El tema de la semana es la grave complicación de la crisis
financiera en Grecia. En los últimos días se derramó un vaso que ya se
encontraba muy lleno, y por eso el gobierno griego debió de solicitar un nuevo
programa de rescate financiero a las autoridades económicas que supervisan su
inviable recuperación. La petición contempló el suministro de recursos
suficientes para sobrevivir los próximos dos años y una reestructuración de la
deuda. A cambio, y como medida de presión, Grecia incumplió con un abono de
1600 millones de Euros al FMI.
Si agregamos que en el interior del país se implementó un
control de capitales y se ordenó cerrar el sistema bancario para que nadie
pudiera retirar sus ahorros e inversiones, puede afirmarse que, más allá de las
definiciones jurídicas, nos encontramos ante un país en quiebra y que además
exige la confección de un nuevo traje a la medida para salvar su economía. El
punto no sólo consiste en que no quiere pagar nada por dicho traje, sino en que
no puede hacerlo.
Los problemas de Grecia estallaron en 2011, pero comenzaron a
gestarse desde el inicio del siglo. Son la consecuencia de una seguidilla de
gobiernos populistas y de una clase política mediocre que no ha tenido la
visión ni el talento necesarios para enfrentar la crisis. Lo escribo porque,
dados los acontecimientos de estos días, puede aseverarse que los esfuerzos
realizados en los últimos cuatro años han sido, simplemente, ineficaces. Hoy Grecia
luce peor que en 2011.
¿Y cuál es la respuesta del gobierno actual ante tal calamidad
económica? Pues una muy popular: convocar a un referéndum donde la sociedad
decida si aceptan o no las mayores medidas de austeridad solicitadas por los
acreedores extranjeros. Con los bancos cerrados y un límite semanal de retiros
en cajeros automáticos de apenas 120 euros, ¿qué podemos imaginarnos que votará
la ciudadanía? Vaya, es una manipulación sobre la sociedad sumamente
irresponsable. El gobierno está precisamente para eso: para gobernar, para
generar gobernabilidad, además de orden y paz social. Empero, con esa maniobra sólo
se abona a la polarización y al encono, al terror en la población griega.
Parece que el gobierno está empeñado en hacerse su propio “corralito” político.
Si el gobierno enloquece, a la sociedad sólo le queda una
alternativa: la anarquía. Desde luego, se trata de algo que ya no esperaríamos
ver en estos tiempos. Ojalá que haya prudencia y sensatez en ambas partes: en
los irresponsables griegos y en los molestos y parcos acreedores. Partiendo de
la premisa de que el pánico nunca será un buen consejero, estamos ante un caso
donde al mundo le conviene más un mal arreglo que un buen pleito.
No hay manera alguna de que Grecia cumpla con los requisitos
que los dueños del dinero desean. La falta de pago al FMI es sólo la orilla de
la hebra, pues el próximo 20 de julio se vence otra amortización por más del
doble; 3500 millones de euros ante el Banco Central Europeo, y así se seguirán
acumulando las obligaciones vencidas. Recordemos que, en estos casos, las bolas
de nieve corren y crecen a gran velocidad.
Es imperante que se busquen los equilibrios en las decisiones a
tomar, a nadie conviene que en Grecia se desaten más demonios. El tema no podrá
resolverse bajo la cerrazón de optar por el blanco o el negro, forzosamente se
tendrán que ubicar en la escala de los grises. Su opinador considera que no es
momento de seguir aspirando a resolver el problema de un solo tajo, sino de
contener las consecuencias. El brete sólo se resolverá con el paso de los años;
sí, con disciplina financiera de largo plazo, pero de forma razonable, no hay
de otra.
Los especialistas afirman que un empeoramiento de las cosas no
generaría un contagio masivo a escala global, por lo pequeño de la economía
griega y porque el sistema financiero internacional ha venido desvinculando sus
operaciones del sector bancario helénico desde 2011. Considero que si bien no
les falta razón en lo cuantitativo, el análisis igual debe incluir la parte
cualitativa: el colapso de Grecia sería un fracaso para los sistemas económico
y político de nuestra época, para la capacidad de ponerse de acuerdo. Ojalá que
se privilegien los argumentos.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una
alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.