Suele creerse que cuando un país tiene un sistema de partidos y procesos electorales medianamente institucionalizados y con procesos de transparencia y rendición de cuentas, así como un porcentaje relativamente aceptable de participación electoral, entonces en ese país existe democracia. Falso.
Una de las características fundamentales de una democracia es que exista Estado de derecho, cero impunidad, un sistema de justicia igualitario, y que la cultura social se base en el consenso, además de que existan procesos de rendición de cuentas y transparencia, y donde efectivamente el sistema garantice un modelo de pesos y contrapesos en todos los órdenes. Por supuesto que es importante que en una democracia representativa y participativa exista un sistema de partidos sólido y confiable, pero no es lo único para considerarla como tal.
La impunidad generalizada y los espacios de ingobernabilidad que hoy sufrimos, como en los casos de Guerrero y Michoacán, nos hace concluir que contamos con una democracia defectuosa… Una democracia donde los actores tanto sociales como económicos y políticos gozamos de privilegios como corruptelas y tráfico de influencias ante la ausencia de ley o la compra de esta.
Ante las elecciones de 2015, la probabilidad de abstencionismo es muy alta. Realmente todas las encuestas nos hablan de que los actores con mayor grado de desprestigio social son los políticos. Esta situación es muy peligrosa de cara a la consolidación de esta democracia adolescente que padecemos. Esta situación desgraciadamente nos puede llevar de una manera facilona a concluir que lo que necesitamos es que vengan actores políticos a “meter orden al costo que sea”. Y ello lo único que provocaría es el agravamiento de los problemas. La tentación autoritaria por el desorden creado en el ámbito de las complicidades y la ausencia de ley es muy atractiva. Los populismos autoritarios de hoy en día en Latinoamérica se han consolidado gracias a que se siguió una política intencionalmente de desprestigio de las instituciones. En nuestro país la insistencia cotidiana de que nada sirve en México lleva tristemente a que el electorado concluya que lo único que funcionaría serían liderazgos mesiánicos.
Si de verdad queremos construir y fortalecer un sistema abierto le debe quedar claro a toda la clase política que ningún actor por sí mismo monopoliza o puede monopolizar las responsabilidades de gobierno. Hoy, la gobernabilidad en nuestro sistema se construye a partir de la corresponsabilidad de todos los actores. Suponer que puede existir gobernabilidad en nuestro sistema sin el concurso ciudadano es ingenuo.
La consolidación democrática implica gobernabilidad, apertura, transparencia, legalidad y responsabilidad económica, política y social, y participación ciudadana. En la construcción de un nuevo régimen para un nuevo país, es fundamental la cooperación de todos y cada uno de nosotros; y por ello, hoy más que nunca se requiere hacer un alto en el camino y reflexionar en torno al deber ser ciudadano en este proceso de transición, ya que una democracia que no contempla la libre participación ciudadana y, además, no da resultados, no sirve para nada.
Por eso es tan peligroso un candidato o gobernante con criterios demagógicos en un sistema que está en transición. Es de alto riesgo no apurar, no acelerar nuestro proceso de transición, no modificar las reglas del juego y no haber aprobado, por ejemplo, la reelección inmediata de legisladores.
Podríamos decir que nuestro sistema político es, hoy por hoy, una democracia inacabada; si queremos formar una democracia sólida no podemos dejar que gobernantes irresponsables se aprovechen de las mínimas condiciones democráticas que hoy prevalecen en el sistema para imponer, de manera unilateral, reglas del juego y conductas autoritarias, regresivas.
La mezquindad autoritaria y populista de algunos de los actores políticos consiste en desprestigiar cualquier modelo de libre mercado y, en el fondo, cualquier avance en materia de libertad política y democrática, para montarse en la ola de que lo que se requiere es un mayor intervencionismo estatista, porque simplemente no saben ser demócratas.