La fuga del Chapo Guzmán de la prisión de El Altiplano es una grave ofensa contra todos,aquellos,que trabajan noche y día para combatir el narcotráfico en México.
Es una ofensa contra todos los civiles que han perdido la vida, de una u otra manera, a manos de los grupos de narcotraficantes que pululan por el país.
Es una ofensa contra los hombres y mujeres de la Policía Federal que se esfuerzan día a día por proteger la sociedad y por combatir a las bandas criminales. Es una ofensa terrible, sobre todo, para los agentes muertos (muchos de ellos torturados) en el cumplimiento de su deber.
Es una ofensa contra elementos del Ejército y la Marina Armada de México comprometidos en garantizar una vida segura y plena para todos los habitantes de nuestro bello país. Es, insisto, una grave ofensa contra todos los uniformados caídos bajo las balas de los delincuentes.
¿Y de quién es la culpa de una ofensa tan grave como la fuga de El Chapo? De la corrupción rampante que azota nuestro país, favorecida por todos aquellos que han perdido todo sentido de responsabilidad hacia la sociedad.
Cada vez que cometamos un acto corrupto en nuestro México, cada vez que miramos hacia otro lado cuando alguien comete un acto de esa calaña, estamos contribuyendo a que ocurran situaciones tan terribles como la fuga de un peligroso criminal como lo es El Chapo Guzmán.
Maldita corrupción.
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