HABLEMOS DE IMPUESTOS, específicamente, los impuestos de Donald Trump, porque si él es elegido presidente de Estados Unidos este noviembre, eso y sus muchos otros secretos financieros serán todo lo que cualquiera en Washington discuta en los años por venir.
Al contrario de cualquier otro candidato a la presidencia en las últimas cuatro décadas, Trump se ha negado a hacer pública su declaración de impuestos. Él usa la afirmación falsa de que no puede hacerlo pues lo están auditando, un argumento que Richard Nixon pudo haber usado para bloquear el hacer pública sus declaraciones de impuestos en medio del escándalo Watergate, pero no lo hizo (después de muchos retrasos). También, las declaraciones de Trump de 2002 a 2008 pueden hacerse públicas sin problema, todas las auditorías que las implican han terminado. Pero él quiere fingir —¿o debería decir mentir?— que entregar registros con más de una década de antigüedad de alguna manera afectará su auditoría actual.
No finjamos: Trump oculta algo. ¿Es un defraudador fiscal? ¿No da nada a la caridad? ¿Obtiene ingresos de inversiones en Ucrania y Rusia? ¡Quién sabe! Él tiene una laberíntica colección de sociedades, compañías privadas, sociedades tenedoras y otras inversiones. Estados Unidos no sabe si él es un inversionista conjunto con personajes desagradables (lo ha hecho antes) o qué incentivos financieros lo motivan. Así, imagínate el día después de que Trump sea elegido presidente. Si hay una mayoría demócrata en el Senado —lo cual parece factible— la primera citación que salga de un comité congresista será por sus declaraciones de impuestos. Cualesquiera secretos desagradables que contengan estas, se esparcirán. La siguiente serie de citaciones serán para la Organización Trump, las sociedades variopintas y fideicomisos familiares controlados por Trump y su compañía privada, y todo el resto de trozos de información financiera que él oculta. Como Nixon dijo una vez, al declarar que estaba dispuesto a que se examinaran sus impuestos: “La gente tiene que saber si su presidente es un ladrón o no”.
Normalmente, estas citaciones podrían considerarse expediciones de pesca, pero en el caso de Trump será esencial una supervisión de la rama ejecutiva. Nadie sería capaz de saber si Trump viaja a Rusia para continuar su juego de parar la trompita con Putin porque él actúa según el interés de Estados Unidos o porque él tiene un acuerdo financiero con el dictador ruso o alguno de sus cuates oligarcas.
Los republicanos —y los miembros de los medios de comunicación que no analizan esto detalladamente— ladran sobre los potenciales conflictos de interés de Hillary Clinton por las contribuciones a la Fundación Clinton cuando ella fue secretaria de estado. Esta es una pregunta legítima, pero este “escándalo” se trata de dinero que va a acciones caritativas en todo el orbe, con los nombres de los contribuyentes en el dominio público. Nadie ha sugerido que Clinton o algún miembro de su familia se benefició personalmente, a menos que se cuente el placer que podrían haber sentido al ayudar a combatir enfermedades tropicales desatendidas que asolan naciones subdesarrolladas o de cualquiera de los otros empeños valiosos del grupo.
Compara esto con la Organización Trump, la cual es privada y reservada. Pone dinero directamente en sus bolsillos y en los bolsillos de sus hijos. ¿Cuánto? No sabemos. ¿De dónde? No sabemos. ¿El beneficio financiero que Trump recibe de la Organización Trump está dando forma a sus propuestas de política exterior, por vagas que sean? No sabemos.
Ahora, reflexiona en la mentira de Trump de por qué no puede hacer públicas sus declaraciones de impuestos. Finje que el argumento de la auditoría es legítimo. Bien, déjalo guardar el secreto.
Más bien, haz públicas las dos primeras páginas de su Forma 1040, además de su Formato A de una página fechada en, digamos, 2006. Una década será suficiente. Estos documentos, nada más que un resumen de sus declaraciones de impuestos, no podrían afectar ninguna auditoría. La única cosa que estas tres páginas revelan es el balance; son como la descripción en la contraportada de un libro. Incluso si Trump insiste en que debe mantener el libro metafórico oculto, él por lo menos puede decirnos de qué trata.
He aquí lo que sabríamos con esas tres páginas: el ingreso bruto, bruto ajustado y neto por tipo. Sus deducciones totales. Su tasa tributaria federal efectiva y la cantidad total pagada en impuestos. Sus contribuciones totales a la caridad (ya que él presume tanto de ellas, debería estar dispuesto a revelarlas). La cantidad que pagó en impuestos estatales y locales, por tipo. Esa información resolvería algunas de las grandes preguntas sobre Trump y sus finanzas.
Trump podría hacer públicos otros dos documentos sin afectar alguna auditoría. Como lo ha escrito mi colega Matt Cooper, Trump todavía tiene que demostrar que lo están auditando. Él simplemente podría hacer pública la carta que el IRS envía para notificar a los contribuyentes que sus declaraciones están siendo examinadas. Si existe, ¿por qué no la hace pública?
Trump también podría hacer público un afidávit que identifique a sus inversionistas y socios comerciales, así como sus relaciones financieras con ellos. Es posible que todo salga en la citación cuando sea presidente; ¿por qué no permitir al pueblo estadounidense saber las respuestas ahora?
Conforme nos acercamos a la elección de noviembre, tal vez esos reporteros quienes siguen a Trump en la campaña van a empezar a percatarse de que él puede hacer públicas esas tres páginas de sus impuestos, la carta de auditoría y el afidávit sin provocar algún efecto en la oficina de auditoría del IRS. Si ellos en verdad quieren hacer su trabajo, empezarán a presionar a Trump por estos documentos, y sus excusas contradirán este sinsentido de “estoy siendo auditado”. Mis colegas en la prensa caerán en cuenta de que los secretos y conflictos potenciales ocultos en las finanzas de Trump son mucho más importantes que si Clinton se reunió con un ganador del Premio Nobel quien contribuyó con la Fundación Clinton cuando ella fue secretaria de estado, como recientemente la Associated Press sopló y resopló en lo que fácilmente fue el peor artículo del año electoral.
Si hay algo inapropiado en los negocios y finanzas personales de Trump, los estadounidenses necesitan saberlo ahora, en vez de esperar a descubrirlo después si esa información ahora oculta disparará los rumores de otra impugnación cuando se descorra la cortina. Postularse a la presidencia no es un juego. La Casa Blanca no es un trofeo que a alguien se le permita agarrarlo sin revelar información básica. Los reporteros, los demócratas e incluso los republicanos deberían insistir en que Trump haga públicas esas tres páginas, la carta y el afidávit.
¿Y si él se niega? Entonces los votantes deberían rechazarlo. Trump tal vez ame a Putin, pero no se le debería permitir mantener en secreto sus finanzas, como lo hacen todos los otros amigotes del dictador ruso.
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Publicado en cooperación conNewsweek/ Published in cooperation withNewsweek