La banda inició un ritmo de estilo latino, y el teleauditorio de toda Afganistán sólo podía ver la silueta de Sahar Arian. Sentada en el escenario, micrófono en mano, comenzó a cantar envuelta en las sombras. “Los poetas sólo ven mi cuerpo de una forma poética”, entonaba, tristemente, en persa. “Cuando desnudé mi alma, se burlaron de mí”.
A fines de enero, millones de afganos presenciaron la actuación de Arian en Afghan Star, popular concurso de canto que imita el formato de American Idol. Pero cuando las luces iluminaron a la intérprete de 23 años —una de sólo dos mujeres concursantes—, resultó evidente que no se trataba de una actuación cualquiera. Era una protesta. Cubierta con una burka azul, retirada para revelar su rostro, Arian había aplicado un maquillaje exagerado para simular una golpiza. Gruesos trazos de pintura rojo sangre bajaban de su nariz, manchando sus labios y mentón. Manchas negras alrededor de su ojos imitaban inflamados moretones.
Entre alentadores silbidos del público, Arian se puso de pie, se quitó la burka y dio inicio a una letra original y metafórica, lamentando la falta de valía de las mujeres en la sociedad afgana. Al final, mientras luchaba por contener las lágrimas, los jueces, igualmente conmovidos, se pusieron de pie para ovacionarla.
“Siempre supe que un día terminaría gritando y dando alaridos sobre este tema”, dice Arian, durante una entrevista en un estudio de grabación en Kabul.
Naciones Unidas calcula que 87 por ciento de las mujeres afganas han experimentado violencia física, sexual o psicológica, o el matrimonio forzado. La mayoría vive limitada por rígidos controles patriarcales, e incluso algunas se encuentran cautivas en comunidades que aprueban horribles actos de violencia de género. Pero desafiar el statu quo es muy peligroso, y las mujeres activistas reciben amenazas de muerte con regularidad. En 2014, Shukria Barakzai, enérgica parlamentaria y defensora de los derechos de la mujer, sobrevivió a un intento de asesinato en el que murieron otras tres personas.
Muchos consideran que las concursantes de Afghan Star son rebeldes, aunque aparezcan vistiendo el atuendo islámico completo. Después de todo, hace sólo 15 años el Talibán proscribió casi todas las manifestaciones musicales y prohibió que las mujeres salieran de sus casas sin un guardián. Así que cuando Arian se presentó sola en escena, aquella noche, su actuación fue reconocida inmediatamente como un acto sorprendente.
Aryana Sayeed, popular cantante y única jueza del certamen, celebró a Arian y reconoció que muy pocas están dispuestas a correr semejante riesgo. “Fue muy valiente de su parte porque existe un potencial muy grande de represalias”, dijo Sayeed a Newsweek.
“Fui como una oveja en la guarida del lobo”, comenta Arian. Pero, agrega, “no tuve miedo”.
Arian lleva una vida con la que muy pocas afganas sueñan: vive sola en Kabul, sin familia alguna. Creció en Irán y después en Azerbaiyán, dos países que suelen ofrecer más libertades sociales a las mujeres. Sin embargo, la familia de Arian mantuvo los valores conservadores de su patria, y el padre le prohibió estudiar música. Ella salía a tomar clases en secreto, y así estudió jazz, pop y ópera; pero cuando su padre se enteró, su hogar se convirtió en una prisión. Luego de seis meses, Arian “escapó a Afganistán para iniciar una carrera en la música”, explica.
“El odio que siente mi familia porque canto” ha sido una fuente fundamental de inspiración artística, prosigue Arian. “Luego vi lo que ocurrió con Farkhunda, y sentí la necesidad de expresar mi ira, y la ira de todas las mujeres de Afganistán”.
En marzo de 2015, Farkhunda Malikzada, una joven afgana acusada falsamente de quemar el Corán, fue atormentada, torturada y asesinada brutalmente por una turba de hombres en el centro de Kabul. Su espantoso calvario, capturado en numerosos teléfonos celulares, reavivó el movimiento por los derechos de las mujeres en Afganistán. Y conforme su inocencia salió a la luz, las mujeres afganas estallaron en manifestaciones de una violencia y dimensión sin precedentes. Miles de ellas se reunieron, vociferando y gritando; lloraron y pintaron sus rostros de rojo sangre, expresando colectivamente la rabia de décadas de abusos e injusticia.
Desde el asesinato de Farkhunda, las mujeres afganas se han atrevido a protestar por la violencia de género de maneras nunca vistas en ese país. El año pasado, antes de la actuación de Arian, la actriz Leena Alam escenificó el homicidio de Farkhunda en una representación pública cerca del sitio donde fue asesinada. Y durante el funeral, las mujeres se negaron a permitir que los hombres cargaran el féretro de Farkhunda, rompiendo así con el rito ceremonial tradicional.
En noviembre, las jóvenes también figuraron de manera prominente en una manifestación de protesta por la lapidación de una mujer llamada Rokhshana. Y en un provocativo performance artístico, Kubra Khademi caminó cubierta con una armadura de exagerados senos y nalgas para protestar por el acoso en las calles.
ALARIDO REBELDE: Arian, de 23 años, creció en Irán y huyó a Afganistán con la esperanza de seguir una carrera en la música, algo que su padre le había prohibido. FOTO: YOUTUBE
“Considero que el debate público [sobre la violencia contra las mujeres] está alcanzando un clímax en este momento”, dice Samira Hamidi, activista veterana por los derechos de las mujeres, y añade que los informes mediáticos casi semanales de ataques de género despiadados —padres que violan a sus hijas, maridos que cortan la nariz de sus esposas, lapidaciones— son indicio de lo mala que se ha vuelto la violencia, y también apuntan al beneficio potencial de que las mujeres y las comunidades informen cada vez más de esos crímenes.
“Las mujeres ya saben a dónde pueden recurrir en busca de ayuda y con quién pueden hablar”, dice. “No sólo con mujeres, sino también con familias, vecinos y la comunidad. Al fin, todos hablan del asunto”.
Donantes internacionales han canalizado millones de dólares para promover los derechos de las mujeres en Afganistán, pero muchas jóvenes dicen sentir muy poca conexión con los activistas y la élite política que participa regularmente en las conferencias y los eventos sobre derechos de las mujeres, casi siempre patrocinados por embajadas occidentales. “Esas mujeres, sobre todo las parlamentarias, llevan vidas de lujo y pueden ir al extranjero cuando sea”, dice Ghazal Aria, estudiante de 18 años. “No me entienden, y no creo que puedan lograr algo”.
Su amiga, Mural Sakhi, de 21, comparte esa opinión. “La actuación de Sahar Arian fue algo nuevo para nosotras. Canta por el dolor de todas las mujeres”, comenta. “Todavía no he participado en las protestas, pero Sahar me alentó a hacerme oír”.
Las protestas artísticas, un fenómeno muy reciente en Afganistán, “son más poderosas y llegan mucho más lejos en los medios sociales y de comunicación”, asegura Ahmad Shuja, investigador de Human Rights Watch. Actuaciones como las de Arian “mantienen vivo el mensaje y lo ayudan a ir más lejos, a llegar a nuevos constituyentes”.
La actuación de Arian se volvió viral en línea, desatando elogios y críticas. Omar Haziri, tendero de 25 años, vio el video en YouTube después de que sus amigos le contaron de la presentación televisiva. “Fue bueno que representara el dolor y los problemas de las mujeres de nuestra sociedad”, dice Haziri. “Pero no me parece que lo hiciera de una manera islámica adecuada”.
Muchos otros jóvenes afganos han expresado opiniones parecidas. Algunos dicen que Arian tenía el derecho de abordar el tema, pero objetan que se moviera al compás de la música, y que usara el atuendo que eligió (era un vestido largo, con mangas de tres cuartos y una hijab holgada negra).
Arian revela que, después de su actuación, recibió un telefonema anónimo amenazador, pero no se dejó amedrentar. “Sabía que habría mucha gente en mi contra”, confiesa. “Sólo quiero expresar el dolor de las mujeres”.
Añade que no es una artista política, mas su actuación ha fortalecido el movimiento por los derechos de las mujeres. Los problemas de Afganistán son tan numerosos, agrega Hamidi, que hasta incidentes tan espantosos como el asesinato de Farkhunda desaparecen fácilmente de la ciencia pública. “Pero ella demostró que el movimiento está vivo”, apunta Hamidi. “Afghan Star tiene muchos televidentes, y los jueces manifestaron mucha emoción. La gente los escucha”.
Arian fue descalificada de la competencia a fines de febrero sin clasificar como uno de los cinco finalistas, pero dice que seguirá cantando para las mujeres. Cuando termine el concurso lanzará dos canciones que ya ha terminado, ambas sobre los derechos de las mujeres. “Una se titula ‘Lapidación’”, dice. “La otra, que es mi mensaje para las mujeres, se llama ‘¡Vuela!’”.