La mujer holandesa que supervisa la destrucción de armas químicas admite que esto no ocurrirá a tiempo.
“El tiempo corre.” Durante los últimos siete meses, desde que ella fue puesta a cargo de librar a Siria de sus armas químicas, Sigrid Kaag ha pronunciado la frase más veces de las que puede contar.
Kaag, de 53 años, cuyo título oficial es el de coordinadora especial para la Misión Conjunta de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPCW, por sus siglas en inglés) y la ONU, trabajó anteriormente para Royal Dutch Shell en el Reino Unido. Es rubia, escultural, holandesa y habla ocho idiomas. Prefiere los trajes tipo armadura de seda en colores pastel, y sus uñas están cuidadosamente esmaltadas en colores oscuros. Hay algo que recuerda al acero en la mujer encargada de eliminar el arsenal químico de Siria. Kaag viste tacones elegantes, pero uno siente que prefiere ser capaz de correr rápidamente.
Y tiene que hacerlo. De acuerdo con Charbel Raji, portavoz de Kaag, gran parte del programa de armas químicas de Siria ha sido eliminado y el plazo para la terminación sigue siendo a finales de junio. Sin embargo, de acuerdo con Raji, “Es evidente ahora que algunas actividades relacionadas con la eliminación de las armas químicas tendrán que proseguir más allá del 30 de junio, que es la fecha límite original”.
Además de llevar a cabo una de los tareas más delicadas del mundo a plena luz pública, Kaag es también esposa y madre de cuatro hijos, cuyas edades van de los 11 a los 19 años. Su vida se desarrolla entre un cuarto de hotel en Damasco, La Haya (donde se encuentran las oficinas generales de OPCW), la ONU en Nueva York y Nicosia, Chipre, donde se ubica la operación de desarme.
Se rumora que ella reemplazará al exrepresentante de paz de Estados Unidos para Siria, Lakdhar Brahimi, quien, de acuerdo con el Secretario General de la ONU Ban Ki-moon, enfrentó “probabilidades casi imposibles” en su intento de terminar con la guerra civil siria porque la comunidad internacional estaba tan “desesperadamente dividida.” Si Kaag asume el puesto, se convertirá en la principal negociadora de la crisis internacional más apremiante del mundo.
Kaag ya tiene bastante trabajo. “Sí, es mucho”, dice con una sonrisa. Pero no se queja. Kaag dice que cuando asumió la tarea de las armas químicas, sabía que había un plazo limitado. Decidió que podía aguantar las habitaciones de hotel, los viajes en avión y el agotamiento porque al final su satisfacción sería enorme.
De acuerdo con el OPCW, el programa de guerra química de Siria se basa principalmente en sistemas binarios, lo cual quiere decir que es necesario unir dos sustancias tóxicas para crear un agente bélico altamente tóxico. Estos agentes menos tóxicos (que se almacenan en contenedores, no en ojivas) son transportados por el equipo de Kaag a la ciudad portuaria de Latakia, en Siria. Desde allí, son transportados por embarcaciones noruegas, danesas y británicas al MV Cape Ray, anclado en Italia, donde comienza el complicado proceso de destrucción.
Además de dar seguimiento a los agentes y asegurarse de que los químicos sean destruidos de acuerdo con el derecho internacional, Kaag y su equipo deben responder a muchas preguntas: ¿los sirios están entregándolo todo? ¿Las armas pueden caer en las manos equivocadas mientras son transportadas? ¿Todo el mundo trabaja para cumplir con el mismo plazo y tiene las mismas intenciones?
Kaag responde: “Todo se relaciona con la confianza y la transparencia”. No tiene más opción que confiar en los sirios.
En septiembre pasado, después de los ataques químicos en Ghouta y tras el exhorto de los rusos, que querían evitar la intervención militar de Estados Unidos, el presidente sirio Bashar Assad ofreció deshacerse de las armas químicas del país. Pero para los sirios, ese hecho no marca el final de la guerra, y ni siquiera un alto en el derramamiento de sangre que ya ha cobrado más de 150 000 vidas. Simplemente es, como afirman los funcionarios, la “eliminación oportuna [del] programa de armas químicas de la República Árabe Siria”.
Kaag, que habla fluidamente el árabe (“Su árabe es perfecto”, dice Raji. “Ojalá que hiciera más entrevistas en árabe, pero le gusta ser precisa, y hay muchos términos técnicos”), conoce bien la región. Entre los muchos puestos que ocupó anteriormente, se encontraba uno para la Unicef en Jordania como directora regional para el Oriente Medio y el norte de África.
Durante ese tiempo, Kaag se involucró más en el sector humanitario, tratando temas como las vacunaciones, el trabajo de menores y los matrimonios entre infantes. Dados sus antecedentes en zonas de crisis, ella es completamente consciente de la enorme tragedia humanitaria que ocurre a su alrededor mientras cumple con su misión. Y su obstinada dedicación para cumplir los plazos parece estar funcionando. A poco más de cinco semanas para que se cumpla el plazo, el OPCW informó sobre la destrucción de “todas las pilas declaradas de reservas de isopropanol [el más peligroso de los químicos involucrados] por parte de las autoridades sirias”.
“Solo 100 toneladas métricas de químicos, o casi 8 por ciento del arsenal declarado de Siria, permanecieron en un solo sitio”, declaró el 22 de mayo Michael Luhan, portavoz del OPCW. “Habían sido empacadas y estaban listas para ser transportadas”.
Sería erróneo suponer que esto le produjo una gran satisfacción a Kaag. “No me concentro en mis sentimientos. Me concentro en las pruebas”, dice, al hablar con Newsweek desde un cubículo con luces fluorescentes en lo alto de la Secretaría de la ONU, donde acaba de presentar un informe actualizado ante el Consejo de Seguridad.
Son las primeras horas de la tarde, y la Secretaría se encuentra inquietantemente vacía, con excepción de la oficina de Kaag, donde ella se encuentra reunida con dos de sus asistentes. Luce cansada y ha pasado todo el día en reuniones consecutivas; debe levantarse temprano al día siguiente para volar a Damasco.
Su inglés no tiene ningún acento, es cortado y preciso. Un antiguo colega afirma que Kaag es “dura”, diciéndolo como un cumplido, lo cual significa que ella siempre consigue lo que quiere. Otro colega dice que su futuro en la ONU será “estratosférico” debido a que está realizando esta misión en forma tan eficiente.
Kaag nació en La Haya en 1961, hija de un pianista clásico, y fue educada en Holanda y en las universidades de Exeter y Oxford en el Reino Unido, donde estudió árabe. “Quería hacer algo diferente”, dice.
Su atracción por el Oriente Medio comenzó cuando ella estudiaba en la escuela secundaria, donde llegó a la mayoría de edad teniendo como telón de fondo el drama de la guerra árabe-israelí de 1973. Tras realizar sus estudios universitarios, trabajó en el Ministerio de Relaciones Internacionales de Holanda antes de obtener un puesto en la ONU. Después de laborar en la Unicef, trabajó en el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas, donde se desempeñó como adjunta de Helen Clark, exprimera ministra de Nueva Zelandia. Clark, una de las pocas mujeres que dirigen un organismo de la ONU, también es considerada como una pionera llena de energía, franca y comprometida. Ambas mujeres destacan en el mundo gris y cerrado de los burócratas de la ONU.
“Mire, tenemos 45 más días [a partir de principios de mayo] para destruir los químicos”, dice Kaag, refiriéndose a la fecha límite del 30 de junio establecida por el Consejo de Seguridad. “Mi trabajo es lograr que esto se haga”.
Cumplir el plazo no ha sido fácil. Kaag tuvo que trabajar primero para ganarse la confianza de los sirios “Y para lograr que se apegarán a los plazos”. No lo dice, pero se sabe que esto no siempre ha sido muy útil. Tampoco ha sido fácil conseguir acceso para su equipo, que muchas veces ha tenido que viajar por caminos que están en manos de grupos opositores radicales que no se inclinan por la paz. Ni tampoco son amigables con los trabajadores de la ONU.
El 27 de mayo, esto se volvió aterradoramente evidente cuando dos miembros del equipo de investigación de OPCW, el cual no forma parte de la misión conjunta OPCW-ONU, señala Raji, fueron atacados en la región de Hamás, mientras eran conducidos hacia una ubicación de armas químicas. Kaag no ha comentado nada acerca de este incidente.
Ella pasa la mayor parte de su vida actual en Damasco, en su oficina-dormitorio en un hotel lujoso pero algo desolado en el centro de la ciudad. “En realidad, no puedo ir a ningún lado”, dice, porque la seguridad es muy estricta. Hay toques de queda, y ella se encuentra rodeada por detalles de seguridad. No puede pasear por la Ciudad Vieja para ir de compras o detenerse para beber una taza de té, ni siquiera si tiene tiempo para hacerlo.
Kaag no es científica ni ingeniera química, y cuando fue nombrada por Ban el 16 de octubre, admitió que la curva de aprendizaje fue muy inclinada y rápida. Enfrentó “muchas cosas nuevas”, dice. “Pero me han apoyado”.
Kaag comienza su día a las 6: 30 a.m. en el gimnasio, para aclarar su mente. “A veces voy dos veces al día; es lo único que puedo hacer cuando no estoy trabajando”, dice. Toma el teléfono desde temprano para hablar a Europa, reunirse con su equipo, iniciar una ronda de reuniones (o discutir) con sus homólogos sirios, redactar informes y organizar reuniones con su personal.
Cuando cae la noche y las llamadas a la oración del almuecín resuenan en toda Damasco, aún son las últimas horas de la mañana en Nueva York, y las llamadas y solicitudes continúan llegando.
El marido de Kaag, Anis al-Qaq, dentista de profesión, es palestino. Sus hijos, Jenna, de 19 años, Makram, de 15, Adam, de 12, e Inas, de 11, crecieron compartiendo su perspectiva internacional. Dos viven en Jerusalén con Al-Qaq, Adam está en un internado en Ginebra y Jenna está pasando un año entre la escuela y la Universidad en Holanda.
“Es una perspectiva diferente”, dice, refiriéndose al equilibrio entre la maternidad y el trabajo, pero añade que tiene suerte, porque “en este momento, mi marido se encarga de organizarlo todo. Él es quien se encarga de conducir de aquí para allá”.
Pero existen frustraciones obvias, que Kaag menciona. “Cosas que una no puede controlar”, dice, hablando antes de que tuviera lugar el ataque contra el equipo de investigación de OPCW. “Las condiciones de seguridad; no contamos con un Ejército, por lo que tenemos que depender de la buena voluntad de muchos canales”. Con esta última frase, se refiere al gobierno sirio, que no siempre es transparente.
“Les recuerdo a todos mis colegas lo que le ha ocurrido a las personas en Siria”, dice. “Lo único que puedo esperar es que lo poco que podamos hacer pueda permitir…” Y su voz se fue apagando. “Se ha logrado mucho, muchas cajas se han marcado”, dice. “Pero hay que dar un último impulso para eliminar todo el material”.
¿Ella está feliz por eso? Luce sería. “Nunca podemos estar felices sabiendo que hay gente que muere”, dice. “No siento ninguna alegría. Siento solamente el alivio de saber que estamos ayudando de alguna forma”.