Es posible que el Bitcoin no sea la moneda del futuro, pero tarde o temprano aparecerá algo como él.
Hasta hace algunos meses, prácticamente las únicas personas que se ocupaban del Bitcoin eran los traficantes de drogas y tipos socialmente anémicos que crecieron jugando Calabozos y Dragones… y que todavía lo hacen. Ahora, la moneda está en todos los medios de comunicación y el Bank of America publicó un informe en el que decía que “como un medio del intercambio, el Bitcoin tiene un claro potencial de crecimiento”.
Este nivel de atención no se produce porque el Bitcoin mismo sea un gran negocio. De acuerdo con ese mismo informe del Bank of America, los límites establecidos en los algoritmos que gobiernan esta moneda digital apátrida indican que el valor total del dinero en Bitcoins nunca irá más allá de unos US$15 mil millones. Por sí misma, Apple tiene US$57 000 millones; el Bitcoin es, como mucho, una pequeña pústula en el trasero de la economía global.
El Bitcoin tiene cierta fascinación porque ha sacado a la luz un punto decisivo en la historia del dinero, un cambio que podía ser tan importante como cuando China puso en circulación el papel moneda en el siglo XI, de manera que los ciudadanos ya no tuvieran que intercambiar un saco de sal y una rueda de molino por una vaca.
Esta es la clave: el dinero siempre ha sido tonto. El billete de un dólar no tiene ninguna inteligencia en absoluto; no sabe qué es, dónde ha estado o a dónde va. La única razón por la que es efectivo es que la persona en cada extremo de la transacción está lo suficientemente educada como para saber cómo luce un dólar verdadero y cuál es su valor. La inteligencia de un intercambio de efectivo se encuentra en nuestro cerebro.
Cuando los bancos crearon las tarjetas de crédito, la inteligencia electrónica necesaria para hacer que el sistema funcionara era sumamente costosa, del tamaño de una habitación, y producía más calor que una hoguera. Por esta razón, las tarjetas de crédito no podían incluir ninguna inteligencia: no son más que rectángulos de plástico con números escritos sobre ellos. La tira magnética (que no ha cambiado desde su invención en la década de 1960) tiene un poco más de información, pero carece de toda inteligencia propia. Toda la inteligencia tuvo que ser incorporada en las grandes computadoras, en los minoristas y en los bancos.
Este tipo de discusión está causando cada vez más problemas. Setenta millones de clientes objetivo sufrieron el robo de sus números de tarjeta de crédito y otra información personal porque llevaban “plásticos tontos” mientras que todos los datos permanecían en computadoras centrales a las que algún pirata informático de Tuscaloosa o Tayikistán podía incursionar.
Y el “dinero tonto” es tan vulnerable que debemos transportarlo en camiones blindados, resguardados por guardias armados. Ya hemos dejado de lado las cartas en papel, los boletos de avión en papel, los libros en papel, pero aún estamos aferrados al dinero tonto en papel.
En la década de 2010, la tecnología está revelando una manera diferente de hacer dinero. La inteligencia se ha vuelto sumamente barata, pequeña y eficiente en el uso de la energía. En la llamada “internet de todo”, estamos equipando cosas como las llaves de la casa, los juguetes, la ropa interior e incluso tenedores, con diminutos chips inteligentes que pueden conectarse a redes inalámbricas. Mientras tanto, miles de millones de nosotros tenemos teléfonos inteligentes que tienen una mayor potencia informática que las primeras supercomputadoras Cray.
De esta manera, la inteligencia ya no tiene que quedarse en los extremos. El dinero mismo podría ser inteligente, independientemente de si es una pieza de papel, una tarjeta o una moneda digital. El dinero podría saber lo que es, cuál es su valor, quién lo da, quién lo recibe y, de hecho, su historia entera, cada cambio de manos del que ha formado parte alguna vez.
El Bitcoin está empezando a mostrar cómo podría funcionar esto. No hay ningún centro de intercambio de información, ninguna gran computadora donde almacenar todos los datos, ningún número de tarjeta de crédito. Los Bitcoins se suman y se les da seguimiento mediante una capacidad informática distribuida. Esencialmente, todas las personas que usan Bitcoins, los cuales solo existen digitalmente, aportan el poder de procesamiento para ayudar a mantenerlos. El dinero digital tiene la capacidad intrínseca que permite saber dónde se encuentra y cuánto vale. Esto permite que Bitcoin sea usado como dinero en efectivo: usted puede entregarlo a otra persona sin la participación de un tercero (como un banco o un emisor de tarjetas de crédito). No hay ninguna manifestación física de un Bitcoin que verificar. Este tiene la inteligencia suficiente para verificarse a sí mismo y su valor con el resto del sistema conectado mundialmente.
Ahora, extendamos el concepto del Bitcoin un paso más allá, al dinero que usamos todos los días. Los tecnólogos han sugerido la idea de que todas las personas podrían llevar un solo billete inteligente de papel moneda; imaginemos algo como un billete de un dólar con un chip inteligente inalámbrico incorporado. Usted lo carga con dinero de su cuenta bancaria. El billete sabría quién es usted, tal vez leyendo sus huellas digitales o al recibir una señal de su teléfono. Si alguien lo robara, no podría usarlo. Lleve este dólar a una tienda y dígale que entregue una parte de su valor a la tienda para pagar su compra. Llévelo a un juego de póquer y úselo para transferir valor instantáneamente a aquel tipo que acaba de ganarle todo su dinero.
Pero ¿por qué tener siquiera el trozo de papel? Tal vez el dinero esté en una tarjeta, un nuevo tipo de tarjeta de crédito inteligente ¿O por qué apegarse a alguna forma con la que estemos familiarizados? Quizás la moneda inteligente se encuentre en un anillo. O, para hacer un círculo completo de vuelta al Bitcoin, tal vez la moneda solo sea digital, que exista como un código en la nube, al que solo se pueda acceder a través de cualquier dispositivo: un teléfono inteligente, un reloj inteligente, ropa interior inteligente.
El problema es que este tipo de transacciones son difíciles. Es posible que, en sus orígenes, al papel moneda tampoco le fuera muy bien, pues los primeros lugareños quizás decían, “¿Usted quiere que le dé mi vaca a cambio de eso?”. Es necesario que ocurran muchas cosas para fomentar la confianza del público. Probablemente, ninguna nueva forma de moneda pueda ocurrir sin que una nación decida apoyarla, a pesar del esfuerzo del Bitcoin de mantenerse apátrida.
“Si el Bitcoin resulta ser la moneda del futuro, que es lo que todo el mundo quiere saber ahora mismo, es algo que ignoro”, afirma Vivek Kaul, autor del nuevo libro Easy Money: Evolution of Money from Robinson Crusoe to the First World War (Dinero fácil: La evolución del dinero desde Robinson Crusoe hasta la Primera Guerra Mundial). “Tales cosas evolucionan por sí mismas”.
Los tecnólogos continúan con esto porque intuyen que la era del dinero tonto tiene que terminar y que existe una nueva tierra por descubrir. Paypal y Square han dirigido su inteligencia un poco más cerca de la moneda, pero solo para superar el viejo sistema de tarjetas de crédito tontas. Nuevas empresas como OneID nos acercan un poco más a una sola identidad digital asegurada que puede vincular a cada persona con su dinero. Estos avances se han producido a trancas y barrancas.
En 1999, Robert Levitan reclutó a Whoopi Goldberg para introducir dinero digital llamado Flooz. La empresa fracasó en 2001. Desde entonces, se han probado muchas monedas digitales. Microsoft, Google, American Express y otras grandes compañías siguen tratando de desarrollar pagos móviles, esencialmente tarjetas de crédito inteligentes incorporadas en códigos y a las que se puede acceder a través de teléfonos inteligentes. En Kenia, la empresa de telefonía Safaricom tiene a 17 millones de clientes usando una billetera móvil digital llamada M-PESA.
Nadie sabe cómo o cuándo el dinero inteligente se incorporará a nuestra vida diaria. Una de las mayores formas de pago movibles de la actualidad son las tarjetas digitales de Starbucks. El nombre es tentador: dentro de algunas décadas, tal vez las personas estarán comprando cosas usando “star-bucks” (dólares estrella), y se preguntarán de dónde provino el nombre.