HACE CUATRO MESES, en septiembre de 2016, un jurado compuesto por personalidades del mundo literario e intelectual como Salvador Clotas, Román Gubern, Xavier Rubert de Ventós, Fernando Savater, Vicente Verdú y Jorge Herralde, concedió el prestigiado Premio Anagrama de Ensayo al filósofo español José Luis Pardo por su obra Estudios de malestar. Finalista de ese certamen resultó el joven mexicano Luciano Concheiro con una obra que analiza la velocidad en su dimensión económica, política y social y que propone desacelerar y anteponer el tiempo del instante.
“Este ensayo surgió de una preocupación personal, el darme cuenta de algo en lo cual muchos hemos reparado, que vivimos en una época acelerada”, comenta el autor, en charla con Newsweek en Español, a propósito de la reciente publicación de Contra el tiempo. “Las cosas cada vez suceden a una velocidad mayor, vivimos cada vez más estresados, más ansiosos, las cosas duran cada vez menos, tenemos siempre una lista interminable de pendientes y la percepción de que el día no nos alcanza para nada. Me di cuenta de que se nos estaba imponiendo una vida acelerada y quise entender y entenderme a mí mismo como producto, como fenómeno social, y buscar explicaciones y resistencias frente a ello”.
Concheiro es uno de los filósofos más jóvenes del país. Nació en la Ciudad de México en 1992, y no bien había cumplido 19 años cuando se tituló como historiador en la UNAM. Un año después cursó sociología en la Universidad de Cambridge y, a los 22, se convirtió en profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de su alma mater. Hace un año publicó el libro El intelectual mexicano: una especie en extinción.
“El lector se encontrará con una reflexión de corte teórico sobre lo que sucede en el mundo contemporáneo en términos económicos, políticos y sociales y las subjetividades que está ocasionando esta aceleración”, comenta sobre Contra el tiempo, publicado por la editorial Anagrama. “Y también hallará una propuesta para escapar de ello, una propuesta que yo denomino la filosofía práctica del instante, que es una resistencia que busca propiciar una temporalidad distinta a la de la aceleración. No hacer más lenta la aceleración, no desacelerar, sino, más bien, construir una temporalidad distinta”.
Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
—¿Cuál es esa temporalidad, Luciano?
—La del instante, que para mí es la experiencia de un tiempo fuera del tiempo, de una suspensión, de un momento en que sentimos que los minutos literalmente no transcurren. Puede sonar bastante místico, pero es algo que en realidad todos hemos vivido, es el tiempo del encuentro amoroso, de la poesía, de la cascarita en la calle, de la sobremesa; un tiempo que literalmente se puede palpar y los minutos no transcurren.
—¿Cómo se explica el mundo contemporáneo y la humanidad a partir del tiempo, particularmente de la aceleración?
—El argumento nodal o el presupuesto filosófico central del libro es que, si entendemos el tiempo, si entendemos las estructuras temporales, o como yo le llamo, las cronovisiones en vez de cosmovisiones, las visiones del tiempo, podemos entender el resto. Es decir, podemos entender cómo funciona la política, la economía, las relaciones entre nosotros mismos. Hoy existe una cronovisión particular, que es la visión del tiempo acelerado, de rueda de hámster. Es un tiempo que funciona así, como una rueda de hámster, un movimiento frenético, pero con inmovilidad. Parece que suceden muchas cosas, no acabamos de generar un vínculo afectivo con ninguna de ellas y acabamos por no construir experiencias con sentido. Es como funciona el scroll infinito de páginas como Twitter, Facebook e Instagram, nada más ves transcurrir y transcurrir las distintas noticias.
Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
—¿En esta vorágine qué importancia tiene la procuración del instante?
—Creo que el instante puede quebrar con esta lógica acelerada de la rueda de hámster. Lo que hace el instante no es desacelerar ni trastocar de manera clara el sistema que genera esta aceleración, sino algo más modesto, pero que puede ser para mí profundamente subversivo: escaparse de esa aceleración, tomarse un respiro, rasguñarle un momento fuera de esa aceleración frenética.
—Literalmente, detener el tiempo…
—Literalmente, aniquilarlo. Es delicado porque es, por lo tanto, una resistencia momentánea que no busca la transformación radical, heroica, sino simplemente un momento en que digas: ah, aquí está operando otra manera de estar en el mundo, de estar con nosotros, de relacionarse con uno mismo. Porque eso es lo importante, si uno trastoca el tiempo lo trastoca todo.
—¿A partir de esta premisa qué le dirías a quienes piensan que el tiempo vale oro?
—Esos son los grandes enemigos porque tienen la idea de que la productividad es el eje del tiempo, es decir, que siempre tiene que ser un tiempo que derive en un producto, un tiempo mercantilizado, acelerado. Pero frente a ese tiempo podríamos anteponer el tiempo del instante, del vago, de no hacer nada, de la contemplación, de caminar, de la cumbia, de la borrachera.
Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
—Fuiste finalista en un certamen de ensayo. ¿Cuál es tu punto de vista, en qué radica su importancia como género literario?
—Hay una enorme disputa sobre qué es el ensayo, pero el que a mí me interesa es el reflexivo, teórico, filosófico, creo que es fundamental porque permite un análisis de la realidad, profundo, crítico, pero también la transformación de esa realidad, es decir, puede establecer este juego de construcción de una praxis, no una filosofía aislada, sino una práctica filosófica, algo más bien como el trabajo del artesano, que combina mente y mano.
“Además —continúa—, nos permite construir resquicios comunicativos muy importantes, es una manera de hacer textos combativos que apelen a los lectores que buscan aliados, que buscan experimentar en la forma, que no mantengan esas relaciones del saber jerárquicas, verticales, sino que busquen saberes rizomáticos, de vínculo permanente. A mí me importaba que en este ensayo no hubiera grandes argumentos farragosos, sino más bien golpeteos, casi aforismos que le permitieran al lector darse cuenta de que de lo que se habla todo el tiempo en esta teoría en realidad es de él mismo y que mucho de eso ya lo ha vivido”.
—¿Como autor qué significó para ti disputar el Premio Anagrama?
—Estoy muy contento porque el Anagrama es uno de los premios más prestigiosos de nuestra lengua. Es una gran experiencia quedar finalista con Pardo, que es un gran filósofo de la lengua y un gran traductor. Anagrama, además, funcionó para mí como una escuela, tuve una educación en muchas partes autodidacta, y era ir y ver los autores en catálogo, fue una especie de universidad, yo los leía por el sello editorial. Entonces es un buen reconocimiento y una manera de poder comenzar a debatir con quienes son mis maestros.
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