“NOS LLEVARON a la sierra y empezamos con el adiestramiento. Nos entrenaba un kaibil, nos enseñaban a usar armas, y en general, puro entrenamiento táctico y de supervivencia”, narra Jesús, uno de los seis menores de edad que aceptaron contar su experiencia, tras estar en las filas de una organización criminal, para el libro Un sicario en cada hijo te dio. Niñas, niños y adolescentes en la delincuencia organizada.
El libro, firmado por Saskia Niño de Rivera, Mercedes Castañeda, Fernanda Dorantes y Mercedes Llamas Palomar y publicado por el sello Aguilar, no pretende criminalizar las acciones cometidas por niñas, niños y adolescentes dentro de una organización criminal, tampoco revictimizar sus derechos humanos, sino que da a conocer las historias de estos infantes que padecen las consecuencias del Estado fallido mexicano y el desinterés de la sociedad por los menores de edad.
En la investigación, las autoras plantean que el involucramiento de infantes en conductas delictivas va de la mano con la vulneración de sus derechos humanos, del desarrollo de entornos complicados dentro de comunidades violentas, así como de la marginación social y la falta de oportunidades.
Uno de los datos que el lector encontrará en esta investigación se trata del patrón que los niños siguieron tras ser llevados a lugares alejados como montañas o sierras, donde los cárteles tienen montadas “universidades” del crimen. Ahí les enseñan técnicas de supervivencia para defenderse, para matar y para apuntar a sangre fría, secuestrar y desaparecer personas.
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Sin embargo, y a pesar del infierno psicológico por el que atraviesan los menores de edad en los pocos meses en que son adiestrados, existen casos de éxito, es decir, niños que, tras haber estado en estas instituciones criminales, por mencionarlas de alguna manera, logran salir adelante y reinsertarse en la sociedad con apoyo multidisciplinario. Este libro cuenta la historia de ocho casos reales de éxito.
“Ahí [en el libro] manifestamos todo el desarrollo que tienen niñas, niños y adolescentes para ingresar a la delincuencia organizada y después. Hacemos un análisis personalizado psicológico, criminológico y jurídico de cada niño y, al final, ponemos historias de éxito de adolescentes que, después de haber vivido casos similares a los que presentamos en un principio, lograron reinsertarse en la sociedad”, explica Mercedes Llamas en entrevista con Newsweek México.
Este libro es un llamado a la sociedad y al gobierno para hacer notar que este es un problema que implica a todos. Además de dar voz a los infantes porque muchas veces son juzgados “desde afuera sin saber el otro lado de la moneda”, añade.
LAS UNIVERSIDADES DEL CRIMEN
Mercedes Llamas Palomares, una de las autoras de esta investigación, es doctora en gobierno y administración pública por la Universidad Complutense de Madrid. De acuerdo con su conocimiento en política criminológica y derechos humanos, explica que, para que un menor de edad llegue a estas instituciones del crimen, previamente le fueron violentados sus garantías individuales.
Conforme avanzó en el análisis de los perfiles reales de menores que entrevistaron, detectó que son niñas y niños que, desde un inicio, por una u otra circunstancia desertan escolarmente o no tienen rastro de contar con una familia que los esté buscando, es decir, son niños sin identidad.
“Entonces, el gobierno ya no está cumpliendo con la obligación de darle educación a esos niños (…) [Un menor que] no sabía ni cómo se llamaba. No tenía acta de nacimiento. Se le violó su derecho a tener una familia. No tenía derecho a la salud. No tenía familia, lo vendieron a los seis años y vivió en el basurero desde los siete años”, describe.
Perfiles como los que señala Palomares forman parte del puñado de jóvenes que, en su necesidad y precariedad, se ven obligados a ingresar a estas organizaciones tras no contar con más apoyo del Estado o de sus familias, quienes las tienen.
Para la especialista en derechos humanos, el hecho de que una niña o un niño llegue a estas “universidades” es algo escalofriante, donde existen sujetos que reclutan a jóvenes y, por otro, una sociedad que lo permite. Tal y como sucede con Jesús, uno de los niños a quienes entrevistaron y que describe cómo en un día común para las personas, a él y otros 60 niños los subían a la sierra a estas universidades.
“Te preguntas cómo en un día normal se nos pueden ir 60 niños de la mano y que no haya una reacción, ni papás, ni familias gritando por sus hijos, o sí, con un gobierno y una sociedad que no está haciendo nada para evitarlo”, exclama.
Llamas Palomares señala que en los adiestramientos que tienen documentados, se trata de niños desde ocho a 12 años con personalidades muy maleables. Un ejemplo repetitivo es Jesús, quien relató que cuando bajó de la sierra tenía 12 años y se sintió una persona completamente distinta.
“Sintió que los valores que le había dado su familia eran contrarios a los que él tenía en ese momento; entonces, cómo en tres meses —generalmente dura de tres a seis meses este adiestramiento y donde seis meses ya es mucho-, puede cambiar completamente una persona, ¡a un niño de su edad!”.
COVID-19, LA NUEVA VULNERABILIDAD
Antes de la pandemia, los menores ya estaban expuestos a las organizaciones criminales tras ser víctimas de vulnerabilidades sociales como la pobreza, un fenómeno que predominaba antes de la pandemia por COVID-19.
Mercedes Llamas explica a este medio que las actividades delictivas dentro de ese adiestramiento, a las que están expuestas los menores desde pequeños, les generan traumas muy fuertes. En psicología se le conoce como “trauma complejo”, que es más grave que el estrés postraumático de un adulto.
Este “estrés complejo” complementa una serie de traumas a los que están expuestos. Ejemplo de esto es el caso de una niña quien fue víctima de violación sexual por su tío desde los cinco años, además del maltrato físico en la familia, y que después tiene que enfrentarse a pertenecer a un grupo de delincuencia organizada en el que debe cometer actos como destazamiento de cuerpos a los 13 y 14 años.
Ante estos traumas tan fuertes, las consecuencias son más severas para estos niños que llegan a presentar lesiones cerebrales, es decir, una parte del cerebro tiene una lesión que ocasiona que pierda la regulación de emociones, problemas de apego, deficiente desarrollo de lenguaje, conductas autodestructivas, problemas en el autoconcepto, problemas en la planificación y comprensión.
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Ahora bien, en un contexto como el que enfrenta la humanidad y los riesgos sociales que esto implica, Mercedes Llamas advierte que la pandemia no solo agravará el problema, sino también las diferencias sociales y la marginación social.
“Estamos convencidas de que esta pandemia engrosará las líneas de los niños sicarios y los niños que entrarán en la delincuencia organizada, primero porque, como hemos visto, la violencia intrafamiliar ha aumentado muchísimo. Si un niño ya estaba marginado socialmente, la pandemia está haciendo una diferencia de clases extremadamente fuerte”, añade.
Según cifras que la investigación de este libro recaba, en la radiografía de la violencia y el delito en México se debe incluir el secuestro, un crimen que desde hace 30 años permea en el país.
“Datos de la Asociación Alto al secuestro señalan que de enero a mayo de 2019 ocurrieron 814 secuestros. En Ciudad de México la incidencia en el mismo periodo incrementó 80 por ciento”, se lee en el libro. N