Desde hace casi dos meses, funcionarios nicaragüenses han utilizado una estación de satélites establecida en un complejo al sur de Managua para monitorear datos sobre tráfico de drogas, desastres naturales y otras amenazas. Sin embargo, dado que la tecnología proviene de Rusia, a Estados Unidos le preocupa que Nicaragua desee vigilar algo más que sólo sus problemas internos.
Rusia donó la estación de satélites a Nicaragua en un momento en que ambas naciones han buscado cada vez más establecer lazos militares más estrechos, con acciones que comprenden la donación que hizo Moscú del año pasado a Nicaragua de 50 tanques T-72 con el fin de mejorar las Fuerzas Armadas de Managua. Estas costosas muestras de amistad internacional han alimentado los temores de que el verdadero propósito del nuevo “ojo en el cielo” de Nicaragua sea vigilar la actividad de Estados Unidos e informarle a Moscú.
“La cooperación económica fue una fachada”, declaró aThe Washington Post Roberto Orozco, director ejecutivo del Centro para la Investigación y el Análisis Estratégico, un grupo de analistas de Managua. “Lo que los rusos realmente querían era tener una presencia militar activa”.
El gobierno izquierdista de Nicaragua ha negado que utilice el satélite puesto en operación el 7 de abril para observar a Estados Unidos. Orlando Castillo, director de la empresa de telecomunicaciones de Nicaragua, dirigida por el Estado, declaró la semana pasada a Associated Press que la estación “no es para espiar a nadie”, aunque utiliza una versión rusa de un sistema satelital GPS.
El complejo de satélites está protegido por muros de concreto y alambre de púas.
El interés de Rusia en Nicaragua ha dejado perplejas a muchas personas de ese país. Roberto Canjina, analista de seguridad nicaragüense, declaró a NPR el año pasado que no estaba claro por qué Rusia enviaba ayuda militar a Managua. “Rusia no tiene ninguna información de inteligencia antinarcóticos en este país, al menos, no de una manera en la que la tienen los estadounidenses”, declaró Canjina.
Según informes, el presidente ruso Vladimir Putin mantiene una buena relación con el presidente nicaragüense Daniel Ortega, que inicialmente llegó al poder en 1979 cuando su izquierdista Frente Sandinista de liberación Nacional derrocó al dictador Anastasio Somoza, apoyado por Estados Unidos, con la ayuda de soldados de la Unión Soviética. Ortega volvió a ocupar el cargo en 2006, y Rusia reconoció su victoria con obsequios de trigo y sorgo. En años más recientes, Moscú ha enviado a Nicaragua, uno de los países más pobres de toda América Latina, equipo militar como tanques, vehículos para el transporte de personal y lanzadores portátiles de cohetes.
“Los rusos también están mostrando una conducta inquietante, como cuando proporcionaron tanques de batalla a Nicaragua, lo cual ha tenido un impacto en la estabilidad de la región”, declaró en abril ante el Comité de Servicios Armados del Senado el Almirante Kurt Tidd, jefe del Comando del Sur de Estados Unidos. “Esto podría hacer que sus vecinos desvíen recursos vitales que necesitan para combatir redes de amenazas y abordar desafíos de desarrollo, con el objetivo de mantener la paridad”.
Ahora que Estados Unidos y Rusia mantienen tensos intercambios verbales con respecto a los conflictos en Siria, Ucrania y Afganistán, así como sobre la supuesta interferencia de Moscú sobre la elección presidencial estadounidense de noviembre pasado, es probable que el Kremlin busque establecer un puesto de avanzada más cercano a su presunto enemigo, señala Eliot Abrams, ex Subsecretario de Estado durante el gobierno de Reagan. Podríamos decir que es una nueva Guerra Fría, declaró Abrams a NPR.
“Ya hemos pasado por esto. Me parece que necesitamos indicar, ya sea de manera pública o privada, que existen ciertos límites”, dijo.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek