“Lo que necesitamos, lo necesitamos para ayer”, señaló el presidente de Sierra Leona, Ernest Bai Koroma, en una reunión realizada el 9 de octubre en las oficinas centrales del Banco Mundial, en Washington, D.C. Incluso antes del brote de ébola, la atención sanitaria era deplorablemente inadecuada en su país. Sin un aumento urgente en el número de trabajadores de salud, instalaciones y suministros, para enero, el número de muertos podría ser de más de un millón en Sierra Leona, Liberia y Guinea.
Un examen de datos sobre salud, economía y educación [1] ayuda a explicar por qué la enfermedad se desarrolló a un nivel crítico en estas tres naciones; también muestra por qué el ébola no se desatará en países más ricos y qué es lo que se necesita no solo para interrumpir este brote, sino también para impedir que vuelva a ocurrir en una escala como la actual.
El ébola se desató mientras Sierra Leona, Liberia y Guinea salían de las trincheras. En Liberia, de 1989 a 2003 (exceptuando un breve intervalo de paz), una guerra civil que involucró al dictador Charles Taylor y a niños soldados, privó al país de escuelas y hospitales. Mientras tanto, en Sierra Leona, los “diamantes de sangre” alimentaron una guerra civil de una década, con una destrucción similar de la infraestructura. Los guineanos fueron arrastrados a las luchas de sus vecinos, y aún hoy, hay conflictos esporádicos dentro del país.
La tragedia no es nueva en esta parte de África. Durante tres siglos, la región era una importante zona de tráfico de esclavos; su ubicación occidental y costera permitió que los captores enviaran a varios millones africanos al Continente Americano y a Europa, sin correr el riesgo de realizar viajes hacia el interior del continente. Alrededor de 1820, la emigración se invirtió, Inglaterra envió a Sierra Leona a los esclavos liberados y Estados Unidos los transportó a Liberia, un país que el gobierno estadounidense reclamó de forma explícita para ese propósito.
Con una historia de deshumanización seguida por la agitación que se remontan al pasado tanto como las historias familiares mismas, los habitantes de Sierra Leona, Liberia y Guinea desean la paz. En 2011, la presidenta de Liberia, Ellen Johnson Sirleaf, recibió el Premio Nobel de la Paz por su trabajo sobre los derechos de la mujer, entre otras cosas. Un año después, la estabilidad, la transparencia y la prosperidad eran palabras que estuvieron en boca de todos durante las elecciones de Sierra Leona, que fueron las primeras que se organizaban sin la vigilancia de la ONU desde el final de la guerra civil. Tanto Sierra Leona como Liberia lanzaron iniciativas para ofrecer atención sanitaria gratuita a mujeres embarazadas y niños, y destinaron 15 por ciento de su producto interno bruto a la salud, un porcentaje que, proporcionalmente, estaba a la par con Estados Unidos y el Reino Unido. La estabilidad política hizo que las naciones fueran seguras para los inversionistas, y estos países tuvieron algunos de los índices de crecimiento económico más altos del mundo.
“Estábamos reconstruyendo nuestra infraestructura, incrementando nuestros índices de crecimiento, fomentando nuestra paz y reforzando nuestra democracia”, dijo Koroma en un discurso pronunciado en la Sala Oval el 25 de septiembre. “Estábamos preparando nuestros comprometidos sistemas de salud para luchar contra las conocidas dolencias de nuestra región, como la malaria y la fiebre tifoidea, cuando el ébola se desató”.
El ébola atacó como un doble golpe. Primero, el virus pasó de un animal a un anfitrión humano en Guinea. Luego, el ébola llegó a las ciudades. Si el virus se hubiera quedado en “el bosque”, como lo había hecho antes en Uganda y la República Democrática del Congo, podría haber retrocedido hace varios meses debido a que el virus no tenía suficientes cuerpos para infectar. Sin embargo, personas infectadas viajaron a Monrovia, Liberia, Freetown, Sierra Leona y Conakry, Guinea. En los barrios pobres de estas ciudades capitales, los enfermos yacían en catres al lado de los miembros de las familias en casuchas de madera llenas de gente, las cuales carecen de inodoros. O los inválidos atestaban sucios y estrechos callejones, mojados por el agua de lluvia mezclada con sangre, orina y otras excreciones corporales que pueden transmitir el virus de una persona a otra. El ébola es mucho menos transmisible que el sarampión o la tuberculosis, que pueden ser contraídos con una tos, pero la pobreza preparó el terreno para este virus.
La inestabilidad crónica ha alimentado el brote en otras formas. Pocos niños asistían a la escuela durante las guerras civiles, mientras en la actualidad, la mayoría de los adultos de Sierra Leona y Liberia carecen de educación. No pueden leer los periódicos para aprender cómo se propaga el ébola, o comprender por qué deben obligar a su hijo o a su pareja infectada a que mueran a solas de la enfermedad, a pesar de los lazos emotivos.
Cuando muera la última víctima de ébola de este brote, sus efectos no se detendrán. Las reducciones en las muertes materno-infantiles, obtenidas después de muchos esfuerzos, parecen estar dando marcha atrás, pues los trabajadores de salud dedican toda su energía al ébola en lugar de la malaria y otros males. Las escuelas han cerrado; la economía está paralizada. Los moribundos no trabajan, ni tampoco quienes temen a las infecciones que pueden contraer en el trabajo o en el autobús. Si el brote continúa más allá de diciembre, el Banco Mundial pronostica que podría costarle a estas tres naciones US$815 millones en PIB perdido. Es como si la guerra estuviera aquí otra vez, destruyendo las bases que los países requieren para la estabilidad.
En recientes semanas, los líderes mundiales prometieron dar su apoyo para nuevas clínicas en funcionamiento. Estas proveerían un sistema que se necesita para disminuir la velocidad de la enfermedad; la capacidad de repartir medicamentos para el ébola y vacunas cuando estén disponibles; y la infraestructura para tratar otras enfermedades relacionadas, si los avances continúan. “El peor de los casos sería que todos retirarán su apuesta y se marcharan”, afirma Tim Evans, director del área de salud, población y alimentación del Banco Mundial. Si eso ocurre, la historia se repetirá.
@Amymaxmen