Durante veinte años consecutivos, la ONU ha celebrado una conferencia anual sobre el cambio climático. Pero en dos décadas de reuniones, las conversaciones y el cabildeo jamás han conseguido que los delegados hagan lo que más se necesita: llegar a un acuerdo obligatorio y universal para frenar el incremento de la temperatura global. Es verdad que estuvieron a punto de conseguirlo en 1997 (Kioto) y en 2009 (Copenhague). Pero como las otras dieciocho conferencias, esas dos también fracasaron.
Es imposible exagerar la importancia de la XXI Conferencia de las Partes en París. La ciudad huésped se estremece por los mortíferos ataques terroristas del 13 de noviembre, que dejaron un saldo de más de 120 muertos y trescientos heridos. Las numerosas manifestaciones, conciertos y festividades programadas se han cancelado, pero el evento central de LA COP21 seguirá adelante: iniciará el 30 de noviembre y, a partir de entonces, los líderes y funcionarios de alto nivel de 196 “partes” tendrán doce días para llegar a un acuerdo que podría salvar al planeta. El objetivo primario es dividir recortes de carbono para reducir las emisiones de gases de invernadero en todo el mundo y poner un tope de 2 grados centígrados al calentamiento global sobre los niveles previos a la Revolución Industrial para 2100. Tal es, más o menos, el punto en que —según investigaciones— comenzaría la fusión irrefrenable de los casquetes polares de Groenlandia y el Antártico, precipitando un incremento catastrófico del nivel marino global. Algunas partes del mundo serían afectadas por inundaciones devastadoras, mientras que otras experimentarían sequías graves que desatarían hambrunas.
Será difícil negociar la manera de limitar el calentamiento global; y llegar a un acuerdo obligatorio lo será aun más. “Existe una larga historia de países que prometen hacer algo y luego no cumplen”, dice Scott Barrett, de la Universidad de Columbia. Por ejemplo, el protocolo pactado en Kioto era legalmente obligatorio y comprometió a 37 naciones industrializadas y la Unión Europea a reducir en 5 por ciento sus emisiones entre 2008 y 2012, respecto de los niveles de 1990. Pero colapsó. Aunque Estados Unidos firmó el documento, el Congreso se negó a ratificarlo después. Otros países, como Canadá y Japón, no cumplieron sus objetivos, sin repercusión alguna. Y los países en desarrollo, como China e India, quedaron completamente exentos de la reducción de emisiones.
En 2009, COP15 volvió a intentar un acuerdo universal y perdurable. Luego de varios días de tensas negociaciones, la conferencia armó precipitadamente un documento de último minuto llamado Acuerdo de Copenhague, el cual incluía un pacto que exigía recortes profundos en las emisiones globales y limitar la temperatura global a un incremento de 2 grados centígrados, pero tenía una deficiencia crítica: no era legalmente obligatorio. La conferencia en pleno votó sólo por “tomar nota” del documento. Mas Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba ni siquiera lo aceptaron, y sus delegados protestaron porque les habían excluido del proceso de redacción a favor de Estados miembros más grandes y ricos. Bill McKibben, cofundador de 350.org, campaña de cambio climático sita en Nueva York, declaró a los medios de la época que el Acuerdo de Copenhague era “una declaración de que los países pequeños y pobres no tenían importancia”.
En esta ocasión, para generar sentimientos más fuertes de inclusión y mayor participación, la ONU ha pedido a cada Estado miembro que, antes de la reunión, presente una Contribución Prevista y Determinada a Nivel Nacional (INDC). En esencia, esto permite que cada país enumere las reducciones de emisiones que pretende hacer para 2025 o 2030, así como otros esfuerzos para combatir el cambio climático. La idea es que la conferencia pueda redactar un protocolo conociendo, anticipadamente, lo que los miembros están dispuestos a aceptar. Pese al enfoque inclusivo, muchos países aún se muestran reacios: para el 1 de octubre, fecha límite de entrega, cincuenta de las 196 partes no habían enviado sus INDC.
No todo es silencio e incumplimiento de fechas. India, que anteriormente se mostrara muy arisca, ahora parece deseosa de contribuir al éxito de LA COP21, señala Liz Gallagher, quien dirige el programa de Diplomacia Climática en la organización no lucrativa de política ambiental E3G, con sede en Londres. Según Gallagher, es probable que India asista a la conferencia con una actitud cooperadora, pues el país ha empezado a invertir mucho en desarrollo de energía solar y tal vez el primer ministro, Narendra Modi, se presentará en LA COP21 con la esperanza de conseguir capital extranjero para este proyecto.
Los héroes de LA COP21 podrían ser Estados Unidos y China. Si bien este último es el principal emisor de carbono y siempre ha sido intransigente en temas ambientales, ahora está haciendo inversiones en energía renovable y está combatiendo su contaminación, la cual ha ocasionado la muerte de 1.6 millones de chinos cada año, según científicos de la Universidad de California, Berkeley. De hecho, Pekín ha accedido a poner un tope a sus emisiones alrededor de 2030.
Por su parte, Barack Obama ha estado enfatizando la importancia de actuar contra el cambio climático durante todo su segundo periodo presidencial. Desde el 25 de junio de 2013 hasta el 25 de junio de 2015, el mandatario ha mencionado el cambio climático por lo menos una vez cada 4.5 días, afirma la Casa Blanca. La COP21 será su última conferencia importante antes de que termine su mandato y Obama quiere cerrar su legado climático con una victoria decisiva. Hace poco, el presidente fue aplaudido por diversos activistas ambientales cuando rechazó una solicitud para construir el oleoducto Keystone XL, de Canadá a Nebraska. Igual que China, Estados Unidos ya ha hecho compromisos para reducir sus emisiones: prometió recortarlas entre 26 y 28 por ciento para 2025, respecto de los niveles de 2005.
A pesar de la cooperación de Estados Unidos, China e India, y la de una Unión Europea con conciencia climática, los problemas persisten. Gallagher pronostica que las naciones petroleras, como Catar y Arabia Saudita, seguramente causarán dificultades en la COP21. Están en riesgo de perder ingresos si otros países adoptan fuentes de energía renovable o si reducen sus compras de exportaciones de petróleo en un intento de contener sus emisiones. Al cierre de edición, varios otros exportadores de crudo, como Irán, Irak, Kuwait, Nigeria y Angola no habían enviado sus INDC, manifestando su indisposición a participar en el tema del cambio climático.
Gallagher agrega que hay un segundo grupo poco colaborador, integrado por Bolivia y Venezuela, cuyos gobiernos socialistas resienten ser percibidos como interferencia por las naciones más grandes y ricas. Venezuela y Cuba —que se opusieron al Acuerdo de Copenhague— tampoco han entregado sus INDC.
Si bien las naciones en desarrollo tendrán una mayor participación en esta conferencia, nada impide que los países ignoren cualquier tratado que pueda surgir. Aun cuando Gallagher y Barrett opinan que es posible que pueda llegarse a algún tipo de acuerdo universal, no saben si valdrá de mucho, hablando prácticamente. Por ejemplo, Gallagher dice que los países inconformes pueden diluir los términos de acuerdo, asegurando que el lenguaje sea todo lo confuso posible. Y tal vez doce días no basten para lograr un acuerdo sobre los recortes de carbono, la financiación y la manera de desacelerar el incremento de la temperatura global. La COP12 se ha puesto una meta muy ambiciosa. Parece improbable que la alcance.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek