VISTA DESDE ARRIBA, la Plaza del Estudiante es el núcleo de un majestuoso panal humano. Cada
una de sus celdillas son los cientos —quizá miles— de toldos rosados,
amarillos, azules, rojos, bajo los que los vendedores ambulantes del Centro
Histórico violentan sus pulmones para convencer a gritos a los clientes de
comprarles chanclas, MP3, bolsas, chamarras, pantalones, tenis, diademas,
jícamas con chile, lápices labiales. Todo lo imaginable.
Entre las marabuntas que surcan y se condensan
en las calles República Argentina, Aztecas y Perú —efervescente frontera entre
La Lagunilla y Tepito—, buscar a alguien preguntando su nombre parecería una
broma.
Hay, sin embargo, excepciones: todos saben, por
ejemplo, dónde hallar a Alejandra Barrios —la controvertida lideresa del
ambulantaje en esta área de la ciudad de México—, y a una mujer más, su nuera:
“Disculpe, ¿sabrá donde está el puesto de Lorena Osornio?”, le digo a un
vendedor de cosméticos. “Por este lado y luego agarras por ahí”, responde.
Arribo a una austera plaza comercial en cuya entrada una mujer alta, delgada,
con pelo alisado, maquillaje preciso e impecable vestido florido, dialoga firme
con un vendedor, como si le diese órdenes. En medio del sencillo gentío que
viste sin reglas en esta zona humilde de la capital, ella es la corrección
pura.
La única candidata independiente que en las
elecciones de junio contenderá por la delegación Cuauhtémoc —epicentro social,
político y comercial de la capital del país— me da la mano y me lleva a su
“oficina”: un ordenado local con juguetes del piso al techo. Dentro de esta
juguetería, Lorena ha dispuesto una mesita para la entrevista, con dos botellas
de agua y dos servilletas.
Desde aquí, la comerciante de cuarenta y seis
años lucha para quitarle votos a Morena, PAN y PRD, así como al PRI-PVEM, a
cuya candidata, Alejandra Barrios, su propia suegra, la acusa de ser una
delincuente electoral.
“Voy a ganar la elección”, dice Lorena. No
insinúa la más leve sonrisa.
Habla en serio.
NOS AVENTABAN AL PERRO
Lorena atendió el
celular. “Mañana a medianoche se cierra la inscripción para que aspires a una
candidatura independiente”, le avisó un amigo. Recibió los requisitos por
WhatsApp ese jueves 4 de diciembre de 2014, y a la mañana siguiente, tras
llevar a sus hijos a la escuela, ya estaba en el Instituto Electoral del DF
(IEDF) con los documentos. “Me dije: esta es mi oportunidad, ahí voy”.
Pero para la
autoridad las ganas de los aspirantes son lo de menos: el IEDF le avisó que
para registrar su candidatura tenía que conseguir 8930 firmas de personas que
acreditaran con su credencial para votar ser uno de los 521 000 habitantes de
la Cuauhtémoc. Las firmas debían colectarse del 1 al 30 de enero de 2015.
En el inicio del año,
con las calles aún desperezándose de las fiestas de diciembre, la gente deseosa
de alargar su descanso y jamás de oír invitaciones para votar en una lejana
elección que ocurriría medio año después, Lorena empezó a tocar puertas.
Arrancó en la colonia Atlampa y siguió en la San Simón para luego enfilar a la
Guerrero y la Valle Gómez.
“Tocar puertas” —como
denomina esta ciudadana sin respaldo de un partido su simple pero milagrosa
estrategia electoral— no era para ella nada nuevo. Lorena se entre-
nó en eso
desde la década de 1970, cuando Eva, su madre, la llevaba a las concesionarias
Chrysler y Volkswagen de Eje Central. Con sus nudillos, la comerciante llamaba
a las oficinas de los empleados para venderles en abonos desde una grabadora
hasta unas pastillas SweeTarts. El negocio creció y su mamá se fue
convirtiendo, explica Lorena, en una “fayuquera”. Y eso significaba hacer
largos viajes, adquirir mercancía cerca de la frontera y volver al DF. Cuando
mamá abría la maleta, los regalos para Lorena, la mayor de sus tres hijos, eran
dos: chocolates Hershey’s y chicles Freshen Up. Pero un día la niña se cansó de
llevarlos a su boca. En el tianguis de la avenida Tepozanes, donde la familia
comerciaba los fines de semana, la pequeña empezó a perfilar lo que sería su
vida: “Saqué mi mesita, y aunque mi mamá se quejaba yo vendía lo que me había
regalado. A esa edad ya trataba de tener mis pesos”.
Pronto, al cumplir
doce años, encontró un socio. Su tío Enrique —dueño de un gran triciclo con el
que comerciaba calle por calle en las colonias de Nezahualcóyotl que bordean la
avenida Texcoco— le pidió que hicieran juntos las travesías por aquella región
que se poblaba con migrantes de todo el país. “Vendíamos cobijas y baterías
—recuerda—: algunos nos trataban bien, pero otros nos cerraban la puerta, nos
echaban agua o nos aventaban al perro. Igualito que ahora que pido firmas
(ríe), solo que en esa época entre tierra y piedras.”
No la inhibieron ni
los portazos, ni el agua, ni los perros. Y si eso pasaba, siempre al lado,
quedaba otra puerta.
PREPARACIÓN DE VIDA
El 1 de enero de este
año, veinticinco voluntarios, casi todos tepiteños, iniciaron sus cruzadas por
las treinta y tres colonias de la delegación para recolectar firmas.
“Me ayudaron muchos
chavos y madres. En los recorridos nos acercamos a los vecinos para que me
respaldaran en esta aventura, me creyeran y se unieran. Al final, treinta y
cinco comités ciudadanos me apoyaron.”
De lunes a domingo,
de 9:00 a. m. hasta entrada la noche, su gente daba a los colonos explicaciones
como esta: “Lorena es una ciudadana preocupada por los ciudadanos, no un político
con doctorado al que los ciudadanos no le preocupan”. Nada muy novedoso, pero
sí efectivo en la delegación que el año pasado tuvo la tasa delictiva más alta
del DF.
Junto a su marido,
Lorena acudió el 16 de marzo pasado a las oficinas del IEDF: llevó cuatro cajas
con 21 850 firmas, más del doble de las requeridas para su registro. El
organismo dio su aval: Lorena Osornio estará en la boleta el 7 de junio, con su
rostro entre los candidatos Ricardo Monreal (Morena), José Luis Muñoz (PRD),
Alexander Flores (PAN) y Alejandra Barrios (PRI).
—Vas a competir contra
monstruos electorales.
—Pero cuento con un
voto duro, y sin todo ese aparato partidista ya aparezco en las encuestas. Los
independientes luchamos por la difusión: ¿quién sabe que existimos? Pese a todo
ahí están las 22 000 firmas. Los vecinos me alientan.
—Si ya tienes el apoyo de
22 000 eres un botín. ¿No se han acercado partidos políticos para pedirte el
apoyo?
—Sí, y les dije que no.
—¿Quiénes?
—(Risas) Me buscó el azul (PAN-DF), me ofreció
ser su candidata (a delegada).
—¿Por qué no aceptaste?
—Quiero independencia.
De acuerdo con datos
del GDF, la Cuauhtémoc es la segunda demarcación de más comercio informal de la
capital con 203 organizaciones que aglutinan a 10 906 ambulantes. Solo la
supera Iztapalapa.
—¿Qué es lo primero que
buscarás en la delegación?
—Transparencia: que los ciudadanos sepan en qué
se gastan los recursos, que sepan que ese dinero no irá a los bolsillos de los
partidos. Y hay unidades habitacionales que se están cayendo, donde no funciona
nada, ni los tinacos. Y lo otro es seguridad: delegación, comités ciudadanos y
(Secretaría de) Seguridad Pública tienen que consensuar las problemáticas y
atacarlas. Quiero una delegación limpia, en orden y bonita.
—¿Bonita? ¿Esto puede ser
bonito (señalo hacia los puestos callejeros)?
—Aunque no lo creas
hay proyectos de eso: la gente quiere cambiar la imagen.
MESERA DE EL POCHO
La mesita en el
tianguis de Tepozanes y los recorridos en el triciclo con su tío fueron
nutriendo sus bolsillos en la década de 1980. “Desde entonces me gustó el comercio”,
dice. En el Colegio de Bachilleres 6 Vicente Guerrero, Lorena concluyó doce
años de educación pública. Su elección profesional, aunque poco glamorosa, fue
auténtica: en el Instituto Tecnológico Roosevelt de Neza estudió la carrera de
Estilista Profesional que ella se pagó.
—¿Todavía no te atraía la
política?
—Ya me sorprendía que
los políticos siempre usaran a la clase baja. Pero más me llamaba la atención
que a los políticos —que tienen la obligación de darnos— uno siempre les
terminara creyendo y nunca llenaran las expectativas.
Pero nada de eso
llegaba aún a ser vocación de lucha. En 1986, recién casada, sobre la calle de
Motolinía puso un carrito naranja donde vendía dulces, luego ahí mismo se
volvió mesera de Cazuelas El Pocho, y más tarde le entró a la repostería con un
puesto de pasteles.
La sagacidad, sin
embargo, se la dio Tepito. Lorena y Sergio, su marido, comenzaron a vender
fayuca, y eso suponía huir de la autoridad: “A cada rato te correteaba la ‘aduana’,
como se les llamaba a los retenes de cada esquina”. Una correteada exitosa
significaba conservar el dinero, que bien ahorrado le sirvió para adquirir un
local en Plaza Tacuba. Ahí, hacia 1994, en la época del regente Manuel
Aguilera, vendió perfumes y bisutería.
En casa, la política
le quedaba al alcance de la mano. Era cosa de decir “quiero” y dar una buena
mordida a una manzana jugosa. Su suegra, Alejandra Barrios, era desde esa época
la poderosa “emperatriz” tricolor de las legiones ambulantes; mientras que el
esposo de Lorena, Sergio Jiménez, ha sido militante del PRI y fue diputado local
por este partido en 2009.
—Ya tenías al PRI
metido en tu vida. Da la impresión de que elegiste el camino largo.
—Un camino difícil en
el que solo tengo mi palabra para convencer. Toco la puerta y digo: “Hola, soy
Lorena Osornio, candidata independiente. Apóyame. No voy con un partido y busco
cambiar la delegación”.
—¿A qué
te enfrentaste?
—Cuando hablaba con
los vecinos me decían: “Todos son iguales”. Les contestaba: “¿Por qué? Lo que
menos se necesita para llevar un buen gobierno es ser político. Y yo no soy una
política”.
—¿El
sistema de partidos no tiene solución?
—Los partidos tienen
ideales; el problema son quienes los manejan.
—¿Qué
harías si tu suegra gana la delegación y te ofrece un puesto?
—No acepto —dice
alzando la voz. Al parecer la pregunta ofende.
NUERA VS. SUEGRA
Lorena se ha ido blindando contra el dolor de la
derrota. En 2010, el gobierno de Marcelo Ebrard sustituyó a los jefes de
manzana por los comités ciudadanos, figura de enlace entre gobierno y
población. Lorena se animó a participar con la Planilla 4 pese a que su rival
—en la planilla 6— la ponía en una situación muy incómoda: era nada menos que
Diana Sánchez Barrios, hija y protegida de Alejandra, su suegra. ¿Resultado? Lorena
430 votos, Diana 485.
—¿Por qué perdiste?
—Ellos pagaron 500 pesos por voto.
Desafortunadamente es así: soy la nuera de Alejandra Barrios y fui contra su
hija.
—Estás diciendo que tu
suegra compra votos. Ya te ganaste un conflicto familiar.
—Tenemos ideales diferentes.
—¿Cómo haces para ser su
nuera y enfrentarla?
—Solo hablamos de la
familia: los hijos, los nietos. De política, nada. Además, yo me dedico a los
vecinos. La señora, al comercio en la calle.
—Pero debe haber roces.
—Te voy a dar un ejemplo: mi papá y mi hermano
son americanistas; yo y mi mamá, chivistas. Ellos de su lado, nosotras del
nuestro.
Lorena participó en
2013 en las mismas elecciones. Esta vez, su planilla perdió contra la de su
suegra por treinta votos. “Su táctica se repitió —denuncia—: pagaron 500 pesos
el voto y me volvieron a ganar, solo que por esa diferencia mínima.
—Ya era
mucho. ¿No le dijiste: “Suegra, ya no compre votos”?
—Es priista —se ríe y
abre sus manos como diciendo “es su naturaleza”.
—Vienes
de dos fracasos electorales y vas por un reto mayor.
—No fueron fracasos.
Después de la segunda experiencia me dediqué a pelear día a día el presupuesto
participativo. En ese reclamo gané mucho, sobre todo respeto de la gente y
también de las autoridades.
Las campañas de 2010
y 2013 le atrajeron simpatías. En Tepito, La Lagunilla y las colonias vecinas,
Lorena Osornio ya era conocida.
Una de sus
estrategias, reconoce, fue reventar eventos oficiales. Los habitantes de la
calle San Jerónimo aún guardan en la memoria un día de hace unos tres años.
Alejandro Fernández, director de Participación Ciudadana en Cuauhtémoc, instaló
con su equipo decenas de sillas sobre la calle, esperó a que se llenaran y para
arrancar la asamblea sobre el presupuesto dijo algo así: vecinos, vinimos a
informarles sobre los apoyos sociales. Lorena, de pie, lo interrumpió: “Y que
empiezo a gritar: ¡solo a tus amigos les das [presupuesto]!”.
—Vecina, por favor le
pedimos que se calle —le pidió el funcionario.
—¿Quieren que me
calle? —gritó a los presentes.
El clamor fue
“¡nooo!”, asegura. Pero hubo una voz oficialista que le pidió cerrar la boca:
“Sí, que se calle”. “Le dije: ¡usted es un acarreado que viene a aplaudirles
por todo lo que no nos dan”. Poco después arribó el delegado Agustín Torres.
“Quería hablar y tampoco lo dejé.”
El acto concluyó en
caos nada involuntario: gracias a esa estrategia empezaba a ser conocida entre
colonos y medios de comunicación. Como dirigente vecinal, desde entonces se
concentró en una consigna fructífera. Solo una: que los programas sociales se
repartieran entre los más vulnerables: “Esos programas sirven al amigo, a la
comadre, al primo o al hermano del funcionario”, se queja.
Y jura que sus
reclamos han sido útiles: “Nuestra zona es muy complicada y los delincuentes asaltan
en moto y bici”. Por eso, en 2010 exigió que la policía capitalina comprara
diecisiete motos con los 970 000 pesos del Presupuesto Participativo delegacional.
“Nos dieron solo cinco motos y aún no lo entiendo: te aseguro que no eran Harley-Davidson.
Pero por lo menos ya tenemos esas motos para que circulen por todo esto”, dice
volteando a ver hacia la calle Apartado, donde el ambulantaje apenas deja lugar
para que la gente camine, un espacio, en efecto, impensable para una patrulla
ordinaria.
Si Lorena quiere llegar al poder tiene que
vencer al candidato de Morena, Ricardo Monreal, favorito en los comicios de junio.
Una encuesta del diario Reformareveló que el exgobernador de Zacatecas ya
alcanza 24 por ciento de las preferencias, misma cifra que obtendría el PRD.
Otro sondeo de la consultora Opinión Públi-
ca lo pone como primer lugar
solitario con 21 por ciento. Monreal fue en las pasadas elecciones
presidenciales el coordinador de campaña de Andrés Manuel López Obrador, y este
último es quien ha arropado al candidato con su presencia en recientes actos
proselitistas.
—Dime un
nombre de alguien que repudies en la política mexicana —le pido a Lorena.
—Andrés Manuel López
Obrador —responde sin dudar.
Madre de gemelos de
catorce años —niña y niño— y de otra de siete, esposa, dueña de la juguetería
Lulú, la tortillería La Gloria y un café internet en Plaza Telmex, dice que
“con un poco de organización” cumple en todos los terrenos.
Una clienta entra al
negocio. “Buenas — interrumpe a la candidata—, ¿a cuánto la Fábrica de Letras”,
pregunta una joven que de la mano de su hijo señala el juguete “Letter Factory
Phonics Leap Frog”. Lorena le da el dato, habla unos segundos sobre juguetes y
luego intenta reconcentrarse en la política: “¿Qué te estaba diciendo?”.
“SON UNOS RATEROS”
Hasta el 4 de junio,
cuando concluyan las campañas, Lorena deberá luchar para ganarse al electorado
sin los recursos de los partidos. Ha prometido públicamente que, si triunfa, ni
un solo funcionario será ambulante.
—¿Cuál
será tu estrategia de campaña?
—La calle. Voy a
sacar a votar a quienes no creen en nadie y no quieren salir a votar. Voy por
ellos, los voy a convencer.
—Desde la
recolección de firmas se necesita dinero. ¿De dónde lo sacas?
—Los ahorros de mis
ventas de diciembre y entre los vecinos cooperamos para comprar plumas, papel y
buenos tenis que no se nos acaben. Hay gente que me dice: tu suegra patrocina
tu campaña. Es una gran mentira.
—¿En
colonias acomodadas como Roma, Condesa, no lucharás contra los prejuicios por
tu origen social, por tu falta de preparación académica?
—No tendré la mayor
preparación intelectual, pero sí la mayor preparación de vida.
—Dame el
nombre de un político que hayas admirado.
—Me impresionaba Luis
Donaldo Colosio: me gustaban su tono de voz, sus discursos hacia un pueblo con
sed de justicia.
—¿Qué
piensas de este gobierno y sus “casas blancas”?
—Que son unos
rateros.
Lorena Osornio está a punto de ponerse de pie y
abandonar por un rato su mundo de juguetes. Caminará hacia el exterior de la
Plaza del Estudiante, se le acercará una vendedora a darle un recado, se
cruzará con su marido y le explicará que no puede atenderlo porque está en una
entrevista, llamará por teléfono a un comerciante para pedirle que le haga un
favor con su moto. La nueva lideresa de La Lagunilla, Tepito y lo más rasposo
del Centro Histórico camina como una reina entre el ambulantaje que le ha prometido
votarla.
—¿Los candidatos
independientes son solo una fuerza simbólica o, el día que uno gane, ganarán
otros como en avalancha? —le pregunto.
—No lo sé. Solo te
puedo decir que yo voy a ganar la elección.