“Vivo del bluff y del físico para aparentar cosas”.
La siguiente información puede valer oro. Incluso más si quien esto lee es —acaso— alguno de los más de 5000 miembros de una página de Facebook cuyo nombre (o razón de ser) es: “Despidan a Faitelson de ESPN”. De ser el caso, y lo que usted siente por el presentador del famoso canal deportivo es lo opuesto al afecto, entonces prepárese, relaje el cuerpo y disfrute al saber que David Faitelson, el mismo que respeta muy pocas ideas contrarias, el que se quiere salir con la suya… pues ¡no sabe tirar un golpe!
Un breve suspiro de reconocimiento, y dicha sea la verdad: “¡Sí, soy un hombre que no sabe tirar un golpe!”, esto lo afloja David con la franqueza de quien ha estado inmiscuido en situaciones que, tal vez de llegar a mayores profundidades, hubieran requerido por su parte de alguna experiencia en las viejas artes de los puños.
“Por ahí ocurrió lo del futbolista Cuauhtémoc Blanco”, dice Faitelson, y así abre el baúl de sus recuerdos más extraños. “Él estaba metido en un vestidor y sacó la mano para golpearme por la espalda. De manera que yo no podía hacer nada. Más bien vivo del bluf y del físico para aparentar cosas. Pero no soy violento para nada”, dice el hombre que suelta gritos diariamente ante toda América Latina.
Tras esta declaración, Faitelson sigue manejando por alguna autopista de Los Ángeles, California. Su voz, a través del parlante telefónico, va pasando del rush que proporciona recién haber salido del canal donde labora, a la calma que seguramente lo espera en casa (a saber, su esposa y tres hijas). Todo esto, lo suficientemente lejos del Connecticut, donde vivió tras su salida “sin ninguna polémica” de TV Azteca, y de donde alguna vez escapó… por culpa del frío.
“Estaba planeando salir de México, de la ciudad de México, que se había convertido en una ciudad muy conflictiva para mí; tengo tres hijas pequeñas y aquella ciudad estaba creciendo en inseguridad. Yo quería ver si podía trabajar en los Estados Unidos, así que acepté una oferta de ESPN en Connecticut. Y ahí estuve durante dos años y medio, pero el clima era muy complicado e incluso comencé a considerar si regresaba a México, pero afortunadamente abrieron un programa en Los Ángeles y aquí estoy desde hace cuatro años. A veces hasta me doy una vuelta por Tijuana, que queda como a dos horas y 40 minutos”.
Pasado pisado
Hay momentos clave en la vida de este nacido en Israel, arrancando con su historia familiar: “Mi papá es mexicano, de origen judío, y a finales de la década de 1950 se casa en Cuba con una cubana, que es mi mamá. Y cuando Castro entra al poder, mi papá decide dejar Cuba, pero México no recibe a los cubanos, y al no poder regresar a México, decide ir a Israel. Prácticamente perdió todo lo que tenía en La Habana, era comerciante. Nací en Israel y a los ocho años regresamos a México”.
Hasta más tarde, cuando —tras su novel incursión en el periodismo en La Afición a la edad de 15 años— le toca laborar en el diario Excélsior, de donde se marchó con pésimos recuerdos. “Yo llegaba a las 11 de la mañana y salía a las cuatro o cinco de la madrugada. En esa época se trabajaba con linotipos, era un periódico grande, viejo. Me iba muy bien: trabajaba todas las guardias, cubría a los compañeros, ganaba buen dinero, estaba soltero. Pero ocurrió que en la redacción se practicaba una clase de periodismo que no era más que corrupción. Por ejemplo, me mandaban a darle un ‘golpe’ a un atleta o a un organismo. Y luego me enviaban a pedirles dinero a estas personas para que hablara bien de ellos. ¡Yo estaba dentro, formaba parte de aquello! Me preguntaba: ‘¿Pero qué estoy haciendo acá?’. Yo no quería recibir nada de aquello”, del botín, quiere decir.
“Pero el jefe nos obligaba. Y lo repartía. Vi la corrupción frente a mí y me estaba convirtiendo en parte de eso”.
Este episodio, sin dudas, cambiaría su concepción de los medios impresos. “Se me cayó el mundo encima cuando me di cuenta de que todo lo que se decía era verdad: había dinero y ese dinero se generaba a base de extorsionar, de mentir. Yo sabía que había cierto grado de corrupción, que existían medios más apegados al gobierno, que estaban del lado del PRI. Pero inicialmente todo era de lejos, yo no tenía acceso a eso. Es como cuando alguien me dice: ‘¿Cómo puedes comprobar que el fútbol mexicano es corrupto?’. Bueno, pues yo no puedo comprobarlo. Pero en un país con altos niveles de corrupción, es lógico que muchas de las agrupaciones, muchas instituciones, muchas de las ligas, tienen que ser parte de esa corrupción”.
Todo es un espectáculo
David Faitelson sabe lo que hace frente a las cámaras. Sabe de qué se trata el asunto y el asunto es levantar polémica, alboroto. Él lo llama debatir, pero las opiniones varían. Su estilo es notorio y hasta desbocado. Y así le gusta.
“Yo no era televisivo, para nada. Lo mío era estar en un periódico, escribir. Y yo entiendo la televisión como un entretenimiento. Pero también entiendo al periodismo y el deporte como una pasión. Y yo sé debatir. A mí me gusta debatir. Lamentablemente, mientras uno se hace más viejo, se vuelve más terco. Tiende a escuchar menos. Yo no salgo solamente a defender mi idea, sino que salgo a atacar la idea de quien me está debatiendo”, atropellar dirán algunos.
“Y ahí se puede marcar una diferencia. Admito que muchas veces puedo caer en un error y es la contradicción. Cuando uno juega con fuego se puede quemar”.
Una breve pausa y: “¿Me preguntas cuánto odio al fútbol mexicano? No, no, no… La palabra no es odio. Esa palabra no la tengo en mi vocabulario. Simplemente mi línea periodística es de crítica. El periodista no puede ser imparcial, eso es mentira. Todos debemos jugar una posición. Respeto la línea conservadora, pero yo busco polemizar. ¿Cuál es el problema del fútbol mexicano? Es el monopolio que tiene una empresa, Televisa. Ahí está el problema. Debe venir una época donde vivamos una apertura, con transparencia y donde el fútbol no sea visto solamente como un gran negocio. Yo entiendo que el fútbol en estos tiempos debe ser visto como un tema de mercadeo, pero debe separarse lo deportivo de lo económico, que una no atropelle a la otra. El momento en que pueda desarrollarse mayor democracia, otros puntos de vista; diferentes participaciones y que una sola empresa no tenga secuestrado al fútbol, nuestro fútbol debería crecer a otro nivel como industria. La Concacaf, al igual que lo que es dirigido por la FIFA, se maneja bajo un velo terrible, con incertidumbre y corrupción…”.
Y por ahí anda David Faitelson, como si estuviera en la TV, pero esta vez sorteando el tránsito de Los Ángeles, aferrado al volante y con muchos recuerdos saltando en su cabeza; desde uno de los atletas que más admiró (leyenda de la halterofilia que representaba a Turquía, pero nacido en Bulgaria), Naim Suleymanoglu, hasta la tristeza que lo invadió al conocer la verdad del máximo superhéroe del planeta Tierra: Lance Armstrong.
Pero más allá de los gritos y debates en ESPN, Faitelson mantiene un núcleo de seguidores que lo acompañan en los buenos y en los malos tiempos. “Le acepto sus comentarios a todo el mundo. Yo jamás he bloqueado a nadie de una red social. Y mira que me dicen cosas terribles. Me insultan, se meten con mi familia, me amenazan de muerte. Pero no creo en la maldad del ser humano. Creo en la bondad. Al final de cuentas, no soy dueño de la verdad. Solo muestro mi punto de vista. Me preocuparé mucho el día en que no logre generar alguna crítica”, finaliza el hombre que no sabe pelear.
Carlos Flores es periodista venezolano. Ha sido colaborador de diversos medios de comunicación y es autor de La moda del suicidio (EXD, 2000), Temporada caníbal (Random House Mondadori, 2004) y Unisex (Santillana, 2008). Actualmente es editor en jefe del diario Notitarde La Costa y columnista de The Huffington Post. @CarlosFloresX