Luego de siglos de confusión y mitos, la enfermedad mental al fin empieza a ceder frente a la ciencia.
Corbatín torcido y ojos relucientes, el doctor Eric R. Kandel afirma: “El cerebro está de moda”. El octogenario ganador del Nobel, quien jamás ha perdido el acento de Brooklyn enumera los recientes esfuerzos que apuntan a un renovado entusiasmo en desentrañar los misterios del mecanismo más intrincado del cuerpo humano: la iniciativa BRAIN del presidente Barack Obama, que dedicará cientos de millones de dólares ha determinar “cómo pensamos, aprendemos y recordamos”; un centro de salud mental de 200 millones de dólares en la Universidad de Columbia, iniciado en 2012 con un donativo del magnate de los bienes raíces, Mortimer B. Zuckerman; y un nuevo premio israelí de un millón de dólares en tecnología cerebral anunciado por el ex presidente Shimon Peres, quien lamentó que sabemos tan poco del cerebro que seguimos siendo “unos desconocidos para nosotros mismos”.
Y por supuesto, no olvidemos el regalo de 650 millones que Ted Stanley hizo al Instituto Broad, a mediados de julio, con la esperanza de identificar los genes que codifican la esquizofrenia, padecimiento que afecta a su hijo Jonathan. El New York Times calificó el obsequio de Stanley como “una de las donaciones privadas más grandes jamás hechas a la investigación científica” y por su parte, Forbes especuló que podría “dar nuevo impulso a la psiquiatría”.
Las grandes sumas dedicadas a investigaciones psiquiátricas sugieren que la disciplina realmente requiere que le den un empujón. Kandel, quien recibió el Nobel 2000 en medicina por utilizar babosas de mar para investigar la memoria y se describe sin empacho como un “optimista delirante”, reconoce que “solo [hemos] logrado pequeñas mejoras” en el tratamiento de los padecimientos psiquiátricos más graves, como esquizofrenia y enfermedad bipolar, opinión que comparten muchos: en su reportaje sobre la donación millonaria de Stanley, Times señaló que “pese a décadas de costosas investigaciones, los expertos han descubierto casi nada sobre las causas de los trastornos psiquiátricos y en más de un cuarto de siglo, no se han desarrollado tratamiento farmacológicos realmente novedosos”.
Un fin de semana de mediados de julio, Kandel y otros eminentes investigadores se dieron cita en el corazón de Manhattan para una reunión de Brain & Behavior Research Foundation (Fundación para la Investigación del Cerebro y la Conducta; BBRF) organización que, anualmente, confiere becas a los proyectos de investigación más prometedores en el campo de la medicina psiquiátrica. Aquella sesión resultó ser una estupenda oportunidad para revisar el campo y determinar qué funcionaba (y qué no).
“Mi primera imagen de un paciente psiquiátrico”, recuerda el doctor Herbert Pardes, acerca de sus estudios de especialidad en los años cincuenta, “fue la de un hombre desnudo en un cuarto aislado de un hospital estatal, embarrando heces en las paredes”. Pardes, ex presidente de la Asociación Psiquiátrica Estadounidense, jefe del Hospital Presbiteriano de Nueva York y actual director del consejo científico de BBRF, dice que hemos avanzado respecto de aquellos días demenciales, aunque no tanto como quisiéramos. Sabemos, por ejemplo, que empapar a un enfermo con agua helada no sanará su locura, pero aun con la proliferación de medicamentos psiquiátricos durante la segunda mitad del siglo XX, todavía no sabemos cómo curarlo y eso, en buena parte, se debe a que el cerebro, con sus 86 mil millones de neuronas, sigue desafiando nuestra comprensión a pesar de los recientes adelantos en neuroimágenes.
En opinión de muchos asistentes a la reunión del consejo de BBRF, el futuro de la investigación psiquiátrica estriba en la comprensión de los fundamentos genéticos de las enfermedades mentales; postura que refleja la impresión prevalente entre los investigadores del cáncer, quienes consideran que hallar los genes anormales y anular sus efectos es la mejor manera de detener (o incluso, prevenir) la enfermedad. El donativo de Stanley, por ejemplo, está destinado explícitamente al estudio del ADN con la esperanza de descifrar los fragmentos genéticos donde se oculta la esquizofrenia. La donación ocurrió la misma semana en que la revista Nature publicó un artículo que anunciaba el descubrimiento de “108 locus genéticos asociados con la esquizofrenia”, hallazgo que uno de los autores del estudio describió como una “revelación”.
Igual de esperanzado se encuentra el doctor Daniel R. Weinberger, director del Instituto Lieber para Desarrollo Cerebral. Con su ronca y profunda voz, se dirigió al público BBRF diciendo que estamos “ante un parteaguas en la investigación psiquiátrica”, porque al fin hemos empezado a mapear los “mecanismos de la enfermedad”, que son los genes. En tono de broma, señaló que se había dirigido a la misma concurrencia muchas otras veces afirmando la inminencia de un “parteaguas” que no llegó. Sin embargo, tenía la certeza de que, en el presente “siglo de la medicina genómica”, la psiquiatría estaba en el camino correcto.
Por supuesto, dados la inmensidad del genoma humano y el profundo misterio del cerebro, podrían pasar años antes que entendamos, bien a bien, cómo actúan los genes anormales para producir enfermedades específicas, y más tiempo aún para convertir esos hallazgos en tratamientos. Por ejemplo, Kandel considera que transcurrirá otro siglo antes que podamos desentrañar, realmente, los secretos del cerebro humano.
Eso no significa que debamos conformarnos con el statu quo y en ese sentido, Pardes cita el “valor del alivio sintomático”: aliviar los padecimientos mentales aun sin entenderlos, ya que los pacientes están menos interesados en la ciencia pura que en lo que pueda curar su enfermedad.
Sin embargo, lo perturbador es el escaso desarrollo de nuevos medicamentos psiquiátricos. El año pasado, un artículo de Science News informó que “las grandes farmacéuticas están abandonando el desarrollo de fármacos psiquiátricos” y enumeró las razones: “Presunciones incorrectas, modelos animales que en nada semejan los trastornos humanos, diagnósticos imprecisos y desconocimiento del funcionamiento cerebral”.
El doctor Herbert Y. Meltzer –cuyo trabajo condujo al desarrollo de clozapina, tal vez nuestra mejor arma contra la esquizofrenia- está indignado por lo que denomina una falta de interés en la “psicofarmacología clásica”. Miembro del consejo científico de BBRF y profesor de psiquiatría en la Escuela de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern, está “en total” desacuerdo con la premisa de que la genómica es la única solución al misterio. “La farmacología clínica está en graves dificultades”, agrega Meltzer, debido a que son pocos los investigadores jóvenes interesados en el tipo de trabajo que le dio renombre. Si bien puede ser consecuencia de un simple cambio de interés, la tendencia tiene el potencial de privar a los pacientes de nuevos tratamientos.
A pesar de los desacuerdos y las preguntas sin respuesta, el doctor Jeffrey Borenstein, presidente y CEO de BBRF señaló en un reciente editorial para LiveScience que la investigación cerebral está iniciando una “época dorada”. Casi 25 por ciento de los estadounidenses padecen una enfermedad mental, escribió, trátese de veteranos de guerra con trastorno de estrés postraumático o adolescentes con depresión. Han desaparecido los días, escribe Borenstein, en que el público “consideraba la enfermedad mental como brujería o una posesión demoniaca”. Mas el cerebro sigue encerrando sus misterios.
@alexnazaryan