Cuando el virus de las subprime había inoculado ya la primera gran crisis global de este milenio —en 2008—, el siempre afable y sosegado secretario de Hacienda de la época, Agustín Carstens, metaforizó ante la Asociación de Amigos de la Universidad de Chicago, su alma máter: “México es un avión fuerte y sólido que sabrá enfrentar con éxito las turbulencias por venir”.
En 2015 el piloto de mando cambió de nombre y Luis Videgaray pena en la tarea de asegurar el abasto de queroseno para la aeronave que tiene a cargo.
La Ley de Ingresos de 2015 anticipó percepciones petroleras por 1.2 billones de pesos para este año. El gobierno apostó por un barril de 79 dólares y erró. Obtenerlos será tan difícil como aterrizar sin despeinarse en la complicada pista de Gibraltar.
La mezcla de crudo mexicano de exportación repunta en marzo, pero en enero promedió 39.26 dólares por barril, y en febrero, 47.77 dólares, según Pemex.
Dado que los ingresos petroleros representan un tercio de la riqueza que guardan las arcas públicas en 2015, el gobierno decidió aplicar una doble estrategia de blindaje para las finanzas públicas: un pellizco de 7944 millones de pesos al Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios y la adquisición de una sofisticada y compleja herramienta financiera: coberturas (opciones tipo put) para proteger el precio del barril de crudo.
México adquirió el derecho —no la obligación— de vender una parte de su producción a 76.40 dólares por barril, sin importar cuán violentas sean las turbulencias externas. Pero nada es gratis, el “seguro” costó 10 467 millones de pesos a los contribuyentes mexicanos.
¿Es la estrategia más acertada para México? Las coberturas son siempre una moneda lanzada al aire, no importa cuántas variables hayan sido analizadas previamente.
El país las negocia desde 2001, pero solo lo hizo oficial a partir de 2008 y su experiencia en tiempos aciagos ha sido positiva. En 2009, México aseguró la totalidad de sus exportaciones (a un precio de 70 dólares por barril) pagando por ello 1500 millones de dólares. El precio del crudo cayó y el gobierno recibió una compensación financiera de 5085 millones de dólares por los contratos negociados con el Deutsche Bank, Barclays, Goldman Sachs y Morgan Stanley.
En 2015, no obstante, el panorama es más complejo. La economía mexicana no es víctima de una crisis global. Más aún, su principal socio comercial, Estados Unidos, surca cielos despejados.
El problema está en la cabina. La bonanza petrolera de hace solo una década, cuando México producía 3.3 millones de barriles diarios, se esfumó. La producción actual suma 2.4 millones de barriles diarios y seguirá en declive. El ocaso de yacimientos clave como Cantarell es irreversible y el crudo mexicano registra una atípica —y costosa— presencia de agua.
En la década de 1960, en el mar del Norte, Noruega sobrevivía gracias a la venta de sardinas enlatadas. Un día, el oro negro llegó con la promesa de una fortuna colosal, pero finita.
Oslo fundó Statoil, una empresa pública sólida y soberana; abrió la puerta a las multinacionales, pero sin corrupción se reservó el control de las actividades estratégicas. Sabía que nada sería eterno, así que también estimuló las energías renovables y creó el Oljefondet, un Fondo de Pensión Gubernamental, al que ha destinado una gran parte de
la riqueza obtenida. La invirtió
en un portafolio diversificado
y destinó las ganancias
—no el capital— a proyectos de infraestructura y educación.
Un escenario difícil de imaginar en México. El vuelo de 2015 no es sereno, la decisión de la SHCP de realizar un “recorte preventivo” por 124 300 millones de pesos al gasto público es una prueba de ello, pero será salvable.
Es el ejercicio 2016 el que debe inquietar. Con la pista resbalosa y el viento en cara antes descritos, no habrá cobertura capaz de garantizar un aterrizaje seguro.