Usumain Baraka tenía nueve años cuando militantes árabes yanyauid destruyeron su aldea en Darfur en 2004 y mataron a su padre y hermano. Tras pasar cuatro años en un campo de refugiados sudaneses, Baraka decidió que quería un futuro mejor. En ese momento pensó que “Israel era la única democracia en Oriente Medio… Realmente me identificaba con el pueblo judío debido al Holocausto y pensé que ellos se identificarían conmigo por el genocidio en Darfur”.
A los trece años, Baraka caminó desde Sudán a Egipto, y luego hacia la frontera con Israel. En lugar de un refugio seguro se encontró en un país que no deseaba tener nada que ver con él. “Ni siquiera revisaron nuestras solicitudes de asilo”, dice Baraka.
Él es uno de los cerca de 65 000 africanos que entraron ilegalmente a Israel entre 2006 y 2013. Alrededor de 45 000 permanecen en el país. Más de 33 000 son de Eritrea, y 8500 de Sudán, la décima y la cuarta fuente principal de refugiados del mundo, respectivamente. Israel ha concedido el estatuto de refugiado únicamente a cuatro refugiados eritreos y a ninguno de Sudán.
Mientras los gobiernos europeos luchan para manejar una avalancha de refugiados y migrantes, algunas personas de Europa ahora consideran a Israel como un modelo.
La ironía es que el fracaso internacional para ayudar a los judíos durante el Holocausto dio como resultado la Convención de Refugiados de la ONU de 1951, el primer acuerdo internacional en el que se abordaban los derechos de los refugiados y las obligaciones de los Estados hacia ellos. En la actualidad, 148 países han firmado este documento legal. Ese trágico periodo también dio lugar a la creación de Israel, un refugio seguro para los judíos oprimidos. Israel fue uno de los primeros países en firmar la Convención sobre los Refugiados de Naciones Unidas, pues su gente, tal vez más que nadie, sabía lo que era no ser bienvenida.
Aunque Israel sigue siendo un lugar de acogida para los refugiados judíos, los funcionarios y los medios de comunicación israelíes desprestigian sistemáticamente a los solicitantes de asilo africanos no judíos. En agosto, el ministro del Interior israelí, Silvan Shalom, declaró: “No voy a cejar hasta que tengamos un marco que permita la eliminación de los infiltrados en Israel”.
En 2012, un miembro del Parlamento, Miri Regev, actualmente ministra de Cultura, calificó a los solicitantes de asilo africanos como “un cáncer en el cuerpo” de la nación. En una encuesta realizada por el Instituto de la Democracia en Israel se encontró que 52 por ciento de los judíos israelíes están de acuerdo con ella.
El primer ministro, Benjamin Netanyahu, ha advertido acerca de una amenaza para la identidad judía de Israel. “Si no detenemos el problema”, dijo en 2012, “60 000 infiltrados podrán convertirse en 600 000 y provocar la negación del Estado de Israel como un Estado judío y democrático”.
La diferencia entre los migrantes y los refugiados es crucial, ya que los países son libres de deportar a los inmigrantes que carecen de documentos legales. El principio clave de la convención de la ONU es que las naciones no pueden deportar a los refugiados.
Israel no ha ido tan lejos como para deportar a los solicitantes de asilo africanos. En su lugar, el gobierno concede visas especiales a sudaneses y eritreos para “protección colectiva temporal”, esencialmente, considerando como legal su estancia en Israel. Sin embargo, esa visa les niega el acceso a los permisos de trabajo formales, al sistema nacional de salud y a los servicios sociales.
En 2013 conocí a una pareja de eritreos que vivían en un apartamento de una sola habitación infestada de cucarachas con sus hijos gemelos de ocho meses. Ambos chicos estaban muy enfermos y presentaban fuertes accesos de vómito mientras su padre me explicaba que él y su esposa habían intentado obtener atención de emergencia, pero fueron rechazados por carecer de seguro. Un día después de nuestra entrevista, uno de los pequeños murió.
“Si uno no los deporta, reconoce que hay un peligro para ellos en su país de origen. Esa es exactamente la definición de refugiado”, dice Anat Ovadia-Rosner, de la Línea Directa para los Refugiados y Migrantes. “La estrategia del gobierno es hacer que su vida sea más miserable y difícil con el fin de lograr que se desesperen y se vayan”.
Una política oficial de “deportación voluntaria”, introducida en 2013, ha llevado a muchos a hacer precisamente eso. El gobierno ofrece 3500 dólares a los sudaneses y eritreos, además de un boleto de ida a casa o a otro país, por ejemplo, Ruanda o Uganda. Los que se niegan son encerrados en la prisión de Saharonim o en Holot, un centro de detención en una zona remota del desierto de Negev. El gobierno y la Corte Suprema se han confrontado durante años por esta política de detención. Por ahora, al gobierno se le permite mantener indefinidamente a los solicitantes de asilo en Saharonim sin juicio, o en Holot durante doce meses.
Magdi Hassan, de veintiocho años, huyó de Darfur con su familia en 2004 y llegó a Israel en 2007. Después de permanecer encerrado en Holot durante dieciocho meses, fue liberado en agosto. “No somos criminales”, dice Hassan. “Sólo somos seres humanos que necesitan protección”.
Más de diez mil personas aceptaron la deportación voluntaria. Sin embargo, en un informe de la Línea Directa para los Refugiados se reveló que, si bien se les prometió protección en los países receptores, cuando llegaron, las autoridades les quitaron su dinero y sus documentos. En algunos casos, fueron encarcelados.
“Israel no es indiferente a la tragedia humana de los refugiados de Siria y África”, dijo Netanyahu en septiembre. “Sin embargo, Israel es un país pequeño, un país muy pequeño, que carece de profundidad demográfica y geográfica; Por lo tanto, debemos controlar nuestras fronteras en contra de los migrantes ilegales y el terrorismo”.
Entre 2011 y 2013, Israel construyó una cerca en la frontera con Egipto. Funcionó. En 2013, sólo 43 personas cruzaron, comparadas con las 17 000 en 2011. Bulgaria y Hungría han expresado su interés en replicar la cerca de Israel para mantener fuera a los solicitantes de asilo.
La crisis de los refugiados en Europa ha despertado un debate en Israel sobre cómo los descendientes de los supervivientes del Holocausto deben tratar a los refugiados no judíos. A pesar de que Israel y Siria están técnicamente en guerra y Siria apoya a Hezbolá, un enemigo jurado de Israel, algunos políticos israelíes han llamado a Israel a conceder asilo a los refugiados sirios. Sin embargo, el gobierno ha comenzado a erigir una cerca de treinta kilómetros a lo largo de la frontera con Jordania, que alberga a más de 600 000 refugiados sirios.
“Mis dos abuelos son de Hungría. Ambos estuvieron en Auschwitz, y siempre pienso en ello”, dice Ovadia-Rosner, de la Línea Directa para los Refugiados. “Ese es el elemento principal que me hace sentir frustrado y avergonzado por lo que Israel está haciendo. Un país construido por refugiados para refugiados debe ser el que les ayude, además de mostrar al mundo cómo se hace, en lugar de abusar así de ellos”.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek