La recién celebrada novena Cumbre de las Américas, en la ciudad de Los Ángeles, cuyo lema fue “construir un futuro sostenible, resiliente y equitativo”, fue el marco para una serie de debates y controversias entre los distintos jefes de Estado y de gobierno de la región. Al tiempo, evidenció divergencias, algunas de corte coyuntural y otras que muestran profundas contradicciones entre modelos políticos de diferentes orientaciones y posturas ideológicas en América Latina y el resto del continente.
La lista de los ausentes fue numerosa, no obstante, poco relevante. Desde aquellos que fueron excluidos exprofeso como Cuba, Nicaragua y Venezuela, hasta los otros ocho países cuya ausencia se debió a razones de salud o por posicionamientos políticos.
Cabe destacar que la exclusión de miembros no es algo exclusivo en esta edición, ya que anteriormente otros países tampoco han asistido.
Al hacer una revisión a partir de la primera de estas cumbres, en 1994, hoy en día podemos observar que los resultados que se han obtenido después de 28 años son modestos e incluso insignificantes.
Problemáticas como pobreza, inseguridad, crisis económica y cambio climático han sido recurrentes en sus distintas ediciones. Sin embargo, los avances en cada uno de esos rubros no son evidentes.
No se ha logrado trabajar de manera conjunta contra la pobreza y la inseguridad, tampoco se han mejorado las condiciones de vida de las poblaciones de la región. La delincuencia, el crimen organizado, el narcotráfico y otros retos a la seguridad han aumentado.
Al tiempo, la migración ha alcanzado cifras récord y ha exhibido el fracaso de los acuerdos celebrados en cada Cumbre, así como de los modelos económicos y políticos de los países participantes que no han logrado generar las condiciones necesarias para retener a su población en sus propios territorios otorgándoles una vida digna.
¿UN ÁREA DE LIBRE COMERCIO?
Hoy parece que pocos recuerdan uno de sus planteamientos iniciales de esta Cumbre, la implementación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que la cual coadyuvaría a la promoción del crecimiento económico y el desarrollo de la región.
Después de casi tres décadas de reuniones se mantienen intenciones comunes como la promoción de la democracia, la unidad, la solidaridad y el trabajo conjunto. Y se reconocen prioridades y preocupaciones compartidas en torno a los ya viejos temas y algunos nuevos que se suman a la agenda, como las cuestiones de salud particularmente en relación con el covid-19.
Ciertamente el idealismo permea la atmósfera de estas reuniones, no obstante, la realidad se impone a esas aspiraciones.
En el terreno de los planteamientos idealistas, destaca la posición del presidente Andrés Manuel López que, aprovechando la convocatoria a esta Cumbre, hace un llamado al presidente Joe Biden y a otros líderes de la región para lanzar un proyecto de integración americana refiriendo como ejemplo la Unión Europea.
El ejecutivo mexicano parece olvidar que uno de los valores fundamentales del proceso de integración europeo ha sido la democracia, condición que los países excluidos de la Cumbre de Los Ángeles no cumplen.
Plantear la viabilidad del modelo europeo de integración para América Latina bien puede parecer una ingenuidad del mandatario. O, de plano, un desconocimiento de las múltiples dimensiones y etapas que este proceso de integración ha seguido desde los tratados de Roma de 1956 hasta el día de hoy.
NO HAY CONDICIONES NI VOLUNTAD
La integración regional no es un proceso espontáneo ni de declaratoria política. Es el resultado de un trabajo continuo y de un profundo compromiso y voluntad de los participantes que incluso conlleva sesiones de soberanía.
La integración implica superar paulatinamente las brechas políticas, económicas y sociales entre quienes pretenden integrarse en un bloque. Si bien los países de América Latina comparten una serie de retos comunes, son aún más las diferencias que los separan.
Y estas son aún mayores entre la América del Sur del río Bravo respecto a la América sajona y la América caribeña.
Desde el siglo XIX, Simón Bolívar y posteriormente otros líderes han postulado la tesis de una integración regional, la cual hoy no se ha logrado. Incluso algunos proyectos subregionales como el Mercosur muestran claros retrocesos.
Si hablar de integración de América Latina es una ilusión que la historia ha mostrado irrealizable, hablar de una integración hemisférica lo es aún más. Sobre todo en las condiciones actuales, cuando las tendencias populistas, nacionalistas y antidemocráticas se expanden por todo el continente.
Si no fue posible conciliar visiones y posiciones para una Cumbre como la recién celebrada, el anhelo de una integración continental es un mito. N
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Luz Araceli González Uresti es profesora investigadora de Relaciones Internacionales de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tec de Monterrey. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.