En 1964, Raphael Mechoulam viajó en un autobús público de Tel Aviv a su laboratorio en el Instituto Weizmann de Ciencias de Israel, en Rejovot, mientras abrazaba 11 libras de hachís libanés en una bolsa de plástico. Él recibió su alijo gigantesco –el primero de muchos en los siguientes 50 años– de un oficial de policía que lo había confiscado a contrabandistas. “Las ventajas de vivir en un país pequeño”, dice el químico, ahora de 85 años, con una sonrisita malévola.
Ese hachís resultó ser un regalo para la ciencia y la medicina moderna. Pocos meses después, Mechoulam lo usó, por primera vez en la historia, para aislar, elucidar la estructura y sintetizar completamente el tetrahidrocannabinol (THC), el ingrediente psicoactivo en el cannabis. Los científicos sabían que la marihuana te hacia viajar pero habían batallado por décadas para comprender exactamente el cómo. Mechoulam y sus colegas también fueron los primeros en decodificar la estructura exacta del cannabidiol (CBD), el componente primario no psicoactivo de la marihuana, y los primeros en probar las propiedades medicinales del THC. Hoy, miles de niños alrededor del mundo reciben gotas de THC para lidiar con el cáncer y la epilepsia.
“Aun cuando la morfina había sido aislada del opio 150 años antes, y la cocaína había sido aislada 100 años antes, la química del cannabis era desconocida”, dice Mechoulam. Para determinar el ingrediente psicoactivo en la marihuana, Mechoulam se convirtió en su propio sujeto de pruebas. Para empezar, él y su equipo identificaron varios compuestos en la planta, incluidos el THC y el CBD, y los inyectaron en monos. El THC fue el único compuesto que obtuvo una reacción de los monos, somnolencia más a menudo. “Pocos meses después, lo probamos en humanos, en nosotros mismos”, dice Mechoulam. “Teníamos un grupo de 10 amigos, incluidos mi esposa y yo. La mitad de nosotros tomamos THC, rociado en un trozo de pastel, y la mitad tomó el pedazo de pastel sin nada más”. Todos los que comieron los postres aderezados con THC tuvieron algún tipo de reacción. Bingo. Mechoulam recibió una rebanada normal de pastel, pero la de su esposa estaba cubierta de THC. “Mi esposa solo se sentó allí, relajándose, como en otro mundo”, recuerda Mechoulam. “Otra persona no dejó de hablar por una o dos horas. Uno de ellos dijo que no sentía nada, pero a cada minuto empezaba a desternillarse de risa”.
Mechoulam, un niño del Holocausto que nació en Bulgaria en 1930 y emigró a Israel en 1949, originalmente planeaba pasar solo seis meses investigando el cannabis. Hoy, todavía sigue en ello y es una de las autoridades más ampliamente publicadas en una de las plantas más populares del mundo. Su trabajo ha transformado a la Tierra Santa en el lugar de origen no solo del judaísmo y la cristiandad sino también de la moderna industria médica de la marihuana.
En 1992, Mechoulam y su equipo en la Universidad Hebrea de Jerusalén hicieron otro descubrimiento revolucionario. Casi 30 años después de descubrir que el THC era responsable del viaje de marihuana, los científicos todavía no sabían exactamente cómo la planta hacía que la mente y el cuerpo humanos reaccionaran de esa manera. Mechoulam y su equipo hallaron la respuesta: el THC disparaba lo que llamaron el sistema endocannabinoide, el cual comprendieron que era el sistema receptor más grande en el cuerpo humano. El equipo de Mechoulam también determinó que el cerebro humano produce sus propios cannabinoides, dos compuestos que estimulan este sistema receptor casi exactamente como lo hace el THC. A uno lo nombraron molécula 2AG y al otro “anandamida”, por la palabra en sánscrito ananda, que significa “dicha”. Mechoulam y otros investigadores influyentes creen que estos compuestos podrían aliviar docenas de enfermedades y padecimientos, incluidos esquizofrenia, diabetes, cáncer, desórdenes alimenticios, lesiones cerebrales y enfermedades neurodegenerativas, como el Parkinson, el Alzheimer y la esclerosis múltiple. Sin embargo, los científicos todavía no han sido capaces de asegurar el financiamiento que necesitan para satisfacer las condiciones (típicamente descritas por el regulador de salud de cada país) requeridas para probar el químico en humanos.
DOSIS LEGALES: Porciones medidas de todo tipo de marihuana medicinal –chocolate, una galleta, gotas, un bizcocho, caramelos masticables y una flor– se exhiben en un centro de asesoría en Tel Aviv, Israel. FOTO: HEIDI LEVINE/SIPA
No obstante, el descubrimiento de este sistema endógeno de cannabinoide ha revolucionado la ciencia de la yerba. “No tendríamos el interés científico que tenemos ahora alrededor del mundo sin el descubrimiento”, dice Paul Armentano, subdirector de la Organización Nacional por la Reforma a las Leyes de Marihuana, una organización estadounidense sin fines de lucro. “Ello en verdad abrió la puerta para hacer del estudio del cannabis y los cannabinoides una vía legítima”. Desde 1992, dice Mechoulam, la actitud anteriormente escéptica de la comunidad médica hacia el cannabis ha cambiado por completo. Por ejemplo, su investigación en la anandamida se ha citado en revistas científicas respetadas alrededor de 4000 veces. De hecho, un estudio reciente realizado por los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) de EE UU descubrió que el sistema endocannabinoide está involucrado esencialmente en toda enfermedad humana. Ciertamente, el hecho de que la marihuana medicinal sea legal en docenas de estados de EE UU es un resultado de este descubrimiento.
Aun así, Israel es una de tres naciones en el mundo con un programa de cannabis patrocinado por el gobierno, junto con Canadá y Holanda. Hay incluso una Unidad de Cannabis Medicinal en el Ministerio de Salud israelí. Ocho compañías privadas tienen permiso del gobierno para producir y distribuir el medicamento a los 25 000 pacientes del país con licencia para marihuana medicinal. El cannabis puede ser recetado para muchos padecimientos, incluidos cáncer, dolor crónico, trastorno de estrés postraumático, artritis, epilepsia pediátrica y enfermedad de Crohn. Los pacientes pueden obtener su medicina en la forma de cigarrillos, panadería y confitería, bálsamos, gotas líquidas y brotes, que pueden liar en cigarrillos o fumarlo con una pipa o vaporizador. Incluso les pueden entregar el cannabis en casa.
Israel también se ha convertido en el centro de investigación de marihuana medicina extraoficial en el extranjero de Estados Unidos. A pesar del hecho de que EE UU tiene una industria de marihuana medicinal de 3000 millones de dólares –y creciente–, el gobierno sigue bloqueando los estudios científicos del medicamento. En EE UU, la marihuana medicinal es legal en 23 estados y Washington, D.C., pero la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) todavía la cataloga como un narcótico de Clasificación I, “sin un uso médico actualmente aceptado y un alto potencial e abuso”. Esa es la misma clasificación que la heroína y supuestamente la hace más peligrosa que la cocaína y la metanfetamina, drogas de Clasificación II. Esta política hace que realizar investigaciones sobre los beneficios médicos de la marihuana en EE UU sea notoriamente difícil. Quienes desean hacerlo deben pasar por la Administración de Alimentos y Medicamentos, la DEA y el Instituto Nacional de Abuso de Drogas (NIDA, por sus siglas en inglés). Incluso cuando se les da autorización a investigadores estadounidenses para una investigación con financiamiento federal, sólo tienen una fuente: una granja en la Universidad de Misisipi, operada por el NIDA.
Por ello es que las compañías estadounidenses están acudiendo a investigadores y organizaciones israelíes. Por ejemplo, Mechoulam trabaja con tres compañías de EE UU en el desarrollo de medicamentos de cannabis. Una de ellas es Kalytera, una compañía domiciliada en California para la cual él actúa como jefe de investigación. Incluso el gobierno de EEUU depende de Israel para su exploración en marihuana medicinal. El NIH, que rara vez otorga subvenciones al extranjero, ha financiado la investigación de Mechoulam por 50 años. Empezó en 1963, cuando Mechoulam solicitó financiamiento al NIH y le dijeron que la investigación del cannabis no era del interés de la agencia porque la marihuana no era un “problema estadounidense”, recuerda Mechoulam. “Ellos me dijeron que les hiciera saber cuando tuviera algo más relevante para EE UU”. Un año después, Mechoulam recibió otra llamada del mismo funcionario. Un senador de EE UU, cuyo nombre no se le dijo a Mechoulam, había sorprendido a su hijo fumando yerba. El senador le preguntó al NIH qué efecto podría tener la droga en el cerebro de su hijo. Para vergüenza de la principal agencia de salud pública de EE UU, nadie pudo responder la pregunta; no había una investigación registrada. El funcionario del NIH le preguntó a Mechoulam si todavía trabajaba con el cannabis. Hoy, el NIH le da al equipo de Mechoulam aproximadamente 100 000 dólares al año para estudiar, por ejemplo, cómo los cannabinoides pueden disminuir la resistencia humana a los antibióticos.
Mientras tanto, Cannabics, una compañía domiciliada en Maryland que realiza toda su investigación y desarrollo en Israel, está usando al país de Oriente Medio como un terreno de pruebas para el primer ensayo clínico a gran escala del mundo sobre el cannabis para tratar a pacientes con cáncer. La marihuana medicinal ya es ampliamente usada para manejar el dolor y la nausea que son efectos secundarios de la terapia con químicos y radiación, pero muchos científicos médicos creen que hay compuestos en la planta de la marihuana que podrían matar al cáncer en sí. Eyal Ballan, el israelí cofundador y científico en jefe de Cannabics, estableció la compañía en EE UU porque representa un mercado exponencialmente más grande del que se hallará jamás entre los 8 millones de residentes de Israel. No obstante, él eligió mantener toda la investigación de la compañía y sus ensayos clínicos en Israel, porque “es en esencia imposible hacerlo en EE UU”, dice él. “Los médicos, científicos y el gobierno son mucho más amplios de miras [en Israel]”.
Los líderes en la comunidad estadounidense de la marihuana medicinal esperan que EE UU aprenda algo de Israel. “La marihuana fue una parte integral de la medicina estadounidense por más de 100 años, de la década de 1830 a la de 1940, y fue usada con seguridad y eficiencia todo ese tiempo”, dice el Dr. Alan Shackelford, un médico educado en Harvard que receta marihuana medicinal en Colorado. Pero hoy día, la legislación bipartidista (la Ley de Acceso Compasivo, Expansión en Investigación y Respeto a los Estados) que busca reclasificar a la marihuana como una droga de Clasificación II sigue estancada en el Congreso, “no por alguna razón científica sino en gran medida por ignorancia de lo que en realidad busca, que es permitir la indagación y el estudio científicos”, dice Shackelford.
Después de ver los claros beneficios médicos del cannabis en más de 50 años de investigación, a Mechoulam lo desconcierta que todavía haya renuencia en abrazar a la marihuana como medicina. “Creemos que la ciencia moderna sigue adelante, ¿verdad?”, pregunta él. “Bueno, no es así. Cuando la insulina fue descubierta en la década de 1920, se convirtió en medicamento a los pocos meses. La cortisona fue descubierta a finales de la década de 1940, y fue convertida en medicamento uno o dos años después. La anandamida fue descubierta hace 23 años y todavía no ha sido administrada a un ser humano. No estoy seguro de que eso sea progreso”.
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Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek