Lo peor de la pobreza es que en México, predominantemente, tiene rostro de niñez.
QUIEN RESULTE vencedor en la elección del 1 de julio enfrentará dos grandes retos: avanzar hacia la erradicación de la pobreza y reducir estructuralmente la desigualdad y los mecanismos que permiten su reproducción sistemática. Lamentablemente, durante las campañas no hubo ningún planteamiento serio sobre estos temas: todos los candidatos prometieron hacer más de lo mismo.
México es considerado como la 13ª o 15ª economía del mundo, según los parámetros que se utilicen para medirla. Pero si la pobreza se redujera de 44.3 por ciento de la población, que tiene ahora, a, por ejemplo, 25 por ciento, seríamos fácilmente la 10ª, debido al impacto que tendrían mayores ingresos para los bolsillos de quienes hoy carecen de casi todo.
El coeficiente de Gini es un indicador que permite medir los niveles de desigualdad de ingresos de una sociedad; su valor es de 0 a 1 y se expresa comúnmente en milésimas. El 1 representaría una desigualdad absoluta, y el 0, igualdad absoluta. El valor que se registró en México en 2016 fue de .509. En los estándares internacionales es un valor muy alto, cercano al de países como El Salvador, y muy lejano a lo logrado en países como Suecia o Finlandia, donde los valores son de alrededor de .220.
De acuerdo con los expertos, si se reduce la desigualdad, México podría crecer a ritmos muy superiores a los que hemos tenido en los últimos 30 años; y podríamos ser, por el efecto redistributivo del ingreso, la 8ª o 9ª economía planetaria; pero eso no es todo, los ricos podrían incrementar sus ganancias hasta en 30 por ciento adicional.
Según los estudios de Fernando Cortés, reducir la desigualdad permitiría acelerar la reducción de la pobreza; sin embargo, alterar las relaciones de desigualdad implica alterar las relaciones del poder, tanto político como económico. Porque de inicio, exige otro régimen fiscal, uno que cobre más a quien más gana y proteja los ingresos de los más pobres. Por ejemplo, exigiría eliminar el “régimen de exenciones y devolución de impuestos a las grandes empresas, rubro que representa alrededor de 350,000 millones de pesos al año. Esa suma es el doble de lo que se anunció como inversión para construir el nuevo aeropuerto internacional de México, o el costo aproximado de una refinería.
Lo peor de la pobreza es que en México tiene predominantemente rostro de niñez. El 51.1 por ciento de niñas y niños son pobres; mientras que entre los mayores de 18 años la proporción es de 39.9 por ciento. Hasta en eso la desigualdad es cruel: menos para los más pequeños, más para la población adulta.
Abatir la desigualdad y combatir la pobreza también nos permitiría dejar de ser el país fracturado entre el norte y el sur; permitiría que Chiapas, Guerrero, Hidalgo, Michoacán, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala y Veracruz, donde la pobreza es de más de 50 por ciento de sus poblaciones, tengan mejores condiciones de vida, y con ello comenzar a cerrar las brechas que hoy nos dividen y confrontan.
Erradicar la pobreza es posible. Finlandia e Islandia están a punto de lograrlo. Hay quienes argumentan al respecto que acá no es posible porque somos muchos; pero Inglaterra, con más de 50 millones de habitantes, y Japón, una pequeña isla con una población similar a la nuestra, han conseguido logros extraordinarios.
México se comprometió a través de los Objetivos del Desarrollo Sostenible a erradicar la pobreza a más tardar en 2030; es un compromiso ético ineludible, porque de ello dependen el bienestar y la felicidad de millones, y particularmente de niñas y niños cuyo futuro, hoy, simplemente está cancelado.
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El autor es director editorial de México Social