
Incluso, les llegaron a decir que no tenían de qué preocuparse, que ellos vigilaban, que cualquier cosa inusual daban aviso por radio y que en minutos los refuerzos estarían ahí.
“Mientras estemos aquí nosotros, no va a pasar nada”, les habrían dicho.
“Y, efectivamente”, reconoce Eleazar, “hay una vecina que cada año la asaltan; este año es la primera vez que no la asaltan en seis años seguidos. Ahora ya no sabe uno si es bueno o es malo”.
Para mayo, los punteros ya no se vieron, desaparecieron de la calle. Los vecinos pensaron que así como llegaron así se fueron, pero no tardaron mucho para notar de nuevo su presencia: ahora para guardar discreción, están en los techos de las casas y oficinas de la zona. Y son más jóvenes, entre diecisiete y veintitrés años.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en 2014 Sinaloa tuvo una tasa de prevalencia delictiva de 23 588 delitos por cada cien mil habitantes, un poco debajo de la tasa nacional que fue de 28 224.
El INEGI calcula además que, en la entidad, el 23.6 por ciento de la población fue víctima de un delito el año pasado, lo que ha modificado las actividades cotidianas.
Según la Envipe, las principales actividades que los sinaloenses han dejado de hacer por temor de convertirse en víctimas de un delito son permitir que salgan sus hijos menores de edad, usar joyas y salir de noche. Y es que, en Culiacán, los vampiros salen al caer el sol.
ORO Y SANGRE EN LA NOCHE
Con la recaptura del Chapo, sus días en prisión y su fuga del penal de máxima seguridad del Altiplano, en Culiacán las cosas no cambiaron.
La intensa vida nocturna de la ciudad da cuenta de ello.
“Créeme que en Culiacán, en la madrugada ves muchas cosas”, dice Héctor, quien desde finales de la década de 1990 ha trabajado en bares y antros de la capital sinaloense.
“Ves Vipers por la (avenida) Obregón a ciento ochenta kilómetros por hora a las tres, cuatro de la mañana; ves convoyes de carros, ves carros que jamás habías visto de día en Culiacán, nada más en la noche, como un par de Lamborghinis, que en el día no los ves; ráfagas de balazos, calles cerradas con la banda y nadie les dice nada”, describe.
De todos los lugares que ofertan diversión por las noches, la gente involucrada en el crimen organizado es atraída por los que están de moda, hay música moderna, reguetón o banda.
Héctor describe que en la década de 1990 había respeto, pero la anarquía llegó con la nueva generación.
“Llega un momento en que agarran a gente, o la matan y los que eran empleados suben de categoría, ¿y qué pasa?, que los que empezaron como gatos no traen la educación de los mandos. Son prepotentes, maleducados. Cada vez son más jóvenes los que manejan eso”, comenta. “Y ya entran armados, y si haces bronca te friegan.”
Simplemente hay gente a la que no puedes decirle que no. Si quieren entrar “ensillados”, es decir, armados, los dejas. Si quieren seguir el after con banda incluida, corren al resto de la gente y los dejan a ellos, con su séquito de amigos, mujeres y escoltas, tomando hasta las siete de la mañana.
La bebida preferida es el Buchanan’s 18, “suave a la lengua”, como se publicita el whisky. En un antro de la ciudad puede llegar a valer entre 1700 y 2100 pesos, dependiendo del lugar.
Incluso, hay otros más exquisitos que optan por el Buchanan’s 21 Red Seal, que en un antro puede llegar a costar hasta 6000 pesos.
Hay chicas que suelen pedir Dom Pérignon, que en un antro puede costar 2500 pesos. Algunas tuercen la cara con la amargura del champán y dejan el resto de la botella.
Las cuentas de estos jóvenes delincuentes pueden llegar a ser generosas: 10 000, 15 000 y hasta 20 000 pesos.
“La mayor que a mí me ha tocado ha sido de 22 000 pesos, botellas, cervezas, todo”, comparte Héctor.
Pero no todo es tan ostentoso o generoso, en Culiacán se han contado varios asesinatos en antros. Unos han sido clausurados, otros no.
Y las causas que se comentan en esa vida nocturna describen más una tontería que es increíble convencerse de que así puede perderse la vida, como por un lío de faldas, por ejemplo.
“Otro amigo también tuvo problemas y al salir lo estaban esperando y le pegaron un balazo en la cabeza”, cuenta.
—Hasta antes de la recaptura había anarquía, ¿y qué pasó después?
—Se calmó un poco, porque los más allegados empezaron a tener bajo perfil, pero los trabajadores seguían saliendo, pero más tranquilos sin tanta anarquía como antes, pero la había. Había todavía gastos suntuosos, botellas, mujeres.
—Una persona como tú y tus amigos, ¿cómo sobreviven tantos años trabajando en antros?
—Si eres inteligente y observador te das cuenta cómo tratar a esa gente, cómo darles por el lado, cómo seguirles el rollo, por eso sobrevives. Si no sabes mínimo te dan unos golpes, si bien te va.
“Empiezas a observar su comportamiento, empiezas a observar cómo los trata la demás gente, sus empleados; qué haces, tratas de hacer lo mismo. Lo que quieren es atención. Simplemente atiéndelos lo más educadamente posible y respétalos, aunque hay unos que no les importa y de todos modos echan bronca por cualquier cosa.”
LA RULETA RUSA DEL NARCO
Tomás Guevara establece esa identidad que se genera con la figura del Chapo como vengador social, pero reconoce que en la proximidad cotidiana la gente tiene miedo.
Cada quién tiene su anécdota propia. Unos cuentan que un “pesado” les chocó el auto, pero que por recomendación del ajustador del seguro y agentes de tránsito tuvieron que hacerse responsables.
Otros narran que un vecino le sacó una pistola, molesto porque le pidió que bajara el volumen de la música.
Hay otros más que fueron “levantados” por andar cobrando deudas.
—Dice que nos sentimos reivindicados, pero también hemos sido víctimas en lo cotidiano, en este coexistir en el mismo espacio. Vengadores por un lado, pero prepotentes por otro, ¿cómo ve esto? —se le pregunta al psicólogo social.
—Sí hay esta bipolaridad, la gente se identifica con ellos, pero al mismo tiempo tiene miedo. Lo que en términos psicosociales muestra esta bipolaridad es que son peligrosos, sanguinarios; son crueles y entonces [provocan] miedo. Por el otro lado son vengadores y entonces [generan] identidad.
“La gente se identifica, pero siente mucho miedo. Es un poco como la sensación de estar jugando al alto riesgo. Identificarse con ellos es como tirarse en paracaídas, me la estoy jugando. Finalmente a la gente le gusta.
“Vivimos en una cultura donde correr riesgos es parte de nuestras prácticas cotidianas. Nos gusta correr riesgos. El otro día definía al sinaloense tan pragmático como el que se avienta de un avión, y ya que está cayendo busca si trae paracaídas.”