Marcus Santos ingresó en la Institución Correccional Estatal de Fayette siendo un hombre relativamente sano; pocas veces había enfermado y nunca había padecido asma o alergias. El único tratamiento que había tomado era una dosis diaria de Lisinopril para controlar la hipertensión. Antes de ser encerrado en Fayette, una prisión de máxima seguridad en LaBelle, Pensilvania, Santos levantaba pesas todos los días y se sentía orgulloso de su cuerpo y de sus músculos.
Poco después de llegar a Fayette, empezó a experimentar síntomas que indicaban que algo iba terriblemente mal. Lo primero fue una hemorragia nasal, seguida de dolores de cabeza. A los seis meses de haber iniciado su condena, Santos estaba débil y sufría dolor casi constantemente. Para ese momento, sus síntomas incluían verdugones graves e inexplicables e hinchazón en todo el cuerpo. Había sarpullidos y urticaria que cubría las axilas, los costados y la parte posterior del cuello. Los pies, los genitales e, incluso, los globos oculares se inflamaron en algún momento.
Nadie parecía saber qué le ocurría a Santos, actualmente de cuarenta y un años, quien purga una condena de cinco a diez años por vender cocaína. Los doctores atacaron sus síntomas con una batería de medicamentos para las alergias, pero ninguno de ellos funcionó. Santos comenzó a desesperarse. Algunas noches se quedó despierto hasta las 5 a. m., fregando su colchón con lejía, pues creía que las chinches lo picaban. Nunca dormía lo suficiente como para tener pesadillas. Era un sufrimiento terrible.
Santos se convirtió en una presencia constante en la enfermería de la prisión y, al final, uno de los doctores sugirió que sus síntomas podrían estar causados por una reacción alérgica a algo en el aire, quizás el polen.
Pero la fuente de los problemas de Santos era probablemente mucho más insidiosa. LaBelle es un pueblo rural al pie de las colinas en el suroeste de Pensilvania, cerca de la frontera de Virginia occidental y Ohio. La prisión se asienta sobre los bancos del río Monongahela, un tributario sobre el que circulan barcazas que transportan carbón a las acererías en Pittsburgh. También está cerca de un enorme vertedero de ceniza de carbón. Durante años, los residentes de LaBelle y, más recientemente, los carceleros de Fayette, se han quejado de que el sitio los enfermaba. En invierno, Santos había notado algo raro: una capa de polvo negro sobre la nieve blanca. Y empezó a preguntarse. ¿Acaso la ceniza de carbón que había en el aire lo estaba enfermando?
“SI LO LOGRAS…”
Mientras el sol salía sobre el oeste de Pensilvania, el 26 de agosto de 2012, Santos sintió que su garganta se cerraba, impidiendo el paso del oxígeno hacia sus pulmones. Caminó con dificultad hacia la unidad médica, donde el enfermero en turno le tomó la presión sanguínea. Era de 166 sobre 102. El enfermero tomó su temperatura, que era de 37.11 grados centígrados. Después revisó su respiración. “Pulmones limpios”, escribió el enfermero en sus notas. “Frecuencia y ritmo cardiaco normales.” Después le dio dos pastillas de antiácido Tums y le dijo: “Si lo logras, lo logras”. (El Departamento de Correccionales de Pensilvania [DOC, por sus siglas en inglés] declinó hacer comentarios para este reportaje.)
“Si lo logras, lo logras”, se repitió Santos a sí mismo, asqueado. Se sentaba a solas en su celda, pensando en su hijo de doce años mientras esperaba ver si iba a vivir o morir. Los segundos se transformaron en minutos. Los minutos se transformaron en horas.
De manera lenta, pero segura, la inflamación disminuyó. El oxígeno logró llegar a sus pulmones. Santos podía respirar.
“Me han disparado, me han apuñalado”, me dijo Santos recientemente. “No soy el típico niño bueno. He pasado bastante tiempo en la calle. Pero cuando tu cuerpo se vuelve contra ti porque hay algo que está fuera de tu control, y no puedes hacer nada al respecto, es algo que te cambia.”
POLVO FUGITIVO
Cuando el carbón se extrae de la tierra, debe ser lavado y procesado. Hasta la mitad de la década de 1990, en LaBelle funcionaba una de las plantas de preparación de carbón más grandes del mundo. Años de lavar carbón produjeron toneladas de desperdicios, y para mediados de la década de 1990, cuando sus propietarios abandonaron el sitio, LaBelle alojaba una enorme pila de esta “lechada”.
Las pilas abandonadas de desechos de carbón pueden contaminar el ambiente local, por lo que en 1996, el Departamento de Protección Ambiental (DEP, por sus siglas en inglés) de Pensilvania, junto con Matt Canestrale Contracting (MCC), una compañía local, empezó a deshacerse de la ceniza de carbón en el sitio. Este proceso, conocido como rescate de ceniza de carbón, está diseñado para estabilizar el ecosistema local. En teoría, se trata de una solución innovadora. Las centrales hidroeléctricas de todo el país generan toneladas de desechos de ceniza todos los años, y deben deshacerse de ellos en algún lugar. Sitios como el de LaBelle se consideran ideales porque, en teoría, la ceniza desechada se solidificará con la lechada, lo que impide que penetre en los mantos freáticos, detiene la propagación de la contaminación en el área y, en general, hace que el sitio sea más habitable. Teóricamente es una solución de ganar-ganar.
Sin embargo, muchas personas dudan de que los beneficios de rescatar el sitio superen los riesgos de desechar ceniza de carbón en un área poblada. “Algunas de las sustancias que contiene la ceniza de carbón se encuentran entre los elementos más tóxicos del planeta”, señala Barbara Gottlieb, directora de ambiente y salud de la organización Médicos por la Responsabilidad Social. En 2010, Gottlieb escribió un informe sobre los efectos de la exposición a la ceniza de carbón, en el que concluyó que “los elementos tóxicos de la ceniza de carbón tienen el potencial de dañar todos los sistemas de los principales órganos, perjudicar la salud física y el desarrollo e, incluso, contribuir a la mortalidad”.
Los problemas surgen cuando la ceniza de carbón entra en el ambiente. Por ejemplo, si el sitio no está apropiadamente cubierto con arcilla y una lona de plástico, señala Gottlieb, la ceniza de carbón puede penetrar en la tierra hasta llegar a los arroyos, afectar la flora y la fauna locales y contaminar el agua potable. Y dado que la ceniza puede ser muy fina, puede volar de los camiones o barcazas si estos no están cubiertos apropiadamente. Esto se conoce como “polvo fugitivo”, y es extremadamente peligroso.
Gottlieb dice que las personas pueden enfermarse de muchas maneras debido al polvo fugitivo. La más evidente es a través de la inhalación. Pero el polvo también puede ser absorbido por la piel, provocando distintos tipos de cáncer, úlceras, urticaria e irritación.
Paul Wright, director del Centro de Defensa de los Derechos Humanos (HRDC, por sus siglas en inglés), calcula que docenas de prisiones de Estados Unidos han sido construidas cerca de sitios contaminados en los últimos quince años. Sin embargo, hay muy pocos datos confiables sobre el tema, por lo que Wright, trabajando con Prison Ecology (ecología de la prisión), un proyecto surgido en HRDC, planea trazar un mapa de todas las prisiones estadounidenses que se encuentran cerca de vertederos tóxicos. Mientras tanto, Prison Ecology ha puesto en marcha una campaña para impedir que la Oficina Federal de Cárceles construya una prisión encima de otra antigua mina de carbón, en el condado de Letcher, Kentucky.
Wright dice que hay una importante razón por la que los antiguos pueblos productores de carbón dan la bienvenida a las prisiones: el dinero. La decadente industria del carbón ha dejado decenas de pueblos rurales empobrecidos. Eso, unido al hecho de que Estados Unidos inauguró una nueva prisión cada quince días durante toda la década de 1990, produjo una mezcla tóxica. Los pueblos prósperos casi nunca permiten la construcción de prisiones cerca de sus residentes, pero los pueblos carboníferos como LaBelle, donde los ingresos per cápita son de alrededor de 20 000 dólares, son mucho más complacientes.
En el año 2000, Pensilvania estaba a punto de cerrar una prisión ubicada en un barrio pobre de Pittsburgh, y el Departamento de Correccionales de Pensilvania buscaba una propiedad para construir su próxima instalación. Escogió LaBelle, y prometió setecientos nuevos empleos para los residentes, pero no mencionó la proximidad con el vertedero de ceniza de carbón. “Si eres una persona que piensa que el vaso está medio lleno, dirías que están dándole un nuevo propósito a la mina de carbón abandonada”, y usándola para generar empleos, señala Wright. “Y si eres de las que piensan que el vaso está medio vacío, dirías que es algo muy poco ético poner a gente en celdas a punta de pistola y colocarla sobre sitios con desechos tóxicos.”
En una visita reciente a LaBelle, me reuní con Jim y Candy Harvey. Nos sentamos en una banca de madera frente a la estación de bomberos local. Ellos se mudaron recientemente de LaBelle a otro pueblo pequeño arriba del río Monongahela, pero sus hijos mayores y tres nietos viven en su antigua casa, en el centro de pueblo.
Candy dice que sus nietos están enfermos constantemente. “Los llamo Mary y Fred Tifoidea”, dice, mirando con nostalgia el campo de béisbol abandonado que se encuentra cerca. Jim dice que en el verano veía cómo una capa negra cubría la superficie de su piscina. Los residentes se han quejado durante años por la contaminación en la zona, pero nada se ha hecho. “Las personas sienten que es demasiado desalentador”, dice. “¿Cómo podemos enfrentarnos a esto, nosotros que somos personas comunes?”
El 26 de junio de 2013, el Consejo Ciudadano del Carbón, un organismo de vigilancia de la industria carbonífera, presentó una demanda judicial contra MCC, la compañía que posee y dirige el vertedero de ceniza de carbón de LaBelle. En la demanda judicial se alega que el aire y el agua se habían contaminado, y que MCC era responsable debido a que la compañía “no cubrió los camiones que vertían desechos de ceniza de carbón”, los cuales generaban polvo fugitivo. De acuerdo con la queja, varias muestras de agua tomadas en el sitio durante 2012 “mostraron concentraciones potencialmente perjudiciales de antimonio (0.26 miligramos por litro); boro (4.31 miligramos por litro) y plomo (0.21 miligramos por litro), todos los cuales excedían los estándares gubernamentales”. También se señala que el DEP estatal había emitido avisos de infracción para MCC en nueve ocasiones, de 1999 a 2012.
Sin embargo, en la demanda judicial no se hace ningún reclamo sobre los efectos en la salud, que son notoriamente difíciles de comprobar. Y aunque la demanda plantea el hecho de que cincuenta familias viven en el área de LaBelle, no menciona que LaBelle también aloja una prisión con más de dos mil internos, quienes están más cerca del vertedero que la mayoría de las casas del pueblo.
William Gorton III, el abogado que representa a MCC, dijo a Newsweekque “no ha habido ninguna prueba de los problemas de salud relacionados con los habitantes de LaBelle”.
Jim y Candy Harvey no están convencidos. Creen que todos los habitantes de la zona han sido afectados: residentes, presos y carceleros. En abril de 2015, la pareja creó una organización llamada Helping Organize to Protect our Environment (Ayudar a organizarnos para proteger nuestro ambiente), cuyas siglas en inglés son HOPE (Esperanza), e invitaron a los residentes de LaBelle a asistir a la proyección de un documental sobre la ceniza de carbón. También envían encuestas de salud a los residentes.
UN POCO “CHIFLADO”
El 12 de abril de 2013 Marcus Santos estaba sentado en la sala común de la prisión, recorriendo los canales de la TV, cuando empezó un programa que captó su atención: un segmento de noticias acerca de la ceniza de carbón en LaBelle. Un residente entrevistado dijo que él y su esposa habían combatido el cáncer y mostraron uno de los costados de su casa, cubierto de polvo negro que, según afirma, fue analizado e identificado positivamente como ceniza de carbón. Otra pareja entrevistada para el programa estaba sometida a diálisis renal.
Después de ver eso, Santos envió una carta a la Coalición de Derechos Humanos, un grupo de defensa que lucha a favor de los derechos civiles de los presos. Santos describió sus síntomas, la proximidad de la prisión con el vertedero de ceniza de carbón, y cuántos de sus compañeros internos, así como residentes de LaBelle y carceleros, parecían estar enfermando. “Entiendo que esta carta podría hacerme parecer un poco ‘chiflado’, escribió Santos. “Pero incluso una breve investigación mostraría lo que ocurre realmente en esta zona. Y que esto ¡ya no! puede ser ignorado o encubierto.”
Cuando Dustin McDaniel, un joven abogado de derechos civiles en Pittsburgh que dirige el Centro Legal Abolicionista, leyó la carta, junto con otras personas de dos organizaciones distintas envió ciento sesenta encuestas de salud a los internos de Fayette. Setenta y cinco de ellas fueron respondidas.
Las respuestas los sorprendieron. El 81 por ciento de los presos que respondieron informaron tener afecciones respiratorias, de la garganta y de los senos nasales y frontales; 68 por ciento sufría problemas gastrointestinales; 52 por ciento informó sobre afecciones de piel adversas, como sarpullidos dolorosos, urticaria, quistes y abscesos; y 12 por ciento dijo haber sido diagnosticado con un trastorno de la glándula tiroides. Todas estas cifras fueron significativamente superiores a lo que se considera normal.
McDaniel publicó su informe en línea, y eso presionó finalmente al DOC a realizar su propio estudio. La víspera de año nuevo de 2014, el DOC publicó un informe centrado en los índices de cáncer en la prisión. Llegó a la conclusión de que “no hay ninguna señal de que el ambiente aumente el riesgo, y no existen datos ambientales que demuestren que los seres humanos hayan estado expuestos a concentraciones importantes de carcinógenos”.
Sentado en su oficina doméstica bajo un retrato de Maximilien Robespierre, el revolucionario francés, McDaniel se pone visiblemente nervioso cuando saco a colación el informe del DOC, al que califica como “su investigación llena de sandeces”. El problema es que el departamento sólo analizó los casos de cáncer y pasó por alto todas las otras enfermedades endémicas en la prisión”, dice.
“La salud es un derecho humano”, escribió McDaniel en su informe inicial, “y si los patrones que han surgido durante nuestra investigación son indicativos de los daños y riesgos que conlleva el confinamiento en SCI Fayette, entonces es imperativo que la prisión sea cerrada”.
Desde septiembre de 2014, McDaniel ha presentado ante el DOC docenas de solicitudes de derecho a la información sobre la calidad del aire en la prisión. También trata de ampliar los resultados de su encuesta inicial. McDaniel ha enviado una encuesta de salud a cada interno de Fayette. Hasta ahora ha recibido unas quinientas respuestas, y dice que el bajo índice de estas se debe a que muchos internos temen sufrir represalias. Al menos cinco o seis internos le han enviado sus encuestas indirectamente, a través de familiares.
PRUEBA DE EVITACIÓN
El 27 de noviembre de 2012, Santos, vistiendo un uniforme rojo y con ataduras en las muñecas y tobillos, entró en la oficina del Dr. David Skoner, un alergólogo de Allegheny Health Network, un hospital situado 65 kilómetros al norte de la prisión. Se quejó de sarpullidos faciales e hinchazón en todo el cuerpo. Skoner pinchó los antebrazos de Santos repetidamente, extrajo trece tubos de sangre y realizó algunas pruebas para determinar las alergias. También le recomendó a Santos que tomara Claritin, un antihistamínico de venta sin receta, que evitara la soya y limitara su exposición a los ácaros del polvo.
Las pruebas para detectar alergias resultaron negativas.
Seis semanas después, Santos volvió al consultorio de Skoner. Esta vez, el alergólogo estaba sumamente interesado. Los síntomas persistieron, y el médico temía que las condiciones de Santos pudieran estar empeorando. Dichos síntomas planteaban, dice, “un nuevo problema grave, que ponía en riesgo la vida del paciente y que era inexplicable”.
Sin embargo, había una pista: Skoner dice que los síntomas eran “muy característicos de esa instalación con el historial del paciente. Él nunca padeció esto cuando era niño. Pensé que debía haber algún nuevo factor alimentario o ambiental que lo provocaba. Pero no había nada nuevo en su dieta. Era lo mismo todo el tiempo. Así que el ambiente tuvo que haber cambiado”.
En el cuestionario médico de Santos, Skoner escribió su recomendación: “No se puede descartar la posibilidad de que el padecimiento se deba a la exposición no identificable al agua/aire en el ambiente de la prisión. La única manera de demostrarlo es una prueba de evitación. Recomiendo una prueba de tres meses en otra institución para investigar las causas con mayor detalle”. Santos fue transferido a una prisión estatal en Smithfield, Pensilvania, a unas tres horas al noreste de LaBelle.
“CASI ME AHOGUÉ”
Santos vestía vaqueros negros, una camisa Henley gris y una gorra negra de béisbol cuando me reuní con él en mayo en Above Da Rim, una tienda de accesorios para automóvil en Harrisburg, Pensilvania. Tenía una barba de candado rala y angosta que parecía seguir los contornos de su sonrisa. “¿Tienes hambre?”, me preguntó. Abordamos su automóvil y fuimos a su restaurante mexicano favorito, donde ordenó burritos de filete.
Santos relató que el día de su transferencia fuera de la prisión de Fayette, llegó a su nueva celda y comenzó a organizar sus cosas. Estaba sediento, pero cuando miró el lavabo, recordó la acidez que le producía el agua de la prisión de Fayette. Pero en Smithfield, los demás internos le aseguraron que el agua era buena.
Santos es un tipo efusivo, un buen narrador de historias. Encorvado sobre su burrito, hace el ademán de beber una taza de agua. Luego otro. Y otro más. Hace una pausa, me mira a los ojos por un momento y se echa a reír. “¡Vaya!”, dice. “Casi me ahogué con esa agua. Era tan buena. Se sentía tan bien.”
Santos dice que después de sólo seis meses en Smithfield, sus síntomas empezaron a desaparecer. En el lapso de un año, tenía una mejora de hasta “95 por ciento”. En marzo de 2015, a Santos se le concedió la libertad condicional. Ahora está completamente sano y se ajusta a la vida fuera de la prisión, pasando el tiempo con su hijo y su familia, y tratando de averiguar cómo hacer llamadas telefónicas desde su nuevo teléfono inteligente de Samsung. “Los teléfonos vuelven a ser grandes, hombre”, dice con una sonrisa amplia y abierta. Incluso tuvo una cita recientemente.
Santos se mantiene en contacto con McDaniel. Lo hace feliz que el abogado investigue la prisión, y él espera ansiosamente los resultados de la nueva encuesta. Sabe que los riesgos son altos. Si los resultados indican que los presos de Fayette presentan un índice de enfermedad anormalmente alto, el DOC podría ser obligado a poner en marcha un estudio epidemiológico completo sobre la salud de los internos en la prisión. Y si el departamento descubre pruebas concluyentes de que los internos enferman debido a la ceniza de carbón en la zona, puede ser obligado a cerrar la prisión.
Santos no desea hablar de su función en esta investigación, y se niega a asumir crédito alguno. Principalmente, sólo desea saber del médico que lo ayudó a salir. “Si no fuera por el Dr. Skoner, sé que ahora no estaría hablando contigo. No hay ninguna duda. Le debo la vida a ese hombre.”