EN 2010, los médicos diagnosticaron a Dinah Bazer con cáncer ovárico. Entró en remisión después del tratamiento y la quimioterapia, pero al pasar los meses, Bazer comenzó a sentirse aterrada porque la enfermedad pudiera regresar. Transcurridos dos años del diagnóstico, se encontraba peor que nunca. “El temor me comía viva”, dice. “Estaba destruyendo mi vida”.
Entonces oyó hablar de un estudio de la Universidad de Nueva York (NYU, por sus siglas en inglés), en el cual los médicos utilizaban psilocibina —ingrediente activo de los hongos psicoactivos del género Psylocibe, conocidos también como “hongos mágicos”— para tratar pacientes con cáncer que sufrían de ansiedad extrema y depresión. Luego de una investigación minuciosa de antecedentes, Bazer fue aceptada en el estudio, y durante varias sesiones de terapia conoció a los psicólogos que lo dirigían. Y luego, un día, recibió una dosis moderadamente alta de psilocibina.
Cuando la droga hizo efecto se sintió asustada, como perdida en el mar. Un terapeuta tomó su mano y eso le sirvió de ancla. Tuvo una visión de su temor, visualizándolo como si fuera una masa oscura, bajo sus costillas, que estaba consumiéndola. Sintió ira, rabia. “¡Vete al carajo!”, gritó.
Un instante después el miedo desapareció. “Se evaporó por completo”, recuerda.
Después se sintió transportada a un lugar donde solo sentía amor. “Soy atea, pero la mejor manera de describirlo es que me sentí bañada en el amor de Dios… creo que es la emoción más poderosa que he experimentado jamás”.
Al cabo de cuatro años la ansiedad no ha regresado. Se siente feliz de estar viva y hace cosas que antes no hacía, como forjar nuevas amistades, meditar y, simplemente, llevar una vida serena. “Aquello, realmente, cambió todo para mí”, asegura. “Me siento mucho más activa, mucho más capaz de acercarme a los demás. Siento que soy parte del mundo”.
“ESTOY MURIENDO, PERO ESTÁ BIEN”
Cuando el Dr. Stephen Ross, líder del estudio y director de psiquiatría en adicciones en el Centro Médico Langone de la NYU, escuchó las primeras anécdotas parecidas de los participantes del estudio, se mostró escéptico. “Pero luego de ver 20 o 30 casos, pensé: Es asombroso. Es un efecto real”.
Dos estudios muy esperados, publicados el 1 de diciembre en el Journal of Psychopharmacology, confirman esta impresión. Uno de ellos se llevó a cabo en la NYU con 29 pacientes; el otro, en la Universidad Johns Hopkins, tuvo una población de estudio de 51 voluntarios. Los dos estudios siguieron protocolos parecidos, y ambos hallaron que, luego de administrar psilocibina, 80 por ciento de los individuos experimentó una disminución de la ansiedad y la depresión que persistió durante seis meses o más. Y en algunos casos, como el de Bazer, parece que el efecto es permanente. Tanto los pacientes como sus evaluadores psiquiátricos coinciden en que las personas tratadas se sintieron más optimistas, encontraron más sentido a sus vidas y tuvieron una mejor calidad de vida.
En casos de cáncer terminal, el tratamiento permitió que los pacientes aceptaran su muerte inminente y sufrieran menos de lo que habrían padecido sin la psilocibina, dice Roland Griffiths, quien dirigió el estudio de Johns Hopkins. “Hay algo en estas experiencias que permite que las personas vean el proceso de enfermedad desde una perspectiva más amplia”, explica. “Pueden decir: ‘Estoy muy triste, estoy muriendo. Pero en un sentido más extenso, está bien, y estará bien’. Sin duda no abrazan su muerte, pero ya no la experimentan con un temor profundo”.
Charles Grob, investigador y psiquiatra de la UCLA, dice que no existe otro fármaco que pueda tomarse en dosis única y tenga efectos igual de persistentes. Aunque no le sorprende, porque dirigió un estudio con psilocibina en 2011, el cual halló mejorías similares en 12 pacientes con cáncer.
Los resultados han sido celebrados por prominentes psicólogos como un posible cambio de paradigma en el tratamiento de la ansiedad y la depresión para pacientes con cáncer y otras enfermedades terminales. Griffiths también abriga la esperanza de que, un día, la sustancia pueda utilizarse con los mismos fines en personas sanas.
Diecinueve científicos y médicos, incluidos dos exdirectores de la Asociación Psiquiátrica Estadounidense, escribieron diez comentarios en la revista sobre la importancia de estos trabajos. “Para muchos que siguen atrapados en la era antidrogas de Reagan, con el mensaje de que las ‘drogas te fríen los sesos’, la psilocibina podría parecer un tratamiento extraño y hasta peligroso para abordar una enfermedad mental grave”, escribió en un editorial David Nutt, neuropsicofarmacólogo del Imperial College Londres. Sin embargo, la gran calidad de la investigación y el sólido apoyo que ha recibido —la “lista de comentaristas parece un “quién es quién de la psiquiatría estadounidense y europea”— debería “tranquilizar a cualquier indeciso en cuanto a que esta aplicación de psilocibina se encuentra dentro de la perspectiva de la psiquiatría moderna”, añadió Nutt.
UN “VIAJE” EN EL LABORATORIO
Los participantes de los dos estudios se relacionaron con los psicólogos tratantes a lo largo de más de una docena de horas, a fin de compenetrarse y establecer relaciones de bienestar y confianza previas a la experiencia con psilocibina. Después de tomar psilocibina o un placebo, administrados en una única cápsula blanca, los pacientes se acostaron en una habitación cómoda con la que estaban familiarizados. Se les invitó a usar antifaces para dormir y a escuchar música relajante.
Los investigadores de la NYU dividieron su grupo en dos y administraron psilocibina a la mitad de ellos en una primera ronda, mientras que los demás participantes recibieron un “placebo activo” de niacina, sustancia que puede inducir una descarga de sangre en la piel, imitando el inicio de una experiencia psicodélica. Luego tuvieron una segunda sesión en la cual intercambiaron a los grupos, dando placebo a la mitad y psilocibina a los otros. En ambos casos, la niacina tuvo poco efecto.
El protocolo de Johns Hopkins fue algo distinto. Los pacientes tuvieron dos sesiones, una con dosis alta de psilocibina y otra con una dosis muy baja. Los investigadores hallaron que la dosis baja provocó efectos insignificantes comparada con la dosis alta.
Esto no significa que consumir hongos de psilocibina sea un buen remedio casero para tratar la depresión o la ansiedad. Para empezar, la psilocibina está inscrita como una sustancia de Lista 1 en Estados Unidos, categoría reservada a sustancias químicas que la Administración para el Control de Drogas (DEA) considera que no tienen valor médico y un gran potencial de adicción. En suma, su posesión es ilegal.
Los pacientes de estos estudios ingirieron psilocibina en ambientes controlados cuidadosamente, y pasaron por un proceso
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek