España vota este domingo. Será el 20D, unas elecciones
históricas que pueden cambiar no solo el Gobierno de los próximos cuatro años,
sino la forma misma de entender la democracia y las relaciones institucionales
entre los poderes del Estado. Tras el final de la dictadura franquista en 1975
y la promulgación de la Constitución del 78, que configuró España como una
Monarquía Parlamentaria bajo el reinado de Juan Carlos I, los españoles han
vivido el momento más próspero y estable de toda su historia.
En estos cuarenta
años de democracia, el país se ha desarrollado económica, social y
culturalmente, industrializándose y saliendo de un atraso que le perseguía
durante siglos; ha descentralizado el poder (confiriendo autonomía política y
administrativa a las regiones y nacionalidades históricas como Cataluña y el
País Vasco); y ha salido del aislamiento, situándose como un país importante en
la esfera internacional, sobre todo dentro de la Unión Europea.
Todo esto ha
sido posible gracias al bipartidismo que durante décadas han sustentado el
Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el PP. Pero desde el año 2008,
cuando estalló la crisis económica debido a la burbuja inmobiliaria, el colapso
financiero y la corrupción, todo el edificio parece hacer aguas de pronto. Es
como si España se hubiera quedado vieja de la noche a la mañana y las goteras amenazaran
una estabilidad que tanto ha costado conseguir a los españoles. Muchas voces
reclaman cambios profundos, que pasarían por una reforma constitucional para
adecuar el país a los nuevos tiempos y calmar el descontento ciudadano ante la
difícil situación económica.
El paro desbocado y los recortes en el Estado de
Bienestar han sacado a miles de españoles a la calle en las llamadas mareas
ciudadanas, herederas del 15M, para protestar contra el Gobierno y las
políticas de austeridad. En los últimos cuatro años, el Gobierno conservador
del Partido Popular, con Mariano Rajoy a la cabeza, ha aplicado sin rechistar las
medidas económicas y sociales durísimas ordenadas desde la UE, la troika y el
Banco Central Europeo (siempre bajo el puño de hierro de Angela Merkel) unas
políticas que han empobrecido a la población y han hecho retroceder las
conquistas sociales y el progreso varias décadas atrás.
Ante esta situación han
emergido nuevos partidos como Podemos, la formación de izquierdas de Pablo
Iglesias, el doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de
Madrid, y Ciudadanos, un partido de centro derecha con aspecto moderado nacido
en la Cataluña españolista que planta cara a los independentistas y que de la
mano de Albert Rivera promete conseguir un buen resultado el domingo. Las
elecciones son las más apasionantes e inciertas de la historia reciente. Éstas
son algunas de las claves que pueden decantar la balanza y dar la llave del
poder para los próximos cuatro años.
INDECISOS Y PARTIDOS
EMERGENTES
Las elecciones se presentan en un escenario político
incierto y volátil. Una de las claves será qué van a votar millones de personas
que a estas horas aún no tienen decidido su voto. Según el Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS) un 41 por ciento de los electores todavía no
sabe a qué partido va a votar. En este punto todo son especulaciones.
Parece
claro que una buena parte se decantará finalmente por los dos partidos
emergentes, que han tratado de presentar la batalla en términos básicos: lo
nuevo, la nueva política representada por ellos mismos, frente a lo viejo, la
vieja política encarnada por PP y PSOE, los dos partidos tradicionales a los
que acusan de los males del país.
Los que voten a Podemos les quitarán votos al
Partido Socialista de Pedro Sánchez; quienes en última instancia se decanten
por la opción conservadora de Ciudadanos restarán poder al Partido Popular por
la derecha. En todo caso, lo que parece claro es que más del 70 por ciento de los
españoles que están llamados a las urnas el domingo irán a votar, por lo que
serán las elecciones más participativas de los últimos años. El fantasma de la
abstención, que casi siempre beneficia al partido en el poder, parece que no
saldrá a pasear esta vez.
BIPARTIDISMO
La fragmentación del
mapa político en cuatro partidos (PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos) supondrá casi
con toda seguridad el final del bipartidismo en España, ese sistema que ha
perpetuado en el poder durante cuatro décadas a socialistas y populares. Las
encuestas varían entre las que dan un triple empate entre PP, PSOE y Ciudadanos
hasta las que dan como vencedor a los populares con una ajustada victoria que
podría llegar al 29 por ciento de los sufragios, seguido de PSOE, Ciudadanos y
Podemos, todos ellos igualados en un triple empate (en una horquilla de entre
un 17 y un 20 por ciento de las papeletas).
En cualquier caso, ninguna fuerza
tendría respaldo suficiente para gobernar con mayoría absoluta, de modo que no
podría conseguir la investidura de su candidato como presidente del Gobierno ni
sacar adelante su programa político en solitario. Ante esta tesitura, a partir
del lunes los partidos tendrán que mover su diplomacia para llegar a acuerdos
postelectorales. El pacto PP/Ciudadanos que daría la mayoría absoluta parece
factible, aunque Albert Rivera lo ha descartado.
Otra posibilidad sería un
acuerdo de izquierdas entre PSOE y Podemos, pero las fricciones y
enfrentamientos que han surgido durante esta campaña entre los líderes de ambos
partidos −el socialista Pedro Sánchez y el ‘podemita’ Pablo Iglesias− dificultan
un pacto final. En las últimas horas se ha desatado el rumor de que PP y PSOE
podrían firmar una especie de gran coalición a la alemana para evitar que
gobiernen los partidos emergentes, pero tanto Rajoy como Sánchez, sin duda
temerosos de la impopularidad que entrañaría una alianza semejante, se han
apresurado a negar esta posibilidad. Lo que parece claro es que el bipartidismo
está herido de muerte y a partir del lunes se abre un tiempo nuevo donde la
negociación y el acuerdo entre fuerzas políticas serán fundamentales para la
gobernación del país.
MONARQUÍA/REPÚBLICA
La decadencia en la
que han caído las instituciones políticas españolas tras el estallido de la
crisis económica afecta también a la Casa Real. La abdicación del Rey Juan
Carlos I en favor de su hijo, Felipe VI, un monarca joven y preparado pero que
no reúne de momento el carisma de su padre, ha venido a sembrar aún más
incertidumbres en el futuro de España.
Los partidos del bipartidismo (PSOE y
PP) se presentan como monárquicos, mientras que Podemos trata de aglutinar el
voto de los republicanos descontentos con el actual régimen político, al que
Pablo iglesias siempre ha considerado sucesor del dictador Franco. El líder de
la formación morada apuesta por una reforma de la Constitución del 78 que
permita decidir a los ciudadanos entre una república y una monarquía. Ciudadanos,
por su parte, no cuestiona el futuro del régimen. De cualquier manera, el
escándalo Nóos, que ha sacudido a la Familia Real, sobre todo a la infanta
Cristina y a su esposo, Iñaki Urdangarín, ha supuesto un antes y un después en
la confianza que los españoles habían depositado en la Monarquía.
CRISIS ECONÓMICA Y
DESEMPLEO
Tras el estallido de la crisis en 2008, el paro llegó a
alcanzar el 26 por ciento y casi seis millones de parados. El pasado mes de
noviembre, el Gobierno hizo público los últimos datos del mercado laboral, que aún
registraban más de cuatro millones de personas sin trabajo (de ellos dos
millones parados de larga duración) con una tasa de desempleo de más del 21,2 por ciento (entre las más elevadas de Europa).
Es innegable que ha habido una mejoría,
siquiera ligera, de los datos económicos. En las últimas semanas, Mariano Rajoy
ha centrado casi toda su campaña electoral en estos supuestos buenos
resultados, no solo los del paro, sino los del déficit público y la prima de
riesgo, que se habrían estabilizado, y las exportaciones al extranjero, que
también habrían repuntado moderadamente. El presidente se presenta como el
hombre que salvó a España de la bancarrota y del rescate financiero que
preparaba la Unión Europa (lo cual no es del todo cierto, ya que 80 000
millones de euros de dinero público han tenido que ser destinados a evitar la
quiebra de los bancos y cajas de ahorro).
Rajoy comparece a las elecciones del
20D como el garante de la recuperación económica, pinta una España alegre y
confiada que bajo su mandato ha dejado atrás las miserias de la crisis, y avisa
de que cualquier otro Gobierno llevaría al país de nuevo a la desestabilización
y al desastre. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce y el excesivo
triunfalismo de un Rajoy que saca pecho de su milagro económico parece diluirse
cuando se analizan los datos en profundidad. Así, más del 91 por ciento de los contratos
firmados fueron de carácter temporal, en su mayoría precarios.
Se ha puesto de
moda el minijob, incluso contratos por minutos, lo que condena a miles de
trabajadores españoles a un empleo mal remunerado, sin cobertura social y sin
ninguna perspectiva de futuro. Los duros recortes impuestos por Bruselas en los
últimos años han dejado muy maltrecha la Sanidad pública española (antaño una
de las más avanzadas del mundo) la Educación (la caída de la inversión en
investigación y desarrollo resulta alarmante) y los servicios públicos. Está
por ver si el mensaje triunfalista que ha lanzado Rajoy consigue calar e
ilusionar a los votantes, aunque solo sea para darle una pírrica victoria al PP.
CORRUPCIÓN
Ha sido el gran caballo de batalla de esta campaña
electoral. Los escándalos han perseguido, como un cáncer, al partido del
Gobierno en los últimos cuatro años. Caso Gurtel, Caso Púnica, Caso Bárcenas,
Caso Blesa, Caso Bankia, Caso sobresueldos del PP, Caso Matas, Caso
Preferentes, Caso Fabra, Caso Rato, Caso Urdangarín son solo algunos ejemplos
de que en los años de la burbuja inmobiliaria, cuando se construían miles de
viviendas que nunca se vendían y decenas de políticos y ayuntamientos se
dejaban comprar por constructores y empresas, la corrupción era sistémica e
institucionalizada en el seno del PP.
Mariano Rajoy ha evitado hablar sobre este
espinoso asunto de la corrupción a lo largo de la campaña que se cierra. No
acudió al debate televisivo entre los cuatro candidatos de Atresmedia y envió a
su vicepresidenta a dar la cara por él por temor a tener que dar explicaciones a
los otros tres candidatos de los numerosos escándalos contra los que no ha
sabido o no ha querido luchar con determinación. Con su más que discutible estrategia
de la avestruz, de dejar hacer y esconder la cabeza debajo del ala, de mirar
para otro lado sin tomar decisiones, Rajoy ha permitido que la corrupción se
extendiera y corroyera las entrañas mismas de su partido y lo que es aún peor,
de la democracia.
Las encuestas revelan que, a pocas horas de las elecciones,
más del 40 por ciento de los ciudadanos consideran la corrupción como uno de
los tres principales problemas del país. Sin duda, es el gran asunto que podría
pasarle factura al PP el próximo domingo. El momento culminante de esta campaña
electoral fue cuando Pedro Sánchez, en su debate cara a cara con Rajoy, le
llamó “indecente” por haber permitido tantos desmanes en España. El presidente
del Gobierno, sonrojado, no pudo hacer otra cosa que recurrir al “eso no se lo
permito, es usted un mezquino, miserable y ruin”.
Los demás partidos también
han hecho bandera de la corrupción durante sus mítines de campaña. Pablo
Iglesias lo lleva haciendo desde hace meses, cuando puso de moda la palabra ‘casta’
para referirse a esa clase de políticos adocenados e ineficaces que están en
política solo para ganar dinero con comisiones ilegales. Tampoco han quedado al
margen de las denuncias de Iglesias las ‘puertas giratorias’, esa práctica
sospechosa seguida por insignes expresidentes del Gobierno como Felipe González
o José María Aznar que tiene por objetivo colocarse en empresas poderosas tras
su paso por la política. Albert Rivera también ha seguido una línea similar de
denuncia contra la corrupción pero está por ver si el ciudadano está dispuesto
a castigar al Gobierno por sus múltiples escándalos y corruptelas o si se
dejará convencer por los cantos de sirena que hablan del milagro económico del
PP.
CATALUÑA
La sombra del desafío independentista iniciado por el
presidente de la Generalitat catalana, el conservador Artur Mas, con el apoyo
de la izquierda de ERC y de los antisistema de la CUP, planea sobre las
elecciones del domingo. El proceso independentista que seduce a casi la mitad
de la población catalana será el mayor problema al que se enfrentará España en
los próximos meses. Rajoy, fiel a su política de indolencia y pasividad, no ha
querido asumir hasta ahora su papel de presidente y ha dejado que sean los
independentistas quienes marquen la agenda de un proceso que culminó el pasado
9 de noviembre con una declaración unilateral de independencia del Parlament de
Cataluña.
El presidente del Gobierno ha asegurado en sus mítines de campaña que
no consentirá que bajo su mandato se rompa la unidad de España, pero no propone
soluciones alternativas para esos dos millones de catalanes que no se sienten a
gusto en el actual marco institucional español y que prefieren una república
catalana independiente. Ni una sola propuesta, ni una sola fecha para iniciar
una negociación. Nada. Como en otros tantos asuntos de Estado, Rajoy se limita
a meter la cabeza debajo del ala y dejar que el problema se pudra por sí solo.
Mientras tanto, sus adversarios políticos han tomado la iniciativa en este
tema. Pedro Sánchez apuesta por una reforma de la Constitución que convierta
España en un Estado federal, superando el actual marco territorial de las
autonomías. Pablo Iglesias va más allá, ofreciendo a Cataluña un referéndum vinculante
de autodeterminación en el que sean los catalanes quienes elijan su futuro.
Ciudadanos mantendría una posición conservadora muy similar a la del PP en este
asunto. El problema catalán preocupa seriamente a los españoles, muchos de los
cuales sin duda van a votar en función de la incertidumbre, cuando no del
miedo, ante lo que pueda suceder.
OTRAS CLAVES
Ha sido una campaña de eslóganes y consignas fáciles que se
han impuesto a las propuestas y programas concretos, muy efectista, donde ha
pesado más el papel de la televisión que el de las redes sociales o los periódicos.
Los candidatos se han prodigado en programas populares de entretenimiento,
algunos de dudosa calidad informativa.
Rajoy jugó al futbolín con Bertín Osborne, Pablo Iglesias cantó y tocó
la guitarra, Pedro Sánchez jugó al baloncesto e hizo montañismo extremo, Albert
Rivera volcó en un coche de rally.
Pero sin duda el gran evento no controlado
de la campaña electoral ha sido el puñetazo brutal que el presidente del
Gobierno recibió a manos de un exaltado en un acto de campaña en Pontevedra
(Galicia) precisamente la tierra que vio nacer a Rajoy. Durante un momento, el
jefe del Ejecutivo quedó noqueado por el fuerte golpe, que fue condenado por
todos los partidos, salvo algunos integrantes del PP que quisieron rentabilizar
electoralmente la agresión acusando a la izquierda de haber calentado el
ambiente.
El atentado fue obra de un joven radical, un perturbado de 17 años
que será juzgado conforme a la ley del menor y que podría ser condenado a seis
meses de internamiento. No fue un acto político ni tuvo nada que ver con el
clima preelectoral que se respira en el país. Solo la obra de un loco
descontrolado. El mismo presidente, en un gesto que le honra, ha dicho desde el
principio que se ha tratado de un hecho aislado y que quiere pasar página
cuanto antes.
No obstante, la imagen de Rajoy con las gafas rotas y un hematoma
en la cara, aguantando con entereza, templanza y estoicidad el puñetazo del
radical, tiene una poderosa carga simbólica, y ha podido impactar en numerosos
votantes indecisos que quizá en las últimas horas, antes de acudir a las urnas,
se planteen darle su voto al presidente-víctima. Actos de este tipo tienen su
influencia en la opinión pública, está estudiado por los sociólogos. Ya ocurrió
cuando Aznar salió ileso de un atentado de ETA en 1995. Y de la bomba lapa fue a
parar a la Moncloa.