La violencia estalló horas después de que Freddie Gray
recibiera sepultura. El joven negro, de 25 años, fue arrestado el 12 de abril
por al menos tres policías de la ciudad de Baltimore. Un testigo grabó cómo era
arrastrado con violencia hacia una patrulla. Siete días después, falleció a
causa de una severa lesión medular que sufrió durante la detención.
Este caso reabrió una herida en la comunidad afroamericana de
Estados Unidos tras los cada vez más frecuentes hechos de brutalidad policial
contra esta minoría. Y demostró que ese país no ha logrado superar las
tensiones raciales, pese a tener por primera vez en su historia a un presidente
de color.
Dicha herida se reflejó con escaparates destrozados, la quema
de 144 vehículos, el saqueo de comercios y daños a 19 edificios. A su vez, el
caos tuvo como respuesta el despliegue de la Guardia Nacional, una medida que
no se implementaba desde hace 47 años para contener los fuertes disturbios por
el asesinato de Martin Luther King.
El estado fue declarado en emergencia y bajo un toque de queda
ordenado por la alcaldesa Stephanie Rawlings-Blake. Durante la noche del lunes
27 de abril y la madrugada del martes, 235 personas fueron detenidas, 34 de
ellas adolescentes. Hubo al menos 15 policías heridos, seis de ellos de
gravedad.
Pero los mil agentes de la Guardia Nacional a bordo de
vehículos blindados y portando armas largas, sumados a los dos mil agentes que
estaban encargados de patrullar las calles, resultaron insuficientes para
contener la furia que se reprodujo el miércoles ya no sólo en Baltimore, sino
en otras ciudades como Nueva York, Washington, Boston y Seattle.
La pólvora corrió y despertó al black power.
El uso (in)necesario de la fuerza
Hay razones de sobra para entender, que no justificar, el
creciente malestar en la población estadounidense contra la actuación de las
fuerzas de seguridad.
Estas son algunas de ellas, las más recientes:
El 17 de julio de 2014, agentes de Nueva York abordaron a Eric
Garner, de 43 años, acusándolo de la venta ilegal de cigarrillos de marihuana.
Tras una discusión, uno de los policías lo tomó por el cuello para someterlo. A
los pocos minutos, Garner, quien tenía problemas respiratorios y tras reiterar
en varias ocasiones que no podía respirar, murió en el suelo.
En Ferguson, el 9 de agosto de 2014, el agente Darren Wilson
patrullaba en su vehículo oficial cuando se encontró con el joven Michael Brown
quien, según algunas informaciones, había robado unos cigarrillos en un
comercio. Tras un enfrentamiento entre ambos, el agente disparó hasta 18 veces.
Seis balas impactaron en el cuerpo de Brown provocándole la muerte. El
responsable fue absuelto del cargo de homicidio y liberado.
Timothy Loehmann, un policía de Cleveland, disparó el 22 de
noviembre de 2014, en el abdomen a Tamir Rice, de 12 años, tras ordenarle que
se detuviera mientras caminaba en un parque con una pistola de juguete. Rice
murió un día después.
El 6 de marzo de 2015, el agente Matt Kenny disparó a Tony
Robison, de 19 años, en Madison, Wisconsin. Tres balas impactaron al joven, una
de ellas en la cabeza. El policía había sido alertado de que Robinson provocó
altercados en un área residencial y que había tratado de agredir a dos
personas. El agente afirmó que actuó en legítima defensa.
El agente Michael Slager dio el alto al vehículo de Walter
Scott, de 50 años, en North Charleston, Carolina del Sur, el pasado 4 de abril.
Mientras el policía comprobaba en su patrulla los datos de Scott, este salió
corriendo, aparentemente por miedo a ser detenido por no pagar la pensión a sus
hijos. Fue entonces cuando inició la persecución que concluyó con ocho
disparos, cinco de los cuales dieron en Scott. Una de las balas le atravesó el
corazón.
De acuerdo con estadísticas de diversas organizaciones,
elaboradas con base en informes oficiales, un negro muere cada 28 horas a manos
de las fuerzas de seguridad estatales o privadas. Son casi 313 al año.
Pese a lo dramático de la cifra, la mayoría se convierten en
casos que nunca se resuelven y que son cubiertos con el manto de la impunidad.
Obama es negro, pero la casa es blanca
Aproximadamente 12.4 por ciento de los estadounidenses, unos
37.6 millones, son negros o afroamericanos. Hoy, millones de ellos han obtenido
títulos universitarios y una importante cantidad ocupa puestos de dirección.
Además del presidente Obama, el exprocurador General, Eric
Holder; el asesor de Seguridad Nacional, y el director de la Agencia de
Protección Medioambiental, también son de color.
Sin embargo, este sector de la población está rezagado en casi
todos los aspectos (ingresos, la vivienda, la educación, el empleo o la
expectativa de vida) frente a los blancos.
Un trabajador promedio en Estados Unidos gana un salario medio
por hora de 20 dólares con 90 centavos, según la Oficina de Estadísticas
Laborales; esto significa hasta un salario promedio anual de 43 460 dólares. No
obstante, los afroamericanos perciben un promedio de 32 584 dólares.
Estas diferencias, aunadas al uso excesivo de la fuerza que ha
provocado muertes y a un sistema judicial que castiga a la minoría negra, ha
hecho que las calles sean tomadas, a veces violentamente, otras con la fuerza
de la razón.
El 13 de diciembre de 2014 tuvo lugar una manifestación en
Washington que fue especialmente significativa pues reunió a los familiares de
Garner, Brown y Rice, así como de muchos otros.
“Esta no es una marcha de la gente negra contra la gente
blanca. Esta es una marcha de los americanos, por los derechos de los
americanos. No pedimos nada extravagante: sólo que se aplique la ley, la
Constitución, de igual manera para todos”, exigió Al Sharpton, líder de la
National Action Network.
En esa movilización, el congresista Al Green dijo que estaban
ahí por las mismas razones por las que en 1955, Rosa Parks se negó a ceder el
asiento a un blanco y moverse a la parte trasera de un autobús por lo que fue
encarcelada.
“Estamos aquí porque nos negamos a aceptar la injusticia. Este
movimiento empezó antes de que naciéramos, pero queremos que acabe antes de que
muramos”, concluyó.
Y es que muy a pesar de la Ley de Derechos Civiles, de la Ley
de Derechos de Voto, y de la Ley de Vivienda Justa, aprobadas en la década de
1960 en respuesta a una demanda racial, hoy Obama es negro, pero la casa sigue
siendo blanca.