La vida cotidiana y el vértigo en el que vivimos nos llevan a no valorar la herencia de los grandes inventores.
William Gilbert, Henry Cavendish, André-Marie Ampère y Michael Faraday. Nombres que en la escuela suelen enseñar por su gran aportación a la humanidad y el avance tecnológico, pero en la vida cotidiana y con el vértigo en que vivimos, muchas veces no valoramos su herencia.
Son las seis de la mañana. Es un día importante porque hoy toca viajar para acudir a la presentación de uno de los gadgets más cotizados y esperados del mercado. Ya voy tarde. La alarma no sonó. Como no confío en mi teléfono, tengo un radio que hace las veces de despertador. Tampoco sonó.
Es momento de apurarse. Ni tiempo hay para prender la televisión e informarme sobre el acontecer mundial. Si algún rey abdicó, si tembló en otras latitudes o si el Manchester United rompió la marca de transferencias, no importa, ya me enteraré en otro momento. De cualquier forma, aunque hubiese querido prender la tele, habría sido imposible.
Voy a tener que desayunar más tarde porque intenté encender la cafetera y no pude. ¿Un plato de cereal? Tampoco. Abrí el refrigerador y la leche estaba tibia, y si no está fría, no me gusta. ¿Qué sucede?
Decidí caminar al trabajo porque resulta que la internet de la casa también está fallando y no pude utilizar la aplicación Uber para pedir un taxi. La vida comienza a complicarse. Pienso que no está del todo mal, al menos quemaré las calorías del desayuno con la caminata, pero ¿cuál desayuno?
Llegué a la oficina. Cuando pensé que todo regresaría a la normalidad, me volví a topar con la realidad. No sirven los elevadores. Maldigo el momento en que a los dueños de la empresa se les ocurrió rentar en un edificio viejo que no tiene planta de luz. Subí 10 pisos por las escaleras. Son las ocho de la mañana y hoy ya hice el ejercicio de toda una semana.
Como en la oficina no se puede hacer mucho, aprovecharé para ir a visitar clientes. El tiempo es oro y no me puedo dar el lujo de desperdiciarlo. Regreso a la normalidad, aunque sea por unos minutos. Tengo una hora para cruzar la ciudad y llegar a mi cita. El metrobús vacío porque son las últimas estaciones. No sé si voy a tiempo. Saco mi teléfono para ver la hora. La pantalla está en negro. Totalmente muerto.
El día transcurre con todos estos inconvenientes. Hoy he interactuado con la gente más que nunca, y todo por no poder ver la hora en el celular. Ya son las seis de la tarde. Llegó la hora de regresar a la casa y apurarme, hay un vuelo que no espera.
Maldita sea. No puedo hacer el check-in porque sigo sin internet en la casa y el celular no tiene pila. Se está complicando la cosa. Voy tarde al aeropuerto y tendré que hacer fila en el mostrador.
Llego a la terminal aérea y voy directo a documentarme. Una señorita me dice (con una sonrisa irónica) que el vuelo ya está cerrado. Que ya no puedo hacer el check-in, que para la próxima lo haga en el teléfono. No podré acudir a la presentación del gadget por el que todos mueren.
Mi mundo se vuelve a derrumbar. Hoy todo salió mal; o casi todo. Me sirvió para valorar a Gilbert, Cavendish, Ampère y Faraday. Abro la puerta de la casa y me doy cuenta de que ya regresó la luz.
Fernando del Río Quiroz colabora en México en el programa de radio López-Dóriga y es responsable de las redes sociales de Grupo Fórmula. Es asesor en tecnologías digitales y contenidos web. @MexicoFER