En tiempos de un capitalismo cada vez más multifacético y depredador, el escritor y doctor en antropología Edgar Morín considera que los sectores más importantes de la sociedad forman parte de la maña: del senador corrupto al mando militar que deja pasar los cargamentos de droga; del discreto capo de clase mundial y el empresario que lava dinero, al policía judicial, que cobra derecho de piso; del dealer del barrio al consumidor de mota que busca su toque en las calles…
La maña, publicado recientemente bajo el sello de la casa editorial Debate, es una investigación donde se examina a profundidad el nudo social que conforman las drogas ilícitas, el dinero, la violencia y el poder. Este mundo del narcotráfico está mudando sus rasgos gracias a la incorporación en sus filas de gente con estudios y culta, dice el autor de la obra, Edgar Morín, en entrevista con Newsweek en Español.
A primera vista, parece imposible que gente profesionista se incorpore al mundo del narco…
—Es interesante entenderlo porque contribuye a romper esta idea o este imaginario social de que sólo la gente con escasos recursos, que no tiene nada que perder, se dedica a este tipo de actividades. Lo que vemos es que esta incorporación contribuye a la sofisticación del negocio, a generar otras prácticas, incluso los propios signos del mundo narco los cambian porque son capitales escolares o culturales de profesionistas.
“Los dos profesionistas más involucrados son los abogados y los administradores de empresas. Es sólo una suerte de viñetas, pero ilustra la complejidad del fenómeno y por dónde ha permeado. El asunto de los administradores es muy significativo porque por esa área se mueve el dinero. Y podemos ver también, aunque no tan cuantitativa ni tan relevantemente, que hay estudiantes y profesores, y este tipo de datos empieza a contrastar la idea que desde fuera tenemos de la actividad: muy violenta, con gente de pocos estudios, en fin. Lo que podemos ver es algo mucho más sofisticado de lo que suponemos.”
—Entonces el personal sin estudios es el que realiza el trabajo sucio…
—La idea generalizada es que la mayoría de la gente que está metida en el narco lo hace por pobreza o por una serie de estereotipos, pero cuando empiezan a aparecer los perfiles educativos, vemos que el 70 por ciento de los procesados y sentenciados por delitos contra la salud en penales federales van del analfabetismo a la educación secundaria. Eso reproduce una buena parte de las actividades más visibles, por ende son también eslabones más frágiles, es decir, los que cuidan la droga, los matones, etcétera.
“Pero después hay algo que empieza a llamar la atención: el restante 30 por ciento muestra que hay gente con preparatoria, carreras técnicas, con licenciatura, ingeniería, y por ahí hay con maestría e, incluso, con doctorado.”
—En esta pirámide, entonces, los más desvalidos son quienes conforman la base, los campesinos…
—En regiones de México en donde hay pobreza extrema, lacerante, la siembra de mariguana y amapola se convierte en una suerte de opción en términos estrictamente económicos, pues es más redituable sembrar mariguana o amapola que maíz. El discurso de las autoridades tanto nacionales como internacionales dice que Guerrero, ahora tan en boga, es el principal productor de amapola, pero nadie habla de cuánto le pagan a los campesinos por un kilo de maíz, y cuando rastreé el dato me encontré con que ronda los 4 pesos, a eso les compran el maíz en la zona de la montaña.
“Fui a esa zona y platiqué con un profesor, quien me dijo que en 2011 le pagaban a los campesinos 96 pesos por kilo de mariguana, y eso es una pequeña fortuna comparada con lo otro. Pero la parte más trágica es cuando [la hierba] llega al mercado nacional: por medio del IFAI solicité a la PGR que me dijera cuánto cuesta un kilo de mariguana en el mercado negro, y después de mucho tiempo la respuesta fue 1200 pesos. Los informes de la ONU dicen que en el sexenio de Vicente Fox costaba 80 dólares el kilo, que para la cantidad de muertos, de sangre, de violencia, vemos que es un camino equivocado.”
—Desde el punto de vista antropológico, ¿cuál es el sentido y el sinsentido de la cultura de las drogas?
—Digamos que, al paso del tiempo, lo que se puede ver es que esto que ahora se llama drogas se ha convertido en una suerte de etiqueta que homogeniza una serie de sustancias legales o ilegales, naturales o artificiales, que generan distintas cosas, obviamente no son inocuas, pero estas sustancias en distintos momentos de la historia se han utilizado y se han relacionado con las sociedades de varias maneras. Con la prohibición lo que se generó fue una subcultura del tipo delincuencial, que ya tiene casi cien años, y expresiones culturales, un poco las descripciones de los panteones, las armas, toda esa cultura de la violencia que empieza a tener vasos comunicantes con la cultura hegemónica y que va generando un vínculo, una relación, al paso del tiempo.
—¿Ello cómo se explica en el particular caso mexicano?
—En el caso mexicano no habría que olvidar que el tráfico de drogas surge supeditado al poder político. Algunos estudiosos plantean que la transición a la democracia no empieza en 2000, sino antes, cuando el PRI va perdiendo la hegemonía, cuando grupos del crimen organizado empiezan a entender que lo mismo podían negociar a escala federal que estatal o municipal y que, finalmente, les iba a salir más barato.