Las dos divisiones, que sumaban casi 22 000 hombres, se concentraron sobre la ribera este del río. Con su superioridad en el número de soldados, en la cantidad de armas y de oficiales veteranos, por no mencionar una larga tradición de triunfos en el campo de batalla, tenían la seguridad de derrotar a la variopinta banda de rebeldes que se escondían en el bosque y en los pantanos cruzando el río.
Se emitió la señal y se lanzó la primera volea de artillería. Los soldados comenzaron a avanzar, cruzaron el río, se convirtieron en parte de la historia militar. En tres días, las dos divisiones fueron aniquiladas y la cabeza de su comandante fue cortada y enviada al otro lado de las líneas como un mensaje: no vuelvan.
Esa no fue una batalla ocurrida en los peores días de las guerras de Afganistán o Irak. Fue la Batalla del Bosque de Teutoburgo, nueve años después del nacimiento de Cristo, en lo que actualmente es el noreste de Alemania. Se le ha denominado “la batalla que cambió el curso de la historia” porque marcó, de una vez por todas, los límites del Imperio Romano. Los latinos nunca se establecerían al este del río Rin.
Casi dos mil años después, Estados Unidos cruzó su propio Rin, en Vietnam. Al igual que los romanos, el ejército estadounidense parecía prácticamente invencible, hasta que se aventuró en la región de Asia Sudoriental. Y al igual que las legiones romanas después del año 9 d. C., el ejército estadounidense se recuperó del fracaso de Indochina, se reorganizó y volvió a la lucha. Pero sus dirigentes no aprendieron gran cosa de las excesivas ambiciones en Vietnam, y pronto las pérdidas y las costosas victorias se volvieron más comunes que las victorias decisivas.
Por supuesto, Estados Unidos ganó la Guerra Fría sin combatir a las tropas soviéticas. Pero desde su humillante derrota en Vietnam, ha participado en una serie de conflictos militares importantes y ha logrado una victoria clara sólo en dos de ellos: la expulsión de Saddam Hussein de Kuwait en 1991 y el bombardeo de Serbia para obligar a ese país a sentarse en la mesa de negociación en 1995. Más recientemente, incluso los triunfos rápidos y notables en Irak y Afganistán se han convertido en agobiantes guerras de guerrillas, las semillas de las que surgió el Estado Islámico (ISIS). De esta forma, en el cuarenta aniversario de la caída de Saigón, parece oportuno preguntar: ¿Estados Unidos puede ganar una guerra? ¿Y cómo es la victoria en esta era aparentemente interminable de oscuras contrainsurgencias, estados nucleares enemigos, intrigas rusas e intrusiones chinas?
En distintas entrevistas conNewsweek, expertos militares, estrategas, historiadores y exfuncionarios públicos dicen que, a menos de que haya algún error de cálculo importante de parte de Rusia, China o Irán, las guerras que Estados Unidos librará en un futuro inmediato serán luchas prolongadas y de baja intensidad sin victorias claras. La bandera estadounidense no será izada sobre la ciudad capital de algún país enemigo vencido; no habrá más desfiles con lluvia de serpentinas. Para obtener algo semejante a una victoria entre los desórdenes en los que Washington está metido ahora, es necesario que los estadounidenses acepten una nueva forma de concebir el conflicto.
Para un país que alardea de tener al mejor ejército del mundo, el objetivo de la contención puede parecer paradójico e incluso derrotista. Con un presupuesto anual de defensa que alcanza los 500 000 millones de dólares desde el 11/9 (más que cualquier otro país), el ejército estadounidense no tiene rival en cuanto a su alcance mundial, su grado de desarrollo tecnológico y su poder destructor. Según la mayoría de las versiones, sus bombarderos invisibles y ciberguerreros pueden paralizar a un adversario importante. Pero en los tipos de guerras en las que participa ahora, las nuevas e impresionantes armas podrían ser menos importantes que el pensamiento creativo. Los ataques aéreos y los aviones no tripulados, por no mencionar las poderosas capacidades de vigilancia electrónica de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés), no han logrado ninguna victoria sobre el Talibán o el Estado Islámico. De hecho, a pesar de todos sus conocimientos tecnológicos, el ejército estadounidense no ha logrado averiguar cómo neutralizar los artefactos explosivos improvisados, que siguen siendo una de las armas menos sofisticadas pero más mortales que haya tenido que enfrentar en el campo de batalla.
Washington está harto de los conflictos en el extranjero, de acuerdo con las encuestas. Y, ahora, los estrategas estadounidenses deben usar otros medios para hallar algo que se parezca a la victoria. Como señala Andrew Bacevich, un excoronel del ejército, veterano de Vietnam y experto militar residente en la Universidad de Boston, es hora de “reconocer los límites de nuestro poder, reconocer la limitada utilidad de la fuerza”.
“Una lucha larga y sin un ganador claro”
El teniente coronel John Schwemmer se escandalizó cuando volvió a Irak este año para entrenar a soldados locales que lucharían contra el Estado Islámico. Cuando Schwemmer y los últimos soldados estadounidenses se retiraron en 2011, el ejército iraquí estaba en muy buenas condiciones, pensaban él y otros consejeros estadounidenses. Pero el verano pasado, cuando surgieron noticias de que dos divisiones iraquíes se desplomaron en sus primeras “batallas” con el Estado Islámico, resultó claro que algo andaba mal. Sólo cuando Schwemmer y otros trescientos entrenadores-asesores de EE. UU. llegaron hace algunos meses a Camp Taji, 32 kilómetros al norte de Bagdad, se dieron cuenta de qué tan malo era todo.
“Es bastante increíble”, declaró aThe New York Times en abril. “Estaba sorprendido. ¿Qué entrenamiento les dieron después de que nos fuimos?” Resultó que no fue mucho. El ejército iraquí se veía bien sólo en el papel. Mientras que los soldados estadounidenses y aliados se llevaban la peor parte en la lucha, y la CIA movilizaba a las tribus suníes contra Al-Qaeda, el frágil núcleo del ejército iraquí prácticamente no había tenido ningún contacto con el enemigo. Pero cuando los estadounidenses salieron del país, la corrupción endémica de los organismos oficiales de Irak, que robaron los alimentos y los salarios de sus soldados, logró alcanzarlo. Pocas unidades estaban dispuestas o eran capaces de luchar cuando el Estado Islámico arrasó el sur el año pasado.
Si eso suena familiar es porque lo es. Es la misma situación que los consejeros estadounidenses han enfrentado en las guerras de contrainsurgencia desde Vietnam: los representantes de Estados Unidos no luchan muy bien, pero sus enemigos sí lo hacen. Ni el Viet Cong ni el Talibán necesitaron asesores extranjeros para mantenerse en la lucha.
En Irak y Siria, así como en la guerra que celebra actualmente en Afganistán, Estados Unidos ha tenido que rediseñar su estrategia. Entre los objetivos se encuentra proteger el territorio estadounidense contra los ataques terroristas; impedir que Irán desarrolle un arma nuclear; defender a sus aliados de toda la vida como Israel y Arabia Saudita; y garantizar la libre circulación de petróleo proveniente de esa región. Para el presidente Barack Obama, esos objetivos no requieren un gran número de fuerzas terrestres. En lugar de ello, ha adoptado un enfoque de bajo impacto, atacando blancos del Estado Islámico en Irak y Siria desde el aire y proporcionando varios miles de consejeros militares para preparar al ejército iraquí y a los rebeldes sirios para actuar en el terreno contra los militantes. La estrategia de Obama en Oriente Medio requiere buena información, una diplomacia obstinada y una presencia destacada de las fuerzas naval y aérea del ejército estadounidense. También necesita la capacidad de vivir con contradicciones, como dar protección aérea a los representantes iraníes que combaten el Estado Islámico en Irak mientras apoyan la campaña saudí en Yemen contra los houthis apoyados por Irán.
¿Esto es suficiente para lograr los objetivos de Estados Unidos en la región? No, de acuerdo con los halcones de ambos partidos, que insisten en que se requieren más tropas terrestres estadounidenses en Irak, incluidas aquellas que dirigirían los ataques aéreos de EE. UU. contra objetivos del Estado Islámico. También desean que Obama declare una zona de exclusión aérea sobre gran parte de Siria para negar al presidente Bashar Assad el uso de su fuerza aérea contra los rebeldes antigubernamentales.
Estos halcones de defensa de Capitol Hill han hecho mucho ruido, pero no han convencido a muchos expertos militares. Algunos comandantes retirados y en activo han declarado aNewsweek que Obama tiene aproximadamente la mezcla adecuada de poder militar para lograr los objetivos de estadounidenses en Oriente Medio. Señalan que la campaña aérea contra el Estado Islámico ha demorado su avance en Irak, ha matado a más de seis mil militantes y destruido una parte importante de los tanques, la artillería y demás equipo proporcionado por EE. UU., el cual fue abandonado por los soldados iraquíes en junio pasado mientras huían.
Estos expertos advierten que la estrategia de Obama es un enfoque a largo plazo que no producirá resultados rápidos y decisivos. Afirman que la victoria mantendrá el Estado Islámico fuera de Bagdad e impedirá que el grupo lance un ataque terrorista a gran escala en suelo estadounidense. “Estamos haciendo justo lo necesario para permitir que los iraquíes mantengan ocupado el Estado Islámico”, señala Daniel Bolger, teniente general jubilado que comandó a soldados en Irak y Afganistán. “Pero hablar de destruir el Estado Islámico en el corto plazo es algo desenfrenadamente optimista. Esta será una lucha larga y sin un ganador claro.”
En una entrevista con Newsweek, el general retirado de la Fuerza Aérea Michael V. Hayden, exdirector del NSA y de la CIA, afirma que la campaña contra los terroristas, trátese del Estado Islámico o Al Qaeda, “se reduce a tácticas, y no a una estrategia”. “Los asesinatos selectivos son una medida provisional”, dice. “Y será necesario realizarlos para siempre, a menos de que se aproveche el tiempo y el espacio” que proporcionan para lograr una solución política.
Bacevich, quien perdió a un hijo en Irak, define la victoria como la restauración de “cierta estabilidad razonable” en el fracturado Oriente Medio y en el sur de Asia, de manera que Estados Unidos no tenga que estar permanentemente empantanado en los enfrentamientos de esas regiones. Pero se han terminado los días de largas ocupaciones de naciones musulmanas tribales por parte de agobiadas fuerzas estadounidenses con poco conocimiento de los idiomas, la cultura, la geografía y la historia local. “Observe que no dije que una victoria significa la democracia, proteger los derechos de la mujer o convertirnos en el garante de la supremacía militar israelí en la región”, añade Bacevich. “Pienso que lo mejor a lo que podemos aspirar es lograr una solución bastante modesta.”
Ese enfoque podría requerir algunos ajustes radicales en la política estadounidense y reconsiderar quién recibirá miles de millones de dólares de su ayuda. Uno de esos ajustes consistiría en aceptar que Irak y Siria son estados fallidos, y que sus gobiernos chiitas ya no controlan a los suníes, que ocupan el territorio del tamaño del estado de Texas que se extiende entre ambas naciones. Es poco probable que Bagdad y Damasco recuperen pronto el territorio perdido, si es que alguna vez lo hacen. Irán controla ahora las áreas chiitas de Irak, y con el afianzamiento del Estado Islámico y un Kurdistán cada vez más independiente, un nuevo mapa de Levante adquiere forma. “No volverán a ser las mismas”, dice Hayden acerca de las antiguas fronteras, trazadas en secreto por Inglaterra y Francia durante la Primera Guerra Mundial.
Esto quiere decir que Estados Unidos podría tener que aprender a vivir con el Estado Islámico en la misma forma en que aprendió a hacer frente a los conflictos de Guerra Fría en América Latina, Asia y África, donde fuerzas representantes, y en ocasiones también estadounidenses, lucharon para contener la influencia soviética. Estados Unidos no ganó la mayoría de esos conflictos; como máximo, los manejó para obtener conclusiones aceptables. Y así como Washington se hizo de la vista gorda cuando sus representantes de la Guerra Fría asesinaban a inocentes, es posible que deba encontrar un nivel de comodidad cuando sus aliados, ya sean las fuerzas chiitas iraquíes o las de Arabia Saudita en Yemen, maten a civiles. Una de las lecciones de depender de aliados en Oriente Medio y más allá la constituyen los límites del poder estadounidense para moldear su comportamiento de acuerdo con nuestro código moral.
“Vamos a matar a muchas personas”
A pesar de toda la sangre, riqueza y sufrimientos generados por las guerras en Afganistán, Irak y Siria, estos conflictos son las “peleas preliminares” del evento principal en la región: hacer frente a Irán. Evitar que Teherán construya armas nucleares, dice Bacevich, es sólo una parte de la estrategia de Obama. “El presidente busca una manera de lograr que Irán vuelva al orden internacional de manera que ese país desempeñe su propia función en la política regional, con la esperanza (y es solamente una esperanza) de que actuará más o menos responsablemente, en lugar de tratar de ser un patrocinador de la revolución islámica.”
Pero si las negociaciones nucleares fracasan (o si Irán es sorprendido haciendo trampa), las oportunidades de un enfrentamiento militar a gran escala aumentan. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha amenazado a menudo con lanzarse contra Irán sin el apoyo de sus aliados, pero los expertos de defensa dicen que esto es improbable. Israel no podría realizar ataques aéreos
suficientes para destruir todos los sitios nucleares de Irán, señalan los analistas de defensa, y Teherán podría contraatacar haciendo llover misiles sobre Tel Aviv, liberando a Hezbollá en Líbano y enviando bombarderos suicidas a atacar blancos judíos dentro y fuera del país. El precio para Israel sería muy alto.
Muchas personas dan por hecho que Estados Unidos auxiliaría a Israel en un conflicto de esta naturaleza, pero el almirante Patrick Walsh, excomandante de la Quinta Flota de la Marina Estadounidense en el Golfo Pérsico, afirma que el apoyo dependería de la forma en que se inicie la lucha. Si Irán fuera el agresor, Israel podría contar con la ayuda de EE. UU. Pero si Netanyahu se movilizara para realizar un ataque preventivo, Washington se deslindaría de él. “No puedes dar por hecho que Estados Unidos apoyará cualquier cosa que digas o hagas y [que] siempre estaremos a tu lado”, declaró Walsh aNewsweek.
Walsh piensa que la respuesta internacional más probable ante un engaño iraní sería una reanudación de las sanciones económicas. Pero existen planes de emergencia que se aplicarán si las sanciones se consideran insuficientes. Aunque tales planes se guardan bajo un estricto secreto, un plano de cómo sería una guerra de EE. UU. contra Irán fue publicado en 2012 por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de analistas de Washington, D. C. con canales de información dentro del establecimiento de la seguridad nacional de la capital.
Anthony Cordesman, un influyente analista de defensa y coautor del informe, afirma que el plan implicaría una enorme campaña aérea, encabezada por una fuerza de ataque de diez bombarderos B-2 con potencial nuclear, así como noventa aviones militares avanzados para proteger a los bombarderos, suprimir las defensas aéreas enemigas y saturar los radares y las comunicaciones de Irán. Estados Unidos también desplegaría aeronaves cisterna para el suministro de combustible en vuelo, dice. También están los grupos de combate de portaaviones, la fuerza de operaciones especiales, los aviones no tripulados, los sistemas de defensa antimisiles y las aeronaves y satélites de vigilancia que el ejército podría utilizar con un carácter ofensivo. En otras palabras, sería una guerra a gran escala, como no se ha visto desde la campaña de bombardeos denominada “conmoción y temor”, realizada en 2003.
Volando desde la isla de Diego García, en el Océano Índico, cada bombardero estadounidense llevaría dos destructores de búnkeres GBU-57 de trece toneladas, que pueden traspasar sesenta metros de concreto reforzado para pulverizar un blanco enterrado a gran profundidad. Para evitar cualquier fuego preventivo o en represalia contra israelíes y árabes estadounidenses en el Golfo, los aviones militares de EE. UU. tendrían que destruir las ocho bases de proyectiles balísticos de Irán, quince fábricas de producción de misiles y veintidós sitios de lanzamiento, de acuerdo con Cordesman. Y el ejército tendría que desplegar tras bambalinas las fuerzas de operaciones especiales en misiones de sabotaje, reconocimiento y orientación preliminar para los ataques aéreos contra objetivos como refinerías de petróleo, bases militares, caminos y puentes.
Nada de esto sería fácil, en especial debido a que Rusia ha levantado su prohibición autoimpuesta de entregar a Irán su poderoso sistema de defensa aérea antimisiles S-300. La Guardia Revolucionaria Iraní podría cumplir sus repetidas amenazas de cerrar el Estrecho de Hormuz, el estratégico canal de 34 kilómetros de ancho en la entrada del Golfo Pérsico que controla la circulación de 20 por ciento del suministro mundial de gas y petróleo. Además, Irán “puede atacar esporádicamente y de manera impredecible en una guerra de desgaste o intentar ‘acorralar’ a las fuerzas navales de Estados Unidos y del Golfo” con pequeños botes de ataque, escribe Cordesman. Como consecuencia, el Oriente Medio, ya de por sí caótico, podría desestabilizarse aún más, poniendo en riesgo la circulación de petróleo de la región.
Al final, señala Cordesman, el esfuerzo de guerra de Estados Unidos retrasaría sólo de cinco a diez años el programa de fabricación de bombas nucleares de Irán. Y los iraníes comunes que se oponen a las figuras extremistas religiosas de Teherán, afirman Walsh y otras autoridades, se unirían en defensa de su nación, garantizando el odio de una nueva generación hacia Estados Unidos.
¿De qué manera constituye esto una victoria?
“Es mejor que pensemos largo y tendido antes de hacerle la guerra a Irán”, dice Bolger. “Podríamos vencerlos fácilmente en el aire, en el mar y en el terreno, y nuestro esfuerzo de guerra sería abrumador y brutal. Pero vamos a matar a muchas personas, y los iraníes se defenderán desesperadamente.”
La nube en forma de hongo de Putin
El 7 de abril, un avión caza ruso Su-27 voló cerca de un avión espía estadounidense en el espacio aéreo internacional sobre el Mar Báltico, acercándose a seis metros y casi provocando una colisión en el aire. El incidente fue el más reciente de una serie de encuentros provocadores, y cada vez más peligrosos, entre los ejércitos de la OTAN y de Rusia.
Tales confrontaciones son parte de una campaña más amplia del presidente ruso, Vladimir Putin, para desafiar a la OTAN y a la Unión Europea en países que considera como parte del círculo histórico de influencias de Rusia. Desde que llegó al poder en 2000, el exagente de la KGB ha desplegado un arsenal de nuevas tácticas para desestabilizar y, en última instancia, neutralizar las antiguas repúblicas soviéticas que se inclinaban hacia Occidente y promover la separación entre los miembros de la OTAN y de la Unión Europea. La llamada guerra híbrida incluye la subversión por parte de agentes encubiertos, el uso no reconocido de fuerzas especiales rusas camufladas, la negación del suministro de gas ruso como un arma económica, una despiadada campaña propagandística contra Occidente y ofertas de crédito a países de Europa occidental económicamente constreñidos.
Putin ya ha empezado a reconfigurar el mapa de la Rusia postsoviética. Sus soldados ocupan actualmente las regiones de Osetia del Sur y Abjasia en Georgia, la región de Transnistria en Moldova y, más recientemente, la península de Crimea en Ucrania. Durante el año anterior, Putin también ha apoyado de manera encubierta una guerra separatista en el oriente de Ucrania, donde parece haber preparativos en marcha para una nueva ofensiva.
Crimea está perdida, reconocen los estrategas de Estados Unidos, al igual que los trozos de Georgia que Rusia arrancó en 2008. Y al general Wesley Clark, un excomandante de la OTAN, y a muchas otras personas les preocupa que no exista ningún plan occidental cohesivo para detener a Putin. La política dirigida por Estados Unidos, que consiste en abofetear Rusia con sanciones económicas y ayudar a entrenar al ejército ucraniano, no ha dado resultado. Según Clark, las ambiciones de Putin en Ucrania sólo pueden ser controladas al aumentar el costo de su agresión. Estados Unidos debe preparar un paquete de ayuda letal para Ucrania que incluya misiles antitanques y radares para localizar blancos especiales, y luego dejar claro que las armas serán entregadas a Kiev si Rusia lanza otra ofensiva.
“La pregunta es, ¿lograremos hacerlo a tiempo?”, dice Clark. “Es mucho más fácil para nosotros si podemos apoyar a Ucrania ahora y revisar el crecimiento de la ambición de Putin en este país que permitir que dicha ambición crezca una vez que haya digerido algo más de Ucrania y se centre en otros objetivos.”
Sin embargo, muchos analistas piensan que los objetivos de Putin son más moderados: contrarrestar la agresiva expansión de la OTAN hacia el este después de la caída de la Unión Soviética, ampliar la esfera de influencia de Rusia en sus fronteras y recuperar parte del prestigio de Moscú en el mundo. “Las preguntas de ¿sigue Letonia?, ¿sigue Estonia?, son un tanto rimbombantes y exageradas”, señala Eerik Marmei, el embajador estonio en Estados Unidos.
En última instancia, la descripción de una victoria de Estados Unidos en Ucrania, que no es miembro de la OTAN, sería un arreglo político que equilibre los intereses occidentales y rusos. “Sé cómo luce la victoria allí, y no es la aniquilación del enemigo”, dice Hayden. “El objetivo es crear un equilibrio que sea realmente sostenible.” Hayden y otros prevén un nuevo sistema federal de gobierno para Ucrania que cuente con amplias disposiciones que permitan que la parte oriental del país se alinee con Rusia, al tiempo que garantiza que Kiev no se incorporará a la OTAN. El objetivo, afirma, es “una Ucrania estable, moderadamente próspera y modestamente democrática” carente de Crimea y otras áreas orientales.
Sin embargo, es evidente que Putin tiene designios más allá de Ucrania. Ha estado aprovechando las rupturas dentro de la Unión Europea y la OTAN para crear divisiones incluso más profundas. Ha fomentado la preocupación de Alemania respecto al suministro de gas ruso si las sanciones continúan. Ha ofrecido préstamos a Grecia en condiciones mucho más favorables que cualquier rescate de la eurozona, suministros de gas más baratos, así como más inversión y turismo ruso. Incluso ha entrado en contacto con partidos nacionalistas de derecha en Francia, Suecia, Finlandia, Hungría y Bulgaria.
Por supuesto, la oscura nube de un conflicto nuclear se cierne sobre cualquier choque directo con los rusos, y Putin ha dado un buen uso a esos temores. En marzo, Rusia amenazó con dirigir sus misiles nucleares a Dinamarca si la nación escandinava se incorporaba al escudo de defensa antimisiles de la OTAN. Tales amenazas no hacen más que reforzar el esfuerzo de Putin de hacer creer a los europeos occidentales que cualquier intento de perjudicar sus designios sobre Ucrania podría desencadenar un Apocalipsis nuclear.
Sin embargo, Hayden cree que se trata sólo de bravatas. “Rusia no está resurgiendo”, dice. “Se está quedando sin capacidad empresarial, se está quedando sin democracia, se está quedando sin pluralismo, se está quedando sin petróleo, se está quedando sin gas, se está quedando sin rusos; su índice de natalidad está a la baja. No me preocupa Rusia en diez o quince años; me preocupa Rusia en cero o tres años.”
Además de las sanciones y la amenaza de la ayuda militar para Ucrania, la única respuesta para Rusia es la OTAN. Aunque Estados Unidos fortaleció su presencia en el Báltico después del avance de Rusia sobre Ucrania, a muchos de los críticos de Obama les gustaría verlo ir a Narva, una ciudad de Estonia en la frontera con Rusia, y declarar: “Esto se detiene aquí”. Pero mientras el ejército estadounidense se reduce y muchos miembros de la OTAN incumplen las promesas de asignar 2 por ciento de su producto interno bruto a gastos de defensa, este gestoreaganesco parece improbable. Incluso si Obama hiciera tal demanda, es posible que Putin no lo tome en serio.
Incluso los ganadores pierden
Actualmente, casi todos los días, flotas chinas de embarcaciones de vigilancia marina y barcos de arrastre cruzan las aguas territoriales cerca de las islas Senkaku para subrayar los reclamos territoriales de Pekín en el Mar de China Oriental. Y cada vez, los barcos de la guardia costera japonesa tratan de expulsarlos de la zona, que Tokio también reclama como suya. Los chinos obedecen rara vez.
Estos encontronazos con los aliados estadounidenses en Asia, junto con el crecimiento armamentístico de China, han llevado a algunas personas en Washington y Pekín a creer que la guerra es inevitable. Los críticos contestan que ambas partes tienen tanto que ganar en la competencia pacífica, y tanto que perder en un conflicto armado, que la guerra es inimaginable. De cualquier manera, Estados Unidos mira con precaución y preocupación estas demostraciones de fuerza de China.
Hace veinte años, la idea de que China pudiera enfrentar militarmente a Estados Unidos se hubiera considerado estrafalaria. En ese entonces, China protestó públicamente contra la venta de armamento por parte de EE. UU. a Taiwán, que Pekín reclamaba todavía como una provincia renegada, pero reconocía en privado que era demasiado débil como para hacer algo al respecto. Hoy Pekín no sólo ha afirmado su reclamo por los mares del sur y el este de China, sino que también posee la fuerza para respaldarlo. El servicio de inteligencia de la Marina de Estados Unidos ha determinado que China tiene temibles armas denominadas de negación de área, entre ellas, el misil hipersónico Dong Feng 21, construido para hundir portaaviones. El crecimiento armamentístico de China también incluye una amplia variedad de otros misiles de mediano y largo alcance, la proyección sin precedentes de poder naval lejos de su costa, satélites que pueden anular las capacidades de vigilancia desde el espacio de Estados Unidos y una temible capacidad para la ciberguerra que podía causar estragos en las redes de comando y control estadounidenses. “Han llegado a la mayoría de edad”, dice Walsh, que también comandó la flota U. S. Pacific. Desde el punto de vista de China, “ellos pueden rediseñar la estructura de un sistema [estadounidense] basado en reglas en el Pacífico”.
En respuesta, el llamado pivote de Asia de Obama incluye una importante reordenación del poderío militar de EE. UU. que pondrá 60 por ciento de las embarcaciones y submarinos de la marina en el Pacífico. Estados Unidos también enviará a la región aviones militares avanzados como el F-22, el F-35 y los bombarderos de largo alcance B-2 y B-52, así como buques de guerra adicionales equipados con sistemas Aegis de defensa antimisiles. El secretario de defensa, Ashton Carter, dice que se han desarrollado nuevas tecnologías para contrarrestar el crecimiento militar chino, entre ellas, un bombardero invisible de largo alcance, un misil crucero de largo alcance antiembarcaciones y un cañón de riel que utiliza la fuerza electromagnética para propulsar proyectiles a velocidades más altas y con mayor eficacia que los explosivos convencionales. Carter también afirma que el Pentágono está desarrollando nuevas capacidades militares para la guerra espacial y electrónica. “Tomará décadas; y déjeme repetirlo: décadas, para que cualquiera acumule la clase de capacidad militar que Estados Unidos posee actualmente”, dijo en la víspera de su viaje realizado en abril para reunirse con aliados en Asia.
Pekín ha tomado nota y parece tratar de evitar una confrontación militar directa con Estados Unidos, que tiene tratados de defensa con Japón, Corea del Sur y Filipinas. En lugar de ello, avanza con precaución, rodeando las islas en disputa con sus embarcaciones, manteniendo a raya a otros y, en algunos territorios, construyendo pistas de aterrizaje. Un día, sólo hay una solitaria pila de rocas en las azules aguas territoriales. Al día siguiente, dicha pila está bajo el control de Pekín.
Tales movimientos conllevan un gran riesgo de cometer errores de cálculo y provocar una rápida escalada. La mayoría de los analistas militares están de acuerdo en que Estados Unidos, con su gran superioridad en relación con sus fuerzas convencional y estratégica, puede hacer tambalear China en una confrontación militar a gran escala. Pero las fuerzas estadounidenses también sufrirían pérdidas importantes. Con sus misiles antiembarcaciones y sus satélites espía, China ha recorrido un largo camino desde la oleada humana de ataques de infantería que usó contra las fuerzas estadounidenses durante la Guerra de Corea. Con el tiempo, los avances tecnológicos de China (algunos de ellos obtenidos al robar secretos de Estados Unidos) siguen reduciendo la brecha de la superioridad militar. China también tiene la ventaja del dinero y de la cantidad. El país tiene una mayor capacidad de construir más embarcaciones y aviones que EE. UU.
Bacevich dice que una guerra entre Estados Unidos y China sería “absurda”, teniendo en cuenta los beneficios de una convivencia pacífica constante, por no mencionar la catastrófica cantidad de muertes, la destrucción y el sacudimiento del orden mundial que provocaría un choque militar a gran escala. Pero eso no quiere decir que puedan evitarse las fricciones. Después de siglos de ser explotada y marginada por Occidente, China se siente fuerte otra vez, y ha mostrado una determinación nacionalista para plantar su bandera en los tramos exteriores de lo que considera como su legítima zona de defensa.
Si la historia puede servir como guía, las posibilidades de lograr la paz no parecen prometedoras. Graham Allison, director del Centro Belfer para la Ciencia y los Asuntos Internacionales en Harvard, señala que en once de los quince principales casos registrados desde el año 1500, en los que una potencia en crecimiento surgía para desafiar un poder gobernante, la guerra era el resultado. Pero incluso los ganadores, en muchos casos, sufrían pérdidas catastróficas.
El desafío para Occidente, de acuerdo con Bacevich y otros, es manejar el surgimiento de China mejor que lo que hizo con el de Alemania en la primera mitad del siglo XX. “Entre 1900 y 1905, los franceses, los británicos y los rusos no lograron encontrar la fórmula para adaptarse a este creciente poderío alemán”, dice Bacevich. “Y el resultado fue la catástrofe que estalló en 1914.” Y de nuevo en la década de 1930.
Por tanto, una victoria para Estados Unidos en el Pacífico occidental sería gestionar la paz, en una forma muy semejante a la que utilizó para contener a la Unión Soviética y evitar un intercambio nuclear en la Guerra Fría. Y al igual que con la URSS, una herramienta para mantener el equilibrio es crear mayores lazos económicos, culturales y políticos para profundizar sus relaciones con China. Otra herramienta consiste en desafiar a Pekín para actuar en formas que reflejen lo que los líderes chinos dicen de sí mismos. Después de todo, convertirse en una potencia mundial requiere más que explotar recursos en lugares como Sudán. “Ellos dicen: ‘Somos alguien’. Nosotros respondemos: ‘Entonces actúen como alguien’”, señala Hayden. “Como una gran potencia, ustedes tienen que asumir cierta responsabilidad por mantener el sistema internacional.”
Desde luego, Pekín puede hacer caso omiso de este sermoneo. Razón de más, según Hayden, para que Washington señale enfáticamente que está preparado para defender a sus aliados por la fuerza. El punto no es “ir a la guerra con estas personas, sino hacer más difícil que cometan una tontería”.
“Todo el lugar brillará en la oscuridad”
Uno de los lugares donde los intereses chinos y estadounidenses han coincidido es Corea. Desde el final de la Guerra de Corea, Pekín y Washington han trabajado mucho para mantener la paz en la península. Eso ha constituido una victoria para todos, pero especialmente para Corea del Sur, que se ha transformado en un centro industrial y tecnológico, especialmente desde que derrocó una dictadura militar hace más de treinta años.
Pero Kim Jong Un, de Corea del Norte, el más reciente Kim en dirigir la cleptocracia familiar, es tan imprevisible como su padre y su abuelo: blande armas nucleares y misiles como si fueran juguetes de plástico, arroja proyectiles a islas surcoreanas y amenaza periódicamente con “incendiar” Corea del Sur.
Las preguntas son: ¿Kim se atrevería realmente a atacar Corea del Sur? ¿O a lanzar un misil nuclear hacia Alaska? “Nada es inconcebible”, señala un consultor de alto rango del gobierno de Estados Unidos con respecto a las Coreas, quien declaró a Newsweek desde el anonimato debido a que se trataba de una situación delicada. “Sin embargo, en las circunstancias actuales, es muy poco probable que [él] quisiera lanzar un ataque a gran escala contra Corea del Sur. Actualmente se concentra en los estándares de vida y en mejorar la economía. Una guerra sería un gran revés, y retomar el rumbo les tomaría otra década o dos o tres, incluso si ganaran.”
“La disuasión aún funciona en Corea”, dice Robert A. Manning, un antiguo especialista en Corea y armas nucleares en los departamentos de Estado y de Defensa y en la oficina del director de Inteligencia Nacional. Si Kim Jong Un concentrara soldados en la frontera, dice, Estados Unidos tendría mucho tiempo para advertirle acerca de las graves consecuencias de invadir Corea del Sur. “La pequeña buena noticia sobre Corea del Norte es que no se trata de Al Qaeda, no es suicida [ni] espera setenta y dos vírgenes”, afirma Manning, quien actualmente es miembro de alto rango del Consejo Atlántico en Washington, D. C. “Kim y sus amigos valoran la supervivencia del régimen por sobre todas las cosas. Saben que si ponen en marcha cualquier conflicto a gran escala, todo el lugar brillará en la oscuridad.”
Pero dirigir los misiles nucleares de Estados Unidos para atacar a Pionyang también podría tener consecuencias negativas. “La única situación en la que la disuasión podría no resistir es un caso de fracaso”, declaró Manning aNewsweek. “Si están a punto de estrellarse, quizá deseen arrastrarnos con ellos.” Independientemente de lo insatisfactorio que sea el statu quo, dice, la contención es probablemente lo mejor que podemos esperar. Pekín parece decidido a seguir apoyando a los Kim, principalmente para impedir que millones de refugiados coreanos inunden China. Y mientras eso permanezca igual, los Kim no irán a ningún lado. “La gente ha venido pronosticando la caída de Corea del Norte durante veinticinco años”, dice. “Hay que esperar sentados.”
La guerra eterna
Después de China, Rusia, Irán y Corea del Norte, todo lo demás (incluido el enredo con el Estado Islámico) parecen simples problemas domésticos para Estados Unidos. En las guerras ocultas que las fuerzas especiales de Estados Unidos libran contra terroristas (desde África occidental pasando por Libia, Egipto, Siria, Irak y Somalia hasta Yemen, Afganistán, Pakistán y Filipinas) no intervienen grandes unidades en tierra ni existen posibles confrontaciones entre grandes potencias. Son el mismo tipo de escaramuzas que Roma emprendió constantemente para ampliar y proteger su imperio durante casi quinientos años.
En una conferencia pronunciada en Harvard en el mes de abril, John Brennan, director de la CIA, no mencionó la historia de Roma, pero pudo haberlo hecho. “Es una guerra larga, desafortunadamente”, dijo al hablar de las luchas para “degradar” Al Qaeda, el Estado Islámico y sus retoños. “Pero ha sido una guerra que ha existido durante milenios… por lo que, en mi opinión, será algo sobre lo que tendremos que estar alerta.”
Siempre alerta, por supuesto, se traduce como “una guerra permanente, principalmente de baja intensidad”. En este contexto, ganar significa simplemente impedir otro secuestro en una aerolínea importante o un ataque como los del 11/9 y, ciertamente, evitar que una bomba sucia o un arma nuclear estallen en territorio occidental. Otros ataques, como el del maratón de Boston, lanzados por radicales islámicos con iniciativa, son difíciles de prevenir y pueden convertirse en la norma, reconocen los oficiales de inteligencia. De igual forma, la vigilancia electrónica masiva y las investigaciones policiacas sin una orden judicial sin duda permanecerán en el futuro inmediato, a pesar de su discutible utilidad y la cólera que les provocan a las personas que están a favor de las libertades civiles. Lo mismo vale para los dos aspectos de la estrategia estadounidense en el extranjero: los ataques con aviones no tripulados y la asociación en misiones de antiterrorismo con regímenes locales y grupos tribales, que son a menudo poco fiables, están desacreditados o resultan desagradables.
En su libroKill Chain: The Rise of the High-Tech Assassins (Cadena de asesinatos: el surgimiento de los asesinos de alta tecnología), el analista militar Andrew Cockburn destaca la carrera de Rex Rivolo, un piloto de combate de la época de Vietnam que se convirtió en un científico espacial de primera línea y en un intelectual de defensa. Tras dudar durante mucho tiempo de que la alta tecnología daría la victoria en el campo de batalla, Rivolo terminó trabajando en una célula secreta de inteligencia en los cuarteles generales del ejército estadounidense en Bagdad. Al analizar las estadísticas, descubrió que la eliminación de los llamados objetivos de alto valor mediante ataques con aviones no tripulados y equipos de cazadores-asesinos incrementaba la violencia contra los soldados estadounidenses y aliados. “Cuando preguntamos acerca de la persecución de personas de alto valor y del efecto que ello tenía, respondían: ‘Oh, sí, matamos a ese tipo el mes pasado y tenemos más artefactos explosivos improvisados que nunca’”, dijo Rivolo a Cockburn. “Dijeron exactamente lo mismo: ‘Una vez que los eliminas, al día siguiente tienes a un nuevo tipo más inteligente, más joven, más agresivo y en busca de venganza’.”
Lo mismo se aplica en Pakistán, Yemen y ahora en el norte de Irak y Siria, las principales incubadoras del terrorismo mundial. Hayden insiste en que los ataques de aviones no tripulados contra Al Qaeda fueron cruciales para prevenir otro ataque a gran escala contra Estados Unidos. Pero mientras los altos niveles del grupo de Osama bin Laden fueron diezmados y el líder mismo fue eliminado en 2011, otros tomaron sus lugares mientras la organización sufría una metástasis. Al Qaeda y sus rivales del Estado Islámico compiten ahora para obtener seguidores desde Libia hasta Afganistán. Esto no puede considerarse una “victoria”.
Si uno habla con los hombres y mujeres que tienen que librar estas guerras, todos ellos dicen lo mismo: podemos seguir matando gente, ¿pero con qué objetivo? En esta guerra eterna, lo mejor que puede esperar Estados Unidos es un manejo eficaz de las amenazas. Eso significa que podría sobrevenir un ajuste a gran escala relacionado con Afganistán. Dado que las fuerzas estadounidenses están programadas para retirarse a finales de 2016, el futuro del régimen de Kabul luce sombrío. En el mejor de los casos, enfrenta una insurgencia del Talibán continuada; en el peor, una victoria del Talibán y una nueva guerra civil entre los pastunes del sur y los tayikos étnicos del norte. En cualquier caso, la autoridad del gobierno central tiene pocas probabilidades de extenderse mucho más allá de la capital. En algún momento, los funcionarios estadounidenses se verán obligados a cuestionar la conveniencia de aportar más dinero a otro estado fallido.
Esto también significa que Washington podría tener que pensar dos veces antes de intervenir militarmente en el terreno humanitario, como lo hizo en Libia en 2011. Esa intervención sumió el país en el caos, y un mosaico de milicias controla ahora diferentes ciudades y regiones. “Estos son los problemas que las personas de la región tendrán que averiguar cómo resolver”, dice Bacevich. “Y no lo harán rápidamente; no lo harán fácilmente; y es probable que no lo logren sin un considerable derramamiento de sangre. Pero al final del día, tendrán una mejor oportunidad de resolver sus propios problemas que la que tenemos nosotros de imponerles una solución.”
Esa fue la lección que Roma aprendió de su derrota en el Bosque de Teutoburgo. Las legiones de Roma recibieron más palizas al este del Rin antes de que sus líderes decidieran que la mejor forma de reducir la amenaza de las tribus germánicas era dejarlas en paz. Como escribió el historiador romano Tácito, de acuerdo con un análisis realizado por el erudito holandés Jona Lendering: “Si se les deja en paz, las tribus germánicas volverán a dividirse y dejarán de ser peligrosas”.
Esta bien puede ser la difícil elección que Estados Unidos tiene que aprender.