Atenas.— Casi ni un alfiler cabía en el estadio cubierto de taekwondo, en el sur de Atenas. Había más banderas que personas; muchos cargaban con dos, tres e incluso cuatro.
Un mar de telas de franjas horizontales azules y blancas, los colores de Grecia, dominaban el hemiciclo, un soleado día de campaña electoral que, a pesar de la escenificación, ya daba a intuir el descalabro que se cernía sobre su protagonista, el entonces primer ministro Andonis Samaras.
Este arengaba con vehemencia, afilando armas con la retórica y las pausas bien estudiadas, en su último acto público antes de la derrota frente a Alexis Tsipras, el futuro ganador de las elecciones griegas. Grupos de jóvenes bien vestidos se abrían paso, charlando los unos con los otros.
Mezclados entre los mirones, otros de mayor edad, enfundados en pañuelos de seda y camisas italianas, acechaban cínicamente, cuchicheaban frases enigmáticas. De pronto, en una jugada fina, el más enérgico se imponía a los demás y tomaba el protagonismo de la conversación.
“¿Saben qué? Que en el fondo no importa quién gane. Pase lo que pase, no importa. Yo ya poco o nada tengo que ver con las andanzas de este país. En una semana me mudaré a Italia, donde se vive mejor. Y luego iré a hacer negocios a Angola, a África, donde seguro me sale más barato”, decía Kostantinos K., un hombre cortés de mirada aguda y unos cincuenta años, antaño patrón de una empresa de construcción con doscientos trabajadores.
Como él, hay quienes en Grecia no han compartido la desgracia ajena y han encontrado la forma de salirse con la suya —primero en épocas de bonanza y ahora también, en el momento más álgido de la crisis que vive el país desde hace cinco largos años—: los ricos.
Los datos de numerosos organismos, públicos y privados, son rotundos. La riqueza de los más acaudalados no solo no ha disminuido a raíz de la crisis sino que, por el contrario, se ha multiplicado. Un lustro después de que en 2010 Grecia se convirtiera en el primer país europeo en solicitar ayuda externa —en concreto, al Fondo Monetario Internacional, al Banco Central Europeo y a la Comisión Europea, el grupo conocido como la Troika— a raíz de la mala estructura económica y del daño provocado por el contagio financiero originado en Estado Unidos, la desigualdad social ha aumentado. De acuerdo con el Global Wealth Report de 2014, que elabora todos los años el banco suizo Crédit Suisse, la repartición de la riqueza en Grecia mejoró hasta 2008, es decir, cuando explotó la crisis. Ese año, de hecho, el 1 por ciento de los griegos más ricos poseían el 48.1 por ciento del patrimonio, mientras que ahora concentran el 56.1 por ciento.
La explicación parece sencilla, pero tiene su arte. “Con respecto a 2010, los salarios de los empleados del sector privado o público, y las pensiones de los jubilados, han sido recortados a la mitad, al tiempo que sus impuestos se han triplicado. Así, la familia media sencillamente ha sido la que más ha pagado los draconianos recortes exigidos (a cambio de los préstamos de la Troika al Estado griego), a raíz de la crisis económica”, dice Dimitris Rapidis, analista político cercano a la izquierda radical de Syriza, el partido de Tsipras que ha salido victorioso en las elecciones del pasado 25 de enero.
Y es que la corrupción y la evasión de impuestos son plagas que desde hace tiempo afectan transversalmente a la sociedad griega; pero es en las franjas más altas donde poco o nada se ha logrado frenar estos fenómenos, especialmente estos años de políticas de la Troika. Por el contrario, muchos de los más ricos siguen exentos de pagar impuestos en virtud de 58 normas “especiales” que continúan vigentes en Grecia, como se descubrió a partir de una reciente investigación de Der Spiegel.
El semanario alemán también calculó que más de ochocientos armadores griegos entrarían en esta categoría, estrechamente vinculada a un sector que se ha mantenido pujante (supone alrededor del 7 por ciento del PIB griego), en un país cuya maltrecha economía ostenta una abrumadora contracción del gasto público: 25 por ciento de desempleo, una caída del 22 por ciento en el PIB desde el año 2009 y un aumento del 35 por ciento en la relación deuda-PIB, según diversas fuentes.
Los datos de un reporte reciente de la Autoridad para la Auditoría de los Contribuyentes de Grecia, que analizó quinientos casos de evasión de impuestos entre los más adinerados, dejan menos dudas: el 80 por ciento resultó haber evadido impuestos y cuatrocientos de los investigados tenía su patrimonio en el extranjero (por un monto que superaba los 150 millones de euros).
Más aún, según estudios del economista francés Gabriel Zucman, de la London School of Economics, que se sustentan, principalmente, con datos del Banco Central Suizo, del Departamento del Tesoro de Estados Unidos y de estimaciones a partir de fuentes indirectas, 60 millones de euros que fueron retirados de bancos griegos durante los últimos años fueron a parar a Suiza (algo que se corroboró, en parte, tras la revelación de la lista Falciani).
Dinero, en síntesis, de los que siguen haciendo su agosto en medio de la crisis: los privilegiados y beneficiados por las turbulencias de un país habitado por 11 millones de personas —constructores, banqueros, armadores, inmobiliarios y oligarcas del petróleo que construyeron sus imperios en décadas pasadas haciendo uso, incluso, de los medios de comunicación—. Como detallaba en el año 2006 un cable filtrado por Wikileaks que involucraba a la embajada estadounidense en Grecia: “Los medios no generan beneficios; existen para ejercer influencia política y económica”.
Peor aún, desde que la Troika impusiera la austeridad en Grecia —austeridad que este país ha cumplido en gran parte, eso sí, convirtiendo su déficit presupuestario primario en un superávit primario—, sus calles se llenaron de mendigos e indigentes, en un juego de video en el que los ricos han obtenido más y más privilegios. ¿Cómo? “Porque, además de no pagar casi impuestos y de tener sus patrimonios en paraísos fiscales, también han sido ellos, junto con los hedge funds, los que han comprado a precios muy bajos las tierras, bienes y empresas públicas que en estos años puso en venta el Estado griego para pagar sus deudas”, afirma Rapidis.
Es este el discurso entrelíneas de las quejas y reclamaciones ante Bruselas y Berlín de Syriza, formación que ha capitalizado la rabia del griego de la calle, rechazando las políticas de austeridad antes aceptadas e implementadas —a discreción, eso sí— por el anterior gobierno griego, liderado por el conservador Samaras. Es aquí donde se juega la pugna europea cuyo epicentro es ahora Grecia (y tal vez mañana será España o Italia).
“Destruiremos al sistema oligárquico de este país”, ha repetido una y otra vez en estos días el flamante ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, economista y políglota —a mitad de camino entre el liberalismo de John Maynard Keynes y el materialismo histórico de Karl Marx— que desde hace años reclama un New Deal para Europa, como ocurrió antaño con el plan de reformas propuesto por Franklin Delano Roosevelt durante las elecciones presidenciales de 1932. Convencido, como está Varoufakis, de que la austeridad ha arruinado el empleo de la mayoría y, por tanto, la recuperación económica. Todo esto, claro, a diferencia de sus colegas neoliberales.
La presión para el cambio empezó recientemente a llegar, incluso, desde dentro. De alguna forma y en medio de titubeos, el FMI lo dijo ya en 2013. “Acciones correctivas son necesarias para promover una mejor respuesta y lograr una repartición más equilibrada del peso de los ajustes económicos”, señalaba ese año el organismo en su informe sobre Grecia. Y continuaba explicando que uno de los mayores problemas del país era que “los ricos y los autónomos sencillamente no están haciendo su parte, lo que ha llevado a un excesivo cobro de impuestos y de recortes sobre los asalariados y los pensionistas”. Al mismo tiempo auguraba, empero, que continuarían, como ciertamente pasó, las privatizaciones, la flexibilización del mercado laboral y algunas otras políticas de liberalización de los mercados. Algo que Syriza ahora quiere poner patas para arriba.
Mercados turbulentos, bancos adoloridos, negocios jugosos
El exterior del edificio 110 de la calle Athinon, sede de la Bolsa de Valores de Atenas, lo resguardan forzudos agentes de seguridad. Lo hacen en un número cuantioso desde que, en 2009, una bomba estallara en las inmediaciones del establecimiento, hiriendo a una mujer. Desde que en diciembre pasado se supo que Grecia tendría elecciones (y, por tanto, cambiaría de gobierno), ahí tiene lugar, desde hace unos días, un espectáculo tragicómico. Como bien lo sabe, aunque le pese admitirlo, el agente bursátil Stylianos Konstantinou, analista de la bolsa ateniense.
No hay duda de que, a raíz de la situación política (las negociaciones entre Grecia y sus prestamistas de la Troika), las fluctuaciones de la Bolsa se han acentuado particularmente, dice Konstantinou cuando han pasado poco más de dos semanas de la victoria de Syriza.
Acentuado, sí. Tan solo en lo que va de febrero (hasta el pasado día 11, cuando fue redactado este reportaje), la bolsa de Atenas vivió días de alto nerviosismo y volatilidad. Había cerrado a la baja cinco de los ocho días en los que permaneció abierta y el jueves 5, tras el anuncio del Banco Central Europeo (BCE) de que dejaría de aceptar los bonos griegos como garantías en sus operaciones de refinanciación, la Bolsa abrió con un desplome de casi el 7 por ciento. Esto en virtud de que la decisión del BCE implicó que, en adelante, los bancos griegos deberían financiarse a un tipo del 1.5 por ciento en lugar del 0.05 por ciento que garantizaba ese organismo europeo, lo que ha arrastrado a las entidades bancarias.
La mala noticia supuso como si se disparara sobre la Cruz Roja, considerando que tan solo en el mes de enero entre 11 000 y 12 000 millones de euros de cuentas corrientes en bancos griegos fueron transferidos fuera de ese sistema bancario, según cifras no oficiales de la banca griega (los datos oficiales hablan de más de 80 000 millones transferidos al extranjero desde 2010 y hasta diciembre 2014). Nadie sabe con certeza absoluta a dónde fue todo ese dinero, ni quién está sacando provecho de los males que aquejan al sistema financiero y económico griego.
“Lo único seguro es que hay inversionistas que están ganando mucho con los altibajos de la bolsa”, explica un corredor de bolsa bajo petición de permanecer anónimo.