Una relación de codependencia entre México y el PRI.
“Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”: Augusto Monterroso.
México y el mexicano son una construcción ideológica hecha por un partido que supo organizar y encauzar una guerra civil y convertirla en una revolución. México y el mexicano, si entendemos México como una estructura política, social y económica, y al mexicano como una mente que contiene ideas, cultura, identidad, mitos y traumas, son una creación del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
El partido creó esa revolución en la mente de los mexicanos, la hizo social, le dio sentido, valores y principios, inventados todos ellos sobre la marcha o mucho después; creó una ideología, hizo instituciones con base en la llamada revolución y nos hizo revolucionarios; es decir que encauzó políticamente nuestra proclividad al caos y la violencia. El partido dijo dotarnos de instituciones, pero solo nos dio un caudillismo más refinado y sutil que es la fuente de su poder y de la relación de codependencia entre un pueblo y un partido.
El pueblo mexicano tiene una relación muy neurótica con el PRI, una enfermiza codependencia, una obsesión y una adicción. Decimos odiar al PRI y sus modos dictatoriales, pero en el fondo queremos al gran patriarca presidencial que resuelva todo rápido y por decreto. Culpamos al partido de la revolución de todas nuestras desgracias, pero nos aferramos a la contradictoria identidad nacional que ahí se construyó; lo despreciamos al mismo tiempo que lo consideramos un mal necesario, renegamos de él pero veneramos la revolución que ellos inventaron, la revolución ideológica, la del discurso, la de los murales… la que nunca existió.
Las opciones mexicanas: represión o violencia
México nació en guerra, y nunca ha entendido otra forma de orden que no sea la violencia o la represión. No es agradable aceptarlo, pero toda nuestra historia lo demuestra. El incendio del país comenzó en 1810 y se prolongó hasta 1821, cuando celebramos la Independencia y, acto seguido, volvimos a la guerra entre nosotros; por definir si éramos república o imperio, centralistas o federales, conservadores o liberales. La guerra entre nosotros permitió invasiones e intervenciones y se extendió hasta la llegada de Porfirio Díaz en 1876, quien usó la represión para acabar con la violencia.
Tras décadas de paz impuesta, en 1910 volvió la guerra, desde el derrocamiento de don Porfirio y hasta que Plutarco Elías Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario, en 1929. Nuevamente el conflicto fue la constante: dos décadas de guerra por ver quién se quedaba con el poder. Terminó la guerra, pero no los asesinatos ni los disparos; se vivió la guerra cristera, el asesinato de Obregón tras su obsesión de eternizarse en el poder… y la eternización en el poder de Calles, después de que ordenó el asesinato de Obregón.
En 1934 tomó el poder Lázaro Cárdenas y comenzó a tejer la complicada telaraña de compadrazgos, contactos, corporaciones y sistema de voto masivo acarreado que padecemos hasta hoy… otra herencia de la revolución. Las personas dejaron de eternizarse en el poder para dejar esa labor a un partido. A partir de entonces surge en México nuevamente un sistema autoritario, una dictadura de partido en vez de una dictadura personal, pero a fin de cuentas dictadura. Porfirio Díaz pacificó México gracias a la represión… y así lo hizo el partido de la revolución. Ninguno buscó la paz a través de la evolución de la sociedad, pues dicha evolución les arrebataría el control.
Desde 1929 hasta 1989, el partido de la revolución, en sus tres distintas variantes (PNR, PRM, PRI), ocupó todos los puestos de elección popular que existieran en nuestro país, con la excepción de algún efímero municipio panista. Los partidos de oposición solo servían como válvulas de escape al exceso de presión que el sistema estaba ejerciendo. Es hasta la época de Luis Donaldo Colosio como presidente del PRI, cuando el partido hegemónico reconoce la perdida de un gobierno (Baja California).
La alternancia, que no la democracia, llegó en 2000, y no por voluntad del PRI, sino porque la situación era insostenible. Cosas curiosas; para el pueblo, Ernesto Zedillo se vistió de héroe por hacer algo que en cualquier país civilizado es normal; aceptar la derrota y proclamar vencedor al que obtuvo más votos, y sin embargo, en su propio partido quedó como el gran traidor, precisamente por no esperar a que la estructura pudiese orquestar un fraude o volver a tirar y callar el sistema.
El abuelo del PRI
El 17 de julio de 1928, un asesino solitario, José León Toral, se despertó con el humor de matar al presidente electo Álvaro Obregón, o eso dice la versión oficial; con lo que Calles se perpetuó en el poder a través de títeres, los seis años que correspondían al presidente electo asesinado, y en 1929, con la intención de terminar con la revolución, o monopolizarla, decide crear el Partido Nacional Revolucionario (PNR).
Calles crea el sistema pensando en la forma de acabar con las luchas internas en el reparto de posiciones entre los caudillos revolucionarios. La idea básica es muy simple, hay que terminar con los balazos y el pastel es tan grande que alcanza para todos, siempre y cuando todos se alineen y le entren al partido. Plutarco decide convocar a todos los caciques, líderes, bandoleros, matones y demás elementos que siguieran en armas, a formar el Partido Nacional Revolucionario (PNR), al que define como un partido que logre unificar a todos los caudillos de la revolución en una gran familia, la “familia revolucionaria”.
A pesar de que se pretende ir contra el caudillismo y crear instituciones, la gran institución que se crea es el presidencialismo, un esquema en el que todo lo que pase en el país es responsabilidad del jefe máximo, el presidente: el máximo y gran caudillo. No cambiamos a los caudillos por instituciones como dice la SEP desde entonces, sino que institucionalizamos el caudillismo. Por eso los caudillos siguen haciendo tambalear a las instituciones.
El partido pretendía monopolizar toda actividad política, toda tendencia revolucionaria, toda disensión, y todo movimiento social… justo como pasaba en el porfiriato. Democracia sin competencia, elección sin alternancia, el acto del voto como sucedáneo de la verdadera democracia. Una democracia donde el demos (pueblo) no tiene poder, a menos de que esté afiliado al partido.
El papá del PRI
Nuestra narrativa histórica, tan diluida para no decir nada en realidad, nos cuenta que la evolución del PRI fueron simples cambios de nombre. Es decir, que el PNR que fundó Calles en 1929 cambió su nombre por PRM en tiempos de Cárdenas y luego finalmente por PRI, pero esto es muy incierto. Cárdenas no cambió el nombre al partido, él destruyó el partido y creó otro con una estructura completamente distinta, una estructura mucho más rígida, cerrada y compleja que permitía mantener más el control.
El PNR de Calles era un partido donde cabían todos los partidos, desde los comunistas de izquierda hasta los radicales católicos tenían lugar. Todos los partidos aglutinados en uno solo, de modo que la guerra fuera política y no armada. Toda discusión y disensión solo era permitida en el interior del partido, para después mostrar un rostro de unidad.
Cárdenas eliminó la pluralidad, la discusión y la disensión y estableció una línea ideológica que era la única permitida. El partido de partidos que era el PNR se convirtió en un partido de sectores, donde todos los obreros, los campesinos, los burócratas y los militares, las únicas cuatro posibilidades socioeconómicas según Cárdenas, eran parte de una corporación del partido que era dueño del Estado.
Un modelo de partido más acorde a las tendencias de moda en Europa en esa segunda mitad de la década de 1930: el socialismo nacionalista, básicamente la versión izquierda del Nacional Socialismo, o como quien dice, un estalinismo un poco rebajado. La clase media y el empresariado pequeño o mediano, la burguesía, no deben integrarse al partido, sino ser eliminados gradualmente. El verdadero estilo soviético del sistema lo impuso el general Cárdenas, inspirado por su gran ideólogo y amigo Francisco Múgica.
Un sistema donde políticos y militares son la clase alta y el resto es ese gran conglomerado conocido como “el pueblo”. El partido-gobierno-Estado comienza a apropiarse de todos los medios de producción a través de la nacionalización, y del discurso nacionalista; todo ello con un discurso de justicia social que en realidad permite que el partido tenga control de toda actividad económica, con lo cual la única clase que podría ser libre, la clase media, el empresario, el capitalista, el inversionista, el burgués, estén siempre sometidos por el gobierno. Así se evitan nuevas revoluciones, así se evita el desarrollo de un sector de la sociedad que podría luchar por el poder.
Para canalizar el descontento social, Cárdenas necesitó válvulas de escape, por lo que, por un lado, permite y favorece que la burguesía a la que pretende eliminar (o controlar) se agrupe, y forme el Partido Acción Nacional (PAN), que viene siendo por lo tanto otro hijo de la revolución, y apoyó también y legalizó al Partido Comunista Mexicano, al que mantuvo con el presupuesto público y hasta halagó encargando a sus muralistas que pintaran la versión oficial de la revolución en los muros del país. Ahí comenzó el sometimiento ideológico del mexicano.
La herencia del dinosaurio
Cárdenas creó un sistema políticamente perfecto para dominar, controlar, someter y adoctrinar, pero un fracaso económico a largo plazo. Veamos de nuevo los frutos: un pueblo sin educación, una estructura de poder inamovible, un país corporativo de gremios, sindicatos que ponen en jaque al Estado, una economía estancada y un pueblo acostumbrado a recibir todo gratis, falsos mitos de soberanía basados en recursos naturales, un país alejado del proyecto modernizador, liberal y capitalista, un pueblo anclado al pasado y con crisis de identidad, una historia basada en mitos. Eso fue el México del siglo XX… que no ha cambiado en el XXI.
El pueblo comenzó a ser “educado” con los principios de la revolución, y ahora por eso la llevamos en la sangre, es religión y, por lo tanto, sacrosanta e incuestionable. El partido de la revolución programó al pueblo para necesitar al partido, planeó la economía para depender del partido, organizó la política para girar en torno al partido y estructuró la vida social con base en los intereses del partido.
Como toda pandilla de revolucionarios, hicieron una ideología que glorifica la revolución, enseñaron a la gente a venerar la revolución, inculcaron mitos, traumas y visiones históricas que justifican al partido y la revolución; nos hicieron niños inmaduros y se convirtieron en el padre conservador que no deja madurar a sus hijos para no perder nunca el control sobre ellos.
Veamos los frutos del sistema educativo revolucionario: 60 por ciento de la población “educada” carece de habilidades matemáticas básicas, 46 por ciento no tiene competencias lectoras, 70 por ciento no tiene capacidad de abstracción y solución de problemas simples, la educación pública tiene como premisa pasar a los alumnos; las escuelas son en realidad guarderías, el mexicano promedio vive con 250 palabras toda su vida, los maestros quieren heredar sus puestos, sin importar su capacitación, y lo más grave de todo, es cierto que el 92 por ciento del pueblo sabe leer…, pero no leen, y además no comprenden lo leído. Eso es el México de la revolución. Ese pueblo no puede más que depender de su eterno padre jurásico.
No funciona la democracia en México, porque el régimen emanado de la revolución nunca la buscó, porque nadie llega al poder con la intención de dejarlo; pero sobre todo, porque aún no existe el gobierno que tenga un proyecto de unidad, y mucho menos que incluya una revolución educativa. En un pueblo que aunque sepa leer no lee, y cuando lee no entiende lo leído, en un pueblo sin capacidades de abstracción, en un pueblo con decenas de millones en la miseria, en un pueblo por el que sigue sin pasar la Ilustración, la democracia es, y seguirá siendo, un eterno mito, y el PRI seguirá siendo, por lo menos en la mente del pueblo, una necesidad.
A través del dominio total de la educación, México en realidad fue adoctrinado. Una sola versión de la historia, de la vida, de la sociedad y de la política, con una torcida idiosincrasia llena de mitos que nos atan al pasado. Conquistados, derrotados, abandonados por los dioses, pero acogidos por una madre celestial traída por la religión del conquistador. Contradictorio, aferrado al pasado, lamentando eternamente la Conquista y repudiando al español en español. El mexicano es el contrasentido total, una madeja de confusiones, un amasijo de ideas torcidas y de historias fantasiosas; una víctima de su pasado, convencido de que merece más de lo que tiene, pero empecinado en destruir su destino y seguir en la eterna búsqueda de culpables. Sueña eternamente con un país mejor… pero sigue construyendo sobre viejos mitos, y con el mismo viejo PRI.
Juan Miguel Zunzunegui es licenciado en Comunicación y maestro en Humanidades por la Universidad Anáhuac, especialista en Filosofía por la Iberoamericana, master en Materialismo Histórico y Teoría Crítica por la Complutense de Madrid, especialista en religiones por la Hebrea de Jerusalén y doctor en Humanidades por la Universidad Latinoamericana. Ha publicado cuatro novelas y varios libros de historia. Pueden seguirlo en @JMZunzu y en la páginawww.lacavernadezunzu.com