HACE 200 AÑOS, cuando el mundo estaba de
cabeza, los poetas románticos cargaban con una mochila y se ponían a soñar
entre ruinas: el Coliseo, la Acrópolis, la Abadía de Tintern. Lugares de placer
melancólico. Sitios que exponían la mutabilidad del poder, de los imperios y de
las ideas.
Los fotógrafos Yves Marchand y Romain
Meffre crecieron en los suburbios de concreto del sur de París. Se conocieron
en 2002, cuando Marchand tenía 21 años y Meffre, solo 15. Buenas edades para el
romanticismo. Pero en vez de Grecia y Roma, volaron a Detroit para retratar los
cadáveres de sus edificios públicos. Exploraron los pasajes solitarios de
Gunkanjima, una colonia minera abandonada en el Mar del Sur de China, edificada
con tal densidad que la isla en que se encuentra se transformó en un acorazado
brutalista. También desarrollaron un gusto por las catedrales mundanas del
entretenimiento estadounidense: el súper cinematógrafo rococó rendido al moho y
a la entropía; el teatro reutilizado como tienda de colchones. Y esto: el
auditorio de la Metropolitan Opera House de Filadelfia, donde no hace falta un
fantasma.
“Los edificios abandonados tienen un olor
especial”, dicen los fotógrafos, en un correo conjunto. “Exhalan aire frío de
sus alfombras y de la madera podrida. A veces, puedes sentirlo desde afuera”.
La luz, que emerge del plástico que cubre el foso de la orquesta no es natural,
sino que proviene de un banco de luces neón instalado un piso más abajo. “Nos
dio la impresión de ser una especie de mar falso artesanal, salido de una
película de Michel Gondry”, dicen.
El Met fue construido en 1908, por
encargo de Oscar Hammerstein, abuelo del letrista. Mas la ópera no permaneció allí
mucho tiempo. Para la década de 1920, era una sala de cine. Para 1940, servía
de escenario para luchas y baloncesto. Entre 1954 y 2016, pasó a manos de
grupos religiosos. Hoy, un promotor promete una remodelación de 35 millones de
dólares, que será como otras remodelaciones de 35 millones de dólares.
¿A Marchand y Meffre les gustaría ver
este edificio restaurado a su antigua gloria? Sí, les gustaría. Pero ¿eso no
destruiría su gloria actual? “Nos gusta ver la ver la erosión natural del
tiempo en las estructuras”, responden. “Nos gusta leer las distintas capas y
percibir temporalidades diferentes. Eso crea emociones conflictivas. Lo hace
mucho más conmovedor”.
Tienen razón. Tengamos ópera. Pero
tengamos ruinas también.
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Booth F13, Photo London, Somerset House,
Londres, mayo 18-21; PHOTOLONDON.ORG. Impresión cromogénica, tiraje de nueve,
95 X 120 centímetros, 4,500 euros (4,930 dólares); POLKAGALERIE.COM
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Publicado en
cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek