Hubo un momento en la historia moderna cuando el Partido
Republicano era un partido de ideas; estuviera uno de acuerdo o no con ellos,
sus líderes eran personas inteligentes con políticas ideológicamente
consistentes basadas en los hechos y la historia. Pero como dijo recientemente
Bruce Bartlett, un ex analista político de Ronald Reagan: “Ahora es el partido
de la gente loca, la gente ignorante del Partido del Té, gente que no sabe nada
y está orgullosa de ello”.
Vea las locuras de los últimos años: el Presidente Barack Obama
es un musulmán, Obama fue adoctrinado para odiar a EE UU por su ministro
cristiano (no trate de conciliar esas dos primeras), Obama manipuló el huracán
Sandy con un sistema militar secreto de ondas de radio, Obama ordenó ataúdes
por un total de $1,000 millones de dólares para los campos de detención
federales, Obama simuló el asesinato de Osama bin Laden, la masacre en la
escuela primaria Sandy Hook fue una operación de “bandera falsa” para que Obama
pudiera quitarles sus armas a los estadounidenses, Obama le dijo a Nigeria que
Estados Unidos no la ayudaría a combatir los terroristas hasta que su gobierno
reconociera el matrimonio homosexual, Obama está alcanzando un acuerdo con Irán
y EI para que ellos lancen un ataque nuclear contra EE UU para que él pueda
tener un tercer período… La lista de lo irracional e ilógico sólo crece y
crece.
Pero el verdadero peligro no es que franjas de votantes
republicanos mascullen sinsentidos, sino que las discusiones de política
frecuentemente se descarrilen cuando los líderes republicanos tratan la más
reciente obsesión de los lunáticos como algo que vale más que escarnio. Ya sea
que estos funcionarios sean demagogos en busca de los votos de los trastornados
o —la posibilidad más aterradora— sean creyentes de esta chorrada tóxica, el
resultado es el mismo: acunar a los locos ha hecho de muchos políticos
republicanos matronas de la locura.
La más reciente teoría de conspiración es tan extraña que
finalmente obligó a algunos funcionarios republicanos a proclamar que se
debería terminar la paranoia del partido.
Hela aquí: el gobierno federal de EE UU está preparando la toma
militar de Texas usando túneles secretos debajo de tiendas cerradas de Wal-Mart
para que las tropas se puedan mover silenciosamente por el estado. Tómese un
momento para digerir eso. La administración de Obama está enviando fuerzas
estadounidenses a Texas para… hummm… no sé. ¿Tomar el control de la NASA? (No,
los federales ya la tienen.) ¿Apoderarse de la Base Lackland de la Fuerza Aérea
o de Fort Hood? (No, ellos también los administran.) ¿Derrocar a la legislatura
y el gobernador? (Ello requeriría desmantelar el Congreso y apoderarse de la
Suprema Corte, ya que tomar Texas será inconstitucional.) ¡Espere! ¡Ya lo
tengo! ¡Obama va a hacerse con el control de Texas y luego lanzar una ley
marcial nacional!
Como muchas teorías de conspiración modernas, ésta empezó en
los márgenes externos de internet, donde una pequeña verdad fue transformada en
una pesadilla. La parte real: los militares están realizando un ejercicio de
entrenamiento en varios estados, del 15 de julio al 15 de septiembre, llamado
Jade Helm 15. El entrenamiento se hará principalmente en Texas porque el estado
tiene muchísima tierra sin desarrollar así como acceso a ciudades. Los estados
seleccionados fueron elegidos porque su terreno es similar a lo que los
soldados podrían enfrentar en el extranjero.
Los chiflados sitios en la red se aprovecharon de un documento
público sobre el ejercicio (¿no todas las conspiraciones enormes están escritas
en documentos públicos?) y se pusieron aún más chiflados después de ver que los
estados donde los militares pretenderían enfrentar enemigos fueron etiquetados
como territorio enemigo. Entonces, decidieron ellos, este plan era la cobertura
de una conspiración ruin para secuestrar y asesinar estadounidenses en la ultra
secreta “lista roja” gubernamental de conservadores marcados para su asesinato,
imponer la ley marcial, incautar las armas de los estadounidenses y encarcelar
a los disidentes políticos.
Ninguna persona racional podría tomar esto con seriedad,
¿verdad? ¡Así que ja, ja, ja! Excepto que… el gobernador de Texas, Greg Abbott,
le pidió a la Guardia Estatal de Texas que tuviera un ojo abierto por esta
posible toma militar. El senador Ted Cruz, un candidato presidencial
republicano que en este acto se mostró no apto para la Casa Blanca, cuestionó
al Pentágono al respecto, y luego dijo que los ciudadanos tenían razones para
desconfiar del gobierno. Otro candidato presidencial y senador, Rand Paul,
aseguró a sus partidarios que revisaría el asunto. Reporteros preguntaron a la
Casa Blanca y al secretario de defensa al respecto. (Los periodistas deberían
ponerse serios con respecto a sus trabajos o renunciar.) Louie Gohmert,
representante federal republicano por Texas, aseveró que los militares tienen
que demostrar que no están “haciendo la guerra contra sus propios estados”, y
estuvo de acuerdo en que había razones para sospechar. Otros políticos
republicanos han respondido con variaciones del “Bueno, puedo ver por qué la
gente querría cuestionar a la dirigencia civil”.
En otras palabras, esto no es gracioso. Cuando los políticos
son estúpidos o confabuladores o lo bastante cobardes para dejar a grandes
partes de la población temblando de miedo por Ideas que hacen de Estados Unidos
el hazmerreír del mundo, tienen que renunciar a cualquier derecho de ser
tratados con respeto. Así, es hora de que todas las personas racionales
—republicanas, demócratas, independientes— encaren a demagogos como Cruz y
Abbott y griten: “¡Ya basta!”
Aun cuando ha empeorado más en años recientes, el hincarse ante
la locura comenzó hace décadas, durante la presidencia de Bill Clinton. Por
alguna razón, en ese momento los republicanos renunciaron a la idea de debatir
las diferencias políticas y más bien se desviaron al mundo de los ataques puramente
personales de los oponentes políticos con base en teorías de conspiración.
¿Usted sabía que Bill Clinton asesinó hasta 50 personas? ¿Incluidos
adolescentes que él arregló que fueran atropellados por un tren? ¿Que él ayudó
a los cárteles de la droga latinoamericanos? ¿Qué el asesinó al asesor legal
adjunto de la Casa Blanca en un nidito de amor que el abogado compartía con la
primera dama Hillary Clinton, y luego lo cubrió haciéndolo parecer como si
fuera un suicidio? ¿Qué, para ocultar otros crímenes, hizo que alguien le
disparase a Ron Brown, secretario de comercio, en la cabeza y luego estrellase
un avión cargado de él y otras 33 personas en Croacia? (Parecería que
dispararle a Ron Brown en la cabeza habría sido suficiente para matarlo, pero
creo que no puedes ser demasiado cuidadoso.)
La presidencia de Clinton fue sujeta a una serie incesante de
investigaciones por parte de un Congreso republicano y asesores legales
independientes por tal sinsentido. Por supuesto, al final algo surgió: Clinton
había mentido con respecto a su participación en una relación sexual
extramarital con una interna en vez de admitir que engañaba a su esposa. Los
republicanos que controlaban la Cámara de Representantes lo impugnaron por
ello, sabiendo muy bien que, a pesar de toda la atención y el tiempo dedicados
al caso, Clinton nunca sería removido de su cargo por un Senado demócrata.
Al mismo tiempo, un grupo llamado Al-Qaeda que era desconocido
para la mayoría de los estadounidenses hizo estallar embajadas de EE UU en África
Oriental; Clinton respondió con un débil intento de eliminar a su líder, Osama
bin Laden. Los republicanos lo condenaron; no por haber fracasado en pegar más
fuerte sino por tratar de desviar la atención del importantísimo caso del “sexo
con una interna”. Y cuando Saddam Hussein despidió de Irak a los inspectores de
armas en 1998, Clinton respondió disparándole misiles. De nuevo, los
republicanos acusaron al presidente de tratar de cambiar el tema de la
importantísima investigación congresista del sexo oral ilícito. En otras
palabras, el gobierno dejó de funcionar mientras supuraban eventos que
llevarían a dos guerras al paso de tres años, matando a miles de soldados
estadounidenses.
El gobierno de Estados Unidos no es una insignificancia. No es
algún objeto brillante con el cual incitar a los infantiles con esperanzas de
cobrar poder. Pero se ha permitido que el gobierno se vuelva un chiste cuando
los políticos republicanos no sólo tratan con respeto las locuras imaginadas
por sus partidarios sino que también generan falsedades disparatadas de su
propia cosecha.
Por ejemplo, a causa de teorías de conspiración generadas por
políticos, cantidades incalculables de viejos en los últimos años han muerto
innecesariamente en circunstancias innombrables, con tubos de entubación
metidos en sus gargantas mientras sus costillas son rotas durante
resucitaciones cardiopulmonares inútiles. Estos ciudadanos mayores tal vez
hubieran elegido algo más si Medicare pagase por asesoramiento para terminar la
vida; con ello, los médicos podrían pasar las enormes cantidades de tiempo
requeridas para enseñar a los ancianos sus opciones disponibles conforme se
acerquen a la muerte, luego proveer instrucciones sobre cómo preparar las
formas apropiadas para asegurarse de que sean tratados como lo desean durante
sus últimos días u horas.
Pero Sarah Palin y un puñado de otros republicanos —ya sea por
ignorancia o por maldad— declararon que esta idea enteramente benigna apoyada
por los geriatras era más bien la creación de “paneles de la muerte”. ¿Por qué?
Porque era una característica del Obamacare. Palin y otros políticos con una
mentalidad similarmente despistada afirmaron que el asesoramiento para terminar
la vida era un complot para el asesinato planeado por el gobierno, en el que
los burócratas decidirían quién vivía o moría. La idea era ridícula de
antemano, pero no importó: los obsesionados con las conspiraciones lo acogieron
con entusiasmo. Esta fantasía vomitada por un puñado de políticos
confabuladores en su intento rabioso de matar al Obamacare más bien sólo mató
el asesoramiento para terminar la vida. Y como resultado, vi a un veterano de
la Segunda Guerra Mundial acercarse a la muerte con una serie de horrores
infligidos a él; nadie le dijo cómo llenar apropiadamente las formas requeridas
para evitar la entubación y las resucitaciones violentas que él no quería. Sin
duda, Palin y sus compatriotas son responsables de ese espantoso deceso de un
héroe estadounidense.
Entonces, republicanos: ¿quieren atacar las políticas de Obama?
Háganlo, pero basen las denuncias en realidades, no en teorías de conspiración
del coco. Vuelvan a ser un partido de ideas. Dejen de hacerles el juego a los
lunáticos; cuando ellos griten cosas como ley marcial y certificados de
nacimiento y operaciones de bandera falsa y túneles secretos debajo de
Wal-Mart, mitiguen sus miedos diciéndoles que están equivocados. No lo nieguen
con guiños y cabeceos que sugieren, bueno, que tal vez están en lo correcto.
Detengan la locura. Han afectado a demasiada gente al consentirla.
Y si no tienen el coraje o la decencia para ver el daño causado
por este tipo de partidismo psicótico, entonces espero que la próxima persona
que sufra las consecuencias de las teorías de conspiración republicanas no sea
un extraño. Más bien, espero que sea usted o uno de sus seres queridos. Tal vez
entonces aprendan que gobernar no es un juego donde lo irracional y lo
paranoico dictan las reglas.