Tsipras, el líder del radical
partido izquierdista griego Syriza, se las arregló para obtener la aprobación
parlamentaria para adoptar las amplias medidas de austeridad y reformas
impuestas por la UE, gracias al apoyo de la oposición.
Fue un cambio de rumbo enorme
para Tsipras, quien fue elegido en enero bajo la promesa de deshacerse de
algunas muy duras medidas de austeridad exigidas por la UE. Con ese apoyo
parlamentario, los acreedores internacionales ahora están preparados para
concederle a Atenas 86,000 millones de euros (94,600 millones de dólares) en
nuevos préstamos para mantener su economía y sus bancos a flote y mantener a
Grecia, por el momento, en la zona del euro.
Mientras tanto, esta semana en
Irán, el Presidente Rouhani aceptó un acuerdo histórico con Estados Unidos,
Francia, Gran Bretaña, China, Rusia, Alemania y la UE.
Bajo los términos del acuerdo
nuclear alcanzado en Viena el martes, a Irán se le permitirá seguir
enriqueciendo uranio pero tendrá límites estrictos y verificables en su
programa de enriquecimiento para evitar que produzca una bomba nuclear.
El acuerdo marca el comienzo de
una nueva relación de seguridad y estratégica entre Teherán y Washington. Este
logro no hubiera sido posible sin la decisión del presidente de EE UU, Barack
Obama, de abrir las reuniones bilaterales secretas con Teherán en marzo de 2013
y la elección de Rouhani pocos meses después, en junio del mismo año.
Ahora viene lo difícil para
Grecia e Irán, y para Europa.
Está lejos de haber certeza en
que Grecia tenga la voluntad política y la capacidad para obligar a aceptar
tales reformas radicales.
En esencia, estas reformas
implican la modernización de las instituciones estatales griegas que sucesivos gobiernos
han descuidado. Décadas de corrupción, falta de transparencia, gobierno débil y
clientelismo han privado a Grecia de tener elites independientes capaces de
implementar tales reformas estructurales.
Se va a requerir de un
liderazgo inmenso por parte de Tsipras para unir al público y que este apoye
una agenda reformista que tardará varios años en dar frutos.
La UE, en especial Alemania,
podría ayudar de muchas maneras.
Dado que la canciller alemana,
Angela Merkel, y su ministro de finanzas, Wolfgang Schäuble, se oponen a
ultranza a cualquier alivio (o reducción) de la deuda en contraste con el Fondo
Monetario Internacional, Europa tiene que ayudar a Grecia de maneras
diferentes.
Primero, en el muy corto plazo,
la UE deberá apoyar rápidamente al colapsado sistema de salud de Grecia
mediante proveer medicinas y equipo.
Segundo, ya es hora de que los
líderes de la UE dejen de lado sus mimos a los populistas e introduzcan una
política de mucho mayor alcance para lidiar con los migrantes y refugiados.
Este problema no va a
desaparecer sólo con personal de seguridad de la UE patrullando las costas
sureñas del Mediterráneo. Grecia, por su parte, es incapaz de manejar el
asunto. Y cuanto más tenga que lidiar la población del país con las medidas de
seguridad, menos simpatía sentirá por los refugiados.
Tercero, otros estados miembros
de la UE que han retrasado la introducción de reformas en sus países ahora
también deberán prepararse a hacer tales cambios.
No es coincidencia que el
presidente francés, François Hollande, quisiera suavizar algunas de las medidas
de austeridad griegas precisamente porque eran tan impopulares, aunque
necesarias. Francia todavía tiene que adoptar reformas estructurales.
Por cierto, con Merkel, el
compromiso propio de Alemania con las reformas ha decaído. La edad de
jubilación se ha reducido y cualquier discusión sobre reformar el sistema
tributario es un tabú absoluto.
Finalmente, aunque Tsipras
pueda cumplir o no, los líderes de la UE no pueden seguir eludiendo el problema
de la integración tanto política como económica. Merkel, hasta ahora, se ha
negado tenazmente a discutir la arquitectura futura de Europa.
Es una arquitectura de
seguridad y estrategia que es necesaria, no sólo a causa de la crisis griega
sino en especial cuando otros actores mundiales como Irán se embarquen en
cambios trascendentales.
El impacto de terminar el
régimen de sanciones occidentales contra Irán no puede subestimarse. Esto lo
confirman las multitudes de jóvenes que tomaron las calles de Teherán tan
pronto como oyeron del acuerdo que se alcanzó en Viena.
Ellos quieren un Irán que se
modernice, mire al exterior y les dé alguna perspectiva, problemas que los
líderes religiosos no serán capaces de suprimir indefinidamente.
Ante semejante trasfondo, el
papel de Europa no deberá restringirse a aceptar acuerdos de comercio, energía
y economía con Irán. En términos prácticos, la UE podría mejorar sus lazos con
escuelas y universidades en Irán mediante programas de intercambio e invertir
en pequeñas y medianas empresas para absorber el desempleo creciente.
Pero son las implicaciones
geoestratégicas del acuerdo nuclear con lo que ha de lidiar Europa, junto con
Estados Unidos.
La región no va a volverse más
estable de la noche a la mañana como resultado del acuerdo. Tanto Arabia Saudí
como Israel ven a Irán teniendo un papel mucho más importante en la región,
como si no lo tuviera ya al apoyar a Hezbolá o involucrarse en Irak.
En este aspecto, si Europa ha
de tener algún tipo de interés y de ambición estratégicos, le serviría mucho
más el trabajar de cerca con Estados Unidos, con Alemania en especial
tranquilizando a Israel.
Judy
Dempsey es una alta socia no residente de Carnegie Europa y editora en jefe de
Strategic Europe. Este artículo apareció
primero en el sitio de Carnegie Europa.