Cualquiera pensaría que se ha desatado una nueva Guerra Fría en el Ártico. A juzgar por las apariencias –desde proclamaciones presidenciales hasta titulares periodísticos– pareciera que nos hemos enfrascado en una carrera armada de ejercicios navales y rompehielos, y que en cualquier momento proclamarán al vencedor. Según la narrativa popular, ese país se convertirá en una nueva Arabia Saudí con todo el petróleo que esconde el helado norte y los perdedores se marcharán con la cola entre las patas.
Por supuesto, los titulares hablan así porque los países actúan así: hace unos años, Rusia soltó una bandera nacional de titanio que ahora yace a 4 kilómetros de profundidad en el lecho marino, con la cual reclamó, simbólicamente, el disputado Polo Norte. Y mientras tanto, otras naciones se disponen a fortalecer su presencia en la región. A principios de mes, cuando el presidente Barack Obama visitó el Ártico estadounidense y exigió que el país incrementara su insignificante flota de dos rompehielos lo antes posible, fue inevitable pensar en la formidable flota de naves rusas (un total de 41 rompehielos, con planes para construir o adquirir 11 más).
Según expertos, todo eso no es más que fanfarronería. Porque no es así como se llevará a cabo la división del Ártico y los países involucrados lo saben bien. Para empezar, la mayor parte del territorio ni siquiera está en juego. En 2008, las cinco naciones con territorios limítrofes en el océano Ártico (Dinamarca, Noruega, Canadá, Rusia y Estados Unidos) suscribieron una declaración en Ilulissat, Groenlandia, mediante la cual se comprometieron a dividir la región de conformidad con una legislación ONU llamada Derecho del Mar. Eso significa que cada país tiene derechos económicos exclusivos en el área donde su plataforma continental se extiende hacia el océano, hasta un máximo de 200 millas náuticas (370 kilómetros) de su litoral.
A partir de esa distancia, la cosa se pone un poco más difícil. Según Derecho del Mar, todo país que quiera reclamar cualquier cantidad de fondo marino que exceda ese punto tiene que demostrar, científicamente, que su plataforma continental se extiende hasta la distancia reclamada. A tal fin, se requieren rigurosos datos científicos para producir un mapa que muestre dónde termina la plataforma continental de cada país, y esos datos pueden tardar años en reunirse pues, anualmente, los navíos científicos solo disponen de unas cuantas semanas sin hielo para trabajar. Una vez recabados, Derecho del Mar ordena que se presente la información a la Comisión de Límites de la Plataforma Continental, la cual decide si la información científica que sustenta los mapas es fidedigna.
Pero no les corre prisa: la comisión ONU puede demorar meses o muy probablemente, docenas de años en tomar una decisión, debido al “impresionante cúmulo” de reclamaciones pendientes (resuelve disputas territoriales sobre plataformas continentales de todo el planeta), dice Clive Schofield, director de investigaciones del Centro para Recursos y Seguridad de Australia, miembro de una junta de asesores de la Comisión ONU, y autor de un artículo sobre el tema publicado este año. “Al ritmo actual de la Comisión”, dice Schofield, “pasarán muchas décadas antes que puedan fijarse los límites exteriores, finales y definitivos, de las plataformas continentales de todos los Estados que han presentado reclamaciones”. Así que tendremos que aguardar años para saber en qué manos quedarán los fragmentos del Ártico que aún no han sido reclamados.
Y seguramente todas las naciones (incluida Rusia) estarán dispuestas a esperar pues, más allá del límite de 200 millas náuticas, esa porción de fondo marino es, relativamente, poco valiosa. La recompensa de crudo y gas en el centro del océano Ártico puede que no sea gran cosa comparada con lo que ya controlan esos países. Es verdad que el Ártico podría contener hasta 22 por ciento de las reservas no explotadas de petróleo y gas natural, pero esas reservas yacen en áreas bajo la jurisdicción de diversos países árticos. Un informe de 2008 del Estudio Geológico de Estados Unidos halló que, en la región del océano Ártico que aún se disputa (en el Polo Norte no asignado), la probabilidad de descubrir una fuente importante de hidrocarburos es inferior a 10 por ciento.
Tal vez por eso, todos están siguiendo –más o menos– las reglas en el Ártico. Estados Unidos firmó la Declaración Ilulissat en 2008, junto con las otras cuatro naciones del océano Ártico, pero con un estilo singularmente estadounidense, jamás ratificó el Derecho del Mar ONU, fundamento de la declaración, “debido a manipulaciones políticas del Senado”, explica Betsy Baker, profesora asociada de leyes en la Escuela de Derecho de Vermont y experta en gobernanza del océano Ártico. De haberlo ratificado, Estados Unidos estaría obligado a presentar un fundamento científico para su reclamación territorial en un lapso de 10 años, igual que los otros países. La última vez que dicha legislación apareció en las noticias, los republicanos argumentaron que responder a ese tipo de procesos de reclamación sería una trasgresión de la soberanía nacional estadounidense.
Con todo, Estados Unidos está muy involucrado en el proceso de mapear su plataforma continental y sigue las reglas como si formara parte de la declaración, agrega Baker. A bordo del rompehielosHealy, de la Guardia Costera estadounidense, Baker se integró a la tripulación científica en las dos primeras excursiones de mapeo del océano Ártico y fue testigo de la cooperación internacional para realizar la tarea “enormemente costosa y complicada” de producir mapas de plataformas continentales. Por ejemplo, Canadá y Estados Unidos “trabajaron juntos, no obstante el hecho de que Canadá ha ratificado la convención y Estados Unidos no lo hizo, y pese al añejo desacuerdo sobre la frontera marítima del mar de Beaufort, en el océano Ártico”, escribió en un artículo de Vermont Law Review, publicado en 2012.
Con todo, prosigue Baker, hace años que los medios han fusionado la situación del Ártico con conflictos geopolíticos mayores de los países interesados; como la situación de Ucrania, que ha deteriorado las relaciones de Rusia con el resto del mundo. Dichos conflictos no impactan las relaciones internacionales en el Ártico ni repercuten en las reclamaciones territoriales, insiste Baker. “No quiero dar la impresión de que el Ártico es algo que ocurre en un vacío; sin embargo, ha sido una zona de cooperación y paz desde que terminó la Guerra Fría y sigue siéndolo. Hay mucha cooperación científica”.
Claro está, hay excepciones. Los Estados a veces no reciben con agrado las conclusiones de sus científicos. A fines de 2013, Canadá estaba a punto de someter su reclamación ártica a consideración de la Comisión de la ONU. Sus científicos trabajaron todo un año para reunir la información que respaldaba la reclamación. Y de pronto, en el último minuto, “el primer ministro retiró la petición ártica, para sorpresa de todos”, dice Ron Macnab, geofísico marino retirado del Estudio Geológico de Canadá y ex presidente de la Junta Internacional de Asesoría en Aspectos Científicos y Técnicos del Derecho del Mar.
¿El problema? Los científicos no incluyeron el Polo Norte en la reclamación y el primer ministro, Stephen Harper, no tenía intenciones de dejarlo así. El gobierno canadiense informó a sus científicos que “hicieran el trabajo adicional y necesario para asegurar que la petición, por la extensión total de la plataforma continental del Ártico, incluya la reclamación de Canadá en el Polo norte”, anunció el entonces ministro de Relaciones Exteriores, durante una conferencia de prensa.
Expertos canadienses se manifestaron abiertamente en desacuerdo. “En cinco, diez o veinte años, tendremos que reconocer que el Polo Norte no es canadiense”, dijo a los reporteros el experto en legislación internacional, Michael Byers, profesor de la Universidad de Columbia Británica. Macnab reveló que miembros clave del equipo científico se retiraron, el equivalente a una fuga de cerebros que entorpecía el segundo intento del país para presentar su argumento científico ante ONU. “Fue la decisión política de un individuo sin experiencia científica o técnica comprobable en el asunto. Según todas las fuentes, miembros del equipo de proyecto (incluido el entonces ministro de relaciones exteriores) quedaron impactados por el repentino rechazo de los hallazgos”, escribió Macnab en su cáustica crítica de la decisión. La administración no negó el alegato de que fue una orden directa de Harper, segúnAlaska Dispatch News. Un año después, Dinamarca presentó su reclamación, que incluía el Polo Norte. Si bien los medios describieron la medida como un “desafío” descarado (en palabras de la BBC) para Rusia y Canadá, los bien enterados ya se esperaban algo así, afirma Macnab. Muchos consideran que la cresta de Lomonósov, conectada con el Polo Norte, es parte de la plataforma continental de Groenlandia, territorio danés. “Desde el principio, resultó evidente que la petición danesa incluiría el Polo Norte. En mi opinión, Dinamarca tiene el derecho de reclamación más sólido”, asegura Macnab. ONU ha estado evaluando la petición danesa desde hace casi un año.
Entre tanto, Canadá volverá a enviar científicos al hielo otro intento. Macnab dice que la nueva petición requerirá de años de expediciones científicas y costará por lo menos 100 millones de dólares. Aun así, agrega, “es un trabajo inútil, pues no hay certeza de que la comisión [ONU] le dé credibilidad alguna”. El primer intento ruso de reclamar un territorio fue rechazado en 2002 con el argumento de que carecía de evidencias; el país acaba de presentar nuevamente sus datos. Aun cuando Estados Unidos ratificara hoy mismo la Declaración Ilulissat, tendría que esperar a 2025 para presentar una reclamación. Noruega es la única nación cuya petición ha sido aprobada por ONU, pero solo reclamó “una fina tajada” del océano Ártico.
En pocas palabras, cuando finalmente hayan sido adjudicadas todas las reclamaciones y dada la rápida fusión del hielo ártico, la región podría tener un aspecto completamente distinto.
“En determinado momento, di un vistazo a las peticiones pendientes de todo el mundo. Pasará medio siglo antes que todo se haya resuelto”, dice Macnab. A pesar de los casos de interferencia gubernamental, como sucedió en Canadá, Macnab espera que haya mucho menos conflicto por el océano Ártico de lo que afirma la prensa. “Los medios siempre buscan antagonismos. Pero, de hecho, hasta que nuestro Primer Ministro salió con su disparate, el proceso estuvo muy bien ordenado. Las reglas del juego están definidas. No es una competencia al estilo Salvaje Oeste. Hay un entendimiento [entre naciones] en el sentido de que es mejor cooperar”.