No se busca incentivar la posesión y acumulación, sino la invención de formas eficientes de regenerar el uso de los recursos utilizados.
EL MODELO productivo actual, pero obsoleto, consiste en producir, usar y desechar. Si bien dicho modelo fue sumamente fructífero para el desarrollo de las economías desde la Revolución Industrial, la realidad innegable actual, cuando el cambio climático ya está afectando a regiones como Bangladés, país que cada vez se ve más rodeado de agua salada y menos agua potable, deja entrever los primeros efectos graves de un calentamiento global que se ha visto acelerado por las actividades humanas.
Por tanto, es urgente cambiar el modelo productivo, en especial para las regiones que sufrirán los peores efectos del cambio climático, así como en los países donde los estragos sociales por el extractivismo provocan oleadas de violencia y desplazamientos forzados.
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Ante estas problemáticas actuales y a futuro, la economía circular nació como un nuevo paradigma económico. Esta idea apareció por primera vez en 1989 en el libro Economía de los recursos naturales y del medioambiente, de David W. Pearce y R. Kerry Turner. Esta consiste en migrar a un modelo productivo que mantenga el uso de los productos, materiales y componente de manera funcional, es decir, su objetivo es recomponer y regenerar el uso de los productos en su máximo tiempo posible.
Esto significa que busca reducir el uso de recursos no renovables y evitar el desecho de estos con un modelo de regeneración de su potencial de uso a lo largo de la cadena productiva y de consumo.
Los principios que sigue la economía circular son elegir recursos de más alto rendimiento, utilizar recursos renovables o tecnología para el máximo rendimiento de los recursos no renovables, así como dar paso a la ecoconcepción, la cual considera los impactos medioambientales a lo largo del ciclo de vida de un producto y los integra desde su concepción.
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Asimismo, conlleva la economía de la “funcionalidad”, que privilegia el uso frente a la posesión y buscar un servicio frente a un bien, e implica el concepto de segundo uso, es decir, reintroducir aquellos productos que ya no se corresponden a las necesidades iniciales de los consumidores.
Otro principio es optimizar el rendimiento de los recursos, esto significa diseñar para reelaborar, renovar y reciclar para mantener circulando en la economía los materiales y componentes. Asimismo, intentar eliminar la generación de residuos.
Una de las formas en que podemos comprender la economía circular como consumidores es que el énfasis de este paradigma reside en el uso y no en el producto. No se busca incentivar la posesión y acumulación, sino la invención de formas eficientes de regenerar el uso de los recursos utilizados.
PRIMEROS AVANCES
Para que sea factible la migración a dicho modelo productivo es esencial que gobierno, empresas y academia trabajen juntos. El primero porque es capaz de incentivar el cambio; el segundo porque es quien puede integrar otras formas de producción; y el tercero porque es quien puede producir el conocimiento para el desarrollo de tecnologías que beneficien la reutilización de recursos, materiales y componentes.
Europa fue la primera región en comenzar a implementar políticas públicas para lograr migrar a este nuevo paradigma. En la “Estrategia Europa 2020” se incluyó como objetivo “una Europa que utilice eficazmente los recursos”. Por ejemplo, una de sus metas constituyó presentar una visión para 2050 de un sistema de transportes con baja emisión de carbono, que fomente las tecnologías limpias y modernice las redes de transporte.
Sobre América Latina el proceso ha comenzado apenas a despegar. Chile es uno de los países con mayores iniciativas respecto a este rubro. Destaca la creación en 2019 del Centro Tecnológico para la Innovación en Economía Circular y Sustentabilidad Industrial de la Región de Tarapacá. La propuesta consiste en un espacio de investigación aplicada a modelos de economía circular que afecten las mejoras de productividad y sustentabilidad de los procesos industriales.
En México podemos encontrar el Plan de Acción para una Economía Circular, promovido por el gobierno de la Ciudad de México que tiene como propósito mejorar infraestructuras y lograr transformar las 12,700 toneladas de residuos sólidos que se generan diariamente en la ciudad, a través de un proceso de reciclaje que permita reincorporarlos a nuevos procesos productivos. De este plan devino la prohibición de plásticos de un solo uso en 2019. Si bien es relevante la toma de estas medidas, ha quedado corto el programa en cuanto a procesos de manejo de residuos.
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Además, el 18 de octubre de 2021, las comisiones unidas de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Cambio Climático, y de Estudios Legislativos Segunda del Senado de la República, aprobaron el proyecto de dictamen que incentiva la creación de la Ley General de Economía Circular (LGEC). Entre las medidas que sobresalen están que todas aquellas personas que se dedican a la fabricación, elaboración, manufactura, producción y distribución de aparatos eléctricos y electrónicos están obligados a presentar un plan de manejo de residuos, y se establecen sanciones administrativas para garantizar el cumplimiento que haya de las disposiciones al dictamen.
No solo desde el gobierno se está promoviendo el uso de la economía circular, igualmente aplica en las empresas. Por ejemplo, Grupo Bimbo se comprometió para que en 2025 el 100 por ciento de sus empaques de plástico sean reciclables; actualmente son el 80 por ciento. También, a que todos los desperdicios posindustriales de sus proveedores sean reciclados en sus procesos e identificar y eliminar el excedente de plásticos en sus procesos de manufactura.
Sin embargo, cuando se habla de consumo responsable debe destacarse que no todo está en manos de la industria y del gobierno. Según los especialistas en la materia, los consumidores pueden cambiar sus hábitos de consumo, investigar cómo se producen sus compras, decidirse por productos o servicios que privilegien la eliminación de residuos, el reciclaje y el respeto a los derechos laborales y, lo más importante, cambiar el deseo de la acumulación por el consumo de solo lo necesario. N