Un pasillo a media luz conduce a un multicolor universo que inunda de fanatismo un estrecho cuarto. Niklas Hjalmarsson, defensa de hockey sobre hielo vuelto muñequito plástico, a punto de rematar estira su stick sobre un estante mientras lo cercan otros colegas en miniatura. Las paredes son un catálogo interminable: pósteres de los Toronto Maple Leafs, New York Rangers, Chicago Black Hawks y demás equipos entrelazados con palos de hockey. En lo alto de un muro, un jersey autografiado por el superestrella de todos los tiempos, Wayne Gretzky, cuelga al centro, como si fuera el venerado retrato de un líder. “No sabes cuánto me costó”, exclama alguien y se carcajea, como en las dos horas siguientes se carcajeará casi en cada respuesta, diga lo que diga.
Afiches, estampitas, devedés, juguetes, revistas, pucks (el disco de caucho con el que se juega). No hay un rincón sin un objeto de este deporte. El pequeño espacio en el sur de la Ciudad de México no es el cuarto de un adolescente obsesionado. Es el despacho de Joaquín de la Garma, hombre de 63 años de risotadas de ogro, gigantón calvo de nariz retorcida y puntiaguda que informa con su vozarrón salido de una caverna: “¡Esto no es nada, no quise saturar mi oficina! ¡En mi casa hay mucho más!”, ríe con el pecho saltado el presidente de la Federación Deportiva de México de Hockey sobre Hielo que labora a un costado de la pista de hielo Icedome CD/MX.
Hace cuatro años, en el duermevela de una noche cualquiera, lo sacudió una utopía: que México, país de clima cálido, empobrecido, trastornado por el fútbol y con pistas para patinadores que solían ser un entretenimiento de plaza comercial, aspirara un sueño propio de un país rico y gélido: tener un equipo femenil de hockey sobre hielo que calificara a los Juegos Olímpicos de Pyeongchang 2018 y algún día luchara con rabia ante las potencias.
El problema de su sueño era que México no tenía una sola jugadora de hockey sobre hielo. Nadie, desde Tijuana a Chetumal. Para alcanzar su misión debía fundar entre las mujeres un deporte.
Lo hizo. Hace unas semanas, México —equipo dirigido por su hijo Diego de la Garma— destruyó a Turquía y Hong Kong en el Preolímpico, avanzó a la segunda fase, ha sido campeón del mundo en la División III y grandes selecciones del planeta como Holanda, Alemania y España le solicitan partidos amistosos.
Esta semana, las 19 jugadoras de la selección habrán concluido una alucinante travesía de 12,110 kilómetros hasta la asiática Kazajistán.
Tendrán que abrigarse. De los 17 grados promedio de la Ciudad de México podrían estar a -14 cuando salgan de su hotel hacia la fantástica Barys Arena de la ciudad de Astaná para enfrentar a la selección local, Reino Unido y Polonia. Si triunfan, el camino a los Olímpicos será largo. Tendrían que ganar una tercera ronda ante tres rivales en Noruega, y luego una cuarta ante otros tres en Suiza.
—¿No es una locura pensar que irán a los Juegos Olímpicos? —pregunto.
—Si fuera una locura no me hubiera molestado en crear una selección femenil —responde De la Garma con gravedad.
Esta vez, el número uno del hockey sobre hielo en México no se ríe.
El remo era una religión. Mamá remera, hermana remera, ambas campeonas nacionales y descendientes de un linaje remero. El Club España de Cuemanco era una segunda casa a la que había que acudir cada día. Por eso, cuando el salón de clases del Colegio Simón Bolívar se abrió y alguien ofreció a los niños de sexto unirse al equipo de hockey sobre hielo, Joaquín llegó a casa emocionado a pedirle permiso a su madre para cambiar de deporte. Gloria le respondió: tú eres remero.
Lo suyo sería siempre jalar agua sobre una embarcación, la actividad que Joaquín hacía desde los cinco años.
Por esos días de 1963 la familia viajó de turismo a Montreal, donde el equipo local, Canadiens, enfrentaría a Toronto. “Vi el deporte y me encantó: era diferente a todo. Y ahí descubrí los checks”. Es decir, descubrió las espectaculares acciones defensivas en las que un jugador embiste a otro para despojarlo del puck incluso estrellándolo contra la barda. De regreso a México, “la vida me ayudó”, dice Joaquín, aunque en realidad un largo padecimiento lo ayudó a acercarse al hockey. “Sangraba por la nariz a borbotones y pasaba noches horribles con la cama llena de sangre”. Desesperada, su madre lo llevó al médico. Tras revisarlo, el doctor Araujo le diagnosticó intolerancia al calor. Cuando la temperatura sube, los vasos sanguíneos de algunas personas se dilatan y sangran. “El doctor dijo que yo debía estar en climas fríos”. Como cambiar geografía no era posible y buscar bajas temperaturas en la ciudad era difícil, Gloria aceptó el deseo de su hijo: bienvenido el hockey.
Sandy, la “guapísima” amiga de su hermana, lo llevó a la pista de hielo de Polanco y tomada de su mano lo enseñó a patinar. Después, un día de 1964, el chico pudo agarrar un stick por primera vez y, al mismo tiempo, patinar. Defensa derecho agresivo y peleonero, usaba la fuerza que le había dado el remo para resistir los embates de los rivales. De niño pasó por los equipos Huracanes, Rayovac y América (“jugábamos con un pinche uniforme amarillo que odiaba porque desde entonces odio al América”). Pero cuando las cosas iban de maravilla llegó el rock y todo acabó.
Para hacer unos pesos extra, los propietarios de las pistas de Polanco y del centro Comercial Minimax (hoy Plaza Inn), mientras la gente patinaba hacían conciertos con los grupos de rock que comenzaban a salir de los clandestinos hoyos funky. Three Souls in My Mind, Enigma o los Dugs Dugs tocaban mientras los jóvenes se deslizaban en el hielo. “Era época de jipismo y mucha droga. La marihuana estaba en boga y sonaba San Francisco (“…Be Sure to Wear Flowers in Your Hair…”). Las autoridades dijeron que las pistas eran un centro de vicio, las cerraron y dejé de jugar”, recuerda.
Otra vez, el destino lo alejaba del hockey sobre hielo.
CLAUDIA TÉLLEZ tuvo su primera lección en una pista de hockey hace apenas cuatro años.
Acaba de ser fichada por Calgary Inferno, equipo de la liga profesional canadiense. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
El hockey es como los dentistas
El sigilo de la oficina se rompe con una puerta que se abre y un joven que da pasos robóticos entre los escritorios de la federación un día de octubre de 2016. Máscara, hombreras, protector de pecho y antebrazo, coderas, enormes guantes y stick en mano, nos mira de reojo soltando un “buenas tardes” agitado. Joaquín lo barre de arriba abajo.
—Te pusiste todas mis cosas, ¿verdad? —le suelta.
—¡Estaba cerrado el vestidor!
—¡Ya vi, güey! —se carcajea.
El “güey” es Andrés, su hijo menor, de 28 años, exjugador de los Markham Waxers de Ontario y entrenador de porteros que esta mañana practicó con María Meza y Mónica Rentería, guardametas de la selección. Además de Andrés, Joaquín es el presidente de la federación y Diego, de 35 años, el entrenador de selecciones nacionales. ¿Es cuestionable que esos tres cargos se los reparta una familia? Aunque la federación es una AC y no un órgano público, De la Garma se defiende a su modo: “Sé distinguir. Aquí Diego no es mi hijo, sino mi empleado. No sabes las peleas, cómo nos la mentamos: a la abuela, la madre, a todo el mundo. No nos llevamos como padre e hijo. Me dice: ‘Papá, no seas pendejo’ (se carcajea). Así nos llevamos con ese cabrón”.
Si el hockey es un deporte y no una ciencia, hay intentos para que lo sea. Para ayudar a la selección, un pequeño batallón marcha: psicóloga, nutrióloga, utilero, dos preparadores físicos, dos fisioterapistas y dos asistentes técnicos. Todos ellos laboran con las mujeres que han sido seleccionadas entre los 22 clubes mexicanos de hockey sobre hielo en los que hay unas 200 jugadoras.
Como acceder a transmisiones televisivas de este deporte en México es aún complicado, han dispuesto una suerte de íntimo trabajo de laboratorio. En el vestidor, Diego les pasa videos de partidos de la National Hockey League (NHL): busca que los jugadores de los equipos de Canadá y Estados Unidos funjan como maestros. Para que el análisis técnico-táctico tenga no solo el aliciente intelectual, cada chica está en la Fantasy Hockey, juego online con equipos de la NHL basado en estadísticas reales.
La observación ha traído conclusiones. La más importante, las aptitudes de México para un sistema conservador llamado the house o defensing zone coverage. “Somos muy buenos defendiendo, pero nos falta patinar más rápido”, admite De la Garma. En un deporte donde los mejores jugadores alcanzan 32 km/h, no hay chance de destacar sin velocidad. Para desarrollarla, a la selección mexicana la entrena la canadiense Michele Mundell, experta en power skating.
Y para frenar de golpe, hacer giros, cortes bruscos, avanzar y retroceder está Jéssica Barrón, campeona nacional de patinaje artístico.
“El hockey se especializa igual que los dentistas”, dice De la Garma.
Así como existen un endodoncista, ortodoncista o protesista, para alcanzar la excelencia el hockey fracciona su mundo.
OBSERVACIÓN HA TRAÍDO GRANDES CONCLUSIONES:“Somos
muy buenos defendiendo, pero nos falta patinar más rápido”, admite
De la Garma. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
Las locas
Las pistas, “centros de vicio”, cerraron, y el adolescente debió concentrarse en el remo. Valió la pena: con 17 años Joaquín fue a los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 y compitió en dos remos largos con timonel. De regreso a México estudió arquitectura y siguió remando, aunque el hockey se mantuvo como una fijación perturbadora. Si salía de vacaciones buscaba que coincidiera con partidos, compraba revistas importadas, seguía como podía al equipo de sus amores, los Canadiens, y luchaba con la parabólica o como fuera para ver los partidos de su dios de carne y hueso, Bobby Hull, The Golden Jet, el visionario al que se le ocurrió calentar la cuchilla de su stick con un soplete, doblarlo en la ranura de una puerta y crear una curvatura. Desde que el ídolo de Joaquín tuvo esa ocurrencia, el puck se levantó: el disco dejó de viajar solo a ras de piso, voló y obligó al uso de máscaras de protección.
En 1974 se retiró del remo. “Me fui porque el dinero desaparecía, como aún sucede en muchas federaciones, y no llegaba a los atletas. Me decía: debo hacer algo por el deporte en México”.
Fuera de los canales y las pistas de hielo, Joaquín se tituló de arquitecto en la Universidad La Salle. Ejerció durante dos décadas en Edificadora Ajusco y otras empresas de su propiedad. Y vino la paternidad, dos niños y una nena a los que intentó contagiar su ímpetu por el hielo. “Mi máximo era que jugaran hockey: me los llevaba a fuerza porque no querían. Diego, el grande, nuestro entrenador nacional que ahora es el más apasionado, lloraba cada vez que lo llevaba. Me decía: ‘¡No quiero hockey, quiero básquet!’ Quería ser como Michael Jordan”.
Aunque le costaba heredarlo, el hockey volvió a susurrar al oído de Joaquín. Luego de una ausencia de cerca de dos décadas las pistas de hielo resurgieron. Una en Lomas Verdes, otra en Cuernavaca y una más en San Jerónimo, cuyos dueños, enterados de que a Joaquín lo vencían sus impulsos, lo llamaron. “Sacrificaba la hora de comida con un sándwich y por puro gusto entrenaba a chiquitos de cuatro a siete años. No me pagaban, pero estaba ahí dentro y me decía: ¡esto es lo mío!”.
Aunque la vida empresarial iba bien, llegó a impulsarlo hacia su vocación un personaje conocido: Carlos Salinas de Gortari, nada menos. El error de diciembre de 1994 desplomó el sector de la construcción y esa caída furiosa amenazaba a Joaquín. “Por la crisis y la devaluación las obras bajaron mucho”. Tanto que un día dijo basta: “Y que cierro las constructoras, liquido a todos y me voy a trabajar con niños de todas las edades a La Pista”.
Puso el cerrojo final a su oficina en Viveros de Coyoacán y, con 42 años, cayó en brazos de su sueño infantil de seis letras mágicas: hockey.
El hombre del dinero en La Pista de San Jerónimo, Alfonso Gómez Haro, no quería un profesor encaprichado en dar clases sin más conocimiento que el de un fanático. Joaquín debía aprender. Es decir, abordar aviones. “En seminarios recorrí el mundo del hockey: Rusia, Eslovaquia, República Checa, Canadá, Estados Unidos, Suecia, Suiza, Finlandia, Letonia”.
Un par de años después, ya con un papel influyente en la Federación Mexicana de Deportes de Invierno, Joaquín alentó la política de traer al país afamados entrenadores extranjeros. Llegaron de la ex Unión Soviética, de otros países del Bloque del Este e, incluso, vino un prestigioso canadiense, Paul Theriault, quien había ayudado a formar a Gretzky, el mejor jugador del mundo.
Ninguno de esos intentos, sin embargo, ayudaba a que los seleccionados mexicanos que desde 1996 competían con otros países emergieran de la penumbra. “Había mucho ausentismo, no funcionaba la máquina alisadora y el hielo era un desastre. Los jugadores eran irresponsables y los extranjeros no entendían esa filosofía. Desesperado, un entrenador se iba, venía otro y pese a pagar fortunas perdíamos y perdíamos”.
Gómez Haro, máximo responsable del hockey nacional, llevó a De la Garma a dirigir las selecciones nacionales. “Mi estrategia fue: vamos a explotar el corazón de oro que tenemos los mexicanos —dice Joaquín—. Y así logré ganar algunos partidos”.
—¿Y entre todos esos hombres no había ninguna mujer jugadora?
—Había tres —solo recuerdo el nombre de Mariana Ibáñez—; se ponían a jugar con los hombres y todos les decíamos “Las Locas”.
Con ese pequeño acto de rebeldía Las Locas avisaban que no lo estaban tanto.
Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
María Cheras y Monjivanes
Los esfuerzos no bastaban para catapultar el país a la élite mundial masculina. En esa rama la diferencia era (y es) abismal. Pasaron los años 90, llegó el siglo XXI y hacia 2004 la Federación Internacional de Hockey sobre Hielo puso un ojo vigilante en México, que agrupaba todas las disciplinas en la Federación Mexicana de Deportes de Invierno. Al intuir que el dinero que enviaba para el desarrollo del hockey mexicano se desviaba a otras disciplinas, como el patinaje artístico, exigió que en México existiera un organismo exclusivo para el hockey sobre hielo, que hasta entonces era en nuestro país solo para varones. Dos años más tarde, una federación nacional destinada a ese deporte nacía; pronto Joaquín se volvió su titular, aunque la realidad lo abofeteó.
La selección de hockey no calificó a los Juegos Olímpicos de Nagano, Salt Lake City, Turín, Vancouver, Sochi. En hockey sobre hielo, creado en 1875, México tiene un rezago de más de un siglo. Y eso se notaba: sin remedio, en los preolímpicos México ha logrado a lo sumo el segundo lugar en la primera fase y, por lo tanto, queda fuera de competencia. “Para tener esperanzas necesitamos diez jugadores en la NHL, como los otros equipos olímpicos: hoy eso es algo imposible”, lamenta.
Frustrado, un día de 2012 Joaquín retozaba en su casa de San José Insurgentes. “No es relajo: hace cuatro años me estaba quedando dormido sobre mi almohada y me dije: ¿Qué hago para ir a Juegos Olímpicos? Pensé: ¡hockey femenil! No dormí toda la noche de la emoción, llegué a la oficina y le dije a Diego: ¿y si nos metemos a este rollo? Me dijo: se oye interesante, vamos a intentarlo”.
Aunque en los años 20 del siglo pasado el hockey femenil ya se jugaba en Estados Unidos y Canadá, su popularización mundial se produjo hace 30 años. En este caso, el rezago de México era mucho menor.
La lucha de Las Locas para abrirse paso en un deporte reservado en México a los hombres cristalizó cuando Joaquín y Diego lanzaron una convocatoria para crear el primer equipo femenil en la historia del hockey sobre hielo nacional. No había más alternativa que pedir a los clubes de roller in line hockey (o hockey sobre patines) avisar a sus jugadoras que habría una prueba en la pista Fun Central de Cuautitlán Izcalli.
—¿Qué respuesta hubo?
—Calculé que vendrían unas 15 niñas. ¿Cuál fue mi sorpresa? Llegaron 80, de Jalisco, Nuevo León, San Luis Potosí, Guanajuato, Querétaro e infinidad de lados. Era increíble. Llegaban niñas y más niñas, las registrábamos, y en el hielo te imaginarás el desastre: unas ni patines traían, usaban los de renta, se caían. En este momento estoy viendo a Claudia Téllez, hoy nuestra gran jugadora: no sabía frenar, se aventaba contra las bardas porque en el hockey en ruedas se frena con la parte atrás y aquí de lado. Y eso es grave: si haces eso en el hielo te puedes matar. Cuando veíamos ese caos, Diego me dijo: “Papá, ¿seguro esto quieres hacer?”. Le respondí: “Probemos”.
Con esas 80 jugadoras no formaron un equipo, sino cuatro, nombrados así: Black Widows, Blue Ice Breakers, Pink Blades y White Pearls. Sábados y domingos venían a la capital a entrenar y jugar.
A los diez meses el caos del día de la convocatoria era asunto del pasado. La destreza de las jugadoras justificaba una selección mexicana.
—¿Y cómo fue la primera época?
—Nos íbamos a Cuautitlán. Imagínate: 24 jugadoras en dos camionetas dos veces por semana con las maletas. Era una hora de recorrido en que decíamos una bola de tonterías… Nos empezábamos a conocer, a llevar bien. Además de la pista, el equipo se formó en esas dos camionetas, a las que apodamos la María Cheras y la Monjivanes —relata.
Faltaba una pista propia. Si el equipo seguía viajando de la Conade, en Tlalpan, hasta Cuautitlán, para entrenar sobre el hielo de un centro comercial, las extenuantes horas de viaje iban a ir moliendo su fuerza.
Andrés, entrenador titulado por la academia de Hockey Canadá y arquitecto, diseñó un domo especializado. Su papá sostuvo pláticas con José Narro, rector de la UNAM, para instarlo dentro de Ciudad Universitaria. “Estaba todo arreglado —asegura Joaquín—, cuando de último momento salieron con que la universidad no podía tener deportes elitistas. Les dije: ‘¡No mamen!, ¿cuánto les cuesta el equipo de fútbol?’. Narro me dijo: “Tienes razón, pero es orden del Consejo (Universitario)”.
El sitio donde se alzó el Icedome CD/MX fue el campus de la Universidad Intercontinental, sede de las primeras conquistas del hockey mexicano.
LA LUCHA DE
LAS LOCAS
para abrirse
paso en un
deporte
reservado en México a
los hombres
cristalizó
cuando
Joaquín y Diego
lanzaron una
convocatoria
para crear el
primer equipo
femenil en la
historia del
hockey sobre
hielo nacional. Foto: Especial.
Ahí están las barbies
Cada mañana, cuando el Icedome CD/MX abre, una jugadora de ojos grandes, pelo lacio y voz firme salta al hielo en soledad. La pista se llena de los golpes secos de su puck, que se desliza en su stick y sale despedido contra la portería una y otra vez.
Patinadora en ruedas, Claudia Téllez tuvo su primera lección en una pista de hockey hace apenas cuatro años. No obstante, la actual figura de la selección acaba de ser fichada por Calgary Inferno, equipo de la liga profesional canadiense. Se suma así a la mexicana Daniela Gendrón, de 16 años, quien desde hace cinco juega en el equipo Selects de Chicago.
—¿Cuáles son las fortalezas de Claudia?
—Es una chava superdedicada —relata De la Garma—: vino sin nada desde Guadalajara y dejó a su familia. Se muere en la raya, su enjundia impresiona y es sumamente responsable. Mide su masa muscular, acude a la nutrióloga y llega a la mañana a la pista cuando no hay nadie. Tira 3000 veces. Por su tiro y su manejo del puck sus manos valen oro.
—¿La selección ha tenido momentos duros?
—El gran problema es la diferencia de edad. A veces estoy con chiquitas de 15 años a las que casi puedo decirles: “Ahí están las Barbies para que jueguen”, y a la vez tenemos mujeres de 34. Esa vida de diferencia en un mismo equipo nos afectó hace dos años en el Mundial de Jaca, en España. Por eso ahí decidimos explotar su corazón: pedimos que cada una platicara su mejor y peor momento de la vida y el hockey. No sabes qué historias oímos, no paré de llorar. Una de nuestras chicas se iba a casar y su novio se suicidó. Lloramos, pero usamos eso para explotar el corazón y vencer 3-0 a Eslovenia, potencia mundial y campeón del torneo.
Al corazón han debido añadirle conocimiento. “En el hockey femenil no se permiten checks”, era el dogma que De la Garma oyó al fundar el hockey femenil en México. Pero los duelos en Canadá les tenían una sorpresa: las mujeres, igual que los hombres, embestían a sus jugadoras en choques brutales para extirparles el puck. Hubo que aprender técnicas legales de checks. Atrás del escritorio donde Joaquín da la entrevista asoman en una biblioteca montones de libros. Leo el título de algunos: Hockey Plays and Strategies, Hockey Training for Kids, Checking The Right Way For Youth Hockey.
En el aprendizaje de un universo hasta hace poco desconocido para todas, la vida es en colectividad: nacidas en San Luis Potosí, Ciudad de México, Jalisco, Nuevo León, Guanajuato, Querétaro y Estado de México, viven juntas en la villa de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade). El apoyo gubernamental es de 3000 pesos al mes. Por las mañanas, antes de entrenar, varias trabajan. Claudia Téllez ha sido gerente operativa de la federación; Nereyda Treviño cursa una maestría en ingeniería del medio ambiente; Araceli Hernández es estilista; Bertha González es nutrióloga en la Conade; Patricia Hernández organiza eventos deportivos en Moveo.
Cada domingo juegan en la Sunday Night Hockey League, la liga mexicana de hockey que forman 32 equipos, todos varoniles. Y entonces a enfrentar a un virus que se cuela al hielo. “No sabes los problemas que hay por eso —cuenta De la Garma—: los hombres se traumatizan de que mujeres les ganen y su respuesta es pegar”. Con esa oposición irracional se ha despertado una fiera: aunque México todavía está lejos de Canadá, Estados Unidos, Finlandia o Rusia, las top mundiales, el último ranking de la IIHF señala a nuestra selección —32 del mundo— como la del salto de calidad más acelerado en el último año, al que cuantifica con +3.
No lo agarres como escoba
Salimos de la oficina. Bajo una enorme chamarra que lo protege de los 9 grados, en su camino a la pista Joaquín saluda a un trabajador, acomoda una portería, me muestra la colosal pulidora de hielo Olympia que costó a la federación dos millones de pesos.
Al rato caerá la tarde y llegarán sus 19 jugadoras a entrenar.
—¿El secreto del crecimiento vertiginoso del equipo?
—Todos los días gimnasio y 30 minutos de preparación física. Aprenden con repeticiones como las tablas de multiplicar: en la pista son seis sesiones semanales de hora y media repitiendo el sistema 8000 veces —responde y dice “8000” con fuerza, como paladeando ese método.
Faltan días para hacer maletas e iniciar la travesía a Kazajistán. Desde el 3 de noviembre la selección de México buscará en ese país acercarse un poco más a los Juegos Olímpicos de 2018.
Entramos en la pista, Joaquín arroja al hielo un puck y me pasa un stick para que lo agarre y luego remate a la portería. “No, así no —me acomoda las manos—. ¡No es una escoba!”, me corrige entre carcajadas.
Un maestro nunca puede dejar de serlo.