Sabes que el pesimismo tecnológico va en serio cuando los tecnólogos de carrera hablan mal de la industria.
Un soleado día, en la ciudad de Nueva York, me reuní en un café al aire libre con Kentaro Toyama, quien solía explorar la visión computacional para Microsoft Research y cofundó el laboratorio Microsoft en India. Sin embargo, decidió dejar esos trabajos y, ahora, acaba de publicar un libro, Geek Heresy (La herejía de los ñoños), donde asegura que la tecnología empeora los males sociales y no curará nuestros problemas. Semejante traición es tan escandalosa como si un gato publicara un libro titulado Los perros son mejores.
Pregunté a Toyama por qué él y otros tecnólogos han abrazado una postura tan tétrica. Martin Ford, desarrollador de software del Silicon Valley, publicó hace poco el deprimente Rise of the Robots: Technology and the Threat of a Jobless Future (El surgimiento de los robots: la tecnología y la amenaza de un futuro sin empleo). El mismo Bill Gates, tan responsable como el que más de meter computadoras en nuestros hogares, ahora viene con el cuento de que la Inteligencia Artificial (IA) es peligrosa y hasta podría ser el fin del humanidad. ¡Y Stephen Hawkins está de acuerdo! Los adelantos en robótica e IA están generando más paranoia que cualquier tecnología desde la bomba atómica. No me sorprendería que, después de ver la nueva película Terminator, el público saliera preguntándose si es ciencia ficción o un documental.
“Creo que los pesimistas tienen razón sobre la inteligencia artificial”, respondió Toyama, con absoluta seriedad, mientras terminaba un pastelillo. “Y, de hecho, se pondrá mucho peor.” Tenga o no razón, la industria de la tecnología comienza a tener una imagen a la que no está acostumbrada. Aunque siempre hubo y habrá quienes desconfían de la tecnología y el cambio, la tecnología —las más de las veces— ha inspirado optimismo por el futuro.
Demos un vistazo a la historia. En 1851, la Gran Exhibición de Londres encendió la imaginación presentando a las masas el acero, la fotografía y el telégrafo. Las ferias mundiales de Nueva York de 1939 y 1964 celebraron la automatización, los autos, el vuelo y un futuro más próspero. El boom “punto com” y la globalización de fines de la década de 1990 dispararon visiones de conectividad, paz y una nueva economía digital que pondría de cabeza todo lo que odiábamos, secretamente, sobre la economía del pasado; ya sabes, las tiendas y las agencias de viajes.
Las nuevas tecnologías representaban esperanza, no depredación. Emocionaban a la gente. En términos generales, la ciencia y la tecnología han disfrutado de espléndidas relaciones públicas desde hace casi dos siglos. La industria de la tecnología casi nunca ha tenido que preocuparse de ser etiquetada como “mala”.
Pero los ánimos cambiaron hace alrededor de un año. Por primera vez, la economía nos ha hecho sentir que la IA está dañándonos. Pese a lo baja que es la tasa general, el desempleo a largo plazo es preocupante, los salarios apenas si crecen y la brecha entre los ricos y todos los demás está ensanchándose. Como describe el libro de Ford, e incluso antes, en Race Against the Machine (La carrera contra la máquina), de Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee (ambos del MIT), la IA está automatizando el trabajo de conocimientos de la misma manera como las líneas de armado automatizaron la fabricación. El software de la IA ya puede escribir artículos noticiosos, inventar recetas de cocina, conducir autos y decidir quién recibe préstamos. A la vez que la IA automatiza el trabajo mental, menos personas —es decir, los que compran y operan el software— ganan montones de dinero y hacen mucho más con menos empleados. Andreessen Horowitz, compañía de inversiones en tecnología, opera bajo el lema “El software está comiéndose al mundo”. Y cada vez más gente teme que el software esté comiéndose su subsistencia.
Desde esa perspectiva, una invasión robótica no sólo parece posible, sino inevitable. Todos sabemos que la tecnología es cada vez mejor, más rápida y barata. Es fácil creer que, a la larga, las computadoras que corren software de IA serán más inteligentes que el humano más inteligente. ¿Se apoderarán de nuestros empleos? ¿Exigirán las mejores mesas en los restaurantes? ¿Nos considerarán una carga innecesaria? Parece que la IA puede conducirnos a un mundo hermoso para las máquinas y desastroso para nosotros.
Y ahora, nuestra ultraconectividad también parece un problema inminente. Con los smartphones en nuestros bolsillos tenemos acceso a cualquier cosa o persona. Las ciudades están empezando a ser “inteligentes” y “conectadas”; avisperos digitales que cada día mejoran su capacidad para manejar tráfico, crímenes y mayor desarrollo. No obstante, también es cada vez más evidente que los hackers representan una seria amenaza para el mundo ultraconectado. Los chinos se metieron en la Casa Blanca y los coreanos infiltraron Sony. CNN hace reportajes sobre la manera como un hacker podría controlar un avión a través de su wifi y expertos plantean la posibilidad de violar la seguridad de una ciudad inteligente, creando caos en dechados de conectividad como Singapur y San Francisco. Es más, tuvimos una probadita de nuestra vulnerabilidad el 8 de julio, cuando fallos técnicos causaron el cierre de United Airlines y la bolsa de valores de Nueva York.
El mes pasado, el papa Francisco decidió unirse a la conversación. “Las personas ya no creen en un futuro feliz”, escribió en su muy publicitada encíclica. “Ya no tienen una confianza ciega en un futuro mejor, basados en el estado actual del mundo y en nuestras capacidades técnicas. Hay una creciente conciencia de que el progreso científico y tecnológico no puede equipararse con el progreso de la humanidad y la historia.”
Ojo. Cuando el Papa se vuelve en tu contra es porque tienes un problema de imagen. Y no olvides qué fue de los comunistas cuando Juan Pablo arremetió contra ellos.
Tal vez los agoreros estén terriblemente equivocados. De hecho, mejorar e implementar inteligencia artificial, software y otras tecnologías, como las cosechas genéticamente modificadas, pueda ser la única solución para que el planeta sustente la población de 8000 millones esperada para 2025. Muchas evidencias sugieren que la tecnología está mejorando la calidad de vida, aunque suprima las ganancias de la clase media. Sólo piensa en todas las cosas gratuitas que puedes hacer con tu smartphone y que, hace una década, te habrían costado buena plata. El software permite que cada uno de nosotros (no sólo los plutócratas) hagamos más con menos.
Sin embargo, lo que cuenta es la percepción, y la industria de la tecnología tiene que abrir los ojos y oler el humo del incendio que le rodea. La industria de la tecnología está acostumbrada a llevar el sombrerito blanco y tiene que ponerse a pensar en cómo se sentiría con las relaciones públicas de las grandes petroleras. No digo que la mala publicidad haya evitado que compremos autos o plásticos, pero desde hace mucho la industria del petróleo fue etiquetada como despiadada expoliadora de nuestro planeta. Guiones cinematográficos caracterizan de villanos a los barones petroleros y semejante reputación impacta en cualquiera que esté dispuesto a trabajar para ti; repercute en el trato que te brindan los gobiernos; y en las cantidad de fiestas a las que te invitan.
La industria de la tecnología necesita encontrar una nueva forma de contar una historia de optimismo… antes de que nadie quiera volver a prestarle oídos.