Después de haber sacudido al mundo con su sueño de hegemonía mundial de la raza pura alemana y provocado una guerra y genocidio sin precedentes, Adolfo Hitler se suicidó en el búnker de la Cancillería donde se había refugiado, pocos días después de la entrada de los rusos en Berlín.
Nacido en Braunau am Inn, una pequeña aldea
cerca de Linz, en la provincia de la Alta Austria, Hitler tuvo una formación escasa y
autodidacta. En Viena fracasó en su vocación de
pintor, vivió como vagabundo y vio crecer sus prejuicios racistas ante el
espectáculo de una ciudad cosmopolita, cuya vitalidad intelectual y
multicultural le era inalcanzable.
Este amante del chocolate que comía casi un kilo de este ingrediente al día, huyó del Imperio Austro-Húngaro
para no prestar servicio militar, se refugió en Múnich y se enroló en el
ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. Intentó asesinar a Winston Churchill con una
bomba cubierta de chocolate, pero agentes del MI5 descubrieron el plan.
El doctor de Hitler le recetaba infinidad de
medicamentos y drogas para sus males, desde hepatitis hasta desordenes
gastrointestinales que le provocaban flatulencias constantes.
Este personaje que popularizó las
muñecas inflables durante la Segunda Guerra Mundial para reducir los casos de sífilis y otras enfermedades
de transmisión sexual entre los soldados, encargó a un comité que
estudiara si las langostas y cangrejos sufrían menos al introducirlos en agua
hirviendo o elevando paulatinamente la temperatura del agua. El equipo concluyó
que el sufrimiento era menor en agua hirviendo, entonces el dictador prohibió
cocinarlos de otra manera.