Los cónyuges se contradicen uno al otro todo el tiempo en público, pero es muy raro cuando uno de ellos ha sido presidente de Estados Unidos y la otra está postulándose a la Casa Blanca. Eso es lo que sucedió a finales de abril mientras los disturbios de Baltimore ardían y Hillary Clinton pidió ponerle fin a la “era del encarcelamiento masivo” que ha llevado tras las rejas a tantísimos hombres afroestadounidenses. Pero no mencionó que su marido, Bill Clinton, quien cuando fue presidente firmó una ley en 1994 que endureció las sentencias por drogas, construyó más prisiones y alentó a los estados a hacer lo mismo.
La prensa retrató el discurso de Hillary como un movimiento calculado hacia la izquierda de parte de una favorita ansiosa de frustrar a sus contendientes como Bernie Sanders, el senador independiente de Vermont que se unió a la competencia demócrata al día siguiente. Pero el giro de Hillary es parte de un cambio más amplio en la política estadounidense para alejarse de los principios que guiaron tanto a su esposo como a George W. Bush. Por diferentes que hayan sido, los dos presidentes trataron de distanciar sus partidos de las políticas que parecían inefectivas e impopulares. Cada uno promulgó leyes que incomodaron a sus bases, ya fuese la reforma al Estado de bienestar de Bill o la extensión de George W. al Medicare. Conforme 2016 se aproxime, la manera en que Hillary y Jeb, el hermano de W., manejen sus legados familiares, podría determinar si alguno de ellos gana la candidatura de su partido y termina en la Casa Blanca. Como lo dice William Galston, un arquitecto de la agenda de los Nuevos Demócratas en la década de 1990: “Un partido que no puede adaptarse a las nuevas circunstancias está condenado a la irrelevancia”.
Después de las desastrosas guerras en Irak y Afganistán, es difícil recordar que George W. trató de renovar el Partido Republicano cuando llegó a la Casa Blanca. Su “conservadurismo compasivo” fue desestimado por muchos demócratas como una manera de disfrazar las viejas políticas que ayudaron a los ricos y afectaron a los pobres. Sus recortes de impuestos beneficiaron desproporcionadamente a los ricos, pero sus otras acciones fueron un rompimiento con el pasado. George W. se lanzó contra los líderes republicanos en la Cámara de Representantes en su campaña de 2000: “No pienso que ellos deberían equilibrar el presupuesto a costas de los pobres”. En su gestión, nunca recortó un presupuesto. Rompió con su partido con respecto a la educación. Su Ley Ningún Niño Rezagado aumentó considerablemente el poder del Departamento de Educación en un momento en el que muchos republicanos querían cerrarlo. George W. aumentó la ayuda a África y aprobó la extensión más grande del Medicare desde Lyndon Johnson: la creación de un beneficio para medicamentos con receta, el cual transformó un sistema que pagaba cirugías, pero no estatinas. Él también favoreció una reforma migratoria amplia, a la que la mayoría de los republicanos todavía se opone.
Como un “nuevo demócrata”, Bill Clinton también desafió la ortodoxia de su partido. Durante la elección presidencial de 1992, la campaña del gobernador de Arkansas reflejó lo que él aprendió como liberal en un estado sureño durante la década de 1980: para lograr que los votantes blancos de clase obrera escucharan tus ideas sobre ensanchar el gobierno, tenías que ser fiscalmente prudente y duro con el crimen. Al final, los sindicatos de la policía respaldaron a Bill, en parte porque él apoyó la pena de muerte y favoreció el poner más de cien mil policías nuevos en las calles. El presidente Clinton prometió “acabar con el Estado de bienestar como lo conocemos”, y así lo hizo con votos republicanos. Obtuvo la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte pese a las objeciones de una mayoría de su partido. Recortó el déficit y ayudó a redefinir el liberalismo para la era moderna, así como George W. luego trató de hacer lo mismo con el conservadurismo. Ambos fueron reelegidos para un segundo periodo en la Casa Blanca.
Pero para cuando Bill dejó el cargo en 2001 y George W. en 2009, sus propios partidos les habían dado la espalda. Lo que obstaculizó sus agendas es una historia de ideologías fallidas, discusiones internas y un gran cuadro de cambios demográficos. Por ejemplo, algunas de las políticas del presidente Clinton fueron borradas por un cambio social que era inimaginable en la década de 1990. Vea la Ley de Defensa del Matrimonio (DOMA, por sus siglas en inglés). Cuando plasmó su firma en ella, los grupos de derechos de los homosexuales lo criticaron, pero la mayoría de los progresistas le dieron su aprobación. Paul Wellstone, por entonces senador demócrata de Minnesota (el Bernie Sanders de su época), votó a favor de la medida, la cual prohibió que las parejas del mismo sexo fueran reconocidas como cónyuges según la ley federal. El Departamento de Justicia del presidente Barack Obama combatió categóricamente la DOMA, y en 2013 la Suprema Corte la abolió. Los Clinton apoyaron la decisión de la corte, al igual que el Partido Demócrata.
Desde el discurso de Hillary sobre el crimen, la prensa ha insinuado que ella es una hipócrita por distanciarse de ciertas partes del legado de su marido. Pero eso no es del todo justo. Sí, ella readaptó su postura, pero igual lo han hecho muchos republicanos. Desde la década de 1990, la población en las prisiones se ha ensanchado al grado de que muchos en ambos partidos creen que los altos índices de encarcelamiento se han vuelto destructivos.
Las demografías cambiantes también han alterado el panorama político para Hillary. Los votantes blancos de clase obrera, otrora la columna vertebral de la coalición demócrata, han desertado en grandes cantidades para unirse a los republicanos en asuntos como el control de armas y la inmigración. Cuando el presidente Clinton fue elegido, en 1992, los blancos sin educación universitaria conformaban el 60 por ciento de quienes se identificaban como demócratas, según el Centro de Investigación Pew. Para 2014, esa cifra había caído a 35 por ciento. El Partido Demócrata del siglo XXI está compuesto de lo que el escritor Ron Brownstein ha llamado la “coalición de los ascendentes”: negros, latinos y otras minorías, votantes pudientes y quienes tienen valores sociales liberales. El video de inicio de campaña de Hillary estaba destinado a este nuevo bloque de votantes. Presenta dos parejas homosexuales —una masculina, una femenina— y muchas minorías. No hay policías, ningún dueño de armas y nada abiertamente religioso. Y no es sólo simbolismo. Si es elegida, Hillary ha indicado que es casi seguro que continuará las enérgicas políticas medioambientales de Obama, las cuales han ido mucho más allá que las de su marido. Ello es esencial para atraer a su base de inclinación verde, pero presentará desafíos para ella en estados con grandes cantidades de blancos de clase obrera, como Ohio.
En el bando republicano, George W. es tratado por la mayoría de los candidatos de 2016 como el dios a quien es mejor olvidar. Nadie presume el catastrófico legado de él en Irak. Nadie ensalza el “conservadurismo compasivo”. El Partido del Té, que llamó la atención en el ámbito nacional poco después de la primera investidura de Obama, tenía sus raíces en la oposición tanto al gran gasto de George W. como al ensanchamiento del gobierno de Obama. Incluso la Ley Patriótica, la cual fue promulgada con un apoyo abrumador durante el primer periodo de George W., está siendo criticada por los republicanos, incluidos Rand Paul, senador por Kentucky, y Ted Cruz, senador por Texas. Así, no sorprende que la ideología de George W. tenga poca adherencia.
En el Partido Republicano, más viejo, más conservador, de hoy, ensanchar el Departamento de Educación o permitir que los inmigrantes ilegales se conviertan en ciudadanos no es algo fácil de vender. El problema de los republicanos es que una coalición abrumadoramente blanca no puede otorgarte la presidencia en un país donde el porcentaje del electorado blanco ha caído del 88 por ciento cuando Ronald Reagan fue elegido en 1980 a 72 por ciento en 2012.
Entonces, ¿dónde deja eso a Jeb? El exgobernador de Florida continúa apoyando algunas de las mismas posturas de su hermano, aun cuando sabe que son impopulares entre la derecha. Él defiende la idea de un plan de estudios central: una serie nacional de metas para la educación primaria y secundaria. No es lo mismo que el Ningún Niño Rezagado de su hermano, pero es similar. Y el 30 de abril Jeb dijo en una reunión del Instituto National Review: “Sólo pienso que están equivocados con respecto a la inmigración”. Sin embargo, en lo tocante a la generosidad del Estado, Jeb rechaza los modos espléndidos de su hermano, resaltando su oposición a proyectos de gastos en Florida, donde fue conocido como “Veto Corleone”. Cuando se le preguntó si los gobernadores pueden ser buenos presidentes en política exterior, él citó a Ronald Reagan, no a su hermano. En otras palabras, Jeb está tratando de ser lo bastante conservador para ganar las primarias derechistas y blancas de los republicanos, pero mantiene posturas que le permitirán convencer a votantes latinos y blancos indecisos en la elección general.
Hillary tiene el problema opuesto. Ella necesita satisfacer a su base liberal y, al mismo tiempo, atraer a los suficientes votantes blancos de clase obrera para llevarla de vuelta a Washington. Porque no importa cuánto haya cambiado la demografía del partido, como lo dice Stanley Greenberg, encuestador en 1992 de Bill: “Si los demócratas no pueden descifrar cómo atraer a los votantes de clase obrera de hoy, entonces no merecen liderar”.