La economía acepta todo adelanto tecnológico con la
mirada puesta en las utilidades, sin considerar su impacto potencial negativo
en los seres humanos. Las finanzas sobrepasan la economía real. Las lecciones
de la crisis financiera global no han sido asimiladas y asimilamos con lentitud
excesiva las lecciones del deterioro ambiental. Algunos círculos sostienen que
la economía y la tecnología actuales resolverán todos los problemas ambientales
y argumentan, en términos populares y profanos, que los problemas del hambre y
la pobreza mundial se resolverán, simplemente, con el crecimiento de los
mercados… Su comportamiento demuestra que, para ellos, basta con maximizar las
utilidades. Y sin embargo, por sí solo el mercado no puede garantizar el
desarrollo humano integral ni la inclusión social.
Comparemos lo
anterior, por ejemplo, con este pasaje del libro Viviendo en el final de los tiempos, del filósofo marxista esloveno Slavoj Žižek:
Las
negociaciones de Copenhague de diciembre 2009 entre los principales
representantes de 20 grandes potencias para combatir el calentamiento global,
fracasaron miserablemente; el resultado fue un compromiso amorfo sin una fecha
ni obligaciones definidas, más como una declaración de intenciones que un
tratado. La lección es amarga y clara: las elites políticas del estado sirven
al capital, no pueden y/o no quieren controlar y regular el capital aun cuando
esté en juego la supervivencia misma de la humanidad… cuando nuestros bienes
naturales comunes se vean amenazados, ni mercado ni estado nos salvarán, sino
solo una movilización comunista adecuada. Lo único que debe hacerse es comparar
la respuesta ante el colapso financiero de septiembre 2008 y la conferencia de
Copenhague 2009: salvar al planeta del calentamiento global… puede esperar un
poco, pero el llamado de “¡Salvemos los
bancos!” es un imperativo incondicional que exige y recibe atención inmediata.
El estilo del esloveno es más grandilocuente que el
del argentino, pero los dos dicen más o menos lo mismo: las elites políticas
tienen el impulso patológico de forrarse los bolsillos destruyendo el ambiente.
Así pues, no sorprende que algunas de esas elites
políticas respondieran con desagrado la encíclica Laudato Si. El ex gobernador de Florida, actual candidato
presidencial republicano y converso católico, Jeb Bush, rechazó sin el menor
empacho la encíclica: “Espero que mi párroco no me reprenda, pero ni los
obispos ni los cardenales ni el papa dictan mis políticas económicas”, dijo
durante una actividad de campaña en Nueva Hampshire.
Rick Santorum, quien buscara y perdiera la
presidencia en 2012, y según algunos podría volver a competir en 2016, dijo en
una estación de radio de Filadelfia, a principios de mes que “probablemente les
iría mejor dejando la ciencia a los científicos y enfocándose en lo que hacen
mejor, que es teología y moralidad”.
No obstante, Francisco es muy astuto: al describir
el caso del cambio climático como un cuestionamiento moral y no meramente
político o económico, ha introducido el debate de una manera que le permite
explotar su autoridad moral, explica Kenneth Richards, profesor de economía y
política ambiental en la Escuela de Asuntos Públicos y Ambientales de la
Universidad de Indiana. “Este concepto de que ‘no recibo consejos políticos o
científicos del papa’ ignora el hecho de que no se trata de un tema político o
científico, simplemente, sino que es un asunto moral”.
“Creo que la gente ha tomado una decisión por
consideraciones meramente políticas van a descartarlo, como han hecho [el
senador por Oklahoma, James] Inhofe y Santorum”, agrega Richards. “La verdad,
me sorprende que Jeb Bush respondiera como lo hizo, pues siempre lo consideré
un pensador serio”.
En términos de autoridad moral, Francisco supera
con mucho a Bush o Santorum, y para acabar pronto, a cualquier político
estadounidense. “El papa Francisco goza de enorme popularidad y su autoridad
moral es incuestionable”, afirma Dan Misleh, director ejecutivo de Pacto
Climático Católico, grupo de interés sito en Washington, D.C. que busca moldear
a la opinión pública en cuanto al tema del cambio climático. Una encuesta de
Pew Research Center, realizada en marzo 2013, reveló que 90 por ciento de los
católicos estadounidenses tienen una opinión favorable de Francisco. Según otra
encuesta Pew de mayo, casi uno de cada cinco estadounidenses se define como
católico, lo que significa que 59 millones de ciudadanos de Estados Unidos aman
a Francisco. Comparemos esa cifra con la calificación favorable de Jeb Bush:
30.9 por ciento. Por su parte, los demócratas están un poco mejor parados: en
estos momentos, Hillary Clinton tiene una calificación favorable de 49.6 por
ciento. Con todo, ninguno de los dos le llega a los talones a Francisco.
“Siempre habrá algunas voces, de izquierda y
derecha, que estarán en desacuerdo con el papa y se manifestarán de manera muy
pública”, previene Misleh, “pero en general, los católicos demostrarán su apoyo
en todo momento”.
No obstante, si Francisco desea tener un impacto
tangible en el cambio climático, su rebaño tendrá que incluir más que católicos
estadounidenses. “Al enfatizar la relación entre gestión ambiental y atención
de los miembros más pobres y desprotegidos de la sociedad, la encíclica
fortalece el potencial para que grupos de interés y políticos creen colaciones
nuevas y más fuertes” fuera de Estados Unidos, dice Richards. Por ejemplo, la
mitad del gabinete del gobierno australiano es católico. En Indonesia, donde
los ambientalistas chocan con activistas pro-derechos humanos por la moralidad
de cosechar enormes cantidades de palmas de aceite (actividad con enormes
beneficios económicos para los pobres, pero desastroso impacto ambiental),
Francisco podría forjar coaliciones significativas entre grupos que no siempre
están del mismo lado. “En esencia, la encíclica papal arguye que estos dos
grupos deben trabajar con un mismo fin: las personas interesadas en el ambiente
también deben preocuparse por los pobres y viceversa. Al convertir este tema en
una cuestión religiosa, fortalece a los dos grupos”, dice Richards.
“[Hay] 1.1 millones de católicos en el mundo y de
hecho, la mayoría vive en Sudamérica y África”, prosigue Richards. “Creo que
impactaría más esos países [en el tema del cambio climático] de lo que haría en
lugares como Estados Unidos, donde el tema está tan profundamente arraigado en
la política”.
Francisco tiene mucha experiencia influyendo en los
resultados políticos. Tomemos el caso de la renovada relación entre Estados
Unidos y Cuba, sugiere John Carr, director de la Iniciativa sobre Pensamiento
Social y Vida Pública Católica en la Universidad de Georgetown. “Todos hablaban
de ello. Todos sabían que era posible, pero nadie estaba dispuesto a hacerlo
por las consecuencias políticas. Entonces, el Vaticano y el papa Francisco se
involucraron y proporcionaron la cubierta, el impulso, el desafío y ahora, se
está haciendo”.
Francisco no es el primer papa que ha influido en
la política en gran escala. Juan Pablo II, con su abierta oposición al
comunismo, ayudó a poner fin a ese régimen en Polonia y contribuyó a que
Occidente ganara la Guerra Fría.
No todos creen que la encíclica papal baste para
cambiar la opinión pública. Entre los escépticos se cuenta Mark Gray, director
del Centro para la Investigación Aplicada en las Encuestas Católicas del
Apostolado de la Universidad de Georgetown. “Si [la encíclica] cambiara
actitudes en la población, seguramente se filtraría hasta la política de la
campaña 2016. Pero, desde la perspectiva histórica, la realidad es que las
encíclicas y los documentos importantes de la Iglesia nunca han tenido gran
impacto en la opinión pública estadounidense”
Con todo, muchos opinan que Francisco realmente
podría cambiar la naturaleza del debate. “La política de siempre, los negocios
como hasta ahora, el ambientalismo como siempre nos llevan a ninguna parte.
Estamos en un impase”, sentencia Carr. “La única manera de romperlo es ofrecer
a la gente la oportunidad de pensar de una manera distinta y eso es lo que
ofrece el papa. El hecho mismo de que sus cifras de aprobación sean dos o tres
veces más altas [que las de Bush o Santorum] podría abrir sus mentes, si no es
que también sus corazones”.
PIE DE FOTO:
El papa Francisco se acomoda los espejuelos frente
a su silla –que tiene una imagen del Sudario de Turín hilado en la tela roja-
mientras dirige una misa durante una visita pastoral de dos días en Turín,
Italia; junio 21, 2015. REUTERS/GIORGIO PEROTTINO.