Los egresados del Instituto Cumbres deseaban para su video de graduación los ojos turquesa de Carmen, pero sobre todo, su figura escultural y sutil que se insinuaba con un ligero sostén de encaje en el portal web de la agencia Model Zone: un reino de cuarenta mujeres inquietantes, todas modelos extranjeras, en la colonia Condesa. El cabello cobrizo caía ondulado sobre sus hombros y luego se deslizaba hacia el pecho, como si la imagen sugiriera al voyeur, ahora sí, abarcar con toda la mirada la piel blanca de la venezolana que hace veinticuatro años nació en Maracaibo.
Dentro de Grupo Mann, una compañía de producción audiovisual dirigida por Juan Javier Ibarra Pitts, un joven empresario, la foto de Carmen recibió el visto bueno junto a las imágenes de otras nueve modelos, ninguna mexicana. Solo les faltaba contactar al representante de ellas, el “fashion manager” Gerry Armendariz, para organizar dos turnos de grabación.
Horas después, un martes de marzo, el celular de Carmen sonó: “Mi agencia me avisó: tienes llamado hoy de 5 p. m. a 10 p. m. en Santa Fe. Vas a grabar un video”. La modelo (quien pide identificarla en este artículo por su nombre real, no como la llama el medio del modelaje, y evitar su apellido) abordó una camioneta conducida por el chofer de Model Zone que enfiló hacia Expo Bancomer, en el poniente del DF. “Fuimos hasta allá seis modelos: de Eslovaquia, Letonia, Cuba, Venezuela y Colombia”.
Hasta entonces, la institución que patrocinaba la producción era un enigma. “Yo no sabía qué era el Cumbres: no tenía idea que hacían videos, que la gente esperaba cada año su salida ni que eran algo de lo que se hablaba.”
El vehículo pasó al estacionamiento y las jóvenes bajaron: “El espacio era grandísimo y rentaron todo (Expo Bancomer) para ellos. Sus guardaespaldas estaban regados a su alrededor y afuera había camionetas por todos lados. Ninguno se presentó con nosotras. Los meseros les servían alcohol y dentro tenían un jaguar. Todo era raro”.
Ese “todo era raro” era quizá, para los alumnos del Cumbres, muy normal: “Ellos eran los únicos que tenían sillas. Nosotras nos quedamos sentadas en el piso”, cuenta Carmen. Y añade: “Nos quisieron obligar a beber alcohol”.
Las modelos aceptaron actuar como chicas autodevaluadas que ruegan la atención de hombres prepotentes que las desprecian. Esperaron en una fila la escena del casting que definiría si podían acudir a la fiesta de graduación. Llenaron de besos a uno de los estudiantes que bebía en la barra de un suntuoso bar. Corrieron por la calle detrás de estos jóvenes ejecutivos con intención de ligárselos. Se metieron de “polizontes” a sus camas para tener sexo. Golpearon la ventana trasera de un auto para que el irresistible ocupante les abriera. Bailaron ante los ojos masculinos pese a que los chavos leían el periódico, miraban su celular, bostezaban, acariciaban al jaguar, se acomodaban las gafas, bebían cocteles y luego hacían descender su pulgar. Lamentaron hasta el llanto no ser las elegidas por su cuerpo para la gran fiesta. Se arrodillaron ante esos hombres que acababan de recibir terapia en sus pies para secárselos.
Y a Carmen le tocó posar de muchos modos con un vestido color carne For Love & Lemons y levantar un cartel amarillo que decía “Fan Número 1”. Después de las 10 p. m. abandonaron la Expo Bancomer en una Chevrolet Tahoe negra que pertenecía a uno de los estudiantes del Cumbres. “El más sobrado nos mandó con su guardaespaldas a repartir a todas en sus casas.”
Para ese momento, varios días antes del escándalo, Carmen no tenía dudas: “Me dije: la cagué”.
—¿Cómo fue su llegada adonde iban a grabar?
—Un chico del Cumbres nos dijo que el video era para su graduación y que iba a ser un poco desordenado. Había mucho alcohol, ellos bebían junto a sus guardaespaldas: era como una fiesta.
—¿Qué había en ese lugar?
—El espacio era grandísimo y rentaron todo (Expo Bancomer) para ellos. Los niños del Cumbres, unos diez, vestían de “trajecito”. Sus guardaespaldas estaban regados a su alrededor y afuera había camionetas por todos lados. Ninguno se presentó. Dentro tenían un jaguar y los meseros les servían alcohol. Todo era raro.
—¿Cómo estaba el jaguar?
—En una jaula, lo alquilaron por seis o siete horas. Pobre, pasó demasiada “roncha” el pobre jaguar. Era un jaguar bebé, tendía no a morder, sino a jugar. Ellos (los estudiantes) no lo sabían manejar; por eso lo tenían siempre encadenado. Era un pedo: la cadena, el “coñito” (sic), no sabían cómo controlarlo.
—¿Los de Grupo Mann, la productora, les explicaron de qué trataría el video?
—El chico que iba a grabar dijo: “Esto da pena. Disculpen por lo que vamos a grabar, es un poquito tonto. Tampoco nos está gustando, pero es trabajo”.
—¿Qué instrucciones les daban?
—Esperar y esperar: mucha desorganización, no sabían qué hacer, con la cámara se notaban inexpertos. La iluminación (exterior, cuando hacían fila para el casting) la dio un coche. Nos decían: “Ay, que pase la siguiente, que pase la otra (imita la voz perezosa de quien las dirigía), ay, ¿quién quiere pasar?”. Fue una “guachafita” (algo falto de seriedad), un relajo.
—¿Ustedes qué tenían que representar?
—La meta del video era: “Eres superlinda, pero en el casting la cagas, haces todo feo, haces el ridículo”. Lo que querían era ridiculizarte.
—Eres una modelo reconocida, ¿no te molestó jugar ese papel?
—Claro. Aunque estando en una agencia haces lo que te piden, no puedes decir: “Este llamado no lo hago”. Pero es la primera vez que me piden actuar así: “Me rindo a tus pies porque amo tus zapatos Louis Vuitton”. Desde que me di cuenta de qué era eso, me dije: “La cagué, acabo de hacer algo que va a ser un desastre”.
—¿Cuál era la actitud de los chicos en la grabación?
—Déspotas: mantenían su distancia. Es más, un chico dijo: “Alquilamos un jaguar por seis horas y a ustedes (estira su índice como señalando a las modelos) las alquilamos por cinco”. Los chicos eran iguales a lo que actuaron. El mensaje era: “Ustedes son la silla que alquilamos”. Ah, y ellos eran los únicos que tenían sillas. Nosotras nos quedamos sentadas en el piso.
Carmen llegó a México hace un año y medio, después de ser modelo siete años en Venezuela. Tiene 38 000 seguidores en Instagram y casi 11 000 en Twitter.
Sentada en la mesa de la terraza del restaurante Ixaya, en la calle Álvaro Obregón, saluda a los fotógrafos y productores que van llegando a esta esquina para tomarle algunas imágenes. Su boca, pintada de un rojo encendido, relata cómo es para una modelo extranjera el cortejo de jóvenes poderosos como los alumnos protagonistas del video del Cumbres.
—¿Los chicos mexicanos con dinero son así?
—Totalmente. El mexicano déspota cuando se le agrega dinero es: “Te voy a controlar”. Cuando vas a un antro llegan y quieren controlarte con dinero. Al principio es: “¡Qué chévere eres!”, y a los cinco minutos, si no les prestaste atención, es: “Cállate, basura, no eres nadie”. He optado por ignorar.
—¿Cómo ves a la mujer mexicana cercana al poderoso?
—Son sumisas, desde que llegué a México lo veo. Les gusta ser mandadas, dominadas. Se deslumbran si un hombre les dice “¡cállate!”, y su cielo es que le diga “eres bonita”. Si le dice “eres fea”, la mujer dice: “Ay, me siento fea”. Pero a las mexicanas de esa clase les gusta eso: los niños fresas son así y las niñas fresas son así. Entre ellos así se da el clic.
—¿Del machismo no solo es culpable el hombre?
—También viene por la mujer que se deja mandar. Y ojo, me refiero a esa mujer fresa: el dinero lo controla todo y a ellas les gusta sentirse junto al poder.
—¿El poder es tan seductor?
—Es lindo. Pero el mayor error es cuando la mujer piensa que no puede representarse sola y busca a alguien que lo haga. A la mexicana le cuesta estar soltera, necesita una figura masculina que la represente. Por qué no tienen cojones y dicen: “Yo misma me represento, yo misma hablo por mí, yo misma trabajo, yo misma me pago mis cosas”. Aún es: “Ay, que venga un príncipe azul, un mero, mero macho que me pague, me represente y hable por mí”.
—Estás en un medio de extranjeras. ¿Cómo son los poderosos con ustedes?
—Los mexicanos ricos que conozco aman estar con extranjeras: europeas, argentinas, colombianas, cubanas, americanas, porque la actitud de ellas es: “Quien te va a controlar soy yo, te tengo en la raya yo”. A esos hombres eso les gusta, conozco a muchos, ¡pero muchos!
—¿El mexicano está demasiado preocupado por el estatus?
—Y la mujer también, por el machismo, el poder y la idea de “no lo voy a tener a mi lado si soy inteligente, trabajo y tengo algo en la cabeza”. Y el hombre es: “Tengo el poder si a ti (mujer) te compro una cartera”. Todo es estatus: “Tengo-tengo-tengo y con este objeto te demostraré quién soy yo”.
—Vives en la Condesa, un lugar distinto al México de las mayorías.
—Desde que llegué vivo en la Condesa. La Condesa no es México, es un mundo “chimbo” (falso) que no habla de este país. Lo he dicho miles de veces: “Odio este mundo (cercano al poder) por frío, egocéntrico, preocupado por cómo te ven”. Este mundo me repele, pero lamentablemente de esto trabajo.
El video del Cumbres lo grabaron en el set de Expo Bancomer dos integrantes de Grupo Mann: “Un chiquito flaquito de pelo lacio canoso y un argentino”. Una joven de esa empresa organizaba a las modelos, que eran arregladas por dos maquillistas. Un fotógrafo hacía el registro del backstage. Los alumnos del Cumbres, sentados, observaban la grabación y hacían comentarios sueltos sobre lo que les iba pareciendo el video. El vocero del Instituto Cumbres, Javier Bravo, no respondió a una solicitud de entrevista. Juan Javier Ibarra Pitts, dueño de Grupo Mann, tampoco aceptó hablar con Newsweek en Español. “Como sabes, es un tema delicado y no quiero tener algún malentendido por la entrevista”, argumentó en un correo electrónico.
—¿Había diferencia de jerarquías entre los alumnos del Cumbres? —pregunto a Carmen.
—El líder era uno de traje azul que sale en el video. Era el déspota de: “¡Vamos a hacer esto!” o “¡Mesero, tráeme los shots!”. Nos quisieron obligar a beber alcohol a toda costa. A cada rato era “Ofrézcales alcohol. Ofrézcales alcohol-alcohol-alcohol—alcohol—alcohol”. A cada rato.
—¿Bebieron?
—Nadie. Estábamos avergonzadas, “maltripeando” el momento, superincómodas: eran puros niños mandándote. Nadie quiso beber. Eran shots, “chupitos” que hacían con botellas de coctel y tequila. Un mesero hacía todo y servía. Era: “¡Denles alcohol (chasquea los dedos)!”. Como era de noche y estábamos cansadas, les dijimos: “Mejor nos dan un café…” La respuesta fue: “No hay café, hay tequila. Van a hacer lo que yo diga”.
—¿Eran las únicas mujeres en el lugar?
—Había otras niñas que no eran modelos. Como fans, niñitas de tercer año (de preparatoria). Se fueron porque ellos las ignoraron, pese a que el gordito que sale en el video les empezó a insistir: “Hey, vuelvan”.
—¿Qué indicaciones les dieron a ustedes para actuar?
—“Párate ahí, baila, ponte fea, haz muecas feas”. Y, a mí me dijeron: “Levanta la pancarta”. Efectivamente, el video fue eso: ellos son los mejores y los demás son nadie.
—¿Les dieron de comer?
—Nada.
—¿Cuando ustedes estaban frente a la cámara ellos qué hacían?
—Se reían y era “¡uuu!”. En cuanto cortaba la cámara hablaban de lo suyo.
—¿Hubo algún comentario de los chicos por su trabajo?
—A la modelo que eligieron (en la escena) del casting (la venezolana Patricia da Costa) y que sale en la última toma, le dijeron: “Qué bien”.
—Alguna gente defendió a los chicos con el argumento de “solo se autoparodiaron”.
—No; son eso y están superorgullosos.
Carmen tiene que irse: el equipo de producción que la ha contratado la observa desde la esquina. A las 2:30 p. m. comienza a caminar.
—La última: ¿estás arrepentida?
—Sí, obviamente estoy arrepentida. En Twitter, Facebook y Snapchat se burlaron y me insultaron. Y cuando varios amigos me dijeron: “¡Qué vergüenza, te metiste en la misoginia esa!”, me dije: “Ok, creo que no debí hacer esto”.
“Me encantó el video”