Alrededor de 20 minutos después de que se fue el hombre, dos agentes del FBI entraron y le dijeron a mi padre la verdadera identidad del hombre. Luego ellos le pidieron su ayuda: mi papá continuaría haciendo negocios con él y compartiría la información que obtuviera con la agencia. Fue el comienzo de una relación de varias décadas entre mi familia y el FBI que duró hasta 2009.
Hacia el final de ese periodo, me volví parte del negocio familiar. Por más de tres años, trabajé como agente doble para la agencia, infiltrando inteligencia militar rusa. Por esa razón he observado con sumo interés cómo se desarrolla la investigación a Trump y Rusia. Durante ese tiempo les he preguntado discretamente a profesionales de contrainteligencia actuales y retirados: “¿Quién se está asegurando de que Rusia no socave nuestra democracia?”. La respuesta ha sido siempre la misma: “No sé, pero espero que alguien lo esté haciendo”. Pero dado que Donald Trump se niega a aceptar que Moscú interfirió en la elección presidencial de 2016, no estoy seguro de que alguien —en su administración o en la comunidad de inteligencia— esté vigilando apropiadamente a nuestro adversario de la Guerra Fría.
Esta amenaza de Moscú no es frívola. Parece haber resultado en una operación exitosa contra Estados Unidos, la cual posiblemente empezó mucho antes de que Trump asumiera el cargo. Los rusos parecen haber penetrado en el círculo íntimo del presidente, usado los medios sociales para difundir noticias falsas y, tal vez, incluso hayan atacado el sistema de votación estadounidense. Ante las repercusiones de esta campaña, Estados Unidos ha hecho muy poco para fortalecer sus defensas contra este tipo de operaciones. No ha habido exigencias de aumentar el presupuesto de la comunidad de inteligencia para contrarrestar a Rusia y otras amenazas de inteligencia para la nación. Más bien, muchos parecen pensar que podemos derrotar a Moscú con simplemente destituir a Trump del cargo. Esa es una idea peligrosa.
Mi padre vio de primera mano la amenaza de inteligencia que Moscú representa para Estados Unidos. También vio cómo la desaparición de la Unión Soviética tuvo poco impacto en el juego ruso de espionaje. Después del colapso de la URSS, oficiales de inteligencia de la misión rusa ante Naciones Unidas con mucha rapidez empezaron a presentarse en la oficina familiar, retomando donde se quedaron los soviéticos, solicitando la misma información que aquel primer espía buscó. Para ellos, Estados Unidos todavía era el enemigo.
DON ROJO: Trump con el exembajador ruso Sergey Kislyak. Si el presidente sigue llamando “un engaño” a la interferencia de Moscú, Estados Unidos continuará perdiendo la nueva Guerra Fría. FOTOS: KLUBOVY/GETTY; ALEXANDER SHCHERBAK/TASS/GETTY
Pero la inteligencia estadounidense veía a Moscú de manera un poco diferente. Cuando empecé a trabajar para el FBI, en 2005, mis encargados y yo estábamos completamente enfocados en espías rusos. Pero éramos la excepción; el resto de Estados Unidos estaba enfocado en el terrorismo y Al Qaeda. Los agentes con quienes trabajé eran patriotas y profesionales, pero tenían poco apoyo y pocos recursos. A menudo bromeaba con ellos sobre sus autos de segunda mano. Los agentes libraban una batalla que el pueblo estadounidense pensaba que había terminado. Acabábamos de ser atacados por un nuevo enemigo mortal, y esa lucha estaba jalando la mayoría del dinero y los recursos disponibles.
La contrainteligencia no era una alta prioridad. Durante mi operación, un agregado militar de otro país me invitó a reunirme con él. Mientras estaba sentado en su consulado en Manhattan, bebiendo té, el agregado me dijo que buscaba “alguien en D. C. con quien ponerme en contacto”, una señal positiva e intrigante. Reporté los detalles al FBI y luego esperé. Pasaron las semanas. Finalmente, uno de los agentes me dijo afligidamente que “el agente responsable de ese país no respondería mis llamadas”. Nunca hablé de nuevo con el agregado. Nunca supe a quién en D. C. yo iba a contactar. Fue una oportunidad desaprovechada.
Moscú rara vez desaprovecha oportunidades. Los rusos desconfiaban de todos y de todo. Las tácticas que empleaban para evadir la vigilancia del FBI eran sencillas, pero tremendamente efectivas. Ellos concluían cada una de nuestras reuniones entregándome un menú o una tarjeta de presentación de otro restaurante. Luego, alrededor de una semana después, recibía una llamada breve invitándome a almorzar. Al final de la reunión, el proceso se repetía. Nunca hubo una discusión por teléfono o correo electrónico. Toda comunicación ocurría en persona. Esto significaba que, a menos de que el FBI supiera dónde iba a reunirme con mis “encargados”, ellos habrían batallado para saber cómo monitorearnos. Los rusos habían dominado su arte, mientras que los agentes del FBI batallaban para seguirles el paso.
Cuando mis días trabajando contra los rusos terminaron, me preocupaba más y más este desequilibrio. En un mundo posterior a la Guerra Fría, es fácil entender por qué justificar el costo de la contrainteligencia tal vez se haya vuelto políticamente difícil. Pero nadie se lo dijo a los rusos.
Como las acciones de contrainteligencia del FBI languidecían, ellos hallaron la oportunidad perfecta para atacar a Estados Unidos. A pesar de las repercusiones de ese asalto en 2016, Washington aún no ha reconocido un fracaso de contrainteligencia, ni ha buscado adecuadamente arreglarlo. Mientras el presidente siga llamando a la interferencia rusa un “engaño”, nunca se fortalecerán las debilidades que Moscú explotó para socavar exitosamente la democracia estadounidense.
Si la interferencia electoral rusa me ha enseñado algo, es que Estados Unidos debe devolverle a la contrainteligencia del FBI el estándar que tenía en 1989, cuando sus agentes entraron en la oficina de mi padre: ser capaces de detectar y contrarrestar una acción rusa de reclutamiento en apenas 20 minutos.
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Naveed Jamali es el autor de How to Catch a Russian Spy, un libro de memorias sobre su trabajo encubierto como agente doble del FBI. Sigue sirviendo como oficial de inteligencia en la Reserva Naval de Estados Unidos y es un alto miembro del Programa de Seguridad Nacional en el Instituto de Investigación de Política Exterior.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek